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"Seducción de los Venenos", Poesía de Roxana Miranda Rupailaf. Lom Ediciones, 2008

Presentación en Valparaíso de “Seducción de los Venenos”

Por Enrique Winter
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“Se cumple la profecía / y derramo la tinta por los ojos. / Escribo sin aliento / distrayéndome / en las vacas que atraviesan este puente, / en donde ya no se oyen mugidos, / sino gritos”. Son éstos los siete primeros versos de Seducción de los Venenos de Roxana Miranda Rupailaf (Osorno, 1982). Una especie de arte poética inaugural en la que informa que el dolor del mundo es el propio y que sólo el dolor ajeno puede provocar que lo desatienda momentáneamente. “Escribo masacrándome” continua y en su declaración de principios nada responde a por qué escribe, sino a cómo lo hace. Ésta es la primera de sus similitudes con Damsi Figueroa (Talcahuano, 1976), que en “Autorreconocimiento” señala “Yo no me complico la vida omitiendo adverbios y conjunciones / Patino por la hoja / Y tapo los surcos amargos con la sangre de mis amigos / Yo no escribo para nadie”. Miranda no viene a cuestionar el dolor en la palabra dolor, pues utiliza sin empacho las palabras en su sentido corriente. No experimenta con el lenguaje ni con los temas tratados. No se lee en ella angustia alguna ante la escritura, y por ello, informa de inmediato de su apetencia, que escribe “con velas en los ojos”, alumbrando y quemándose, en esa doble dimensión de la luz, que le permite ver más allá tanto como la enceguece. Esta circularidad visionaria y flagelante toma plena consciencia en Seducción de los Venenos, libro que concluye con la paradoja antedicha: “Verse hasta donde acaba la visión del adentro”.

Seducción de los Venenos consta de tres secciones intituladas “Serpientes de Sal”, “Serpientes de Tierra” y “Serpientes de Agua”. Éstas manifiestan la dialéctica de tesis, antítesis y síntesis, respectivamente, pues oponen la operatividad del deseo en los mitos y leyendas preferentemente bíblicos de la primera sección, a la de la actualización experiencial de la ausencia amorosa en la segunda. El epígrafe de la última parte adelanta la síntesis que se da en presencia de lo anhelado, pues indica que “En el deseo, la carne se vuelve sal.” A la estatua de sal en que se convierte la esposa de Lot, se contrapone así la carne y su movimiento terrenal. Pero en el deseo, toda carne puede ser una estatua. Aquí establece Miranda sugerentes reflexiones respecto al movimiento, como contrapunto a las estatuas de sal y a la sal también entendida como sed. En “Ritual de la ausencia y sus sombras” redefine la pérdida: “Ahora sé que no volverá el movimiento / a los olores.” Los olores siguen allí, pero ya no se mueven, no cantan, no comunican más que su propio olor. Es la disminución de la pluralidad de los significados de una cosa, lo que hace que ésta comience a perderse. Miranda relativiza la permanencia al radicarla en el movimiento (lo que muta es lo real, diría Aristóteles) y con ello da cuenta de la innegable ausencia de una estatua y, más allá, de una representación cualquiera. Pues le basta el cuerpo para reunir todas las explicaciones, las pasiones, la Seducción de los Venenos que es pura inquietud: “Cuántos movimientos tiene el cuerpo / reflejados en el suelo”, luego “Abraza cualquier / música / en cualquier hombre” y, más adelante, “El amor tiene sus formas. // Imágenes de extraños movimientos.”

Este libro fluido y húmedo “en el éxtasis del líquido” sitúa a la primera persona como parte de unos impulsos, de una naturaleza, que la trascienden. Aunque el antecedente más directo puede encontrarse en la sensorialidad de Figueroa, es indudable la presencia del yo nerudiano, con su imaginería incluida. Así, el universo se contiene en la persona amada: “Agua hacerte y agrietarte / por las pieles. // Devorarme tus latidos y montañas.” El carácter escatológico, “muéstrale el deseo / a los que duermen”, inunda la obra. Reescribe los mitos de Adán y de Sansón, con la perspectiva de género que asigna a Eva y Dalila. A través de versos sencillos alcanza un carácter épico en la inmanencia del abandono de la mujer: “Dalila después de envolverse / los senos con tu pelo / clava el puñal en el centro / de la sangre. / Te envuelve con la sábana, / te corta a tijeretazos, / y huye / satisfecha, / tal vez, por la victoria / de ser ella quien abandona la cama.” En la segunda parte del mismo poema, la nueva heroína camina “cerrando los ojos / para evitar el temblor de los pilares.” Los momentos más logrados del conjunto, sin embargo, son generalmente aquellos en que la primera persona se escinde de la escena, cuando observa el deseo incontrolable desde el exterior. Así sucede, por ejemplo, en los dos últimos poemas: “Enmudezco en mi sábana / esperando a que el ojo / cese / tanto / como la memoria” en “Ritual de la muerte y su desvelo” y “Un ojo blanco para llenarlo de invenciones (…) / Y un centro tan redondo / para dar luz / al que se asome. // Un ojo en el cual verse en lo pequeño / repetidas / en el ojo que se tiene” en “En la calle de la sierpe”. En ese acto de vaciarse, el narrador omnisciente que refiere a las que hablaron en Seducción de los Venenos le da la profundidad necesaria a la carne que exudó en ellas.

La inevitabilidad del deseo es también la de la violencia en poemas como “María Magdalena”: “Espero a que lances la piedra / para cambiarme el color de las esquinas / en que tengo memoria / de otros golpes / en que tuve reflejos de lo rojo / y premoniciones de tu mano / en el aire girando.” Aparte de señalar cómo se perpetúan las ganas, lo que Miranda persigue es “retener cuanto se pueda / en los ojos” de esa cadena arrastrada por siglos. Porque ante la eternidad del pecado, y también de las imágenes a que recurre, quedan la búsqueda y la aprehensión de las fugacidades que lo provocan.

La tentación y la ausencia cruzan sus tres libros, uno de los cuales, Invocación al Shumpall, permanece inédito. Esa tentación que remite al demonio en la serpiente bíblica, es muy distinta a la ponderación de la serpiente en los pueblos originarios de Ámerica. Así los incas la consideraban sagrada y los aztecas la creían, en su versión emplumada, la fundadora de su cultura. Extrañamente los poetas más jóvenes que adscriben a la tradición mapuche, son los más apegados de la generación a las escrituras bíblicas en esta materia como en otras. Tanto César Cabello (Santiago, 1976) como la autora de Seducción de los Venenos construyen interesantes cantos, atemporales, a partir de los mitos fundacionales de occidente. El problema se les presenta cuando se persigue justificar su obra desde un canon presumiblemente distinto a éste. Miranda, sobre todo si se toma atención a los epígrafes, parece no hacerse problema con la tradición. Cita el Génesis, a Tirso de Molina, Miguel Hernández, Sergio Mansilla, Adriana Paredes Pinda y Doris Moromisato, en una saludable actitud de tomar todo lo que se tenga a mano para a la tierra ponerle “viento en el ombligo / y mar entre las piernas.” El conflicto intercultural se da fuera de su escritura, pues es curiosa la traducción de una primera edición a un idioma que la autora no entiende. Sobre todo si los pocos que leen mapudungun, saben leer también el castellano en que fue escrito. Para no llamar a equívocos, la versión traducida no debió preceder a la original en la diagramación, por justo que resulte dar visibilidad al habla extirpada, a lo que pudo haber sido.

Miranda “vierte / la sangre / en que se tiembla”, como un ángel levantado: “sólo en ti podía caer / ardida / y deslumbrada del infierno.” Se trata de una obra de sensualidad animal que se revuelca a ratos en el romanticismo: “Al medio del delfín me lanzo / y espero a que todo lo rojo / se me vuelva azul”. Pues así como remite a Margaret Atwood (“El ojo entra en el ojo / que penetra”) o Rainer Maria Rilke (“Frías mis serpientes / enrolladas adentro de mi cuerpo. // Silencio en que me crecen / y en que crezco”), también se reconoce a Mario Benedetti (“Ellas necesitan un ojo que las mire / para trizar ese color hasta el alma / y florecer en aguas”). Las serpientes de las grandes historias son las mismas de las microhistorias de la experiencia actual. En unas y en otras puede encontrarse la totalidad, así como en lo comido y lo bailado de Seducción de los Venenos.

 

 

 

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