Para
confusión de los boy scouts
Felipe Cussen “Deshuesos” Ediciones
Animita Cartonera. Santiago, 2007
Por
Carlos Labbé
www.plagio.cl, 20 de agosto de 2007
Esto lo vengo diciendo desde la primera vez: cada vez se me hace
más difícil leer poesía, porque a medida que
desaparece el fingimiento de la comunicación y emerge un habla
única, compleja, tan difícil de entender como el hecho
de que nadie es realmente entendible, uno termina preguntándose
sobre
los límites de la verbalidad: si cada estado de ánimo
tiene un distinto sonido, si las palabras pierden o ganan un significado
en cuanto son dichas, si el lenguaje verbal nunca es abstracto y jamás
da lugar a algo que no sea conversaciones, libros, pantallas. Uno
no sabe si en Deshuesos, de Felipe Cussen, el cartón
de la portada y el papel de impresora le dan sentido a la verborrea,
a la sintaxis discontinua, al permanente arrepentimiento de una escritura
y la sustitución de una imagen incompleta por otra –“tiemblen
durante caer la lluvia y es necesario, una entrega de muebles sucesiones
que se creían tan exquisitas o no como puñales” –, o
bien si sólo se trata de una oportuna concurrencia entre las
materialidades con que está fabricado este libro; igual que
una mano demasiado higiénica puede botar este objeto a la basura
sin darse cuenta de que tiene páginas, a un ojo impaciente
le puede parece simple ingeniosidad que Deshuesos abra con
un epígrafe que remeda la biografía de autor que suelen
traer las solapas de los libros de papel bond e impresión industrial:
“Felipe Cussen (1974)
Nunca fue boy scout.”
Me parece, en cambio, que se trata de una primera evidencia del interés
–casi digo la exigencia– que Cussen demuestra hacia el lector, similar
a las advertencias de los libros de antaño, como esa Selva
oscura donde Dante Alighieri situaba al lector para que quedara
de manifiesto la necesidad de leerlo desde su contexto biográfico
–“A mitad del camino de la vida/ yo me encontraba en una selva
oscura,/ con la senda derecha ya perdida”–, para que nos enteráramos
de que no sólo hubo viaje al infierno, al purgatorio y al paraíso,
sino también una persona, un cuerpo físico que sufrió
el rigor del ascenso. En este caso, la voz que va perdiendo corporalidad
en Deshuesos propone dos problemas que a continuación discutirá
hasta la disolución: la necesidad que toda escritura literaria
tiene de atribuir sus excesos formales, su desconcierto retórico
y su inasible sensación de lectura a una biografía en
primera persona, a una identidad que se quiere construir a sí
misma, al nombre de alguien que nació en determinado año
–un hombre de edad joven, un nombre y un apellido con resonancias
nacionales, sociales, étnicas, de género, etcétera–;
la necesidad, también, de construirse como persona, voz y autor
no desde ciertos gustos que otorgan una filiación cultural,
a partir de la ropa que usa, las fotos que muestra, la gracia de sus
movimientos al bailar y el deseo que el propio cuerpo pueda provocar
en otros –no soy un actor, no trabajo en la tele ni especulo en el
mercado, si realmente escribo– sino desde la antiquísima labor
del lenguaje: decir la paradoja de que la única manera de decir
algo verdadero es no decirlo, negar el silencio al mismo tiempo que
se refuta una mentira, preguntarse cómo ser honesto sin dogmas,
mafias ni ambigüedades, sólo porque la persona que deja
hablar a la voz de Deshuesos “nunca fue boy scout”.