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Rascacielos
(Colección Limón Partido, Proyecto Literal,
México 2008) de Enrique Winter.
 

Por Ernesto González Barnert

 

Hablemos en ésta, su segunda entrega, de un poeta de capas y sutilezas, búsqueda y actualidad. Un libro que concreta las características de una voz personalísima –A pesar de autodefinirse desde cierta pedacería de voces, ecos, personajes explícitamente-. Una construcción ganada –y me atrevería a decir también conquistada- desde el eco del viaje, la habilidad del oyente, la consciencia de que nadie alcanzará el cielo, la mano de obra. Esta última es la que a lo largo del poemario revalida y escoge reflejar, da un tono, marca un sello. En definitiva,  da con un libro para cabales. Naturalmente, ese cuño a uno le puede gustar más, menos, nada. Pero eso poco tiene que ver con admirar, destacar en este libro algo que pocos consiguen y es que, a mi juicio, en un campo (o espacio de violencia como diría César Cabello) donde se escribe bien, se recita mucho y bonito, pero muchos son clones. Enrique Winter impone su fragua propia. Creo que éste y otros méritos hacen  ineludible este libro. Los otros – los esbozó inteligentemente Ángel Valdebenito y Sergio Muñoz, así que no repetiré su excelente lectura-. Y me abocaré a celebrar uno de los méritos que me parece forzoso hacer patente. Y es una efectiva y positiva resistencia a mucha poesía joven que empezó la casa por el tejado, a tanto poeta folletinesco, a tanta marginalidad libresca  – buscando el aplauso fácil de la gallada-. Un realismo avispado a la hora de mantener a raya el cliché, el encasillamiento dogmatico en discursos minoritarios o en los contextos dados por los llamados filósofos del lenguaje que, obviamente los adalides chilenos, dominan por manual y resumen del manual. Ya lo sabía Gustavo Flaubert, criticando a esa mayoría que pergeña frases y frases para su época: “es fácil, con una jerga convenida, con dos o tres ideas en boga, hacerse pasar por un escritor socialista, humanitario, renovador y precursor de ese porvenir evangélico soñado por los pobres y por los locos.” Obviamente, hay política en éste poemario, ningún libro que se precie de tal, es ignorante o esquivo a este punto. Pero Enrique Winter evita el aspaviento, la sonajera común, cierta grandilocuencia vacua, todo profetismo amateur o el refrito pueril que predomina en los poetas recientes o escrituras nuevas. Por eso, hago hincapié en este punto no menor de la obra y celebro el arrojo que subyace en su escritura, es que muchos de los jóvenes intentan hacer algo moderno, entre comillas, pero no se arriesgan a hacer algo diferente. Están –como la gran mayoría de la masa de este país- demasiado apurados por llegar a ninguna parte. Contra eso y por tantas otras razones más, queridos y remotos lectores, los invito a leer Rascacielos, libro donde el que esta dentro los observa y el que esta afuera se ve reflejado.


Andrés, los peces cambian de nombre cuando los pescan

He comenzado a valorar la prudencia burguesa 
cuando alojo en la casa de mi novia 
con los carretes del vecino, la radio a máximo volumen, 
las peleas, la tele que no apagan, 
sobre todo las risas que se oyen al frente. 
 
En mi casa materna hay silencio, 
no venden leche ni matraca el gas. 
 
Me reí mucho cuando un ex compañero de colegio 
interrumpió mi baile para decir que siempre quiso 
darle a mi ex. En otro sitio habría 
que pegarle. Los más pobres se ofenden 
si no ofrezco los puños. Si no los llamo juran ley del hielo 
 
Como éste es facho, brindaría si al fin le confesara: 
todos los resentidos que conozco 
se enamoran 
de la primera cuica que los pesca. 

 

 

 

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Rascacielos.
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