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RASCACIELOS, DE ENRIQUE WINTER
Por Valeria Tentoni
Revista “La Quetrófila” de Buenos Aires
Rascacielos.
Enrique Winter.
Literal, Colección Limón Partido, México 2008.
Como si alcanzando el cielo, si el cielo fuese algo que finalmente se alzase sobre nosotros y bastase con acercarse, con apenas rozarlo desde un rascacielos para que exista, estos poemas crecen desde el asfalto y se abrazan a la altura, se tuercen en ella como trepadoras, se hacen de espirales y de giros, ocurren en esa altura, germinan. Enrique Winter, chileno, abogado, poeta, se convierte en alpinista de riesgo y escribe “Un muro es un muro aunque le pinten flores...”. Y no se vale sólo de la palabra, de la magia precaria que propone una poesía -cualquier poesía-, sino que también se hace de la imagen; ya en el juego de la palabra en el espacio de la hoja, ya en los poemas visuales que completan la obra, o en las páginas que se despliegan porque no sería justo que se quiebre el poema, que se lo fraccione. Y en el rascacielos circulan personajes; Merlina, Lissette, las estudiantes de derecho, la Polaca, Jorge, el Marco con sus cumbias; y todos se conjugan como si cada poema fuese un ventanal, un piso trece omitido en la cuenta, un balcón desde el que los verbos se gritan entre sí, se aúllan. Las escaleras, compartidas e interminables, quizás sean más ágiles que los ascensores a la hora de leer este libro; porque vale aclarar que cada pieza tiene su tiempo, su meridiano, y si bien la hora se da, mansa, en todas las agujas del mundo, no es menos cierto que el tiempo sea una percepción privada.
Los elementos urbanos -bocinazos, el piso sucio, la luz prendida, un cassette, las sillas, las casas- parecen ser observados desde esa altura, desde la terraza en la que un suicida aún se estará decidiendo, y son poetizados con un cincelado casi, una modificación apenas, como si el poeta no quisiese hacer de los objetos más que objetos en una poesía, no permitiese que se le eche encima la poesía a las cosas, las tergiverse; porque basta que algo suceda, basta que algo esté sucediendo, -“...la verdad está sobrevalorada...”- para que los sensores hagan su tarea de metamorfosis, alcanza con nombrar el cielo, para hacerlo pequeño.