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¿2008 MERECE UN BALANCE LITERARIO?

Por Rodolfo Alonso
Poeta, traductor y ensayista argentino

 

Lo lamento por aquellos a quienes resultaba más cómodo imaginarme casi apocalíptico. Pero se acaban de confirmar mis predicciones. Al filo del nuevo año, la joven filóloga española Inés Fernández Ordóñez, una de las muy pocas mujeres admitidas por la Real Academia Española, lo ha enunciado claramente: “el modelo lingüístico lo fijan los medios de comunicación, no la literatura”. (Y, por si fuera poco, uno de esos mismos medios acaba de destacar como título, tergiversándola al sacarla de contexto, esta frase del gran pedagogo italiano Francesco Tonucci: “La misión de la escuela ya no es enseñar cosas. Eso lo hacen mejor la TV o Internet.”)

Casi al mismo tiempo, y en el marco de las cada vez más patológicamente ansiosas “felices fiestas” de fin de año, ya definitivamente asimiladas por el hiper-consumismo globalizado, han vuelto a florecer en los medios locales encuestas a escritores sobre supuestos “balances culturales”. Como podía preverse, no me sorprendió la aparente homologación de criterios y gustos. Bajo la ley de hierro del mercado y la farándula, se hace arduo encontrar voces disidentes. Pero me tocó vivir personalmente una experiencia tal vez reveladora.

Una empeñosa y joven periodista me propuso participar de un balance literario alrededor del año pasado, entonces en trance de concluir. Para ese fin, me presentaba un cuestionario con una docena de preguntas. Pero también me daba no sólo la libertad de escoger las que estuviera dispuesto a contestar, sino que no me ponía límites de espacio. Entre halagado e incrédulo, me dejé llevar. Sin demasiado éxito, es claro. Pero surgieron opiniones que no me resigno a dejar de compartir con los lectores.

         1. El mejor volumen de poesía argentina que leí en 2008 todavía está inédito: fueron los originales del excelente “De ser así”, un libro de extremada madurez (estética y humana) que está concluyendo, o ya debe haber concluido, nuestro Juan Gelman. Y que constituirá, sin duda alguna, al mismo tiempo una confirmación y un descubrimiento para sus merecidamente numerosos lectores de todas partes. Una reafirmación. Una renovación.  Y un recomienzo. Puro, tremendo, conmovedor “lenguaje calcinado”. Una lección de belleza. Y de moral.

         2. Aún esforzándome no lograría reducir todos los acontecimientos culturales del 2008 a uno solo. La presencia y continuidad en nuestra ominosa tevé basura de un canal cultural de tanta calidad, tan eficaz y digno como el ejemplar Encuentro; la creación (finalmente) de un Ministerio de Ciencia con sus deseables, reparadoras consecuencias; y el hecho de que un autor tan exigente y de tan alto nivel literario como el gran escritor húngaro Sándor Márai vea prácticamente todos sus libros agotados en forma incesante, desmintiendo de forma categórica la ramplonería y el desprecio por el lector de muchos seudo editores, me han emocionado profundamente. De especial manera en medio de esta pesadilla de asfixiante banalidad mundializada, tan desoladora y tan deletérea.

         3. El debate o polémica que me pareció más interesante en 2008 no puedo evitar que sea la que acostumbro plantearme conmigo mismo, incluso después de una respuesta como la anterior. Porque me resulta extraordinariamente doloroso que el mismo país que está en condiciones de exportar alimentos al mundo entero sin preocuparse más que por la distribución de sus rentas, no se plante como sociedad y exija terminantemente concluir ya mismo con la atronadora, lacerante infamia de que estén muriendo por desnutrición al menos ocho niños argentinos (menores de cinco años) cada día.

         4. Me preguntan por la mejor novela publicada en 2008. Me ha conmovido y he leído de un tirón (largo, por cierto) la enorme novela “Vida y destino” de Vasili Grossman, un gran escritor soviético, que pudo ser al mismo tiempo el corresponsal de guerra más leído por el Ejército Rojo durante el heroico, legendario sitio de Stalingrado por las hordas nazis; uno de los primeros en constatar la bárbara realidad de los campos de concentración; y también uno de los últimos disidentes. Aquel libro fue prohibido, incluso en el “deshielo” de Kruschev, y sólo alcanzó a ser publicado varias décadas después de su muerte. Todo ese halo, entonces, y su propia materia histórica, pero por supuesto en el cuerpo de una enorme capacidad expresiva y estética, convierten a “Vida y destino” en la gran novela del siglo XX.

         5. Para evaluar el mejor libro de crónicas publicado en 2008 tendría que volver a Vasili Grossman. No hay nada más tocante que leer esos cuadernos de notas de aquel corresponsal de guerra del Ejército Rojo, milagrosamente salvados de la censura stalinista y que el historiador británico Anthony Beevor ha convertido en un libro medular: “Un escritor en guerra: Vasili Grossman en el Ejército Rojo (1941-1945)”. Para mí, que soy ineludiblemente un hijo del siglo pasado, ese libro de Beevor-Grossman se constituye en el documento esencial de un momento esencial: la lucha contra el fascismo durante la segunda guerra mundial. Que contiene en su meollo otro largo texto no menos esencial (tanto, que llegó a ser testimonio en el Juicio de Nuremberg): “Treblinka”, demoledora evidencia sobre la primera mirada a un campo de concentración nazi. Y que no por casualidad, se articula con otro libro exhaustivo y actualizado del mismo autor británico, Anthony Beevor, alrededor de un hito previo tan históricamente indeleble como legítimamente legendario: “La guerra civil española”. Que si para mi historia personal se constituyó desde niño en mi auténtica mitología: la heroica resistencia de los humildes milicianos de la República contra el soberbio y falaz golpe militar franquista, constituye también de hecho un auténtico hito acaso para toda la humanidad. Porque entre 1936 y 1939 no se jugó en la península tan sólo el destino de España sino también, al mismo tiempo, el de muchas otras grandes ambiciones y sueños que allí dieron, por legítima tragedia o malhadado destino, tal vez su canto del cisne.

         6. Sin duda la mejor reedición del año pasado fue, para mí, la feliz recuperación de “El río oscuro” (1943), gran novela del injustamente silenciado escritor comunista Alfredo Varela, un hito fundamental en las letras latinoamericanas y un auténtico caso. No sólo retoma con dignidad el aire misionero de Horacio Quiroga y las valientes denuncias sociales de Rafael Barrett, sino que (sin someterse al castrador “realismo socialista” del stalinismo) su lenguaje es espléndidamente expresivo y apela a recursos formales entonces de vanguardia, de algún modo en el alto linaje de Faulkner. En 1953 ese sorprendente actor y director de cine que resultó el buen cantor de tangos Hugo del Carril --de las más dignas personalidades del peronismo en el poder-- eligió aquella novela para su memorable filme “Las aguas bajan turbias”, enfrentando las reprobaciones oficiales hasta el límite de visitar a Varela en la cárcel, detenido por razones políticas, aunque debió cambiar el título y eliminar a autor y obra de los créditos (como había decretado Mussolini con “Obsesión”, de Lucchino Visconti, basado en el memorable “El cartero llama dos veces”, del impar James Cain). Dos ejemplos de dignidad, no sólo estética, concomitantes.

 

 

 

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