"Rascacielos". Enrique Winter. México, Limón partido, 2008
APUNTES SOBRE RASCACIELOS DE ENRIQUE WINTER
Por Eduardo de Gortari.
Revista “Punto en Línea” nº 16 de la UNAM, Ciudad de México: marzo de 2009.
http://www.puntoenlinea.unam.mx/
Dentro de la poesía chilena joven podemos hallar un sinfín de voces que la sitúan como una de las más fuertes dentro del más reciente panorama literario en Latinoamérica. Nombres hay muchos: Marcela Saldaño, Pablo Paredes o Héctor Hernández Montecinos son sólo un ejemplo. Ya sea en calidad de grandes promesas o como poetas contundentes, esta avanzada contiene muchas otras plumas de notables hallazgos; un caso particular es Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982), en el cual me doy el lujo de aplicar ambas calificaciones. Dos libros de peso completo dan pie a mi afirmación: Atar las Naves (Ediciones del Temple, 2003) y Rascacielos (Ripio Ediciones, 2006), que ahora se edita en México a través de la editorial Limón Partido.
Si estuviéramos hablando de Winter como se habla de un grupo de rock y su discografía, Atar las Naves sería el disco debut ideal; un acto de equilibro circense donde las influencias se asimilan lo suficientemente bien para ser notadas, pero sin quitarle el toque personal que distingue a la agrupación del resto. Además, como en todo disco debut, tenemos el típico intercambio de maestría por vísceras, donde vísceras no significa inmadurez sino naturalidad.
Siguiendo con la metáfora musical, su segundo libro, Rascacielos, sería la segunda placa, donde se comprueba el oficio de artista y se vislumbra aquella suerte, tan anhelada para los apenas iniciados, que es el “sonido propio”. Es aquí donde el poeta en cuestión ha encontrado su vigor personal y “se lleva” con sus ancestros literarios mostrando el respeto requerido ―e incluso protocolario―, pero con miras a entablar una relación duradera en el marco de un tuteo fraternal y ceremonioso.
Pero antes de profundizar sobre algunas características del autor, me gustaría hacer una aventurada sentencia: el primer contacto del artista con su arte marca el rumbo de su obra. Pongamos un ejemplo: un joven estudiante de preparatoria, que piensa estudiar Física, gana un concurso escolar en esta misma materia. Su premio es un libro que le otorga su maestra, esperando que éste provoque en él el mismo gusto que causó en ella, le dice sonriendo al aplicado alumno. El libro: una antología de Nicanor Parra. El muchacho lee de forma atenta y le agrada enormemente lo que escribe el autor. Dos decisiones posteriores: ya no estudiará Física (aunque tampoco Letras) y escribe sus primeros versos. Está de más decir quién es el muchacho.
En la anécdota hay dos factores clave que van de la mano: la cotidianeidad y la sorpresa; un muchacho que desde su mundo normal se topa de frente con una gracia inesperada. Es esta dupla, quizá, la mejor definición del trabajo poético de Winter. Él apuesta en sus dos libros por la construcción de fotografías de simple manufactura, pero de intrincada concepción; pequeñas visitas de la lucidez en metáforas de lo cotidiano, haciendo en todo momento alusión a una nostalgia aleccionadora. De algún modo también es un gran cuentista; crea en sus poemas personajes duraderos (a veces extravagantes, a veces simples en exceso) que el argot gastronómico calificaría de agridulces: ya sea el parroquiano de un café enamorado de la mesera o un chofer que bautiza a su tráiler con el nombre de su amante. Me es necesario señalar que siempre se agradecerá que cualquier poeta no hable sólo de sí mismo, sino que se adueñe de las facultades del cronista, y mejor aún si es cronista de lo imaginario.
Para aterrizar lo dicho anteriormente, quisiera hablar sobre el que es quizás el más logrado de sus poemas hasta el momento: “Este cassette toca su vida”, contenido en Rascacielos. Aquí cuenta la historia de un padre y su hijo, ambos azorados ante la ausencia amorosa; el primero por la problemática relación que lleva con su ex esposa (a pesar de una apasionada noche de copas) y el segundo por un reencuentro infructuoso con una ex novia: “Luego de cinco órdenes de arresto / mi mamá invita a mi papá a la casa, / se pone linda, le cocina rico / (…) / Me lo dice porque le conté del viernes: / cinco años sin verla y me tomó la mano”. Winter prepara el terreno en la anécdota para trasladarse de los hechos a la añoranza (o una canción que termina para alguien y empieza para otro) y la crónica de una calamidad estoicamente asimilada: “Este cassette toca su vida / vida que rozo apenas / si con el dedo rebobino. / Mi papá y yo seguimos solos.”
De ser cierta la sentencia que dije antes de hablar sobre aquel muchacho preparatoriano que leía a Parra, es probable que también en el lector el primer contacto con una obra sea crucial en la posterior relación que tenga con ella. Si así es, me atrevo a decir que quien lea a Enrique Winter con la atención requerida no se despegará de su poesía fácilmente y apreciará mucho más los cassettes que aún conserve.