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Al final de la travesía
Francisco Coloane
Revista de Libros de El Mercurio, sábado 10 de agosto de 2002
Hasta pocos días antes de su muerte, Francisco Coloane trabajaba en la corrección de lo que se convertiría en su libro postumo. Presentamos un anticipo de «Naufragios y rescates», que Editorial Andrés Bello dará a conocer en septiembre. En esta obra, su autor comenta y recrea algunas de las crónicas publicadas por Francisco Vidal Gormaz en su volumen «Naufragios», de 1901. Reconocido por la fuerza y vitalidad de sus narraciones sobre los mares y parajes del sur, la crítica internacional también dio cuenta de su valioso aporte literario.
Por qué naufragios
"(...) La idea de aproximarse a los naufragios en las costas del sur de Chile suspendió por un tiempo mi hábito de transportarme a la Patagonia, a sus seres y sus paisajes. Después de haber concluido Rastros del Guanaco Blanco, en Nueva Delhi, en 1982, pensé que parte de la misión estaba cumplida, es decir, expresar de alguna forma mi gratitud por esa tierra y sus seres que alimentaron mi sendero esencial y me señalaron la ruta definitiva.
Aquí estoy, medio tumbado, medio en pie, respirando después de haber completado estos textos con el apoyo constante de Eliana. Pensé en la virtud de exponer las situaciones de los naufragios que me asombraron por la variedad de efectos que produce en el alma humana el vivir esa experiencia. Más allá de la naturaleza que se impone con su sorpresa y vehemencia, en el naufragio existe un elemento que está al acecho y que se presenta como un enigma indescifrable. (...)
La gente que puebla estos relatos de naufragios en las costas del extremo sur de Chile y sus motivaciones (...) son seres que comparten un instante de abismo homicida y que, de pronto, se convierten en figuras de un cuadro monótono definido por la vida o la muerte. Aquí reside la idea que me surgió con el tiempo: por qué aquellos que lograron sobrevivir la faena de un naufragio son capaces de producir un relato excepcional. No existe situación que esté más al límite de palpar tan de cerca la evanes-cencia que aquella de ser tragado por el mar. A mí me aconteció en un par de ocasiones y recuerdo las palabras de mi padre: "después del colapso y en la desesperación, son posibles sólo dos ingestiones de agua, la tercera es
la definitiva".
En la Patagonia, Juan Larkin, personaje de mi cuento «El Australiano», me relataba sus experiencias de la Guerra de Crimea, y hablaba de la angustia de un combate prolongado, donde minutos parecen horas y éstas, días. Pero si lo comparaba con un naufragio, prefería ser acribillado con los pies en la tierra. (...)
En un naufragio en el mar, el esfuerzo humano se ve extralimitado porque alrededor todo es agua, que se transforma en algo amenazante e intangible a la vez. Los seres sometidos a ese rigor sienten la abstracción sin siquiera proponérselo. Es la posibilidad de pulsar un timón hacia una metafísica que está impuesta allí mismo en forma inmediata por la naturaleza y su fuerza incontrolable. En el naufragio, el ser humano se enfrenta a su esencia como en ninguna otra circunstancia. Así como el agua es una plataforma para la navegación y la transformación del mundo, esa misma agua es capaz de las peores depredaciones. Este contraste brutal —en mi modesto parecer— hace posible que el ser que vivió el naufragio recree su universo de una forma en que ninguna otra experiencia podría hacerlo. Por eso, el mérito de aquellos que lograron sobrevivir y relatar sus experiencias sin darse cuenta de que estaban escribiendo las mejores páginas de la literatura, más que un mérito es un privilegio escaso y extraño. No habrá premios literarios para ellos. Sólo la posibilidad de haber quedado vivo o haber contribuido al descubrimiento de alguna geografía, a veces sin ningún reconocimiento verdadero. (...)"
Antepalabras
"Desde joven, cada vez que podía adquirir un libro, compraba alguno que tuviera relación con barcos y navegantes: era algo natural que correspondía al hijo de un marino y medio hermano de otro que capitaneó más de una nave.
De allí que haya atesorado dos obras que son mi herencia familiar. La primera es el Derrotero del Estrecho de Magallanes, bastante destartalada, a la que le faltan las seis primeras páginas y cuya edición desconozco. Es para mí un texto básico que me ha servido para apuntalar mis descripciones geográficas. Tiene la firma de mi padre. La segunda, titulada Naufragios, es de Francisco Vidal Gormaz, y me ha acompañado tanto como el otro: toda mi vida. La edición es de Santiago, 1 de enero de 1901, y en su canto, escrito a mano con caligrafía inglesa, dice: A. Prat.
Casi tengo la seguridad de que el libro de Francisco Vidal Gormaz fue el que me impulsó a escribir y contraje, por ello, una gran deuda con su autor, que me comprometió a rescatar su memoria. Y lo hago a través de la apropiación de algunos "naufragios", que he complementado con diversas consideraciones, tanto de otros autores como mías.
(...) Poco antes de iniciar esta recopilación de Naufragios y rescates en nuestro extenso litoral de náufragos, estaba tomando los yogures de mi desayuno y abrí el diario. Era un día 13 de junio, hacia la mitad de la década de los noventa. (...)
La noticia procedía de la ciudad de Temuco y la cito tal cual:
En el río Allipén, seis niños perdidos al volcar una embarcación. La tragedia ocurrió a 50 kilómetros al suroriente de Temuco, cuando los menores retornaban a sus hogares después de semanas de internado en la escuela local. El botero pudo salvar a dos, nadando con ellos hasta la ribera del cauce.
Los otros seis, tres de ellos hermanos, sucumbieron en el caudaloso río Allipén. Estos niños estudiantes me recuerdan mi infancia. En estas localidades del sur de nuestro país, los ríos, riachuelos y canales, entremedio de islas, obligan a los escolares a utilizar botes o balsas para cruzar las cerrentosas aguas y llegar hasta sus escuelas. No había (hasta hace algunos años; no sé si hoy habrá) un servicio fluvial que permitiera el traslado de los escolares con seguridad. Los padres, algunos con botes, como fue mi caso, llevaban a sus niños a la escuela, cuidando siempre de no cargar la pequeña embarcación que cumplía otros menesteres de la familia.
(...) A mis noventa años, regreso a mi lejana infancia chilota, y por ello deseo simbolizar con esta tragedia a los héroes anónimos de los grandes naufragios que han azotado las costas de este extenso litoral. Mas llevo adentro un llanto de sol con los hermosos nombres de los lugares donde residían esos pequeños, y expreso mi adhesión al botero Ignacio Colihuín, cuya conducta y osadía le permitió salvar la vida de dos, como lo haría cualquier capitán de alta mar.
Expreso mi reconocimiento a este abnegado habitante del sur de nuestro país, así como también al causante de mi oficio de escritor: Francisco Vidal Gormaz, navegante y explorador cuya obra aún permanece vigente. (...)".