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“TRAZOS DELGADOS HILVANANDO LO SUTIL: LENGUA DE SEÑAS DE ENRIQUE WINTER”
Editorial Alquimia (2015)
Ashle Ozuljevic Subaique
Publicado en http://revistadesastre.cl/
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Leo Lengua de señas respirando quedo, casi sin exhalaciones, como si de lo contrario se fueran a volar esas palabras, las palabras que quedaron tras la guerra y el viaje.
Desde los primeros poemas se va descubriendo que lo que uno creía pájaro es en realidad persona, que las manos del autor pueden ocuparse de crear un completo alfabeto en el aire antes de buscar ser tomadas, “esa mano en el pecho de la tela/ que no damos ni nos busca”. Aun así, quizás porque “la ventolera va por dentro”, Lengua de señas vuelve una y otra vez a la velada necesidad de cubrir con la palma curva el dorso de otra.
Nace un enternecimiento que crece como “el recuerdo del recuerdo de la ola”, por la visión de detalles tan leves que comienzan a ras de piso –chanchitos de tierra, hongos, termitas, pulgas, polvo– y continúan hasta el alto vuelo de los queltehues y las nubes. Se cristaliza el amor desde el ojo: un sujeto decide sentarse a mirar, impulsado por lo dionisíaco que en él reside y, conforme lo hace, Apolo aguarda discreto su turno, mas emocionado también por cuanto ve. Poesía nueva, así, del cotidiano, niño que separa las pestañas ante el nuevo mundo. Niño que hurga en telarañas y agujeros. Niño que, curioso, abre un cuerpo para ir eliminando cuanto sea innecesario con tal de verle la levedad. Niño que cuando adulto bien podría criar aga bad word is. La pregunta es cómo un astrónomo se asombra con una galaxia descubierta anteriormente, es cómo el músico vibra otra vez por el roce de una misma cuerda, y así otras redundancias, la pregunta es cómo el autor ofrece lo que ya estaba allí sin que nosotros reparáramos en ello.
Lo mismo se aplica al trabajo de Winter con el lenguaje, permitiéndonos advertir que las palabras son una trampa que nos empujan al vacío de creer que nos entendemos, al espejismo de la presencia a partir de la ausencia (“lo que está pasando y lo que no”), esto debido a la depuración de sus enunciados, en los cuales resiste lo esencial, trazos delgados que hilvanan sutilezas: puñados de tamizadas palabras dispersas sobre el silencio, asemejándose al manojo de lucecitas en el cielo negro que bien nos bastan para designar el cosmos. A partir de ese despliegue, Lengua de señas nos hace conscientes, como he dicho, del acto mismo de respirar, pues el corte de verso difiere, casi siempre, del de la concreción de las ideas, suspendiéndolas. También yo me quedo flotando en esos ritmos, como si hubiera pasado una mañana escuchando décimas sin poder escapar de esa clave. Por eso señalo con la lengua que esta lectura es una visita al taller del artista: siento –mientras sigo respirando quedo para que las palabras no se vuelen, para que la brillantina permanezca en línea, como cocaína extracristalina– que avanzar por estas páginas es eso, llevarse la pintura y el manual técnico. Es la invitación a aprender en silencio el modo de capturar el aire, su habilidad para revivir muertos. Saberse arte. Jugar, cambiar láminas, encuclillarse, ser la araña y la hormiga y la pupila que mira, porque la del lector también está invitada al agujero en el papel aluminio a través del cual ver, con el eclipse, los rayos del compromiso poético y de la niñez proyectarse sobre la hoja blanca.
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Ashle Ozuljevic Subaique (Santiago, 1986) es licenciada en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad de Chile, magíster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de La Serena y profesora de yoga. Ha publicado los libros de relatos Vidas robadas (2011) y Anteojos de sal (2013), ganadores del Fondo Editorial Manuel Concha de la I. Municipalidad de La Serena; de ensayo El silencio final: Representación y gesto ante la muerte en Diario de muerte, de Enrique Lihn (Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2015) y de poesía Tres (premio Fondo Editorial Raúl Cantuarias, I. Municipalidad de Coquimbo, 2016).