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Breves apuntes sobre el caso Polanco

Por Fabián Burgos



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Si alguna vez hubiera tenido la animosidad de terminar una tesis, justamente hubiera sido respecto a la obra de Juan Luis Martínez. Y aunque de seguro nunca la hubiera terminado y que por lo demás, las contingencias académicas me ayudaron a tener un título profesional sin tener que someterme a semejante aburrimiento, el caso Polanco de cierta manera me fractura.

Conocí “La Nueva Novela” por el 2011, bastante tarde pienso. Y es que por esos mismos años recién comencé a leer poesía de esa forma desesperada que ya abandoné hace tiempo. Recuerdo a Nico, a Leo, a Emersson en el taller de Mal de Ojo. Y especialmente a Pablo, porque éramos los más chicos, porque de alguna manera algo nos hizo click, algo que nos llevó a querer leer todo lo que se debía leer y todo lo que iba siendo publicado. Dentro de esta locura, con uno de mis primeros sueldos de profesor me compré “La Nueva Novela”, casi por dato, conociendo poco, porque era ley que todo el sueldo se debía gastar en libros y en vino, porque leerlo todo y tomarlo todo era la única forma de escribir algo que valiera la pena y trabajar para vivir era haber perdido, pero una derrota necesaria.

Yo venía de la filosofía a medias, a medias porque me costó una carrera entera entender algo y fui conociendo por montón a esos que parecían conocerlo todo desde siempre. Difundí la “Nueva Novela” con el éxtasis de quién creyó descubrir algo que a alguien salvaría de algo, fotocopié, presté por montón con el temor que arrastra prestar un libro que sientes que te ha transformado, hablé sobre la necesidad de piratearla y que estuviera en cada lugar donde la poesía se necesitara, cuando aún creía que la poesía servía. Antes de sentir vergüenza, antes de mirar desde fuera.

También compré "Aproximación del Principio de Incertidumbre a un Proyecto Poético", pero se la vendí a Pablo en los años de miseria. Nunca lo miré detenidamente.

Con “La poesía chilena” ya fue diferente, era un libro que según yo necesitaba y Librería ayer, no sé por qué motivo, en algún momento tuvo un buen stock.

Los “Poemas del otro” también los tuve y los vendí por falta de plata, sin pensar que pronto dejarían de circular.

“El poeta anónimo” nunca lo pude comprar, pero me lo prestó Pablo por casi un año.

Y cuento estas cosas, porque gastar casi medio millón de pesos en unos cuantos libros, para alguien que nunca ha tenido la suerte de nada, no deja de ser significativo.

¿Y qué es la obra de Juan Luis Martínez?

Un rito, una ouija, una necromancia donde el autor resucita ya no en su lectura, sino en su reproducción, en su imitación, en su copia. Cuando cualquiera puedo escribir un texto y decir que es un original de JLM, al menos en ese pequeño segundo, es donde el autor está realizando su obra. La desaparición total que busca fundirse con cualquier obra posible. Pero hay que entender que la obra de Juan Luis Martínez tenía más que ver con la magia que con la poesía. Porque la verdad te puede traer tan a presencia como la mentira. El mito, en tanto desaparezco dejo algo que construye.

¿Por qué uno roba? ¿Por qué uno miente? ¿Por qué uno imita? Para que en el futuro cada robo, cada mentira, cada imitación, además de cada una de las palabras que nunca dijiste, te puedan traer a la memoria. La palabra y el silencio. Lo que se nombra y lo que se calla, como alquimia, como hechizo.

Apaguen las velas, abran las cortinas. La obra que parecía infinita está siendo condenada (por su familia) a la desaparición.

Al menos que Juan de Dios, hubiera querido, en verdad, que todos estuviéramos presos.



 

 

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