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RESISTENCIA DE MATERIALES (1):
TENTATIVA DEL HOMBRE INFINITO DE PABLO NERUDA
Por Enrique Winter
Publicado en http://www.eldesconcierto.cl/, 25 de mayo 2016
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Tenía veinte años y el arrojo para escribir la obra más extraña que pudo respecto de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, para investigar sus penurias tan adentro de la ambigüedad de las palabras –gracias al retiro de toda puntuación que dirigiera el sentido– como afuera de la seguridad de repetir la fórmula que lo hizo tempranamente famoso. Es la época en que Neruda compone, además, algunos de sus poemas más relevantes, como “Galope muerto” que abrirá luego Residencia en la tierra.
En el prólogo, Felipe Poblete descarta “totalmente” las filiaciones de tentativa del hombre infinito con las vanguardias y “la irracionalidad propia de la escritura automática”. Difiero, pues de la circularidad que él subraya –una estructura mínima, por lo demás, sin números ni secciones– no se sigue un cálculo en esta escritura impulsiva que merezca aislarla del espíritu de búsquedas formales del momento. Con todo, Neruda es elocuente en admitir que este libro es una “experiencia frustrada de un poema cíclico” previa a “la coronación de mi tentativa ambiciosa” que constituyó Canto general. Sin quererlo, la confesión nerudiana separa su poesía a escala humana –dubitativa, balbuceante, única como cada acto, en tentativa del hombre infinito– respecto de la poesía totalizante de Canto general, que plantea la confluencia de todas nuestras particularidades en una historia con mayúsculas, sirviendo en su caso, además, para una agenda política. Es evidente cuál de las actitudes ha envejecido mejor, si saber perder o llevárselo todo en el triunfo, sin desmerecer, entre las quinientas páginas de Canto general, cumbres como “Alturas de Macchu Picchu” y “La tierra se llama Juan”, pero justamente porque ahí Neruda precisa la unicidad de la experiencia en los retratos de trabajadores. Que el prólogo abra este y otros diálogos posibles del mismo modo ameno con que Poblete luego narra las decisiones formales y a veces arbitrarias de su edición e incorpora fotos y manuscritos con los versos más anchos que la página, emociona y los justifica plenamente.
Tentativa del hombre infinito sucede en la noche alienada del individuo, inmovilizado inicialmente por la tristeza, en oposición a la ciudad que es “una lancha al muelle lista para zarpar lo creo/ antes del alba”. Hasta la ciudad se escapa así de los humanos que la construyeron y habitan, tras la humareda de las fogatas aisladas, símbolo de un calor que habríamos perdido. Este movimiento horizontal de la ciudad “adonde el sueño avanza trenes” es contrarrestado por Neruda en el deseo –la tentativa– del ascenso; como “la luna azul araña trepa” al lugar desde donde pedir que lo anuden al “cinturón de estrellas esforzadas”.
El poeta le habla a los matorrales y al viento, en segunda persona, en tercera, en ellas y en primera persona también aparece el individuo, mareado como el lector a estas alturas –“admitiendo el cielo profundamente mirando el cielo estoy pensando”–, tratando de ser el amo de sus actos dentro de la suma de elementos inabordables del mundo: “tuerzo esta hostil maleza mecedora de los pájaros/ emisario distraído oh soledad quiero cantar”. Neruda revela en el mismo poema lo que quiere lograr en él, cristalizando aquí una diferencia entre el arte moderno y el clásico: el develamiento de sus intenciones y procedimientos, mostrar tras bambalinas, ensayar en la obra misma, saber adónde se comienza, pero sin un plan claro de término. Esta modernidad no exime al joven Neruda de los resabios románticos que imponen la noche al día, la enfermedad al trabajo, el desamor al enamoramiento, la melancolía en la naturaleza al encierro social y sobre todo, sus “oh” y las ganas de abarcarlo todo, que en esto sí anticipan a Canto general (en bajas como corresponde a los generales y en bajas también como tentativa del hombre infinito, acaso susurrado).
El amor es el antídoto contra la desesperanza y Neruda apunta que “tus besos se pegan como caracoles a mi espalda”, que “a tu lado se despiden los pájaros de la estación ausente”, en fin, “apresura el paso apresura el paso y enciende las luciérnagas”, le pide a la amada en esa muestra de cómo la manera de decir, con su reiteración en este caso, va construyendo la velocidad misma de la acción. Casi sin darnos cuenta, Neruda ya está cantando, la poesía se torna celebratoria del movimiento. El infinito, en tanto, se hace pequeño como la tentativa de la misma portada, que iguala gráficamente la jerarquía de cada una de las palabras del título al asignarles idéntico ancho sin importar la cantidad de letras ni su peso conceptual. Neruda anticipa así el experimento del interior, porque él brilla no en el “infinito” sino en “del”, cuando se fija en la imperfección cotidiana expresándola a la manera de la tribu, lejana a su cósmica vocación vertical. En pleno lirismo del poema amoroso confiesa “se me durmió una pierna en esa posición”. Con ese coito interrumpido se acaba también este o, mejor, con la última palabra del libro, con los cuerpos de los amantes separándose o juntándose, “todavía”.