NE BIS IN IDEM de Valeria Tentoni
Enrique Winter
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“No dos veces por lo mismo” es una versión castellana para este título. Se trata de un principio del derecho, de acuerdo al cual una persona no puede ser enjuiciada en más de una ocasión por un mismo hecho. Parece lógico impedir una persecución de por vida por deudas ya pagadas, pero instalar esta defensa como de sentido común ha constituido un lento proceso legal, iniciado por los romanos y explicitado recién hace dieciséis años en la Constitución Nacional argentina. “El poema / sólo puede ser uno” escribe Valeria Tentoni, porque sabe que todo poema es una sentencia y una pena, tras la cual “El resto será infamia / o demagogia.”
Ne Bis In Idem es un conjunto de cincuenta y tres poemas. El cincuenta y tres es casi el único número, y me atrevo a decir que el primero (ya que los siguientes son sus múltiplos) cuya representación decimal es el reverso de su representación hexadecimal. No sé bien qué significa este inquietante juego de espejos y no los reflejaría si la autora no despachara versos como los siguientes: “Pi por radio al cuadrado / en donde la circunferencia ocupa, como los rayos / de una bicicleta de infante / el vértice invisible / del cráneo. // Entonces, si por índice tenemos el diámetro / transverso / el diámetro longitudinal / la mandíbula tosca, los pómulos prominentes, / la distancia entre los ojos / la / mano que da de comer”. Todo es cancha, ring, para estos poemas cruzados por un golpe seco al mentón (repita conmigo, “el poema / sólo puede ser uno”): el del derecho.
Más que la enunciación de los numerosos escritores que han sido abogados y viceversa, hecho público y notorio, por lo que no requiere prueba ni prólogo; interesa la relación, siquiera somera, entre la literatura y el derecho (con minúscula como todas las derechas). El mínimo común múltiplo es la palabra, pues de ella se estructura el conjunto de normas que constituye materialmente al derecho. Hagamos entonces el juego infantil, Ne Bis In Idem está lleno de ellos, de encontrar las siete diferencias entre los dibujos, divertimento que servía para aguzar el ojo y prestarle atención a los grises detalles de una vida gris, cuya belleza no sería televisada, por lo que urge recuperarla en libros como éste. El derecho es coercitivo (sirve para forzar la voluntad o la conducta), mientras la literatura es ¡sólo! persuasiva. Así podemos distinguir el lenguaje del poder, el del derecho, del poder del lenguaje. Y esto es una gambeta de relevantes efectos. El derecho es racional, en tanto la literatura es más bien emocional. El derecho es colectivo y como tal, público, en tanto que la literatura es una experiencia individual. Llevo apenas tres de las diferencias más tradicionales, y ya me parecen falseables. Porque la aplicación del derecho, del juez que dicta sentencia, es pura persuasión: nos convence de acatar la decisión como verdad. Pero nunca se ha planteado como tal: el juez decide “más allá de toda duda razonable” y no “lo verdadero”, tal como con la aspirina nos deja de doler la cabeza, pero no podemos asegurar que sea ella quien nos quite ese dolor. En Ne Bis In Idem tampoco importa mucho la verdad, que está sobrevalorada, sino la verosimilitud con que se superponen las visiones de la autora con las que creemos reales. De paso, el juez convence al gendarme de llevarse al imputado, a los familiares de no sacarlo en libertad a tiros, y a la sociedad de que se ha hecho justicia. La percepción sería muy distinta si se conocieran las cárceles; León Tolstoi llamaba a los carnívoros a conocer los mataderos. “Yo vi el cemento. Las celdas. // ¿Vio eso, usted, señor Lombroso?” desafía Tentoni al positivista criminológico que creía que el delito era una consecuencia genética. Respecto a la segunda diferencia, cuesta imaginarse que los humanos puedan salir de su casa alguna vez, dejando las emociones colgadas en el armario. Aunque concuerdo, un cuarto de milenio más tarde, con Cesare Beccaria en que “Las leyes son las condiciones con que los hombres aislados e independientes se unieron en sociedad, cansados de vivir en un continuo estado de guerra, y de gozar una libertad que les era inútil en la incertidumbre de conservarla”, es evidente que esa decisión racional es pura emoción: personas a las que no les gusta que las jodan. Además para el derecho y para la autora, las pasiones son una atenuante: “Las manos son ‘topudas, gruesas y cortas’. // Y se las daba enteras, se las hubiera cortado / y se las hubiera / dejado en la ventana por flores amarillas.” Frente a la tercera diferencia, los escritores deben rebelarse y marchar con pancartas: porque la literatura no es una experiencia individual, por más que el lenguaje del poder allí la remita. De guaripola, Valeria Tentoni: “Los representantes de mí misma, declaramos con absoluto abuso de nuestra libertad, a la intemperie como fin más alto y excelso, y a éste disponemos nuestras armas, cofradías e inciensos, / artillerías, banderolas y martingalas. // Y todo lo que se tenga a mano.”
El Movimiento de Derecho y Literatura (sí, sí existe), distingue dos objetos de estudio: el derecho en la literatura y el derecho como literatura. En el primero se incluye la literatura sobre temas legales, como Crimen y Castigo de Fedor Dostoievski, El Proceso de Franz Kafka y El Extranjero de Albert Camus, y el derecho sobre literatura, así las leyes sobre difamación, obscenidad o derecho de autor. En el derecho como literatura, en tanto, encontramos el estudio de la retórica en la escritura legal y la aplicación de la teoría literaria al derecho. Evidentemente Ne Bis In Idem es literatura sobre temas legales, pero también opera como estudio de la retórica legalista, por medio del permanente entredicho en que la coloca: “Presuponen, potabilizan la maniobra / purgándola de sombras” (¿no hacen acaso lo mismo los análisis literarios?), “con la norma, se dislocan las cavilaciones”, “el primer fonema se parece / demasiado / a un balido”, etcétera. Ésta y otras tantas clasificaciones se ven ridículas en el delirio de imágenes de Tentoni: “nombres que he / plegado, como banderas yertas”, “No se soporta el calor, hay / un incendio en la guantera. / La calle silba su aliento de epígrafe / tiene / los linces a salvo, la noche”, “María habla del hijo preso con la boca / como una cortina plástica”, “debajo de los botones mordiendo los ojales / como bocas de hijos famélicos / sobre pezones de madre loba”. Con todo, Kenji Yoshino, a partir de David Cole, expone que el pasado se manifiesta como un prólogo en la literatura, la ansiedad de influencia de Harold Bloom que lleva a los poetas a propósito a malas lecturas de sus padres, y como un precedente en el derecho. Un yugo que romper, a la larga.
Ne Bis In Idem se divide en cuatro secciones. La primera de ellas toma casi medio libro y con su sola ubicación geográfica vuelve garantista la exposición, pues los primeros y los que más hablan son los victimarios. Posición que rápidamente queda en tela de juicio. El apartado en cuestión se denomina Temibilitá, que es un concepto de Rafael Garófalo, traducible como peligrosidad y como la propensión constante a la acción violenta o a la maldad de determinadas personas. La responsabilidad penal estaría justificada por ellos y no por un libre acuerdo, como el citado de Beccaria. Esta visión opuesta a la empatía propia de la poesía y de disciplinas como la antropología, consistentes en ser el otro, se traspone una y otra vez por medio de los alegatos que Tentoni diseca y pega. El derecho también debe ser el otro, porque el lado del estrado que a uno le toque es contingente. Víctima y victimario son, idealmente, estados pasajeros. Ne Bis In Idem da la razón a Martha Nussbaum, en cuanto a que los jueces podrán ponerse en el lugar del otro en la medida que lean literatura, porque es allí donde se comprende a los demás humanos en su complejidad emotiva. Éste es uno de los efectos de la considerable galería de personajes expuesta en la primera sección, que actualiza la moledora de carne del sistema, en una boca más que alimentar (“La cantidad / es un dardo exacto” y el niño todavía cree en los Reyes Magos “porque ignora”) o en un mameluco refractario (“Para que parezca que si nos pisan, hicieron algo menos por que suceda. // No algo más, / dije: algo menos”), por ejemplo. Personajes que a la larga se difuminan, dejando la sola tensión entre ellos, que es lo que nos interesa. La dialéctica y no las tesis, el movimiento y no la figura, el verbo y no el sustantivo.
“No se presumen sino hechos”, pero la ley se presume conocida por todos, si no sería imposible juzgar ante la excusa de la ignorancia, ante la cavilación desde la cual se escribe poesía: un lenguaje fragmentado que reproduce la fuerza de las impresiones incluso cuando se trata de ideas, tomando la distinción de David Hume. “Con esto tenemos suficiente. // La idea sobre la cosa /, la savia” ironiza Tentoni. Se sabe que el lenguaje construye realidad, “Decir: ‘habían sido ellos’ / supone un acto anterior. // En la lógica del pretérito pluscuamperfecto / se cifra / el prejuzgamiento fáctico.” Se pregunta “¿Quién pudo / quién / darle nombre a la bestia?” y a uno le tienta pensar que con nombrarla se le dio existencia como distinta de uno, que es oveja. La autora trabaja con la imagen del sonido, revolviendo significados y significantes con la representación del habla: “viene / hecha un papel glasé, / pareciera / que un diptongo le llevó / las consonantes.” y “Lombroso / era un hombre / de hipérboles.” Subraya que “el deber ser / es un decreto del que las cosas se exilian / con el movimiento”, problematizando la norma en su aplicación práctica, la poesía en su representación de lo humano. En sus momentos más altos, inventa un lenguaje, amoldando giros idiomáticos ajenos hasta hacerlos propios, dislocando el verso, por medio de quiebres como de sesiones de jazz.
La sociedad de consumo instiga al crimen (a las vedettes “Parece que nada pudiera / dolerles jamás”) y sus tentaciones a la tentativa del delito, ambos manejados con suspenso en los testimonios de Ne Bis In Idem. Ya la cita de Juan Filloy que abre el libro nos remite a una característica poco observada del derecho penal, cual es el contraste entre la brutalidad del objeto que estudia y el refinamiento doctrinal con que lo absorbe. Esta respuesta general cumple la función política de reducir las arbitrariedades que se cometerían actuando bajo la emoción de cada caso. Temibilitá se mueve en ese espacio arbitrario, en que la igualdad, la seguridad y el control argumentativo ceden ante lo “humano, demasiado humano” y la aparente esperanza: “Quedate mientras afuera todo se despeja, como después de la lluvia todo / se va evaporando, sube así, como esta boca / y viene la intemperie, viene el celeste / furioso / y vacío.” A diferencia de las demás disciplinas legales, el derecho penal es escéptico, duda si sería mejor el mundo sin él, pues coarta precisamente aquello para lo cual el Estado sigue allí: la libertad. En todo momento parecieran cometerse crímenes y la cámara de Tentoni está siempre en otros lugares del mismo evento: no en el auto, sino en “la estela del amarillo” que deja. Su afán escritural no es otro que el del arte rupestre de los primeros habitantes del planeta: asir lo fugaz, dejar constancia de los hechos y de la diferencia. Ella no está en el camino, sino al lado de éste, desde donde la perspectiva del ojo se refleja en la del pensamiento. Trabaja sobre la inmanencia, atenta al rastro sobre el que se investiga (y también se escribe) en poemas como Tara. La cámara tampoco está en la cárcel, sino en la familia que brinda a la salud del preso en las regadas fiestas, donde “las mujeres se pliegan como hilos de lana / se ponen la pollera más corta que encuentran, y se prestan / los vestidos. La piel / es un lujo imperfecto, y todas guardan / los moretones bajo el polvo compacto, antes / de bajar al centro.” No sigue a la bala, sino que resitúa el disparo: “El tiro / releva / la mano del hombre / como en una posta”.
De pronto, se aparece la presidenta con “los dientes brillantes como marfiles: / uno podría tocar completa / la Marcha Turca en esos dientes.” Esos intervalos lúcidos y lúdicos, conversacionales, tienen que ver con cómo afrontan nuestras culturas la opresión del poder. Al final nos da risa y no queda otra, no olvidemos a Rainer Maria Rilke y su “resistir lo es todo”, “como si se estuviese / muriendo y todavía tuviese / algo que decir”. En esos versos termina Oíd Mortales que comenzó en la boca de la presidenta, la cual es una excusa para presentarnos un personaje mucho más conmovedor, otra vieja aferrada a la música de su organito de plástico, sin pilas para reemplazar las que se están acabando en el presente continuo del poema. Pequeñas narraciones que rellenan, con crueldad y ternura, los espacios sin focos de la sociedad. Contadas por quien delinque, nos parecen entendibles y cercanas, como si la autora nos regalara ojos para ver claramente en las penumbras. Entonces se vuelve difícil distinguir, por ejemplo, cuando una relación sexual es efectivamente consentida, porque mientras más se ve, menos contundentes son nuestras opiniones. Mientras más gamas de grises reconozcamos, menos cosas nos parecen blancas o negras. “Aquí la luz es un favor. Un lujo / reservado para quienes tengan con qué / afrontar el trueque” advierte Tentoni. Su manera de contar es sensual, como se vive, y entremezcla lenguajes técnicos que resignifican las experiencias expuestas al sol. Son definiciones de diccionario que en la realidad representada cumplen justamente con interpretar la infinidad de hechos únicos bajo ciertos parámetros comunes. “Pero hay una mancha de humedad / en la pared que tiene / la forma de los ojos de Magdalena. // Y nadie puede sacarme eso”, plantea inquieta, haciendo hincapié en esa unidad aristotélica. Ésta y otras apariciones se vinculan al desamor que merodea la mayoría de los crímenes y de los poemas.
El imaginario propuesto es inabordable y avanza en más de una ocasión hacia la pérdida del sentido, que es otra norma opresora. El lenguaje espejea permanentemente con las filigranas de Tentoni, que llama a entender las cosas más allá de ellas y más acá del entendimiento. El logro es que podamos ver la escena carcelaria de nuevo, después de poemas como Ferocidad, y que sea otra. “Contra el meridiano / nos atamos las remeras a la cabeza. / Parecemos / arabescos móviles. // La pelota es una continuidad, en los pases / se van dibujando líneas invisibles.” Si el ejercicio de la comparación es hacer conocido lo desconocido, acá se pervierte: pues lo que creíamos conocer (el espontáneo fútbol de los presos) es en realidad otra cosa. En el delirio estamos llamados a reconstruir los significados para que nos vuelvan a parecer familiares. Así, Batalla Sonora, que cierra la sección, estremece, pues explota la acumulación de material previo, abrazado a André Breton, para quien “La belleza será convulsiva o no será.”
En apenas cuatro poemas, Estrados, la segunda sección, se pasea por los tribunales, las oficinas legales, las escuelas de derecho y la prensa. A vuelo de pájaro merodeamos la parte de la justicia que se dedica a amoldarla, sin ser parte directamente involucrada en los conflictos. Junto a las irónicas casualidades expuestas, el paso del tiempo se vuelve inapelable. Sobre todo al tratarse de quienes, por dedicarse a la justicia, jamás tienen tiempo. Los estudiantes “no almuerzan” y las secretarias “llevan / las últimas curvas que / restan / antes del horizonte.” Aunque la actividad consista en sólo juntar papeles, esta labor tomará la vida entera. Quien entre a cualquier oficina relacionada con el derecho no saldrá jamás, pues opera afuera la prescripción de lo que muchos han de llamar vida. La escuela de derecho, cinco años y un día (Tentoni habla de siete), mientras otros bebían el vino de los pechos. Han engordado ya mis compañeras. El traje de dos piezas no les baila. Ni bailan ellas, pese a sus ojeras. A mayor abundamiento de sensaciones afines, recuerdo aquí al poeta y abogado Rubén Jacob “Los notarios conservadores archiveros / Actuarios receptores procuradores del número / Usías ilustrísimas y demás funcionarios auxiliares / De la administración de justicia (…) ¿Es que advendrá una vida distinta / Idas las lluvias invernales? / ¿O es que deberé elegir / Entre la tristeza y la nada? (…) Todo está prescrito / Por el transcurso del tiempo / Una vez más no ha lugar / En todas las instancias hemos perdido / Todo está ejecutoriado / Todo está prescrito.”
Turba cómo esta sección pone de manifiesto que es otro el lenguaje para el mismo acto, otra la aceptación legal, otra la pena, “las secretarias / se dejan hacer el amor”, cuando no se trata del que tiene la anatomía de un delincuente. A todos los letrados se les trata de doctor, sin las distinciones de mérito que se hacen entre los victimarios. Así, Tentoni nos adentra en las muchas realidades presentes en un mismo hecho. La cita que abre la tercera sección, Actio (dimensión del discurso que se ocupa de la declamación en su nexo entre voz, gestos y contenido, pero también el nombre con el que se conoce al derecho de acudir a la justicia para reclamar una pretensión) es precisa en el respeto que pide Raskolnikov por estar en la misma comisaría que se le da de argumento para callarlo violentamente. A propósito del título, el derecho, como toda disciplina humana, está lleno de lugares comunes y contra estas frases hechas, casi siempre en latín, corre el antídoto de la poesía de Tentoni. La ironía del título en el mismo latín de a minori ad maius, a priori, ad hoc, tribunal ad quem, affectio societatis y animus, sólo por quedarnos en la letra a, nos recuerda el descabellado deseo de las personas de diferenciarse por medio de detalles inútiles. El esnobismo, que luego se deslava en que todos sean doctores, lleven trajes, compren autos y compartan los mismos barrios. Son más distintos desnudos que a través de sus elecciones.
En Actio se define un espacio, la Escuela de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, pero bien podría ser cualquier otra de las públicas de nuestro continente. En cada (había tipeado “casa” por error y creo que calza en este caso) una de ellas, se sienten la República apoyada en la espalda (“La autoridad / es / una escalera caracol”) y los mitos urbanos reproducidos como láminas pornográficas. “Nos adentramos en las sombras / por su costado, como quien / empieza a trozar un animal / por sus costillas” y vemos “La mañana abriéndose como el estómago / del caballo de Troya.” Dos recuerdos literarios: Siberia de Roberto Contreras, un poemario completo sobre el sinsentido de esa negación del territorio que es el campus de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, su carga política de un mundo más propio del destierro, y por el poema Crimina de Tentoni aquel que denominaré Huacho Menares del también poeta y abogado Bruno Vidal. En el de este último es el oligárquico párroco castrense el que manifiesta el orgullo de contar con el huérfano en el ejército, como acá es el ex reo el que jura de abogado. Sueños republicanos y ese olorcillo a farsa, gracias a la alta dramaturgia en las voces de otros. Éstas se cuelan nuevamente en los poemas titulados Práctica Forense, que en apariencia nos hablaban de estudio. Antropologías. En una época de miles de libros que los poetas escriben en tercera persona sobre sí mismos, celebro este conjunto escrito en primera persona sobre los demás. Y con una sonrisa dibujada en lo cotidiano, “una victoria / de la que nadie supo / prevenirnos.” Un libro de poesía contemporánea que haga bien.
Mojado hasta el oído medio con la experiencia de Deber Ser, la última sección, uno entiende que venía chapoteando en ella, sobre todo desde Actio. Ésta se va desprendiendo de las perspectivas, hacia la biografía como representación. Repito el festejo de Breton en Nadja al Huysmans de En Rada y de Allá, por mi parte a la Tentoni del final de Ne Bis In Idem, por escribir de sí misma con toda la intensidad que un personaje podría robarle. A la larga siempre se escribe sobre uno mismo, me podrían retrucar Breton o usted, pero a mí las otras voces que penan en esta casa antigua me convencieron y la autora, cuando aparece como quien habla, me parece nueva. “Uno puede / sí, imaginar: / pero nada sabe caer sobre el cuerpo / con más gracia que la experiencia” nos confiesa. “La norma fundante / soy yo. / El deber ser / o el ser. / Esa es la cuestión.” Con el desasosiego propio del crecimiento, que empieza a cargar realidades suficientes para encorvarse, la obra se revela como la autora como obra. Y aún entregando nuevos guiños, como aquél de Delito de Peligro Abstracto al siglo de oro español, definiendo un enunciado por vía de un poema.
La familia le puso el apodo a uno de los presidiarios, y ahora reaparece en la madre que suelta los expedientes para abrazar a sus hijas, que se pone contenta con que una de ellas tire sin querer su título de la pared. En ella toma cuerpo el último de los Mandamientos del Abogado de Eduardo J. Couture, que recomienda “considerar la abogacía de tal manera, que el día en que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti, proponerle que sea abogado.” Lo inesperado hoy es recuperar la ternura, lo que sucede con el poema siguiente, Papá, y con el autorretrato de la autora (“Ni menos cobarde / que una hormiga” chapulinescamente), como si recorriéramos el pasillo de su casa y reparáramos, de una en una, en las fotografías familiares. Tal vez éste no sea el lugar, pero ¿cuál otro podría serlo? para contarles que casi lloré con el poema Estación. Se lo leí luego en voz alta a la cantautora de la oficina, única audiencia mañanera y madre, y sí que lloró un poquito. La poesía está delante de nosotros a diario, tan cerca que se ve borrosa, si no es con lentes como los de Tentoni, que nos enfocan de vuelta al amor filial. Pregunta “¿(…) cuántos hombres / caben / en un solo padre?”, le respondo que al menos todos los nuestros, que la leemos como si fuera uno mismo. La poesía como la universalización de la experiencia particular.
Qué otro fin de vida que los demás seres humanos. Retratado ya el amor filial, la autora nos sube al amor fraterno en “un viaje al que nos acercamos / alejándonos / de las dos mujeres que se enfrentaban / desconociéndose / en las escalinatas, por vez primera” y finalmente al erótico, apareciendo la pareja casi como posdata de Ne Bis In Idem. Algo nada menor si consideramos la consulta que le hace previamente a Filloy: “Y si amó a una mujer alguna vez, digo / si amó verdaderamente a una mujer, / alguna vez; / ¿Empezó por decirle / que era escritor / o que era jurista?” Es conmovedora la duda de si desde el amor a la justicia y a la poesía, puede amarse a una realidad concreta. ¿Por qué uno llora con la película Huracán, en que al boxeador Carter lo juzgan por un crimen que no cometió, y no con las penurias amorosas propias? ¿Qué tiene de anestesiante la sed de justicia? ¿Y el acto compulsivo de escribir? El derecho y la poesía se nutren igualmente de la realidad, su fuerza radica en cuánto representen lo que las personas desean de ella. Pero cuesta mezclarse con el objeto de estudio.
Sin angustia por la página en blanco, Tentoni escribe por impulsos, el mundo la provoca y llena sus ojos abiertos. Ne Bis In Idem viene desde tan afuera como la crónica policial de un periódico hacia el adentro de la familia, núcleo fundamental de la sociedad según el risible derecho. Pero siempre con los pies en la intemperie y no en la loca carrera por los logros. Habría que juntar todas las copas del colegio bajo la buganvilia. De mantel los diplomas posteriores. A ver si aguantan la primera lluvia.
Valparaíso-Santiago-Iquique, septiembre de 2010