"ME CASÉ como todo el mundo se casa. Ese mundo de las horas de almuerzo, del dedo en alto, guardián de la castidad de las niñas. Antes de los veinticinco años debía adquirir un hombre..."
El lector no alcanza a preguntarse quién ha escrito estas líneas: inconsciente, fascinado, movido por curiosidad que pudiera ser mórbida, lee apresuradamente la historia, sin permitirse pausas, viviéndola, palpándola, como espectador secreto de un hecho íntimo e inconfesable.
Terminada la lectura de La Brecha, nos quedamos pensando en la mano que esgrime tal poder narrativo. ¿Quién es Mercedes Valdivieso, que así maneja lo ficticio hasta darle el turbador sentido de una "confesión literaria"? No se me ocurre sino decir que la autora de este documento humano es una mujer joven, de espléndida belleza, arraigada en linajes de vieja estirpe chilena. La Brecha es su primer libro. Su nombre no está en revistas literarias ni en antologías de ésta u otra generación. Aparece de pronto, silenciosa, suavemente insegura, interrogando un poco con la luz ávida y sabia de sus ojos verdes, y entrega un sencillo testimonio de vida, vida intensa, apasionada, libre.
Nos preguntamos si la forma que ha escogido para narrar su historia constituye, en realidad, un estilo. Parece difícil creerlo. No se da una conjunción tan perfecta de tema y lenguaje sin la ventaja de un lento aprendizaje literario. La frase corta, directa, de explosiva carga sentimental que, sin embargo, nunca estalla, dejándose sentir tan sólo y quemando desde adentro a través de un exterior limpio y nítido, es la frase que corresponde a un desahogo de dramática urgencia. No hay aquí lugar para la retórica. La experiencia íntima se ha encarnado en la palabra exacta. Los seres que rodean a la narradora, seres comprometidos por la pasión, el odio, la soledad, la entrega generosa o equivocada, viven en el marco preciso de una fórmula repetida incansablemente como en los actos de hechicería. Ellos representan la imagen que dejaron en la bella mujer solitaria como un corazón grabado en la corteza de un árbol. Así vivieron ellos en ella, así les retrata; luego, un poco inmóviles, casi inmutables.
¿Es posible que no haya un desarrollo psicológico en estos personajes enredados por la pasión? No lo tienen, en verdad, los seres que retratamos al umbral mismo del drama que nos unió a ellos o nos separó de ellos. Tendrán mayores dimensiones
para el testigo imparcial o la adquirirán más tarde aún para nosotros, cuando hayan perdido la máscara que les dio nuestro amor o nuestro odio. Mientras revivimos la angustia, la felicidad, la desesperanza, la sabiduría que nos dieron, ellos poseen un solo rostro fijo y nos hablan con una sola voz: el rostro y la voz con que nos fascinaron o nos dañaron.
Mercedes Valdivieso deja en su novela hombres y cosas en que descubrió una forma de vivir, una forma que rechaza y de la cual se aleja al cerrar un período de su existencia. Se vislumbra en ella, entonces, la voluntad de descubrir su propio estilo de vida y de forjarlo con libertad, con vigor, con valentía. De ahí que su historia no tenga fin. Seguirá moviéndose entre seres reales y sombras de seres, buscando su camino. Resulta difícil predecir qué rumbo ha de tomar esa vida y por qué cauce de la novela buscará salida. Desde luego, no parece que va a perderse en la mórbida angustia de cierta literatura erróneamente llamada "joven"; literatura precoz en su conocimiento de la vejez y la decadencia, y sabia en su dominio de técnicas rebuscadas. Mercedes Valdivieso va, más bien, por una ruta de mayor claridad y dinamismo. Sin rehuir la sutileza de la emoción, por el contrario, lírica en su modo sobrio, firme, hondo, su obra viene a hermanarse con la de una nueva generación de admirables novelistas chilenas. Estas mujeres llegan a nuestra literatura con un mensaje que, en su descarnada franqueza, en su sensualismo abierto y provocativo, no tiene paralelo sino en la obra de las grandes poetisas de principios de siglo: de la Mistral, la Agustini y la Storni. Sus novelas poseen la fuerza del testimonio verídico y la fina elaboración del texto poético.
Mercedes Valdivieso agrega su nombre a los ya consagrados de María Luisa Bombal, María Carolina Geel y Margarita Aguirre. Su aporte es de incuestionable originalidad y alcanzará, sin ninguna duda, resonancia amplia y duradera.
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«La brecha»
Mercedes Valdivieso
Zig-Zag, 1961.
PRÓLOGO
Por Fernando Alegría