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Respecto a una obra en descenso espiral
Reseña de la obra poética “Creo en la reencarnación porque arrastro un cansancio de siglos”, de Fabián Burgos.
(Ediciones ASKASIS/ Ediciones Colectivas Periféricas, 2020)

Por Javier Ossandón



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El libro que tenemos ante nosotros nos presenta una caída vertiginosamente desesperada hacia la angustia, presente en la fragmentación de su experiencia. Muy bien lo expresa el título "Creo en la reencarnación porque arrastro un cansancio de siglos": estas vivencias no están descritas en la materialidad cotidiana sin más, sino que se pone en entredicho su sentido en sí misma, además de universalizar la desesperanza en la que nos sume los límites del lenguaje, en su compleja relación con la realidad espacio-tiempo. El poemario nos presenta así un lumínico vaivén que colisiona entre las células del individuo y el universo. Lumínico, siempre en la comprensión de que no hay luz sin sombra. Y la sombra, a su vez entendiendo el vacío  que se postra ante  el desconocimiento del origen.

Podemos ver en la primera parte llamada “El lenguaje de los pájaros es también el lenguaje humano” una idea contraria a la tradicional de la figura del poeta. Acá hay una reducción del poeta y su ego, por  la construcción del poema  a través de palabras y oraciones magnánimas. La voz poética acá expresa: “mis palabras  megalómanas en el texto me reducen/me autofagocito/ desaparezco en el poema”. El espectáculo de este tejido neobarroco es suficiente espectáculo, tanto así que hace desaparecer al propio hablante. Además esta “obra espectáculo”  no es vacía, todo lo contrario, se nos presenta la complejidad existencialista sobre el origen humano, la honestidad de la arcada del lenguaje, como dijera el hablante; “el idioma celeste que hoy le vomito a las pequeñas ciudades”. Estos poemas se titulan de tal modo que a cada uno se le asigna una letra de manera ordenada, de la A a la Z,  haciendo referencia a la posibilidad de estructura que nos entrega el idioma. Sin embargo este orden a la forma resultará una ironía en la medida que avance la obra, como lo veremos.

Luego, en la sección  Des/e(r)0s a esta problemática del lenguaje se le suma el saberse dentro del engranaje absurdo de la existencia, hacia el problema del vínculo con un otro: “desembarcamos todos rotos en la resaca del mito/ y sin necesidad de nervios ópticos miramos la nada/ oímos , /palpamos, nos jalamos la nada”. Esta imposibilidad de unión proviene de la idea de que caemos al mundo desde el “Des/e(r)os” como el silencio y el “Des(uno)” como la palabra, pues la palabra permitiría reconocernos y así formar nuestra identidad, a la vez que vincularnos con un otro en la comunicación. Sin embargo el hablante lírico nos presenta una contradicción: “las palabras creyeron colonizar la materia./ Por eso nunca tuvimos más que el canto/ más que intentar traducir la melodía del primer estallido”. El poeta arrojado al mundo toca la tonada de su propio origen, la que nos retumba al oído como el eco de una realidad aparentemente incognoscible, produciendo una fragmentación de nuestra relación con el todo, y más aún con un otro, pues como la misma voz reconoce “y nada soy/ más que voces que me atraviesan desde los multiversos”. El autor reconoce las múltiples dimensiones, intenta cantar el origen, pero hay una relación problemática con el aquí y el ahora, con la acción, ya que siempre está dentro de sí, intentando reconocerse en conexión con el universo, en diversas dimensiones, que parecieran ser reminiscencias de su estado actual, pues “todo recuerdo es teatro, toda memoria es teatro”.

Luego avanzamos al capítulo denominado “Basurita Cósmica”, acá el hablante sigue rebotando su voz desde el espacio hacia la atmófera terrestre, cual residuo de los astros. Distingo un tono universal que sintoniza en la frecuencia de lo finito, así se intenta diluir en el nebuloso torbellino de un raciocinio que se sabe imposible, y rápidamente se estrella contra la hoja para devenir palabra. Es casi contradictorio con el capítulo anterior, pero a medida que Des/e(r)os avanza, el sujeto poético incorpora paulatinamente el reconocimiento de la materia en sus versos. En esta sección los poemas conforman una suerte de arenga que nos invitan a presenciar con todos nuestros  sentidos este sonido cósmico, que se conecta con el cuerpo, y más allá aún, con nuestro entendimiento, pues el sonido viaja desde el espacio superponiéndose a nosotros: “hay que oír sin miedo/ la música de los impulsos eléctricoquímicos viajando por el cerebro”. De esta forma se produce una simbiosis en la medida que avanza la obra. Va tomando diversos materiales que luego serán utilizados en las siguientes secciones. He ahí la idea del espiral.

Entonces, el hallazgo del ser se propone como una poética que hace un  llamado al retorno introspectivo; en el acto de mirarse a sí mismo, el poeta- que pareciera ser la misma voz poética-  pone  atención a los misterios de la física, el espacio, a los átomos que actúan dentro de su organismo; en su cuerpo residen la misma naturaleza de los elementos y fenómenos constitutivos de las galaxias, en tanto vida, desde allí  busca y se pierde entre la unidad que conecta las células del individuo y las del  universo: “En todo retumba el origen que desafinó la historia”.

Al final de la obra nos encontramos con “Teoría del trauma”. La voz lírica abre esta sección señalando que “A puras crisis de pánico me escribí de memoria poemas entre los ojos”. Así el hablante atisba un gran camino circular en espiral descendente e intenta comprenderlo, estudiarlo, pues además pide que “impriman en las ventanas [de su propia casa] un mapa que plantea un camino más significativo que la sed o el frío”. El trauma también es aquel miedo que le provoca todo lo humano, el sustrato de este espiral descendiendo, sin reconocerse en la memoria. Sin embargo la escritura le permite al poeta resistir ante la herida, y reconocerse en el trauma, que es el cansancio,  mientras que la teoría   aquella construcción estética de la palabra y la obra  para tratar de entender los designios de todo lo que nos lleva a la muerte. En esta sección, hay un reconocimiento de la historia, la propia historia del hablante. La vida es el propio cuerpo doliéndole, sabiéndose parte de la actualidad, pero también perteneciente a la herencia de la humanidad. Hay un escepticismo con la palabra pues "No hay lenguaje que esculpa/ algo que reemplace/ esta quemadura profunda/ esta cartografía/ que intentará planear la huida.” De este modo Fabián Burgos expresa una necesidad de teorizar la angustia, aquello que solamente podríamos hacer de manera genuina en un poemario, sintiendo la estocada de la tristeza, pues es el único espacio posible ante la contaminación de la razón para decir sin más explicaciones “Universo, mátanos.”

Para finalizar, cabe mencionar que el presente libro es un trabajo de años de Fabián Burgos. Anteriormente ha publicado cada una de las partes de este libro en formato de plaquette. Sin embargo, su estética sólida, así como el replanteamiento constante del hablante lírico ha permitido que estas cuatro secciones, antes separadas, logren una unidad que lo haga obra, en la medida que toma materiales con los que va reelaborando y replanteado lo antes consignado por sus palabras.  Quién sabe si este es sólo el inicio de un espiral que, con fuerza centrífuga,   desciende hacia otras inmediaciones desconocidas aún de las galaxias y del poeta.



 

 

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