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Estrellas escritas en la tierra para ser leídas tras la lluvia
Sobre el movimiento de las estrellas fijas, de JP Rodríguez (Editorial Aparte, 2018)

Por Fanny Campos Espinoza



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En Sobre el movimiento de las estrellas fijas de JP Rodríguez (Editorial Aparte, 2018), aparecen mezclados referentes cultos, de la pintura (René Magritte, en el magistral ejercicio de écfrasis que es el poema “El imperio de las luces”), de la literatura (Mistral, Mayakovski, Pound, César Moro, John Ashbery, Lee Harwood, Guennadi Aiguí), de la filosofía (Heidegger, Pascal, Derridá), de las ciencias astronómicas (Galileo, Azarquiel, Cecilia Payne-Gaposchkin, John Pond, Henrietta Swan), junto a referentes populares del cine o de la música (Ana Gabriel, Cantinflas, Hitchcock, José Feliciano, Pachuco), más personajes humanos (Luisa, un ex-amor, trabajadores de la construcción, estudiantes de doctorado, etc.) o animales (el perro Calibán o la gata Blackwhite), tomados de la vida cotidiana del autor o imaginados por éste. Es así como por ejemplo, tres mujeres muy diversas, aparecen acá todas maravilladas con la luna [y los ] (cientos de poemas perdidos, estrellas fijas): la cantante Ana Gabriel, al igual que Gabriela Mistral, y que antaño, en un tiempo previo a la escritura, “una arquera perdida (..) bajo el dintel de un bloque de arenisca”.

Debido a lo anterior, la última entrega del poeta JP Rodríguez es de aquellos poemarios que pueden leerse en diversos niveles o capas, y por lo mismo, de aquellos que leo y releo complacida, aun sabiendo que mi lectura no podrá ser cabal, sin antes haber leído muchos más libros de los que he leído hasta ahora. Me faltaría adentrarme en la obra de varios poetas rusos e ingleses, incluso uno chuvasho, además de aventurarme a indagar en la astronomía. Así que me consuelo con saber que no hace falta entender totalmente cada uno de estos exquisitos 56 poemas, para disfrutarlos y sentirme absolutamente seducida por la belleza, en cuanto al manejo casi perfecto de sus imágenes y sonidos que envuelven, y me arrastran por momentos a perturbadores sueños surrealistas y por otros, a un cotidiano que oscila entre localidades latinoamericanas y el Londres que el autor chileno habita.

“A menos 30 grados Celsius/es difícil entender un poema. /No importa. //El sol viaja a Ecuador/ aparentemente/ (tampoco lo entiende).” , y yo, a tan sólo plácidos 16º grados en la costa central de Chile, añado que a ninguna temperatura será fácil leer esta escritura, y no importa. No lo es, porque son poemas escritos como puntos hechos con un palo sobre un camino de tierra, poco antes de una lluvia. Y no importa, no importa no saber qué decía ese barro antes de ser barrial, sino que basta con comprender que “el poema no es el mismo después de esa experiencia”. Jamás sabremos qué decía, pero sí que eso no es lo realmente importante.

Son, entonces, éstos poemas escritos en la tierra para ser leídos tras la lluvia, inasibles, movedizos, escurridizos, y también son poemas oxímoron, porque son estrellas fijas que se mueven, y cuya metáfora o analogía va mutando y no permite fijarse, determinarse unívocamente (“Entre piedras de cruce y estrellas fijas/ la analogía no es clara/tampoco la relación entre invierno y occidente.” (poema “Azarquiel se adapta al clima”)

Astronómicamente, las estrellas fijas son objetos celestes que no parecen moverse con respecto a las otras estrellas del cielo nocturno; son por ende, cualquier estrella, salvo el Sol. En este libro, las estrellas fijas son muchas cosas a la vez: son a secas las propias estrellas que estudió el antiguo orfebre y astrólogo autodidacta, Azarquiel, quien es hablante en algunos poemas: “Cuando inventé la teoría del movimiento de las estrellas fijas/ nadie se dio por enterado.” (poema “Azarquiel”).

Pero también son metáfora de los textos: “(cientos de poemas perdidos, estrellas fijas)” (poema “Antes de la escritura. I”) y de los propios autores, quienes “TE REGALAN POR UN INSTANTE SU PUNTO DE VISTA”: (“Un día me salí de órbita./Según el doctor, esas cosas pasan.” (poema “Estrella con problemas de sintonización”). Pero el hablante no es el único que se ha salido de órbita: “El cielo está poblado de estrellas mal sintonizadas/ y nada del frío lenguaje que proyectan te pertenece”, le dice el hablante del poema “Año nuevo” a Pachuco de la Cubanacán, y en el poema “Estrellas fijas”, recuerda que un ella, probablemente Luisa, le comentó que “Para los extraterrestres o nuestras familias/somos estrellas fijas, dijiste tres veces”.Porque en este libro no sólo los poetas son estrellas fijas, sino cualquier persona, de cualquier rostro que sólo podemos imaginar llegar a conocer realmente: “las estrellas son rostros indiferentes/ a los rostros que dibujemos sobre ellas.” (poema “Algún día escribiré esto, Luisa”)

Así que en este libro, las estrellas fijas a veces son los poemas, otras las personas, que nunca están fijos ni fijas. Si los poemas no apelan a la vida no surten efecto, no perforan; la vida es el verdadero poema y quien lo escribe y lo que lo circunda, y viceversa, el poema se imagina acá como corte, como epidermis, como membrana, más que como pura metáfora. JP, haciendo eco de una larga tradición, nos recuerda que los pulmones de llenan con aire, más que con imágenes, y el poema no pasa de ser una ilusión, un espejismo, que no obstante “crea la ilusión/de un lenguaje privado que se abre” (poema “Una voz o sombra acústica se multiplica y se extiende desde el segundo piso”).

“Bajo un paso nivel uno de nosotros intentó abrir una lata de jurel/ con una palabra. //El mantra no logró perforar el aluminio.// (…) otro tomó una corta pluma oxidada del año 20 que traspasó el tarro/y el dedo índice.// Se hizo un corte/una línea/ un verso.” (poema “Espejismos de agua pura”).

“Cuando piensas en un poema bajo la ducha/y el agua quema/la piel deviene bandera (…)/ poema de amor/ una membrana/ no una metáfora (…)” (poema “Maiakowski en la ducha”)

“llena sus pulmones con aire, no con imágenes” (poema “Intensidad y altura”)

Todo eso podrían ser las estrellas fijas en este libro; son poemas, pero también no lo son, en la imposibilidad de lograr transmitir realmente la intensa poesía de la vida (y la muerte, que es lo mismo), mediante las palabras:

“EN ESTE TRATADO /Los astros podrían ser poemas dirigidos a la muerte y a sus cólicos. /Pero no son poemas sino puntos hechos de helio e indiferencia.” (poema “En este tratado”)

Lo único cierto es que las estrellas fijas acá en ningún caso podrán ser metáfora gastada: “(…)mis ojos/ azules no son imitables ni hermosos./En el universo horadado de mi cara (…)/podrán parecer a la vista torcida de poetas/ dos estrellas fijas, pero midiendo bien las cosas/ si se considera sobre todo esa opacidad que criaron/ desde que Luisa me abandonara/ o desde que yo la abandonara/ (…)  no dan el ancho para ser objeto de metáforas”.

En este libro “LAS ESTRELLAS INVITAN El concho destilado del dolor más brutal” (poema “Las estrellas invitan”), pero de una manera ambigua (“con qué palabras fijar ese pequeño dolor,/ en la imposibilidad de esa tarea”, se pregunta el hablante en el poema  “Imagino álamos en Pajaritos”.

Todo el libro destila una refinada ironía, que se agradece. Creo que es eso lo que seduce tanto de estos poemas, tanto como esos amores frustrados, que nos fueron inasibles. “El juego era el de siempre: correr para no ser atrapado” (poema “En el fondo, Luisa”);  

A diferencia de Calibán, el perro del hablante, “quien no reconoce la historia de una especie”, JP Rodríguez en este libro, como trabajoso minero del verso libre, aduce que “a cada operación/ de minería poética(…)/subyace una confesión:/estas palabras son ondas/ enviadas por los ancestros” (poema “En la bella manera del antiguo Cantinflas”), aunque esa señal intergaláctica nunca pueda ser bien sintonizada, porque la poética no es más que una “inveterada pifia/ o condición física que se padece” (poema “Imagino álamos en Pajaritos”).

Por ello, cierro esta reseña recordando a Enrique Lihn, quien porque escribió tuvo también esa incierta certeza, la ilusión de tener el mundo entre las manos, como un cristo barroco, con toda su crueldad tan innecesaria como la poesía misma. Tan innecesaria e inútil como irrenunciable esta lucha perdida de antemano que es la literatura, enfermedad que sin duda con este libro demuestra también padecer JP Rodríguez.

 

Texto leído en la presentación del libro en librería Concreto Azul, Valparaíso, 30 de Noviembre 2018.



 

 

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Estrellas escritas en la tierra para ser leídas tras la lluvia.
"Sobre el movimiento de las estrellas fijas", de JP Rodríguez. (Editorial Aparte, 2018).
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