Hay un mundo que se mueve adentro y afuera del creador de homenajes.
Hay muertes, vidas, desparecidos que habitan el texto que deslumbra
y te ciega esa oscuridad de palabras, de sonidos moviéndose.
Hay pérdidas en la cabeza del autor y está su oficio que tarja,
que se mete adentro de los pensamientos, como un hijo sin madre.
Hay dolor y fisura que conmueven, que son gritos en el silencio por donde van las palabras.
Cosmogonía del ser que se duele crítico ante la posmodernidad y se sirve de sus amigos de otro tiempo para estar.
Hay un poeta encerrado en un filósofo que orina las calles de Santiago de Chile
y como un Diógenes se va con los perros por los parques.
Y es todos los poetas y es uno en su casa donde da de comer a su padre.
Hay un niño que escribe sobre las murallas, lucido y terrible como el mejor poeta de su tiempo.
Yo lo leo y me ciega su oscuridad, sus palabras tarjadas, sus homenajes y ritmos.
Yo lo leo y preparo garbanzos con chancho y afuera llueve.
Yo leo al poeta y lo admiro profundamente.
Uruguay, 2019