No conozco, digo,
No defino, nombro
Agrando la naturaleza
Expreso;
Detrás, allá detrás de mi corazón, aúlla la nebulosa.
Pablo De Rokha
Horacio Pino en Mitimaes construye una tempestad, una fuerza oceánica que, en
su desgarro, pretende que el cauce del tiempo no obstruya ni invierta el cauce del
río. El tiempo del progreso sin ética, ni memoria.
Los ríos tras el advenimiento de las ciudades se transforman un poco en eso, una
metáfora de clases. Aquellos que habitan sus nacientes y las pueden utilizar para
el desecho, para el ocultamiento o el simple camino de vuelta. Mandar a la
desembocadura aquello que no pertenece a la naciente, el despojo, el escombro,
el cuerpo mutilado, esto en tiempos de crisis, pues la transparencia del río seco,
es también una victoria en aquellos momentos en los cuales ya no hay nada que
esconder. En el caso de Horacio, se advierte tal victoria, como la victoria de cierta
visión de mundo que deja a la naturaleza al servicio del ser humano, sin
considerar como la misma terminará arrasando a otros. Capitalismo salvaje,
quizás. Esto puede resultar paradójico, pues el progreso descontrolado no solo
edifica, sino que además remueve, no solo tapa, además devela. Si se puede
secar un río, si se pueden encontrar osamentas pertenecientes a una de las tantas
matanzas que han existido en nuestro territorio, es porque un perfecto trabajo se
ha realizado en nuestra empatía, en nuestra memoria.
Horacio Pino Sanhueza
Sostengo que de estas cuestiones intenta dar cuenta Mitimaes, desde una postura
abiertamente anticapitalista, el río comienza a aparecer como una metáfora
política y una metáfora de clases. Los primero, porque en sus nacientes
cristalinas, puras, habita la riqueza, la cual va disminuyendo en dirección a su
cauce, hasta llegar a su desembocadura, puro desecho, puro despojo, pura
negrura. Y política, porque en una dictadura del capital como en el caso chileno,
entre más abajo habitas el río, más han sido los cuerpos vistos, por lo mismo los
habitantes de sus vertientes pueden llegar incluso al negacionismo. En otras
palabras, en lugar que habitas en este tránsito, va consolidando una visión de
mundo.
Sin embargo, y desde acá el ejercicio poético de Pino, existen aquellos
observadores que quedan entre la naciente y la desembocadura. Los
espectadores que no arrojan ni reciben, sino que metaforizan y construyen sentido
desde estas visiones. Articulan un alarido.
En este libro hay una suerte de larismo, que me gustaría llamar Larismo Rábico,
pues las imágenes que va edificando el autor, no se quedan solamente en aquella
nostalgia frente a una ruralidad que insoslayablemente desaparece, sino que el
poeta valiéndose de un lenguaje mesiánico, grandilocuente, enuncia desde una
oposición radical. No busca solamente conmover, sino que enrabiar al lector. Es
decir, que a diferencia de esta tradición que se derrite en el ejercicio autoflagelarte
de mostrar de manera estéticamente atractiva aquello que fue y lamentablemente
ya no.
Pino en sus poemas denuncia, reclama, advierte y profetiza. Sin embargo, en su
sonoridad, en su búsqueda, más que simplemente unos versos dirigidos a
remover éticamente al lector, comienza a adquirir un tono chamánico. Y cuando
decimos chamánico aludimos a una cuestión que toma muy de cerca a los poetas.
La idea del poema como hechizo, como necromancia, como invocación de fuerzas
sobrenaturales. En este caso lo místico toma consistencia en el lenguaje, más
bien en los tonos y sonoridad. Si hay algo que buscan ciertas musicalidades en el
poema no es otra cosa que el trance. Esas sensación de conexión intersubjetiva
entre las distintas voluntades, incluyendo las de la naturaleza.
Al leer esta obra da la sensación de que cada poema podría ser perfectamente
un mantra, como ocurre en Ezra Pound o en Pablo de Rokha por ejemplo, en los
cuales sus textos más envolventes, tienen como característica una sobrecarga de
letras erres, lo que podría ser perfectamente analogable con ciertas tradiciones
espirituales, como algunos budismos, que buscan en este tipo de sonidos, un
puente que permita llegar a otros estados de consciencia o a la conexión con la
divinidad. Y es desde acá desde donde me permito comparar a Horacio con una
suerte de chamán. Como aquel que harto, canta con tonalidades y sonidos que
sugieren la invocación, la intención de adentrarse en un estado que le permita
tomar contacto con la voluntad de la naturaleza, como si de él dependiera invocar
aquellas tormentas que impedirán que se seque o se invierta el cauce del río.
Entonces, en resumidas cuentas. El libro Mitimaes de Pino funciona a la manera
de los grimorios. Un libro de hechizos. Y esta en su gran fortaleza. Todo libro de
poesía debería estar íntimamente ligado con la magia. Con la modificación de las
conciencias como paso hacia la modificación de la realidad, sin que aquel tránsito
sea evidente.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Todo libro de poesía debiese ser un grimorio;
a propósito de "Mitimaes" de Horacio Pino Sanhueza
Por Fabián Burgos