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Fernando Alegría: El vecino del presidente
Entrevista de Jorge Boccanera y Vicente Muleiro
Publicado en Revista Crisis, N°62, julio de 1988
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—A usted se lo ubica dentro de lo que, en la literatura chilena, se ha denominado generación del '38 ¿Está de acuerdo con esa ubicación?
—Sí, porque en 1938 publiqué mi primer libro, Recabarren, sobre la vida de ese luchador sindical chileno y el libro participó, con otros, de una nueva manera de vincular realidad sociopolítica y literatura. Fue Luis Alberto Sánchez, en ese momento el gran crítico de la novela latinoamericana, quien señaló el surgimiento de una nueva generación.
—¿Qué la caracterizaba?
—Una actitud muy definida ante las causas populares en Chile —en el '38 se produce el triunfo del Frente Popular— y ante la Guerra Civil Española y, sobre todo, una posición muy combativa ante el fascismo. En 1938 se produce en Chile un "putch" nazi a consecuencia del cual murieron más de sesenta jóvenes en la Universidad de Chile y en el Seguro Obrero. De este episodio se ocuparán tres libros. A la generación del '38 la define
entonces una posición ideológica, una temática y un momento histórico que le dan una coherencia a través de los años. Pero en el '38 sucede también la renovación del teatro chileno, con el experimentalismo que encabeza Pedro de la Barra y por ahí se ubican también los orígenes de la nueva canción con cantantes como Violeta Parra.
—¿Qué cambios se producen en la novela?
—La ficción venia marcada por una hechura muy doméstica, por un realismo folklórico, regionalista. que en Chile llamaban "criollismo". Y cuando la novela empieza a liberarse de esto, cambia, paralelamente, el viejo concepto de la literatura chilena como producto de clase, de la alta burguesía. Aparecen los Guzmán y no los Guzmán ilustres, sino Nicomedes que era de un barrio, de San Pablo; aparece Juan Godoy, aparezco yo, Volodia Teitelboim, Fracisco Coloane. Es otro grupo social el que entra a la literatura. La novela nuestra empieza a perder el moblaje de la gran casa chilena del siglo XIX. José Donoso es el cronista de ese derrumbe. Las casas de tres patios que terminarán transformadas en pensiones. El
cambio que se produce es profundo y creo que no se puede hablar de otro fenómeno igual.
—Sin embargo se habla de una Generación del '50 entre los narradores.
—Ese es un invento que Enrique Lafourcade hizo con mucha gracia, como dicen en Chile, tomando a personajes más bien histriónicos. Pero resulta que los valores literarios de la generación del '50 se formaron en contacto directo con nosotros.
—Usted traza una genealogía de la novela de su país eminentemente nacional. ¿Reconoce puntos de contacto con otras zonas de influencia, de la novela europea o norteamericana, por ejemplo?
—Hay relaciones, claro. No se puede concebir a Manuel Rojas sin pensar en la narrativa mexicana, en la influencia de Agustín Yañez, primero, y de Juan Rulfo, después. En el caso de mi generación hay conexiones con la novela europea y con la latinoamericana de otros países. Yo me considero perfectamente cómodo en el contexto de Roa Bastos. También siento un parentesco muy profundo con Cortázar.
—¿En qué se da ese parentesco, en la escritura, en el abordaje temático?
—Se verifica más por el lado del lenguaje, ya que en este terrero Cortázar establece una ruptura. La narrativa chilena padecía de cierta propensión a las grandes palabras, a las palabras utilizadas como los muebles de una casa y de pronto comienza a funcionar un lenguaje con base en las raíces populares, una incidencia de la oralidad que le da más soltura y riqueza.
—¿En la poesía chilena, se verifica algo tan identificable como la generación del '38 en narrativa?
—Sobre la poesía no hay discusión. La poesía chilena mantiene una línea brillante, algo así como un aerolito, como una estrella que mantiene su curso de luz a través del siglo.
—En la Argentina —y sobre todo durante y después de la dictadura militar— se vuelve a viejas dicotomías del tipo "formalismo versus poesía social", fundamentalmente para impugnar a esta última. En esta actitud se entrevé una reacción anti-Neruda. ¿Se ha dado esto en Chile?
—Neruda "ofendió" a más de una generación de poetas chilenos, fundamentalmente porque no podían liberarse de su influencia y reaccionaban con resentimiento y al mismo tiempo con amor. A Neruda no se le ha perdonado que no se imitara a sí mismo. Era como Picasso que nunca se plagiaba, siempre buscaba caminos nuevos. Con la poesía social hay otros problemas: fundamentalmente hay una poesía de realismo social que ha perdido vigencia, pero sólo un ciego puede asimilar a Neruda a una corriente tan reducida y sin embargo se ha caído en ese reduccionismo equívoco. Hubo un momento en el que decirle a un poeta joven que era nerudiano era ofenderlo. Todos querían aparecer lejos, liberándose de Neruda.
—En la poesía chilena actual se constata una gran diversidad. Voces que retoman a Neruda, a Huidobro, a Pablo de Rokha...
—Sí. Neruda sigue vagando. En el mismo Zurita, que parece tan original, hay climas nerudianos. A mí me gusta lo que están haciendo los poetas del sur de Chile, los que ellos llaman poesía "lárica", un término que yo tomo en el sentido de poesía de los lares, de la casa de uno.
—Sin embargo, llama la atención que cuando se hacen antologías o muestras de la
poesía latinoamericana actual figuran más o menos siempre los mismos chilenos. Y se excluya a un poeta de tanta importancia como Jorge Teillier, la "figura" del "larismo".
—Es una injusticia, porque Jorge Teillier es uno de los grandes poetas "malditos" de Chile. Lo que sucede con él, es que socialmente ofende porque siempre se presenta borracho. Días pasados, hicimos en Santiago un homenaje a Ruben Darío, en una plaza, por el aniversario de la publicación de Azul; aparecieron unos veinte poetas y uno de ellos era Teillier. Jorge estaba completamente borracho, habló, balbuceante, hubo que sostenerle el micrófono y claro, eso predispone mal. De todos modos su exclusión no se justifica y es una consecuencia de la política literaria de cierta tendencia a agruparse negando a los demás.
—A usted se lo conoce como narrador y como ensayista pero escasamente como poeta.
—Ni saben que escribo poesía. Sin embargo un poemario, Cambio de siglo, que publiqué en Estados Unidos en edición bilingüe y del que ahora sale una segunda edición, fue considerado, en 1987, como uno de los tres mejores libros de poesía por el New York Times. En Chile ni se enteraron y no voy a andar yo diciendo esas cosas.
—¿En qué está trabajando actualmente?
—Estoy corrigiendo Mi vecino el Presidente, una biografía novelada sobre Salvador Allende que sentí necesidad de escribir al tomar nota de que su proyecto estaba fracasando. Yo me identifiqué en muchos aspectos con el movimiento político e ideológico que Allende encabezó y se me presentó la necesidad de averiguar por qué su gestión fracasaba. No cuesta mucho decir que le faltó tiempo, pero eso no alcanza a explicarlo todo. Me di cuenta que hay una contradicción muy grande en un político chileno, tan chileno como Allende.
—¿Cuál es esa contradicción?
—Es difícil definirla en pocas palabras. Creo que en mi libro hago un intento honrado y sincero por definirla. Nosotros somos un país de fuerte clase media y con un atavismo conservador que no sé si viene de los vascos, pero que impregna aun a personas que, como Allende, tratan de romper con eso y de generar otras maneras de hacer política.