RASCACIELOS
(Poesía de Enrique Winter, Limón Partido, México D.F. 2008)
NOMBRES PARA LA URBE
Por Sergio Rodríguez Saavedra
Cruza de tiempos y espacios geográficos, pueblos y poblados, habitantes de toda especie de ciudades, esta obra de Enrique Winter (Santiago, 1982) se traduce finalmente en un viaje hacia la marginalidad latinoamericana en su estado más crudo. Híbrido en su lenguaje, mezcla de historias narradas al ritmo de la poesía (entre los beat y Bolaño, sobre todo Bolaño) y ese orgullo íntimo que deja la verdadera soledad (José Ángel Cuevas y Carver, sobre todo Carver), siente la transpiración social de estos años como pocos autores habían logrado hacerlo desde nuestra teorizante lírica. Razones hay de sobra:
1.- El arquitecto tiene una clara noción de su oficio. Su trabajo no es observar, es intervenir. De ahí entonces la necesidad de reconstruir las visiones, refundar las convenciones, rearmar los textos articulando sobre la lectura otra lectura, una que debe leerse hacia el contexto, pero también –y aquí radica lo esencial- ésta que no renuncia a hacer visibles las materias del arte, el andamiaje de las palabras, como lo constituye y sustituye el poema El cielo es más pequeño que los rascacielos, depositario por cierto de la poesía concreta –palabra perfecta en este engranaje- donde su construcción en estricto rigor, opera a partir de fragmentos que componen otros textos del libro dando tanto resolución unitaria como una nueva lectura de esta babel encontrada a la vuelta de la esquina.
2.- Todos los resentidos que conozco/ se enamoran/ de la primera cuica que los pesca (Andrés, los peces cambian de nombre cuando los pescan). El hablante –esa voz a veces máscara-, no se desdice en la retórica del siguiente poema. No teme dejar lo políticamente correcto a la berma del camino y seguir el curso de la denuncia, el camino que lleva hacia la crisis, la inevitable decisión de ser para otros o ser para sí. Internándose en pasillos con olor a tribunal de justicia manoseado por los lugares comunes, hereda el doble discurso chileno para remover la conciencia, a través de una poesía anecdótica que bajo sus líneas segrega una veracidad conmovedora. El machismo latinoamericano, la desigualdad social, el desamparo del hombre y la mujer cotidianos frente a la sistematización de las relaciones dan una carga de tristeza al libro que sin duda transforman a Rascacielos, en un referente del autor que en tanto testigo de ninguna manera será cómplice.
A partir de su experiencia como abogado –presumo- Winter trabaja con la materia del desencanto, trabaja reitero, pues no se trata solo de una queja adormecedora o estéril como el noticiario de la noche, emplaza a la hoja en blanco para que logre articular a partir de sus espacios, su grafía, la soledad que abisma al coro que habla sin decir en cada página (leer El filo se esconde en la mudanza, Este cassette toca su vida, El Alexander, La jornada), entonces habría que hacer una lectura desde el último piso al subterráneo, deconstruir la ciudad hasta que la poesía logre reconocer su eco en la primera piedra de todos los hombres. Se agradece una poética que tenga posición y al mismo tiempo nos sitúe. Yo no soy mala leche,/ sino una taza de leche caliente/ con chocolate amargo (Ellos y nosotros).
3. Con toda su complejidad estética y 100 páginas de propuesta, un discurso que sin ser revisionista es demoledor, aún con ciertas zonas de la escritura tamizadas por mensajes cifrados para el propio autor, el texto puede batallar por sí mismo en la compleja trama de la poesía chilena actual -donde la pedantería y el gesto tribal suelen confundirse con la juventud y el entusiasmo- dejando un timbre propio, un territorio ya marcado hacia aquel sujeto, cuya desigualdad es aún la necesidad de una reconciliación. Poeta es la voz terrestre que nos viene a recordar el sentido de la palabra, donde Rascacielos sabe la dirección, cual remite, a quien debe llegar.