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TRES ESCENARIOS PARA UNA BICHA

Por Enrique Winter
Revista Carcaj, enero de 2009.
http://www.carcaj.cl/?p=612)

Bicha de Federico Eisner (J. C. Sáez Editor, 2008), presenta tres escenarios para una farsa. En el primero la innombrable culebra se nombra. Se presenta desde la mutación, porque cambia todo cambia, y el mutismo, porque cabe agregar que calla todo calla. Eisner problematiza el silencio, expone sutilmente que en la omisión está el miedo a lo distinto, en un continente acostumbrado a diferenciar con demasiada claridad el nosotros del ellos. “Si tenté a las niñas fue / para recuperar el amor de sus hermanos” susurra la bicha, luego habla golpeado a esa segunda persona que puede ser el lector “Si escupes mis escamas enriqueces mi veneno”, para pronto confesar que “comencé de la mentira y ahora quiero / salirme de ella sin salir de mí”. Las lecturas posibles sobre quién es la bicha me parecen numerosas e inquietantes (“si de algo quise ser temida fue de no existir / como un pequeño que a propósito se pierde en la playa”), porque numerosas e inquietantes son las criaturas que crecen a la sombra, desde antes del bíblico pecado original. Una sombra que se evita, una palabra que se calla.

La bicha se nombra, porque nadie la nombra: es mala suerte. En primera persona, Eisner inaugura una diversidad de registros hábilmente sustentada en la alteración de vocablos, de la sintaxis y de la disposición de la palabra en el espacio, arrastrada por tradiciones como la chilena y la uruguaya, sobre todo la musical y, dentro de ésta, la folclórica. Sin embargo, basta citar sus citas (Aguaturbia, Pascal Quignard, Andrés Kalawski, Alejandra González Celis, Horacio Quiroga, Canciones para no Dormir la Siesta y Jorge Drexler) para notar que la conversación propuesta es honestamente actual y de barrio, Nicolás Guillén mediante. Esta coherencia oral y territorial cierra los escenarios de la tragedia. Subrayo que se trata de escenarios, no de escenas, ya que los treinta poemas operan como simulacro para otra acción que desconocemos y no como evidencia de la misma. Porque en Bicha no suceden cosas, se sienten, gracias a estos registros diversos, bajo el bálsamo de la escritura experiencial y sus inevitables confesiones, atenuadas sí respecto a Pequeño Compendio para un Amigo (Ediciones del Temple, 1997). Los actos de habla se confunden en una narratividad inquieta que converge argumentalmente en la turbación. Es tenso lo que sigue a esta polifonía, pues el autor sitúa sus recelos en las dicotomías éticas y estéticas. Así se presentan los inmigrantes y los deportados, así las bichas “buscando calor, trepan los postes de luz y tapan la ventilación de los condensadores, produciendo apagones que llaman snakeouts”. Pienso que los apagones culturales se parecen al silencio, y la bicha vuelve a cambiarse de bando. Luego ella misma advierte que “no se corrompe por partes esta bicha”, y es en serio.

En el segundo escenario, la culebra es nombrada, “y es que cuando escribo para ti hablo sobre mí”. Se propugna una torcida convivencia desde la necesidad de un antagonista, qué importa si real, para justificar la existencia propia. Como Batman: El Caballero de la Noche, como Durmiendo con el Enemigo, como Sexo de Los Prisioneros. Eisner desarrolla y aprieta la trágica seducción del mal, para recular entrañablemente: “No creas hermana / que maldigo esas tardes borrachas de soberbia / pero temo que un día / nos crucemos con tanta maravilla / que ya no seamos capaces de amarla”.

El tercer escenario se funde con la bicha personificada, con “la gabardina rasgada a la salida de una taberna”. Se suceden nuevas imágenes de infancia, porque Bicha es también un repliegue de la memoria, que altera las percepciones iniciales del bien y el mal. El escenario aparece ahora como autoconciencia y puede verse lo antes insinuado. El despecho y la soledad del escenario vacío, el despecho y la soledad del escenario lleno, que puede ser una ciudad que la bicha apretara “por los lados / la estrangulara / la hiciese una pelotita de cartón / y con ella en llamas hiciera malabares / en algún semáforo / en cualquier esquina del barrio”. Ahora es otra voz, “un voyeurista observado”, la que retruca a la bicha: “das media vuelta y balbuceas / algo que no se entiende”.

Representado por esos “mil niños durmiendo / con la luz prendida”, Eisner revisita sin culpa las imágenes de la pesadilla, la del sueño y la cotidiana, para luego expandir el imaginario de la carne. En él, los cuerpos parecieran navegables, pero sobre todo tendientes a un naufragio. Mención aparte merecen los títulos y epígrafes ubicados al pie de cada poema, que transforman en nuevos diálogos aquellos que normalmente son muros circunscritos. Bicha es un puñetazo eficaz, que deja a Eisner parado, saltando para las peleas que vienen.

 

 

 

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