Rascacielos
Enrique Winter, Proyecto Literal, Colección Limón Partido, México, 2008
Por Luis Riffo
Revista Invite de El Mercurio de Valparaíso, semana del 12 al 18 de diciembre de 2008.
Por una serie de azares, el poeta chileno Enrique Winter tuvo la oportunidad de publicar este libro en tierras mexicanas mientras realizaba un periplo que se convirtió en la materia prima de buena parte de sus poemas. Actual habitante de Valparaíso, Winter forma parte de una generación de poetas jóvenes que tiene una activa participación en diversos recitales y eventos literarios, entre los que se cuentan los recitales del 
bar Abasto y el restaurante La Playa, además de integrar el selecto grupo del Seminario de Reflexión Poética, denominación que con irónica solemnidad señala al ejercicio dialógico que se realiza en La Sebastiana bajo la batuta de Ismael Gavilán y Sergio Muñoz.
Rascacielos responde con propiedad a la famosa frase de Rimbaud que proclamaba el fin del solipsismo romántico: “yo es otro”. Una característica que si bien está contenida en las propuestas de toda la poesía contemporánea, en Winter alcanza cotas que hacen desaparecer la voz unipersonal del hablante lírico en favor de una polifonía que cede el escenario a un registro que se acerca a una crónica social instalada en los conflictos de la marginalidad social.
Los problemas familiares derivados de la pobreza, la violencia doméstica y la exclusión se sitúan en diversos espacios urbanos de Latinoamérica y se expresan mediante el recurso de la encarnar esas realidades en nombres propios que se repiten a lo largo del libro, como señales de una circunstancia que, lejos de ser un lugar común del discurso de denuncia política, se leen como un testimonio documental que traza la complejidad de las relaciones humanas en medio de la precariedad.
Se trata de una poesía que renuncia conscientemente a ser sólo exteriorización de los sentimientos del poeta, para convertirse en soporte expresivo de una otredad que necesita con mayor urgencia de un espacio en el que se despliegue su voz desplazada, a menudo objeto de la prensa sensacionalista. Un ejemplo: “Hace justo un año fui testigo contra mi marido por abusos sexuales de otra. / Desde entonces Carabineros ronda por mi casa / pues su hermana juró vengarse. Él está preso / y así esposado viene a la audiencia de divorcio. / Los niños querían acompañarme para verlo, porque lo aman tanto como yo”. La escritura se sitúa con una objetividad sin eufemismos entre la brutalidad de los hechos y los giros dramáticos que producen los sentimientos incongruentes (humanos, demasiado humanos) de los personajes que relatan sus miserias cotidianas.
Sin embargo, creo que las fortalezas de este libro están en algunos poemas que regresan al tono personal, pero que son consecuentes con la propuesta descrita. Breves textos como “Mantra” (“Con la heridas de los dedos pinto / unos cuadros que compran a buen precio / quienes me las hicieron”) y “Vanguardia” (“Los jóvenes poetas. Peligrosos / como artes marciales milenarias / en el gimnasio del burgués”) tienen una eficacia poética que logra sintetizar cierto desasosiego por la complicidad que la poesía tiene con los poderes dominantes.
Notables también son sus poemas visuales y la potencia de ciertos textos que sobresalen por su capacidad de expresar instantes de epifanía de modo semejante a un haikú: “Por esta lluvia / quisiera estar aquí / ahora mismo”. Destaco, asimismo, el poema “Twine” y su descripción de un gesto fetichista mínimo que concentra las pulsiones eróticas y destructivas del deseo.
