Fabián Burgos (Santiago, 1987) Profesor de filosofía y poeta. Ha publicado “Paralogismos de la Sombra sin Mundo” (Ajiaco Ediciones, 2014; Montea Ediciones, México, 2015; Ediciones Askasis, Isla de Maipo/Valparaíso, 2019). “Creo en la Reencarnación porque arrastro un cansancio de Siglos” (Coedición Ediciones Askasis/ periféricas, Isla de Maipo/Valparaíso, 2020), “Constelaciones y otros poemas” (Ediciones Askasis, Isla de Maipo/Valparaíso, 2022) y “Soy el mismísimo Fabián Burgos” (Ediciones Askasis, Isla de Maipo/Valparaíso, 2024)
—Tu poesía es confesional y autocrítica hasta el paroxismo. Además, hay una crítica al mundillo de los poetas y de la academia. ¿Cómo ha sido este camino tuyo por los laberintos de la escritura en un mundo que no valora al que escribe?
—Yo creo que sí se valora al que escribe, pero no de la forma en que a los que escriben les gustaría que los valoraran. O sea, poder vivir sumamente bien de escribir. Es más, y es un poco lo que hacen muchos. Si uno se sabe mover, si uno se sabe acercar a aquellos que se debe acercar, si sabe venderla de profundo e interesante, son bastantes los regocijos y favores que se pueden obtener de este noble oficio. Cuestiones que gran parte de ese mundo que se dice que no valora al que escribe añoraría. Una vida de escritor, con las penurias y satisfacciones que casi todos los que nos hemos dedicado con mayor o menor constancia a esto ya sabíamos desde antes y que en cierta medida nos motivó al arrojo. Además, en poesía, son bien pocos los que dicen cosas relevantes, más allá de nuestras sufridas experiencias de vida desde diversas alteridades. Y a pesar de ello, mira la cantidad de personas que terminan publicando estas cuestiones con fondos estatales, viajando, bebiendo y comiendo a destajo. Una recompensa al padecimiento. Aunque también hay una gran parte que camufla un trayecto miserable tras un velo de grandiosidad (como yo), o sintiendo que la locura es un regalo. Entiendo que el que se dedica a escribir quiere que el oficio tenga más reconocimiento y por ende financiamiento, pero en mi lógica, no escapa de que aquellos que se disfrazan de personajes de animé, también lo quieran. Son maneras de darse a sí mismo significado y que finalmente, ojalá existan los mecanismos, las condiciones materiales para que este significado le otorgue cierto estatus a la mayoría de quienes lo hacen. Si una tiene más importancia que la otra, no lo sé, creo que la primera tiene la ventaja de venir siendo durante un par de milenios teorizada. Y esto lo digo con el mero afán de quedar como un provocador o un estúpido.
Mi camino en la escritura es desde la trinchera del más tonto del curso. Poco capital cultural pienso. Sin embargo, esto permitió sorprenderme de forma constante, que todo fuera nuevo a pesar de ya tener sus buenos años. Actualmente se suele decir que los primeros semestres de universidad son una suerte de 5to medio, yo fui un estudiante de 5to medio en una época donde esto todavía no era norma y en una carrera donde se exige tener ciertas competencias de las que no daba luces. Fui un pésimo estudiante de filosofía, salvado porque pertenecí a la última generación de una institución que pronto se iría a la quiebra, así que se hicieron todos los esfuerzos posibles para que nos pudiéramos titular casi todos los que aguantamos hasta el final. Antes, ser consciente de esta cuestión me daba un poco de vergüenza, ya no. Respecto a la poesía, entre los 15 y 16 creo haber leído a Baudelaire, porque con el Marcelo, un compañero del colegio tan desadaptado como yo, decidimos que lo único que nos quedaba para tener nuestro espacio en el mundo, era intentar ser inteligentes e ir por fuera al menos en el pensamiento. Así que un día fuimos a San Diego y nos compramos unos libros que costaban quinientos pesos, él se compró El Anticristo de Nietzsche y yo Las Flores del Mal, claramente que solo por los títulos. Él no estudió filosofía y yo no estudié literatura. El poema Una Carroña me voló la cabeza, escribí un par de cosas, pero sólo eso. Nunca más pesqué hasta después de los 20, mira la ignorancia, estaba terminando a duras penas de estudiar mi carrera y recién caí en cuenta de que existía gente joven como yo, que escribía poemas y además publicaba libros. Primero, porque la bohemia de Roxanita, un barcito que quedaba a la vuelta de la universidad, me llevó a juntarme con compañeros de generaciones mayores, en su mayoría brillantes, que además de hablar de filosofía, luego de unas varias cervezas comenzaban a leer sus textos, además de vez en cuando se aparecía Miguel Vicuña que era nuestro profesor, un filósofo-poeta de los de verdad, un personaje tremendo que en paz descanse. Y como muchos quizás, empecé a escribir para sentirme parte, para pagar mi ticket de acceso al club de los corazones solitarios, digamos. Segundo, el Julio y el Pollo, compañeros también, habían estado en un taller de poesía en Balmaceda Arte Joven con Carlos Cociña y finalizado éste, parte de los integrantes habían conformado un colectivo, al cual me invitaron de oyente y algo me hizo click. La mayoría de ellos eran menores que yo, pero ya escribían bien, yo solo tenía unos cuantos mamarrachos de los que me avergonzaba, así que, para poder seguir participando, me ofrecí a hablarles, muy básicamente, de algunas lecturas que habían hecho filósofos de poetas. Creo que sólo lo hice una vez, donde les conversé del Baudelaire de Walter Benjamin. El Julio y el Pollo nunca más fueron, yo me quedé y luego de eso no paré de leer y de escribir poemas como si la vida fuese solo eso, Adiós a la filosofía, el título de uno de los ensayos breves más hermosos de Emil Cioran. Sin embargo, como en todas esas cosas que prometen Sentido, uno se va llevando muchas decepciones y también se va volviendo una víctima de sí mismo, se va transformando en un personaje. En mi caso particular, el alcoholismo me agarró desde muy chico de la mano con el proceso escritural, al comienzo desde el éxtasis creativo, pero decantando en una angustia que se volvía difícil de contener. En ese éxtasis publiqué mi primer libro, el cual escribí sin parar, casi como si fuera dictado por alguna entidad. Cinco o seis poemas largos, que contenían de una u otra manera todo lo que se me había ocurrido hasta el momento sin haber sido capaz de expresarlo desde el lenguaje racional, ya dije que en filosofía soy pésimo. Es impresionante la cantidad de rollos imbéciles que uno se puede llegar a pasar a raíz de estas situaciones. Tuve la suerte o desdicha de que éste primer libro fue presentando por Raúl Zurita, el cual dijo cosas muy rimbombantes al respecto, como que era un libro que se adscribía a la tradición de la neovanguardia chilena, como que era un libro que desmentía la muerte de la poesía. Digo desdicha, porque es un refuerzo para seguir llevando una existencia al borde del precipicio. Posteriormente, el libro ganó un concurso editorial en México y también fue publicado allá. Claramente con trampa, porque junto con él, así como que no quiere la cosa, mandé la transcripción de las palabras que había dicho Raúl, al cual admiran mucho por esos lares. Esto detonó en que me empezaran a invitar a hartas partes y por supuesto, a que el muchacho desadaptado se comenzara a sentir importante, pero ser o sentirse importante en poesía es caricaturesco, los pelotudos retándose a duelo de espadas en la playa que aparecen en Los Detectives Salvajes de Bolaño. Además, fui conociendo a gran parte de esos próceres que anteriormente admiraba, que es una de las maneras más fáciles de que se te derrumbe todo. De estos primeros encuentros y desencuentros ya han trascurrido unos veinte años.
Sobre lo otro, hace unos días leí un estado de facebook, en el cuál una editorial compartía un verso de Derek Beaulieu que decía “En poesía se celebra la mediocridad e ignoramos la radicalidad”. Me hizo sentido. Hay algo de radicalidad en mi poesía, aunque bien pobre, y tiene justo que ver con estas críticas que nombras en la pregunta. Resulta chistoso, pero finalmente es algo tan básico como ser brutalmente honesto, honesto frente a ese creerse el cuento, frente a la insistencia casi patológica en que este quehacer y esta forma de concebir y llevar la vida acarrea un significado más profundo que el de la mayoría de las personas. Limpiar un poco el oficio, de todos esos clichés que lo envuelven. Ese feudo que de la mano de los académicos vamos edificando. Entiendo que para muchos puede resultar complicado, porque finalmente uno se va jugando cuestiones que pueden ser relevantes a nivel personal, para la autoestima, para la estabilidad emocional. La construcción de un mundo absurdo, pero en el cual podemos ser importantes. No tengo claro si es algo de lo que no nos damos cuenta o una ilusión que hay que mantener a la fuerza por esto mismo que te nombraba antes. Pero me da la impresión de que finalmente tanto los académicos como los poetas se sienten convocados a ir construyendo esta ficción, en la cual podemos sentir que lo que hacemos tiene relevancia para algo y nosotros mismos, en nuestra particularidad creativa sentir que somos relevantes para alguien. Y bueno, las instituciones también tienen que aportar con su granito de arena, democracia le dicen. Haz lo que esté a tu alcance para que hueveen lo menos posible y la mejor forma es reconociéndoles con uno que otro billete sus leseras.
—¿Qué opinas de este “boom” de editoriales independientes? ¿Es un mero negocio que aprovecha la idea postmoderna de que todos pueden ser poetas?
—Hay una máxima muy capitalista en las poblaciones que versa; El mundo es de los vios. En el circuito de la literatura pasa lo mismo. Y es un poco porque vamos envejeciendo. La mayoría de las editoriales con las que me he vinculado a lo largo de la vida, parten de grupos de amigos motivados que se quieren publicar entre ellos, porque aman los libros, sin embargo, casi todas también, con el paso del tiempo, han ido agarrando una que otra moneda postulando a fondos o publicando a terceros. No creo que alcance a ser un negocio, pero sí, parte desde la lógica de que a todos nos gustaría vivir de este oficio y si bien hay algo de plata, no alcanza para todos. En esta dinámica han ido aprendiendo el oficio o profesión de editores. Porque al parecer en el último tiempo ser escritor y no ser editor es una contradicción hasta biológica. El boom yo lo sentí hace unos diez años, ahora esos otrora veinte o treintañeros ya se han consolidado.
Si efectivamente podemos definir o no como poetas a todos aquellos que escriben poemas o viven como tal, no es un asunto que me importe mucho, es más, siempre intento eludir aquella definición, porque me da flojera, las cargas conceptuales ridículas que arrastra la creación como disciplina son muchas. Los poemas están, los libros están. Y vuelvo a lo de la pregunta anterior. Sí se reconoce al que escribe, pero es un reconocimiento simbólico. Al menos en tus grupos de amigos de infancia o de trabajo te dirán que es bacán lo que haces, al menos te sumará puntos cuando estés intentando iniciar un vínculo amoroso, al menos se te otorgarán algunas licencias bajo la excusa de que hay que entenderlo, se comporta como un saco de hueas porque es poeta, al menos siempre existirá algún alojamiento cuando se te ocurra hacer turismo literario. Y poder adjudicarse ese tipo de valor, en algún área de interés, para la mayoría de los seres humanos es una cuestión de suma importancia.
Y en eso finalmente se va definiendo la manera en que se reparten los réditos ridículos, pero existentes que involucran al mundo de la escritura. El que se lleva la plata, el que se lleva el valor simbólico y el que se lleva un poco de ambos. Pero fíjate que es un círculo que se cierra en sí mismo, donde al menos en poesía, nos publicamos y leemos entre nosotros. Que haya más o menos gente que escribe no se vuelve relevante. Que haya mejores o peores escritores tampoco. Armando Uribe decía que “ser poeta es elevar volantines mientras todo se cae a pedazos”, el boom editorial del que hablas es como armar una casa domo en Pichilemu mientras todo se cae a pedazos, con los escritores que se ganan fondos y el ministerio de cultura adentro, claramente.
—Eres Profesor de Filosofía. Hay varios filósofos que le han dedicado tiempo a la poesía, ya sea a su ontología, o a su forma. Estoy pensando en el Nietzsche de los aforismos y máximas y tu “Block de notas”, por ejemplo. ¿De qué manera el pensamiento filosófico ha influido en tu poesía?
—Creo que lo que ha estado constantemente presente en mi escritura son los problemas de la filosofía, el conflicto entre la Verdad y el Simulacro principalmente, más que el pensamiento filosófico, si es que abordamos este último como un método. Y si bien me atrevería a decir, que gran parte de lo que he hecho en poesía parte desde ese asombro que le gustaba tanto a los griegos, el rodeo que se hace para expresar estas cuestiones en poemas debe tomar las precauciones necesarias para alejarse por sobre todo de las palabras de la filosofía. De lo contrario no estamos haciendo poesía, sino que organizando reflexiones racionales en verso y siento que esa cuestión mata la experiencia poética. Uno de los primeros asuntos de los que nos tenemos que hacer cargo los formados en filosofía o en cualquier otra área que se arraiga fuertemente a una manera de mirar el mundo, cuando nos queremos aventurar en estos terrenos y que salga más o menos bien, porque la cantidad de libros malos, de personas que creyeron que la cuestión sería fácil porque eran expertos, con un montón de posdoctorados en quizás qué cuestiones, es impresionante. Que las inquietudes, que provienen de tu formación, sean manifestadas desde la sensibilidad y por, sobre todo, que es un poco mi banderita, desde la creatividad, para mí es lo fundamental. De no ser así mejor escribo ensayos. Y pasa un poco con todas las disciplinas cuando intentan abordar los poemas desde sus metalenguajes, a menos que puedas hilar muy finamente más que en los poemas, en el concepto de obra que se oculta detrás de ellos, como lo hace Carlos Cociña o Enrique Verástegui o Juan Luis Martínez.
Si hay alguna idea de la filosofía en mi forma de entender la poesía, es que pienso que ésta debe apuntar a aquello misterioso que es previo a las definiciones y es con este objetivo desde donde al poeta le corresponde pensar y pensarse en el lenguaje. Una suerte de ejercicio, donde la finalidad última del que crea es barrer lo ya dicho, desencapsular de la cadena de significantes aquellas conceptualizaciones estáticas respecto a eso que es, otorgarle devenir a lo nombrado. Tampoco como si fuera la gran cosa, no me creo tan profundamente eso de que el lenguaje construye realidad, sin embargo, es el territorio desde donde se supone que nos representamos y nos enfrentamos al mundo. Pienso más bien en hacerlo como aquel que resuelve un sudoku. Con esa perseverancia, que te hace olvidar al menos hasta que lo terminas, que es otro juego, un poco más interesante para una cabeza curiosa, pero en definitiva igual de ridículo que los demás.
—¿Cuál crees que es el lugar de la poesía en la contingencia política del país? ¿Crees que debe ser una trinchera aguerrida contra el lenguaje económico como dice Franco Berardi? ¿o debe ir por el costado dando simple testimonio de hechos que no puede cambiar?
—Me cuesta pensar la poesía en esas profundidades, me cuesta abstraer esa bullada idea del lenguaje transformando realidad, que al parecer cada poeta profesa con tanta certeza, como te decía antes. Pero quizás es de puro gil. Es más, tuve que ir a revisar algunas cosas de Franco Berardi, porque no lo había leído y siento que no lo entendí muy bien. Pero cuando leía información respecto a sus ideas, de esta poesía que se enfrenta al lenguaje económico, al capitalismo que no nos deja respirar, lo que pensé fue que el Marketing puede ser sumamente poético, que la poesía de Jorge Teillier, al cual amo profundamente, antes de transformar cualquier consciencia ya puede estar siendo utilizada para vender parcelas, que cualquier reestructuración en el lenguaje, cualquier resignificación, cualquier metáfora rápidamente puede ser absorbida para vender nuevas identidades que en su particularidad son igual de serviles al mercado que las anteriores.
Si bien soy demasiado pesimista como para ser un activista comprometido, cuando pienso en los amigos que se atrincheran en las palabras me baja lo materialista y sus consignas me parecen romanticismos estériles. Me estoy refiriendo a esos que se convencen de que algo se puede transformar a nivel político si es que la poesía se lleva a todas partes. Claramente admiro de manera profunda su motivación. Sin embargo, tengo algunos reparos. Un dato objetivo es que, nuestra capacidad de abstracción cada vez se encuentra más disminuida, nuestra inteligencia en general, si nos aferramos a esos datos que dicen que los nativos digitales son la primera generación con un CI menor al de sus padres, por mucho que nos duela, los grandes poemas de grandes poetas en la mayor cantidad de la población con suerte provocan una risa nerviosa, a lo más provocan un agradecimiento porque igual es bonito el gesto de pegarse el pique para entregar cultura de manera desinteresada y no estoy dispuesto a meterme en la discusión de qué o cómo debería escribir un poeta pretendidamente consciente, porque los poemas pueden hablar de lo que sea y punto.
A pesar de ello, creo que la poesía puede ser al menos una excusa, donde lo que se debería rescatar más que la poesía misma es el vínculo. Donde más que escuchar poemas, lo realmente transformador es escribirlos. Es aquel que experimenta la inutilidad de la creación el que puede llegar a ser modificado y esto es para bien o para mal, porque otra falacia, otra trampa del ego, es aquella que nos hace creer que aquel que se da cuenta pensará similar a nosotros. Entonces, más que lecturas de poesía de los mejores exponentes, quizás de poetas malos pero comprometidos, pues la motivación de escribir porque escuché a otro, también proviene de las expectativas respecto a si es posible que uno también lo haga, de la sensación de que este hueón al que por alguna razón todos vitorean lo hace tan mal que yo también podría. Más que declamaciones super conscientes articulando los tonos y el lenguaje de las maneras más radicales, gente dispuesta a escribir con otros. Más que poesía, acciones concretas que entreguen las herramientas o la motivación para crear.
En resumidas cuentas, creo que la poesía por sí misma es inútil, lo que no me provoca ningún conflicto, pero esta inutilidad se vuelve productiva en la creación, pues te abstrae del tiempo, de lo cotidiano y en tanto esto, te permite mirar la realidad desde fuera. Es justamente ahí donde brota el contenido político que le podemos atribuir al arte. Sé que estas reflexiones ya las han hecho varios y las practican diariamente. Les dejo un Like. Yo acostumbro a quedarme en las ideas.
—La gente lee cada vez menos a pesar del esfuerzo editorial. Comprar un libro no garantiza su lectura, la mayoría de las veces. ¿Para quién escribes y por qué?
—A lo largo del tiempo he intentado buscar diversas respuestas para estas cosas, porque el arte poética viene siendo algo así como parte del currículo literario. Me gusta mucho leerlas, es más, mi antología favorita de poesía chilena es la que hacen las hermanas Calderón junto a Thomas Harris, además de porque fue el primer libro que me robé de la biblioteca del colegio cuando era adolescente, justamente en ella, antes de los poemas de cada autor tiene su arte poética, en algunos casos extraídos de sus propias obras y al parecer, en otras por encargo de los compiladores. Esto la transforma en una lectura sumamente interesante.
Sé que en el pasado las respuestas que tenía para estas preguntas eran mucho más rebuscadas, porque si escribes poemas y no eres capaz de otorgarle una profundidad significativa al arte de escribirlos pierdes puntos a la hora de que se te otorgue el título de poeta, por lo mismo me daba el trabajo, pensaba bastante en el sentido del oficio, pero es una cuestión de la que a esta altura he tomado distancia. Quizás con alguna experiencia importante a futuro cambie. Sin embargo, hoy por hoy diría: Escribo para nadie y solo porque sale, publico porque ya estoy acostumbrado y me cuesta abandonar aquello que me ha hecho sentir que sirvo para algo.
—En tu libro “Constelaciones y otros poemas” está el poema “El Camino”, una pequeña y dolorosa autobiografía que sin embargo transmuta en el destino común de la mayoría de los escritores. Hay una pérdida persistente de la esperanza que como una maldición recae sobre las almas más sensibles y termina por destruir sus vidas. ¿Cuáles son tus límites? ¿Dirás un día: “Hasta aquí llego” y esperarás a que la muerte te convierta en un poeta respetable, o lo seguirás intentando hasta ser reconocido? ¿ Te volverías “Inauténtico” como diría Heidegger, para conseguir algún premio? ¿Te venderías al mercado o al partido, o al poder como lo hacen algunos para alcanzar el éxito?
—Ese poema es autobiográfico a medias, o sea hay un par de cosas mías, pero la mayoría de las que cuento creo que eran las que sentía que les pasaban a otros que fui conociendo en El Camino, pero que claramente no las confesarían nunca. O sea, fue pensado desde los destinos comunes, desde las hipocresías comunes, desde las mentiras comunes. Mi intención era armar un poema en el que te identificaras, pero mirando para otro lado, porque es vergonzoso que te enrostren que te pasaste a mierda y resultó un poco, porque finalmente todos los que lo leen creen que hablo de mí y no de ellos ¿Acaso no es ese un mecanismo de defensa? Igual siento que la emoción que rodea el texto se fue tiñendo de una ridiculez heroica y yo quería que fuera una ridiculez ridícula. Me salió el tiro por la culata, por eso, lo que actualmente estoy haciendo en mi escritura es insistir en ese poema, sin embargo, buscando que esa heroicidad no sea pensable, poemas que sólo sean una gran burla. Que consigan hacerme reír, pero a la vez sentirme un tonto.
Respecto a la otro, no tengo conflictos con ser más o menos leído, ni con conseguir o no el éxito. Mientras haya una alternativa para pagar las cuentas y el pan es mejor que no importe y me lo planteo casi como un mantra. Por lo mismo los concursos y los fondos tampoco me interesan, es un padecimiento innecesario, participo de vez en cuando, he ganado y obtenido menciones en un par de convocatorias menores, siempre mandando poemas publicados a instancias que solo admiten poemas inéditos porque es chistosa la idea de poder ganar, simplemente porque cualquier poema es inédito si no lo lee nadie. A los fondos solo postulé una vez el año 2014, me estresé, tuve que conseguir papeles, pensar en cómo obtendría las boletas para justificar los gastos en caso de ganármelo. Finalmente saqué un pésimo resultado, menos mal. Lo mismo me ocurrió antes cuando quise postular al taller de poesía de la fundación Neruda, incluso con los de Balmaceda Arte Joven. Con esto me dejó de gustar la idea de que mi arte se transformara en el arte de llenar formularios. Y si bien la he vendido de que esta dinámica se debe a una postura anárquica, la verdad es solo que me da mucha paja. Lo que sí, a veces siento un poco de envidia, cuando los veo viajando sin tener más talento que la capacidad y las estrategias necesarias para hacerse amigos de las personas precisas. Pero es una cuestión humana, a todos nos gustaría viajar gratis. Aunque sacaría del itinerario todo lo que tiene que ver con actividades literarias, porque me aburren mucho y me incomoda tener que conversar a la fuerza de cosas profundas, es el camino corto a la borrachera y es algo que ya no quiero. Para ir complementando, mira, mi primer libro lo publiqué hace 10 años, desde eso al día de hoy, entre libros y papeles corcheteados he publicado 13 títulos, 10 de ellos en los primeros 5 años, claramente un exceso. Varios pésimos, que nacieron de la necesidad de generar unas 30 o 40 lucas que me permitieran terminar el mes, por lo tanto, recolectaba algunos textos y buscaba alguna editorial amiga, que me permitiera publicarlos gratis. Te lo cuento porque no es normal, o sea, obviamente también existía cierta necesidad inconsciente de ser reconocido, una ansiedad grande frente a la idea de ser olvidado por este espacio donde pensaba que podía llegar a ser importante. Seguramente, sin darme cuenta, es una de las prácticas más cercanas a lo que me planteas en la pregunta. A pesar de ello, pienso que simplemente son cuestiones que actualmente no me interesan para nada.
—Generalmente uno se ve influenciado por la palabra del otro. Es inevitable. ¿Cuáles son tus vacas sagradas, tus poetas preferidos, tus filósofos preferidos y por qué?
—En poesía, Pablo de Rokha y Juan Luis Martínez, fundamentalmente por las cuestiones que me llevaban a pensar sus obras cuando era más joven. Uno de los poemas más bellos y profundos de Stella Díaz Varín llamado La Palabra dice “Una sola será mi lucha y mi triunfo; encontrar la palabra escondida”. Esa palabra escondida se encuentra diciéndolo todo o llevando ese todo al silencio. Como si fuera la dinámica de occidente y de oriente. Una búsqueda en común que cree encontrar su solución en el exceso o en la ausencia. En la aparición brutal o en desaparición imperceptible, pero en estas se juega el mismo desgarro, la misma fragilidad de aquel que articulando de formas creativas el lenguaje se aventura en esta tarea. Sentía que las propuestas de estos autores eran enormes en la presentación de esta problemática, se lee la desesperación. Y esta desesperación ante la imposibilidad de dar con aquella palabra, fue clave para quererme dedicar a la poesía.
Añadiría a todo el malditaje, pero por cuestiones más bien biográficas, soy un farandulero, me gusta leer respecto a esas vidas en extremo fuera de la norma. Me pasa lo mismo con los filósofos, en algún momento me vi más interesado por las vidas que por las ideas, por cuáles fueron las circunstancias que los llevaron a pensar lo que pensaron. Por lo mismo en el último tiempo me he estado formando en psicología.
A partir de esto y como era imaginable quizás, mis filósofos favoritos son también aquellos que parecen poetas o que se discute si efectivamente los podemos llamar filósofos. Principalmente Friedrich Nietzsche y Emil Cioran. También por la desesperación, por la sensación de que esa búsqueda de sentido se escapa de la cabeza y se encarna en la vida. Nietzsche me conquistó cuando fui dilucidando en él, algo en lo que estoy claro que no es el primero ni el último, pero fue donde yo por primera vez lo vi y quedé rallando, de igual manera que es algo de lo que de forma indirecta siempre estoy hablando o escribiendo, que es la Verdad como patología, ese atrás que hay en nuestros convencimientos, que por mucho que seamos personas inteligentes que han construido aparatajes teóricos imponentes para sostenerlos, si somos capaces de remover los escombros aparece puro padecimiento, puro deseo, pura angustia. En esta misma línea Cioran, que también fue donde por primera vez me encontré con alguien que sentí que escribía con plena consciencia de estas cuestiones. En sus entrevistas, Raúl Zurita constantemente refiere a una idea que es sumamente bella, parafraseándolo dice algo así como; si uno escarba profundamente en sí mismo se encontrará tocando a la humanidad entera. Pienso que Cioran diría que si uno escarba profundamente en sí mismo o no encontrará nada o se encontrará en donde empezó, con eso se me viene a la cabeza altiro, esa lógica actual, tan popular en ciertos grupos, que versa sobre aquello de Deconstruirse. Disfruto del pesimismo de Cioran porque lo encuentro exagerado, es tan abisal que llega a parecer artificial y esta artificialidad se vincula mucho con su biografía que era más la de un viejo pillo que esa alma sensible que no tolera la realidad que podríamos encontrar en Nietzsche. Cuando leo los títulos “En las cimas de la desesperación” o “Del inconveniente de haber nacido”, me provocan una sonrisa, porque en ese exceso me da la sensación de que se toca un límite en el cual el pesimismo más radical puede comenzar a ser chistoso. Tributando a esto le puse como nombre a uno de mis libros “Creo en la reencarnación porque arrastro un cansancio de siglos” y por lo mismo ahora siento dominar ciertas herramientas que me pueden permitir sistematizar en poemas la burla.
—Esto se lo pregunto a todos. Es una pregunta cliché y de muchas aristas, pero simplemente, ¿Crees que la poesía puede cambiar en algo al mundo? ¿Te importa que el mundo cambie en algo?
—Creo que buena parte de lo que pienso sobre esta cuestión, te lo comenté en una pregunta anterior. Mi respuesta inmediata a eso es no, no creo. Me gustaría mucho pero no creo. Al menos la poesía por sí sola. Desconfío profundamente, de aquellas posturas de las cuales entrelíneas se puede leer que antes de cambiar el mundo hay que cambiar a las personas. Y es justamente eso lo que me hacen pensar los discursos que ponen a la poesía en un lugar central de las transformaciones. O sea, tienen que pasar muchas cosas antes para poder llegar a hacernos cargo del sí mismo, que es a lo que siento que apunta este tipo de cuestiones. Y todas esas cosas que tienen que pasar, convergen en la materialidad. Pero una materialidad más del exceso que de la falta. Ya no la falta de comida, sino que el exceso de estímulos, ya no la falta de inteligencia, sino que el exceso de información. Ignorar este tipo de cuestiones precipitó el rotundo fracaso de la lógica progresista clasemediera-intelectual, como si la formula fuera revuelta + poesía = consciencia (todxs abren los chacras, todxs comienzan a entender el arte de vanguardia, todxs se terapean, todxs se vuelven veganos), y por ende mundo nuevo. Yo creo que parte de mi pesimismo, es porque me cuesta imaginar transformaciones significativas sin el ejercicio de la violencia sobre las subjetividades, pienso en Zizek explicando cómo opera la ideología y cómo se escapa de ella, y es justamente esa violencia algo a lo que no estoy dispuesto y termino creyendo en que quizás hay que dejar que el mundo siga igual nomás. Por eso te digo, ojalá se pudiera con poesía.
—¿Cuáles son tus planes editoriales para el futuro cercano? ¿Estás escribiendo algo nuevo?
—En estos asuntos yo me muevo bajo una máxima que es;Escribe y edita hasta que alguien se anime a publicarte gratis. Y me ha resultado, claramente que bajo las condiciones absurdas del mercado de la poesía. Tirajes pequeños, distribución limitada, ganancias menores, pero ya está. Al menos podré decir que esas 20 o 30 copias vendidas son un pago integral a mi creatividad sin ninguna inversión monetaria de por medio y que efectivamente están en manos de personas que los leerán. Cuestión que imagino, en estos subterráneos de la creación poética pueden decir pocos. Desde el año 2019 que Askasis Ediciones, editorial a cargo de Adrián Barahona ha publicado mis libros. Reeditó el primero llamado “Paralogismos de la Sombra Sin Mundo”, hicimos una antología de todas esas plaquettes que había publicado anteriormente que se llama “Creo en la Reencarnación Porque Arrastro un Cansancio de Siglos” y sacamos un percolado de muchos textos sueltos que tenía guardados que se llama “Constelaciones y otros Poemas”. Actualmente estoy esperando el humo blanco para mi libro nuevo, Adrián ha andado medio acontecido, así que ha costado ir afinando las últimas cuestiones. A lo mejor hasta me dice que mejor no y tengo que buscarme editorial nueva.
Este libro nuevo se llama “Soy el Mismísimo Fabián Burgos” que es un libro-burla, un libro-chiste, donde exagero la aparición del hablante lírico para escribir en torno a las cuestiones ridículas del oficio. Hace rato venía pensando en cómo hablar en un tono cómico de estas cuestiones de las que ya venía escribiendo en una lógica un poco más trágica y la palabra Mismísimo me trajo la respuesta, porque contiene en sí misma una grandeza burlesca, primero es un meme y segundo, es una forma de presentar a alguien a quien uno considera relativamente importante, en un contexto donde es y seguirá siendo un saco de hueas más, o eso yo sentía, cuando al encontrarme con algunos amigos músicos me presentaban de esa manera. Como te decía antes, siento cierta atracción por esas exageraciones que llevan a la carcajada sobre todo cuando uno quiere hacer las cuestiones con cierta seriedad y el mundo de la poesía, guardando las proporciones, es Felipe Avello en SQP, en su éxtasis cómico cerrando una performance humorística, citando el epígrafe de Los Detectives Salvajes, guardando las proporciones, porque Felipe Avello lo hace con querer.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista a Fabián Burgos
Por Víctor Hugo Hayden
Publicado en revista Stultifera Navis Volumen 13, Mayo, 2024