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"Un gato negro durmiendo en lo inesperado" (Literal, México, 2013) de Otoniel Guevara

Prólogo

Enrique Winter

 

 

 



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Hace veintitrés años y casi tantos libros, Otoniel Guevara escribió Un gato negro durmiendo en lo inesperado. El poeta tenía entonces la mitad de la edad que tiene hoy y El Salvador cumplía una década de guerra popular, con casi cien mil bajas, cuya paz vino a firmarse recién en 1992. Guevaramilitaba en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, por lo que este conjunto, que por primera vez se presenta íntegro y no bajo el desmembramiento propio de los cuerpos en el campo de batalla, fue literalmente escrito en él. Ahora que al fin ha juntado los poemas resuena la pregunta de Juan Gelman, “y los pedacitos de los compañeros/ ¿alguna vez se juntarán?”.

Cuando a Gonzalo Rojas le reeditaron los excesos de su primer libro, La miseria del hombre, no pudo resistir la tentación de reescribir su propia historia, por lo que agregó tres poemas muy posteriores, lúdicos y medidos, que se sumaron a la promoción del adolescente Cuaderno secreto, cuya existencia ni siquiera se ha comprobado. Quería Rojas que reconociéramos la consistencia de su entrañable aliento antes que el largo y errático camino por el que arribó a él. Quería que lo asociáramos con lo divino más que con lo humano y estaba en su derecho. Guevara tiene el mérito de revelar un conjunto que provoca exactamente lo contrario. En vez de redondear los mecanismos de su poética, con esta publicación viene a abrirla hacia experimentos formales que no retomaría en sus libros siguientes, hacia opacidades que abandonaría prontamente a favor de una mayor comunicabilidad. Un gato negro durmiendo en lo inesperado ventila sábanas de otras camas y, sin embargo, el olor que levanta nos parece una nueva capa que, acaso más aromática, no hace sino recordarnos la cama conocida. En vez de cerrar un círculo, con este libro Guevara amplía la línea, y con ello lo que en su cámara parecía fuera de campo se reduce. Éste es un acto de honestidad brutal, que es lo que uno espera de alguien que puso su vida contra los fraudes electorales de los militares y la sigue poniendo para las reformas sociales pendientes.

Un gato negro durmiendo en lo inesperado está formado por seis secciones de seis poemas cada una, que nos remiten a esa imperfección bíblica que asocia la cifra con el demonio. Las primeras cinco secciones se titulan con nombres de mujer y la última también, aunque sea para referirse a una espada, Excalibur. Nombres cercanos como María Fernanda se igualan a legendarios como Krupskaya, la esposa de Lenin, en una equiparación de la historia con mayúscula respecto de la con minúscula en que se la lucha, aparte de un acto de justicia en la poesía latinoamericana reciente, habida existencia del libro InessaArmand (2003), supuesta amante del mismo Lenin, de Cristián Gómez. Ambas destacadas intelectuales y militantes comunistas, por cierto. Las secciones agrupan estilísticamente los poemas, radicalizando un barroquismo casi inédito en Guevara en la primera y de poesía visual y preguntas retóricas en la segunda. La escalada amatoria y política, que son las dos hebras principales de su obra, en las secciones siguientes lo lleva hasta la imposibilidad de decirlas en el poema final, y da cuenta de un libro de versos que bien puede leerse como una novela.

¿Y en qué es lo que amplía el campo de la poesía ya publicada por el autor? En mucho, comenzando por el lenguaje mismo y fuera de sus fronteras, con el uso extensivo de neologismos. Lo que luego serán excepciones, aquí son la regla y un placer: papieles, palpitambor, lubricideztangoamorosa, gritanias, dobleoscuro, entumulta, afílicatumbósfera, moribundaré, translluviado, tramafar, oceánido ycursilocuente, por nombrar los primeros. Sobre todo para verbalizar los sustantivos, como en los idiomas germánicos, licencia más limitada en el castellano: palabriso, aprincesar, volancinan, arrecifan, kamasutrar yapoema, por ejemplo. Guevara los hornea lentamente hasta que podemos tragar el cocido de “El cuento de los amantes que nueran amantes sino lo que su santidá perdone” que cierra la cuarta sección, entregados a un lenguaje ajeno en tanto más propio del emisor. Uno que nos respira a través de muros de cartón, uno de quien queremos saber qué le pasa, de puro chusmas, de la pura empatía y conmoción que construye su poesía vivencial.

El lenguaje expande la pretensión mimética de la mayoría de sus libros, rumbo a cierta escisión de significante y significado, volviéndose espeso y líquido, características propias del flujo del deseo. Desde las oropéndolas de Darío a la acumulación en movimiento de Lezama, Un gato negro durmiendo en lo inesperado es tal vez el más centroamericano y caribeño de sus intentos. En el país más denso de América continental, en lo que a población se refiere, Guevara escribe el propio, en cuanto a imágenes, pues el autor se engolosina con sonidos que recargan la sucesión de éstas. Y varias son notables, “porque un perro rabioso se bebió el rumor del agua”. La vida como juego, una de sus marcas registradas, pasa a replicarse en el campo del lenguaje, generando también en él la sonrisa dubitativa a que nos tiene acostumbrados.

En este libro abunda la metaliteratura que Guevara suele rehuir: “te voy dejando agudos pedernales/ sembrados entre comas”, “Tanta ‘te’ y tanta ‘ge’ te generan gateos”, “Te acaricio despacio/ [esta pausa debe durar unos minutos]”, “Ahora se me localiza en la ‘A’ como Amiba amorosa/ En la “Z” como esquiZofrenia sin freno/ En la “G” como Gatoniel y Giropéndola”, “* poema inconcluso” y “.este poema empieza por el final,/ por eso ves ese punto al inicio, Krupskaya”. Establece así una nueva realidad, y sus referentes biográficos quedan mediados por capas de lenguas lamiendo los mismos cuerpos, sin exponerlos tanto al sol. De este modo son otros ahora, más difusos y cálidos como si Chuang Tzu fuera la mariposa que sueña que es persona, y no viceversa. Con el agregado de estos planos, Guevara le permite a su obra esa respiración a ambos lados del sueño imposible del chino. Pero buena parte de este humo se disipa a medida que se avanza en Un gato negro durmiendo en lo inesperado, reencontrándonos con su reconocible voz cotidiana, como si nosotros fuéramos el gato dormido.

La poesía de Otoniel Guevara es política y denuncia siempre el estado del arte en los conflictos sociales. Este libro lo confirma con garbo, “También en el infierno crece la belleza/ y se fractura un peroné la lluvia./ Vivo en la capital de las reconstrucciones”. Interpela a la amada, pero bien puede espejeársele luego de la guerra a su propia condición de testigo poético, a su escritura de “muñeca que juega/ con sus ojos rotos”. A la derrota y la rabia, evidentes en Canción enferma (2009) y que en este libro aún no suceden ni se atisban. ¿Cómo se escribe en tiempo presente la guerra, escritas ya las dos mundiales? ¿Qué vanguardia puede dar cuenta de ella hoy, cuando no hay conflictos armados allí dónde se reconocen las vanguardias?

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Fines de 2004, casa de Malú Urriola, en Ñuñoa, Santiago de Chile. Invitado por Elvira Hernández, asisto junto a los también poetas Hernán Miranda y Ernesto González Barnert al primer encuentro con Otoniel Guevara. Hablamos de violencia y gobiernos, de libertades sexuales de las mujeres de clase media y baja en la época de la colonia. “Siempre lo han pasado mejor”, comenta Otoniel, entre risas, las mismas con las que cuenta el dolor de las mañanas en que recorría las playas salvadoreñas durante la guerra, en busca de los cuerpos muertos de los compañeros. En el bus a casa apunto “Arreboles en Quezaltepeque”: Llevo el mareo de escolar que espera a su rival del callejón/ o del que cuenta con los dedos las décimas de nota que le faltan// los mismos dedos que en las sábanas deshechas buscan ese cuerpo ido/ como si el blanco fueran teclas de un piano que resiste// la ducha helada antes del trabajo/ cruzando en camioneta por la arena// donde yacen los muertos del partido/ recostados y hermosos en su caos// como el naranjo de la tarde pintado por las fábricas/ el morado del pómulo escolar y los pañuelos de la despedida// que se enarbolan cual bandera: ser silla firme y mesa/ un comedor de multitienda dándose forma con las manos.

La poesía de Otoniel produce más imágenes, como la música de The Velvet Underground genera más rock.Callegírico como el primero y su inolvidable poema homónimo que aparece en No apto para turistas (2004, “de que el tiempo sea una calle pedregosa/ y que vos seás la puerta a su costado”), recorro Centroamérica a pie meses después, varando donde respondieran a sus argumentos (“como todo poeta que serespete, anda cagado de pisto, así que por favor,háganmele un espacio por ahicito, que no es mala genteel broder. Además casi no ocupa espacio”) y peticiones (“alojamientos, canastasalimenticias, preservativos en buen estado y cosillaspor el estilo, digo yo que, así, cristianamente, dios se los va a sonreír”). Otoniel en tanto Virgilio.

No sé más de él hasta que Jocelyn Pantoja, editora de este libro, me manda una fotografía de ellos en 2008. Aunque luego lo releo en las antologías latinoamericanas El decir y el vértigo y Cuerpo plural; Gema Santamaría planea una fallida reunión en Nueva York,y la misma Jocelyn me pide este prólogo, hace ocho años que no intercambiamos una palabra. Lo que Otoniel dice lo dice en sus poemas. Donde calla es donde los crea. Cuando le comento a Ezequiel Zaidenwerg sobre este prólogo, lo describo. Él me responde “parece un personaje de Bolaño”. “Sí”, le contesto, y me río. El río es una imagen central en la poesía de Otoniel Guevara.

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Los dos principales cauces de su obra, como merodeé, son la política y el amor, que manan a su vez de dos corrientes literarias, cuestionadas y resucitadas en cada generación. La primera es el exteriorismo, cuyo principal exponente, Ernesto Cardenal describe como “la poesía creada con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva: narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos. En fin, es la poesía impura”. Roque Dalton compartió varios de estos preceptos, e hizo de su poesía un arma de lucha, como antes José Martí. En libros como Tanto (1996), Guevara reconoce la mayor influencia de estos autores, aun en los mecanismos formales del poema, con cierres de doble fondo, a la manera de los cuentos de Poe y Cortázar; y sobre todo, en la vinculación entre el deseo y la revolución. Nombro al argentino, porque a él lo liga un intenso vitalismo, la segunda corriente. Es la experiencia sensible lo que nutreel poema antes que la abstracción reflexiva. En la poesía de Guevara, y Un gato negro durmiendo en lo inesperadodista de ser una excepción, las paradojas de la carne y del movimiento equivalen a la defensa de Rilke, donde “Resistir lo es todo”. Como en Dante, la resistencia del autores el canto a su Beatriz, “Todo fue andar perdido antes de ti:/ mi niñez de carretas y abuelita/ mi sordera de herradura olvidada/ mi afición por las hembras y sus ramas”. La certeza amatoria es entonces hija de la incertidumbre de la represión, así “Cuando en El Salvador son las 10 de la nochey en otra parte hay libertad”: “Amor mío me voy/ la noche se entrega a los lobos/ y si no logro llegar a casa/ me encontrarás/ entre los escombros/ de la madrugada”.

Las urgencias de la circunstancias enunciadas conllevan una pretensión de que lo nombrado sea lo que es, y no una referencia apenas de la realidad, de modo de ser entendidas de inmediato y grabadas en la memoria. Como adelanté, esta pretensión es sometida a tensión en Un gato negro durmiendo en lo inesperado, a lo menos en la primera sección, donde los excesos del lenguaje se contraponen a las apreturas de la economía de subsistencia, manteniendo ya no por vía de la diafanidad, sino de la forma, su carácter político.

De los versos citados, puede notarse el gusto de Guevara por la utilización de la segunda persona singular, por interpelar a otro, que rara vez sería el lector, entrometido en la intimidad del hablante. Porque esta poesía es una de hablante, de voz, una que aunque reconoce los poemas como constructos, canaliza a través de ellos una mirada individual y allí radica su carácter único. El dilema de la segunda persona es que así se le habla a un dios o a la amada perdida, a quien tenga el poder, de todo tipo, remitiéndonos a una desigualdad de alturas. Allá en lo alto están el tú y el vos, allá donde Sor Juana Inés de la Cruz o San Juan de la Cruz, por más táctil que se nos presente. “¿Qué pensará el arqueólogo que/ descubra tu manera de quitarte la/ blusa?” y “El verano es una hormiga despistada/ que confunde tu seno con su casa” son ejemplos de este libro, y me resulta inevitable complementarlo con uno de Tanto, “Bajo el corazón llevabas un invierno doblado”. Uno de los dobleces interesantes de Guevara es que es de los pocos que utiliza esta segunda persona en conciencia de un tercero que lee: “Despierto sin mi adentro/ como un coco raspado / sin su agua/ (¿no les gustó la imagen? pues ni modo)”. Si es que no cuestiona al emisor, nadie puede decir que este poeta no se responsabiliza por el receptor.

Con la vida en juego se intensifican las relaciones humanas de amistad y de pareja hasta el punto “que no es posible amar sin guerra”, hasta la cicatriz y la sombra. Los afectos se vuelven más permanentes en su inmanencia y en la pérdida. Su poesía asume que un clavo no saca otro clavo, de modo que los amores se suman y se llevan al hombro. Aunque sólo sean clavos, el hierro del que están hechos pesa. Un material de cultura popular, que cita la tradición literaria con la misma comodidad que los músicos contemporáneos, ideal para los estudios culturales y que, sin embargo, los rehúye. A la larga se trata del axioma de vida=literatura, que bebe desde sus referentes malditos Baudelaire, Rimbaud y Artaud. Hasta de Huidobro y Víctor Jara, a quienes parafrasea con “Las estaciones del año son cuatro:/ Invierno y verano” y “El derecho de sufrir en paz”. Hay otra paradoja en el sustrato heiddegeriano de aprender haciendo, de ser en el mundo en tanto poeta andariego. Que quienes más cercanos están a esta visión, son justamente los más platónicos a la hora de elegir sus materiales, como la muerte y la libertad. Como si dijeran que sí, que están con Heiddeger, que no hay un saber fuera de lo que se hace, pero que haciéndolo uno no se encuentra más que con una búsqueda, abstracta y trascendente de nuevo, de ser libres.

Y esto me lleva a las últimas consecuencias del estado de excepción, que en Guevara son la voz colectiva y la esperanza, tan presente y extrañamente relacionada a la aceptación de lo sufrido en la quinta sección de Un gato negro durmiendo en lo inesperado. La primera persona plural que reemplaza a la segunda singular, y que incorpora de manera más constante al receptor, junto a un futuro, si acaso no un deber a estas alturas de la poesía, sí es a lo menos un tema al que hacer frente. Si esta época no merece ser cantada, ni denunciada, menos requerirá ser reproducida bajo sus mismos ruidos, y no quisiera que la superación de éstos le fuera indiferente a la poesía. En la de Guevara no lo es, ni aún en los instantes de mayor desasosiego, que los hay en este conjunto, sobre todo en la tercera sección. Siempre asoma un rayo de algo que no es la guerra ni el abandono, aunque los carga, pero cuando los carga pareciera hacerlo por arriba. Renaciendo, deslizándose “hasta que el viento levante nues/ levante nuestras sombras como espejos de arenisca/ recién madrugados”.

Lo anterior es una introducción para referirme a su estilo, que es lo que diferencia a los escritores, cuando los contenidos parecen todos dichos. Guevara se sirve de la enumeración aleatoria, por vía de la acumulación de metáforas para construir sus ambientes. Éstos suelen encerrarse en los cuerpos, desde los cuales informa oblicuamente del afuera. Este atisbo indirecto gana gracias a mecanismos como la absoluta falta de puntuación, por la cual las palabras pueden tener más de un sentido dependiendo de dónde se respire. Lo mismo sucede con los encabalgamientos de los que hace gala. La ausencia de signos fuera de las palabras dinamita significados por vía de la asociación y del contexto. Abre así las posibilidades del lenguaje en reacción a los destinos cerrados de su entorno. Las pausas dependen del lector, uno activo para completar las sensaciones del poema.

Las aliteraciones, evidentes en versos de libros posteriores como “sembrada sombra sobre mi asombro”, en Un gato negro durmiendo en lo inesperado son sutiles y gratas al oído y la lengua. Las cursivas como otra voz, como repliegue en sectores de su obra, no son usadas aún aquí, en que los poemas dejan interrogantes sin resolver, asumiendo que el “Silencio es la pregunta”. Interrogantes que crecen en los visuales “Poema en el que te busco por todos los rincones del poema” y “Marcar con una G”, donde el ojo disfruta aún antes que las marcas en el papel le convoquen un significado. Pero el ojo que más disfruta, por cierto, es el del interior, porque los conectores argumentales de Guevara son las imágenes. Sus poemas son microhistorias propias y de otros, que son sus hermanos. Lo que las narra es la mirada, Un gato negro durmiendo en lo inesperado.



 

 


 

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