Atar las Naves,
de Enrique Winter
Ediciones del Temple,
2003. 88 páginas
Por Andrés
Urzúa de la Sotta
Atar las Naves es un libro simbólico. El título
mismo de la obra literaria ya representa toda una significación,
donde, quizá, la cuerda es el elemento clave. Ya en el segundo
poema del libro, "Soltar la
cuerda", el poeta nos da ciertas pistas sobre lo que será
un libro cargado de símbolos. La cuerda, en el poema mencionado,
es una soga y también un obstáculo, en el cual confluye
toda una carga emocional y trágica: "Nunca aprendimos
a saltar la cuerda. / Mis padres la olvidaron / en el bazar de Presidente
Errázuriz / dos nueve cero uno. // Al techo del lugar sigue
amarrada, / balanceando a mi abuelo".
En este sentido, el nombre del libro no es fortuito. El poeta quiso
advertir, a través de la mítica historia de Hernán
Cortés -quien, dicen, quemó (o soltó) las naves
para evitar que sus hombres se retractaran de la conquista-, que no
hay vuelta atrás; que el pasado es imborrable y, ante eso,
sólo nos queda dar vuelta la hoja y seguir adelante, es decir,
"Soltar la cuerda".
En Atar las Naves, Enrique Winter nos invita
a viajar por su infancia, por su imaginación y por un canto
que, según admite, "es huero / como un globo de cumpleaños".
Ahora bien, esta odisea está cargada de imágenes oficiosamente
trabajadas, además de un ritmo propio, que se pasea como por
su casa por diversas estructuras poéticas, como cuartetos,
tercetos, sonetos, haikus y versos para todos los gustos: endecasílabos,
heptasílabos, alejandrinos… El poeta deja en claro su manejo
para con los recursos poéticos y lo hace digno de alabanza,
por ejemplo, en el terceto 19 de Diálogos: "He
roto mi bolsillo de la izquierda. / Si guardo en él, doblados,
tus mensajes, / rozarás mis rodillas nuevamente".
El oficioso y, a mi juicio, exquisito trabajo con las imágenes,
queda en evidencia en el poema que tanto para el crítico de
la Revista Plagio, José Antonio Silva, como para mí,
es "uno de los puntos más altos del libro": "Terminales
Comunes":
"Sólo la vuelta de otras
niñas en bicicleta
da origen a la plaza en donde puedo escribirte.
Los círculos concéntricos
del cielo
trazan decenas de gaviotas
mientras tu mano se esculpe a sí misma
(vuelos de águila sobre el tocador).
Estos retoques a la piel del mar
hacen de los pelícanos cucharas
en las pestañas del océano.
El agua es tu perfil,
oculto por la niebla de los puertos
girando en bicicleta".
Por otra parte, es posible introducir a Enrique Winter en una línea
poética que mucho tiene que ver con la figura de Jorge Tellier;
me refiero a la poesía lárica. Los recuerdos de la infancia,
sumados a la lírica conmovedora y entrañable, lo transforman
en un poeta, como señala el crítico José Antonio
Silva, "neolárico". Sin embargo, argumenta Silva,
"la cuna de sus recuerdos es Santiago y no Lautaro, con todo
lo que ello conlleva". De esta manera, podríamos situar
a Enrique Winter dentro de una poesía lárica, pero,
a la vez, eminentemente urbana y actual. Los cuartetos de "En
la vereda", por ejemplo, dan cuenta de esta aseveración:
"Las micros trotan y son nuestras
naves.
El continente Pueblos, por pequeño,
no tiene terminales ni es porteño.
Sentarse en su vereda a ver las aves,
ojo de pez sin boletos, sabes,
es prender fuego a guías de carreño
al siglo y al comercio en cada leño,
ver ascuas de tu cuerpo y de tus claves".
En conclusión, "Atar las Naves" es, pese a ser la
primera publicación de Enrique Winter, un libro maduro, profundamente
conmovedor y, aunque suene antitético, dulcemente mordaz.