El poeta, narrador y traductor chileno se mueve como pez en el agua en el mundo de la literatura internacional. Pese a que aún no tiene 40 años, ha sido traducido a cuatro idiomas y ha publicado en 11 países. La editorial ariqueña Aparte sacó hace poco la antología «La gentrificación del cielo», financiada por el Fondo del Libro, que recopila poemas de sus cuatro libros de poesía (además ha publicado la novela «Bolsas de basura», y tiene otra en camino). Su proyecto de poesía musicalizada Winter Planet, en que colabora con algunos de los integrantes del grupo Matorral, ha llevado sus textos a otra dimensión. Responde esta entrevista desde Bogotá, donde realiza una residencia de dos años en la Universidad Los Andes.
—En tus poemas hay muchas frases entrecortadas y cruzadas, en las que se desliza algo que se sugiere, pero no se alcanza a captar, ¿cuál es la importancia para ti de lo no dicho? —Una importancia casi absoluta. La poesía, aún la más barroca, se escribe por sustracción y esos espacios vacíos son los que llena el lector con sus propias inquietudes. Los motivos para hacer esto son diversos en mis poemas, desde no decir lo obvio o evidenciar las censuras y operaciones del poder, a veces con humor, casi siempre con incomodidad, espero, hasta motivos de oído u olfato. La poesía no me parece el lugar para apresar las oraciones a su sentido estrictamente comunicativo, sino para provocar recuerdos o sensaciones que a veces no sabíamos que teníamos, como me ha pasado esta semana escuchando a Fanny Mendelssohn.
—En varios se reconoce esa base musical, cierto ritmo de una sintaxis anómala, que retomas después en el proyecto de poesía musicalizada Winter Planet, ¿podrías contar cómo surge ese proyecto y qué gratificaciones te ha traído? —El bajista Gonzalo Planet tenía ideas para un disco fuera de su banda Matorral y me pidió las letras. Estábamos en momentos similares de exploración y fluimos hacia un guión cercano al que llegamos en vivo. Con el disco Agua en polvomis poemas entraron a una dimensión oral que escucho cada vez más en mi escritura, sobre todo en la novela nueva, y para ese disco fue la primera vez que pensé en estructuras antes de dejarme llevar por los impulsos emocionales, digamos que me dio más velocidades entre la primera y la quinta de la caja de cambios o que pasé de la memoria ROM del poema a la RAM de la creación conjunta, poniéndole música e imagen a lo que yo creía que ya lo tenía, enseñándome a perder el control en manos de otros.
—Como poeta has logrado bastante para tu edad, por ejemplo ¿cómo explicas que te hayan traducido mucho más que a poetas consagrados de nuestro país?
—Debemos quitarnos la ingenuidad sobre los mecanismos de consagración: una página en un diario golpista, un libro en una universidad neoliberal o en la sucursal de una editorial trasnacional, o un premio por ese mismo libro con el nombre del autor a la vista de los jurados, aparte de su escaso impacto entre los lectores locales y menos aún fuera de Chile, suelen ser decisiones concertadas por un par de hombres de la élite económica. Como sucede con los espejos retrovisores, de cerca los autores se ven más grandes de lo que son y quien haya pasado la vida leyendo críticamente y quiera traducir, publicar o premiar poesía lejos de ese espejo lo hará por el entusiasmo que le produzcan las obras que ponen en entredicho el lenguaje, la experiencia y el poder antes que por autores que los confirman.
—Hace poco publicamos una entrevista a Pepe Cuevas y él decía que aquí en Chile el poeta se va a la chucha. Tú pareces ir por otro lado (ediciones, viajes, libros, becas, traducciones). Pese a este éxito aparente que te ha traído la poesía, en los poemas varios de los hablantes son perdedores o hablan de la pérdida. ¿Es que Enrique Winter se mueve entre ambos carriles?
—La queja es parte de la poderosa poética de Pepe. Yo prefiero mostrar aquello en que no habíamos reparado pese a que lo teníamos frente a los ojos, antes que juzgar situaciones evidentes como que quienes escribimos poesía nos vamos a la chucha en cualquier país. Seguir haciéndolo, sin embargo, es una renuncia a cierto bienestar que tomamos libremente y a mí me interesan más las situaciones forzadas que provoca el sistema económico. También me interesa más que hablen otros en mis poemas, un coro que no es igual a mí, algo que suele confundirse en Chile. Yo vuelo o me arrastro en muchos más carriles que los dos que indicas, y es así como sobreviven las especies en la naturaleza, violenta en La gentrificación del cielo porque también lo es afuera y adentro de nosotros.
—¿En qué momento te encuentra la publicación de esta antología y a qué obedece la decisión de hacerla? —Me encuentra entre el envío, anoche, de una novela larga que escribí durante años y, en los próximos días, de la traducción de Susan Howe para Overol y una compilación de poemas y ensayos para Varasek. Cualquier momento sirve para renovar la eventual vigencia de la poesía, porque los contextos la cambian permanentemente y, como con las editoriales citadas, la iniciativa de esta antología no fue mía sino de Rolando Martínez, editor de Aparte. Salvo Lengua de señas, hace mucho que mis libros de poesía no se encontraban en Chile y ya desde el título, la trama hilada por La gentrificación del cielo los dota de nuevos significados. Creo que el proceso de escritura en “Maestranza” o la tragedia familiar en “Soltar la cuerda”, ambos de 2002, y la propuesta sonora y visual de “Vacío”, de 1999, son retomados en mi último libro con mayor afinidad que en el tono de denuncia del intermedio Rascacielos, por ejemplo. La concisión de este, a su vez, hace más legible el carácter lírico y social de los experimentos en Guía de despacho y Lengua de señas, que me parecen su consecuencia natural, en términos vitales y creativos.
—¿Cómo percibes el estado de salud de la poesía chilena actual? —Algo indulgente. La falta de debate honesto y generoso entre sus actores conduce a que cada grupo reunido en base a la amistad o la conveniencia, a un programa político o estético, se haga de un nicho sin riesgos. No es casualidad que ese término de mercado venga del espacio vacío donde colocar a los difuntos. Creo que la poesía chilena se ha vuelto más literal y narrativa en los últimos años, por situaciones políticas que lo ameritan, pero que, creo, descuidan lo realmente político de un poema, que es liberarnos de esas formas impuestas del lenguaje. Por la urgencia de contar, veo cantar a pocos. O respirar, oler, tocar sin explicaciones. También veo un regreso de cierto intimismo que, admito, siempre me ha incomodado, aún en mis poemas, por suponer demasiado importante la experiencia propia. Lo positivo es que han surgido obras desprejuiciadas, con influencias de distintas fuentes gracias al acceso, entre otras, de poéticas extranjeras más audaces. En eso hemos cumplido una minuciosa labor los traductores, que se relaciona con la revalorización de poéticas densas como las de Carlos Cociña y Elvira Hernández, las que gozaba hace quince o veinte años, cuando el país aún no estaba preparado para ellas.
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Enrique Winter:
«Quienes escribimos poesía nos vamos a la chucha en cualquier país, sin embargo
es una renuncia que tomamos libremente»
Por Elisa Montesinos
Publicado en El Desconcierto. 3 de marzo de 2019