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Mil versos chilenos: pedazos en exposición
Mil versos chilenos.
de Marcela Labraña y Felipe Cussen
 (Santiago, Ediciones B, 2010)

Por Paula Dittborn

 

Tal como menciona Marcela en el prólogo de esta publicación, el ejercicio mediante el cual este libro fue creado se asemeja, por lo menos en primera instancia, a la técnica del collage, la cual consistía originalmente en la adhesión y combinación de elementos extraídos de diferentes partes al espacio de la representación, que en el caso de la pintura es la superficie de la tela. Es así como en la pintura cubista de principios del siglo XX abundaban las obras con pedazos de periódicos, etiquetas de paquetes de cigarrillos, pedazos de hule, etc., combinadas con diferentes representaciones de tazas, pipas, o guitarras (siempre había tazas, pipas, o guitarras).

Originalmente la intención del collage era la de establecer una pugna entre la representación y lo representado, entre la pintura y el modelo, bajo el supuesto de que siempre termina siendo la pintura la que sale vencedora. Esa intención por supuesto ha ido variando según el movimiento y el artista que la ha utilizado. Pero aún así me gustaría destacar que en el caso de este libro tenemos un conjunto de versos que no han sido tomados de un ámbito ajeno a las artes, a la literatura, sino que por el contrario provienen de los poemas de muchos poetas chilenos distintos, la mayoría de ellos bastante reconocidos. Por lo tanto, esa confrontación que anhelaban los pintores cubistas establecer entre esos dos niveles, no se produce aquí realmente, al menos no entre los diferentes versos. Distinto hubiera sido si se hubieran alternado los versos “memorables” con eslóganes publicitarios, moralejas, canciones de cuna, etc. -más allá de que algunos poetas imiten a veces esas formas.

Sin embargo, sí se produce (y esa es una de las cosas que más me llama la atención) una confrontación poema-realidad, pero de diferente especie. Lo que podemos observar aquí, entre otras cosas, es que el concepto de la colección guarda estrecha relación con el contenido del libro que está siendo publicado bajo su sello, como si fuera lícito que lo uno determine la creación de lo otro (y no al revés). Por lo mismo, al leer este libro es difícil determinar donde termina lo que fue una propuesta editorial y donde empieza lo que fue su realización. A lo que voy es que, finalmente, portada, título y nombre de la colección pasan a ser tan poéticos como los mil versos incluidos, sin mencionar el nombre de cada uno de los poetas citados que aparece entre un verso y otro. Cada uno de esos elementos terminan formando parte de un todo. “Un libro objeto” como lo definió el mismo Cussen. Esto es algo que salta a la vista en la primera página: el verso que encabeza esta sucesión de fragmentos no es otro que “Dulce patria/recibe los votos/con que Chile en tus aras juró” (y “Dulce Patria”, como habrán notado, es el nombre de esta colección).

Y ya que hablamos de “colección editorial”, creo que Mil versos chilenos, más que una lista propiamente tal (que habría de emparentarlo con esas gruesas publicaciones de las mil y un cosas que hay que ver, leer, comer, visitar, etc.) es justamente eso, una colección. Y como tal, es siempre abierta; podría siempre enriquecerse con algún otro verso, “especialmente si la base de la colección es el gusto por la acumulación y el incremento ad infinitum” (eso último lo saqué de un libro de Umberto Eco). En ese sentido, considero que este es un libro que, como toda colección, no sólo se lee como lo que es, sino también como lo que podría haber sido: la selección que nosotros hubiéramos hecho, o incluso el criterio que hubiéramos empleado para hacerla. Esta incompletitud (o “poética del etcétera”) es algo que no se disimula, sino que por el contrario se explicita en el prólogo, y que incluso se intenta, al menos simbólicamente, solucionar a través de las páginas en blanco que aparecen al final; un gesto con el que se reitera esa cualidad objetual del libro ya mencionada.

Por lo demás, el libro se titula Mil versos chilenos; “Mil”, y no “mil doscientos”, “mil cuatrocientos cincuenta”, o lo que sea. Considero  acertado el que hayan elegido un número que no sólo es absolutamente arbitrario (bien podrían haber sido doscientos por el bicentenario, o dos mil diez por el año en curso), sino que además es redondo. Es una cifra que funciona como el marco cuadrado -igualmente arbitrario, igualmente cerrado- de una pintura de Mondrian: de alguna manera se sugiere que lo que vemos en su interior no es todo, sino solo un ejemplo de una totalidad difícilmente numerable, difícilmente perceptible, y que se extiende más allá de sus límites (esto último también lo saqué de ese mismo libro de Eco). Y así como en Mondrian esos límites del cuadro están definidos por un marco cuyas medidas también son absolutamente arbitrarias (la mayoría de sus obras mantiene ese mismo formato cuadrado, independiente de lo que figure en su interior), aquí la extensión está definida por esa cifra.

Una cifra que también hace las veces de visor, podría decirse.

Esta suerte de collage adquiere una forma que, a mí al menos, me resulta bastante atractiva. Los versos, como habrán notado, han sido ordenados por temas, sin que exista ningún indicador externo que funcione como separador entre ellos. A medida que se avanza en la lectura, por lo tanto, se va pasando de un tema a otro de forma muy gradual. Hay ocasiones en las que un mismo verso hace las veces de lo que podríamos denominar “verso-bisagra”: mantiene elementos propios del tema recién tratado, pero presenta ya elementos del tema a tratar. Está entre lo uno y lo otro[1]. Pero otras veces el cambio es mucho más brusco. Aparece un verso en el que se tocan otros temas, se incluyen otras palabras distintas a las del verso anterior. Es una alteración, un accidente en el recorrido, que determinará (por insignificante que sea en un principio) un cambio, una dirección distinta a la que se estaba tomando. Un punto nuevo en el tejido.

Pero más allá de eso, este orden da la sensación de que cada tema surge del anterior, más allá de que eso suceda de forma gradual o repentinamente. De las ciudades pasamos al universo, del universo al meteorito, del meteorito al fin del mundo, del fin del mundo a la bomba atómica, y así. Incluso hay veces en las que un tema funciona como un zoom del tema anterior, un acercamiento, como cuando por ejemplo se pasa de los versos que hablan de la geografía de Chile en general, a aquellos que refieren a la Cordillera de los Andes en particular. Está bueno eso. Hay otras ocasiones en las que se va y se vuelve: creíamos haber dejado atrás cierta temática, cuando nos la topamos nuevamente, aunque sea durante un verso o dos. Es como si dos colores no hubieran terminado de mezclarse del todo, y viéramos aún partes amarillas en el verde o rojas en el morado. Creo que esto pasa también con aquellos versos en los que se parodiza el verso inmediatamente anterior (“Nunca salí del horroroso Chile”, “Nunca saldré del horroroso Lihn”). Se retrocede una casilla, como en los juegos de mesa.

Se trata entonces de una obra en la que cada verso –a pesar de pertenecer a poemas y poetas distintos- no debería ser leído por separado, ya que sólo realizando una lectura de principio a fin seremos capaces de apreciar esta estructura, a veces similar al orden con el cual se dispone un conjunto de lápices de colores al interior de su estuche (con una gradación que va del lápiz amarillo al negro), a veces a las escamas de una serpiente (¡la forma de este libro es de por sí un serpenteo!), o bien a las anotaciones que van apareciendo en la cara interior de la puerta de un baño público (si lo pensamos bien, esas anotaciones de diferentes autores, también van surgiendo en torno a una idea, a un comentario inicial). Pero más que nada, estos versos no deberían ser leídos por separado, ya que en este rosario de temas subyacentes es donde se vislumbra, por sobre todas las cosas, la mano de ambos autores. Como si fueran los curadores de una exposición hecha de pedazos.

* * *

Este texto fue leído en la presentación de este volumen en la feria del libro, el sábado 13 de noviembre del 2010. (N del E)

[1] Tal es el caso de “Una rosa selecta se hincha en mi pecho / Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo” de Vicente Huidobro: limita justo entre lo que eran los versos sobre rosas, y los versos agrupados bajo el tema “pájaros”.


 

 

 

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Mil versos chilenos: pedazos en exposición.
Mil versos chilenos. de Marcela Labraña y Felipe Cussen.
(Santiago, Ediciones B, 2010).
Por Paula Dittborn.