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Prologo y algunos poemas de “Teoría del Trauma” de Fabián Burgos
(La alternativa, Santiago 2019 / ediciones colectivas periféricas, Valparaíso 2019)
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El trauma sin cuerpo o cómo se habita en un derrumbe constante
Rememoramos aquellas profundidades
impotentes ante el oído
que no puede distinguir
la realidad del trauma
Fabián Burgos
Lo primero que brota al leer el texto de Burgos, es la idea o la imagen nauseabunda de un cuerpo en descomposición. Un cuerpo que, sin embargo, carece de órganos, de integración, incluso de sentido. Como si se tratara del cuerpo del psicótico, no amarrado sino por la emergencia de significantes azarosos.
Si remitimos a la idea freudiana del trauma, debemos preguntar primero dónde ocurre lo traumático, si es en la realidad del cuerpo del infante o en la cruda materialidad del órgano sin palabras, que carece de todo, incluso de humanidad. Una teoría del trauma requiere de un cuerpo simbólico, y no un cuerpo-cadáver depositado en lo real, sino un cuerpo que pueda significar el dolor como dolor anímico.
Es en el dolor herrumbroso de este poeta, que se le presta un cuerpo metafórico a una teoría propia del trauma, que busca descomponer lo que ha ido tejiendo con las palabras para ofrecernos este aspecto de corporalidad llena de interrogantes y, finalmente, de una angustia que parece no ser sino un sonido que abandonó hace ya mucho rato la campana.
El trauma de Burgos no es la teoría de Burgos, sino el espacio que ocupa su propio yo. La constitución de un nombre propio que no puede ser habitado ni deshabitado y que no tiene otra salida en la gruta de lo inconmensurable, salvo rezarse a sí mismo para contemplar su fantaseado final. Es un yo traumatizado por demasiada conciencia, un ego obsceno que se muestra golpeado por lo simbólico y que se incendia en metáforas, ocupando en la fogata, toda su madera.
Su empeño en escribir a pesar de las crisis de pánico o para las crisis de pánico evidencia una caída de la realidad a lo Real, de la palabra a la materialidad, del sueño a la enigmática posibilidad de un decir que efectivamente termina atravesando huesos, y en no pocas ocasiones.
Su trauma es, al mismo tiempo, la imposibilidad implícita en todo decir. La evidente fisura de la significación, la alalia, la mudez total frente al mortificante estatuto de la presencia. Y frente a esa presencia, un yo, desmesuradamente desnudo que se queda sin palabras, pero nos ofrece poesía. Mortificante poesía.
La poesía y el trauma están necesariamente vinculadas, porque la herida de una significación imposible retorna, el signo indescifrable busca volver a ser significado y persiste dejando eternamente un residuo, la baba de la palabra dicha, la desconcertante enunciación del poema.
Burgos demanda que le expliquen, los pensadores, los poetas, los cadáveres, quizás también y, por qué no, los filósofos, cómo se ha de habitar en el derrumbe constante y qué es el derrumbe constante sino lo que nos muestra el sueño, la delicada descomposición de nuestra precaria estructura lingüística.
Y luego, todo es cubierto por el bálsamo de la angustia. La sístole y el diástole de lo que no puede decirse, por vergüenza, por exceso y por obscenidad. Y nuevamente el cuerpo sin órganos, es atravesado por preguntas orgánicas “El corazón bombeando las caries hacia los tajos”. La condición humana, el miedo ante las cavidades y los pozos antropomorfos y, por tanto, dolorosos.
La palabra y el cuerpo se funden en lo que probablemente es un deseo de elaboración. “No tenemos vida suficiente para la paciencia de la gota”. Y aquí, la paradoja, pues el hablante tampoco quiere vivir lo suficiente para adquirir tal paciencia.
¿Dónde está en un lenguaje sin órganos, la humanidad? ¿Dónde el padre? Si finalmente la resolución del trauma primigenio tiene que ver con elaborar aquello que habita en el nombre del padre, el poema que alude al padre deja ver con una cruda comicidad, propia del ‘chiste’ freudiano, aquello que más le duele al poeta. “Mi padre nunca toca al perro. Su dinámica es tirarle un palo hasta que se canse. Lo ama, pero nunca toca al perro”.
Huelga decir que todo poeta tiene algo de perro, busca en el amo su significante y en el significante busca amor. Somos poetas porque tenemos padre o porque en su lugar ha quedado un vacío, porque buscamos algún residuo de Dios, porque confiamos en la palabra hecha carne. La conciencia sobre nuestra propia muerte no nos hace amos del perro, nos hace esclavos de nuestra condición precaria, finita y sobre todo miserable. Así el perro escarba en nosotros y nosotros, en otros.
He aquí lo terrible: los poetas “mueren sin decir nada importante”, porque nada importante es posible decir, y en el decir de un poeta verdadero como Burgos, la conciencia sabe cómo emular la cosa, como adentrarse en su propia materialidad.
“Cuando pregunten por mí, se deberá decir una mentira leve. Por ejemplo, que se quedó impregnado en los estropajos” (F.B)
Antonio Letelier
Santiago, Chile, 2019.
A puras crisis de pánico me escribí de memoria poemas entre los ojos, he sido canonizado por los escombros de esta casa, donde de a poco va desapareciendo todo. Subo las escaleras y me atrinchero en mis palabras para interrogar la brisa, el soplido que me dibujó de hojas. No existe lo demasiado dentro, aquello que me emparenta con los trenes subterráneos no es más que herida. Explíquenme cómo se ha de habitar en el derrumbe constante, denme señales, impriman en las ventanas un mapa que plantee un camino más significativo que la sed o el frío.
7
Querer ser un escombro
Apretado entre los fósiles
No tenemos vida suficiente
Para la paciencia de la gota
11
Mi padre nunca toca al perro
Su dinámica es tirarle un palo hasta que se canse
Lo ama, pero nunca toca al perro
Mi dinámica es similar
Nunca toco al perro pero voy al patio
Y le tiro el palo un par de veces
Sin embargo
Cuando abro la ventana de mi pieza
Se vuelve loco
Salta
intenta traspasar los obstáculos
No lo piensa
Finjo tirar un objeto
Y siempre vuelve con un hueso
El perro sabe mucho
El perro escarba en mí
Porque siempre que finjo tirar algo
Vuelve con un hueso
15
Los poetas se mueren
Lo terrible es que los poetas se mueren
Sin decir nada importante
Para las grandes multinacionales
Yo he decidido dormir
He decidido masturbarme
En lugar de andar vomitando palabritas
Al viento inexistente
Los mendigos son otra cuestión
Cuadros
Siluetas de piñén dibujadas sobre las veredas
Animitas de carne
Para amputarse la lengua
Para morir de grito
O de canto
19
Un niño coloca su juguete favorito
Sobre la estufa a parafina
Ese juguete es un dinosaurio plástico
Una vez que sus patas están derretidas
Las pega sobre su propia pierna
El niño llora
Unos momentos antes
Oyó hablar acerca de los restos fósiles
Transformándose en petróleo
Se imaginó de tierra
Ese niño es parecido a ti
Escribiéndose direcciones y números telefónicos
Encima de las manos
20
Ver moverse a las polillas entre las hojas
Es un acto sublime de paciencia
Arrancar aquel fragmento de la realidad
Y estampártelo en la retina
En busca de calma
Fuera de ese cuadro
Es jueves a las 10:12 de la mañana
Y te paseas de un lado al otro de la casa
Con los pies absolutamente entumecidos
Esa leve consciencia
De caminar sobre los muertos
El estado del arte
La poesía es la vida misma
Comentan dos jóvenes atrás de mí
En la fila de la botillería
El que parece escribir más
Habla de una biblioteca comunitaria
Que se construye cerca de La Pintana
Y de que hay que leer al Juan Carreño
Pa entender el verdadero sentido de la volá
El peñi Chihuailaf pa calmarse
Y el peñi Añiñir pa la pelea urbana
Porque los otros puro que contaminan los espacios
Harto hocico y poca acción
Y lo que siempre falta es fuerza
No puras palabras bonitas
Atrás de mí dos jóvenes llenos de entusiasmo
A los que les regalaría mis manos
Si simplemente no me pesaran más que la angustia
O si es que cada poema incendiario
Que se me pasea entre la neura
No fuera abortado por aquel secreto punzante
Que me desconfigura el rostro
Cuando el silencio otorga
Y arrastro cuatro boletas de envases prestados
La poesía es la vida misma
O tan solo esto que me borra
Asilo
Quién será el que dé asilo a los tristes
Cuando los techos caigan por la podredumbre
Y toda la primavera les roce el cerebro
Dejándolos sedientos
Reptando entre los libros y las paredes más frías
Acaso serás tú, poeta de lluvia
Acaso alguno encontrará refugio en tus poemas
Que hacen reventar los cuerpos celestes
Contra las células
Como si fuese fácil saltar del alma a las constelaciones
Quién será el que dé asilo a los tristes
Esos tristes biológicos
Que dialogan hasta la madrugada con las ventanas
Y se largan a llorar de puro antárticos
Acaso serás tú, poeta de mecha
Acaso alguno encontrará refugio en tus poemas
Que intentarán azotarles los rostros contra el barro
Para decirles que la calma es una sencilla rebeldía
Quién será el que dé asilo a los tristes
Cuando sus pieles se comiencen a descascarar
Por el tabaco
Cuando comiencen a mutar los colores de sus córneas
Y se paseen con los estómagos fuera del cuerpo
Sólo por mostrar las bolitas tragadas en la infancia
Acaso serás tú, poeta de cajitas musicales
Acaso alguno encontrará refugio en tus poemas
Que hablan de la pena pene
Para negarles el origen trágico del vómito
Quién será el que dé asilo a los tristes
Cuando dormir sea practicar en soledad la muerte
Habitamos el escombro. En cada uno de nuestros pasos se nos vuelan las células del cuerpo. Es decir que nada se construye, todo es un disolverse y nada de polvo de estrellas, a lo más combustible para una generación futura. Pienso en esto mientras juego a sacarme la tierra de las uñas y disparo las bolitas de cebo contra el espacio, las miro viajar con atención hasta que se pierden, con la certeza de que toda esa inmundicia brotó de mi propio cuerpo, cuando en la ansiedad me rasqué con furia, insomne rasguñándome la frente, alucinado con palpar el lóbulo frontal y de un golpe removerlo. Todo aquel despojo, que en el delirio de los místicos se vuelve uno con el universo se identifica con el asco. Todo ese abono que pasará por la podredumbre. La infinita bondad del árbol que deja caer su fruto para alimentar a los gusanos. Escupir, intentado atinarle a la línea de barro que queda entre los adoquines, después de la lluvia.