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LOS BOLEROS DE FERNANDO CARRASCO

Por Eric V. Álvarez


 



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La obra narrativa de Fernando Carrasco se ha ido consolidando con cada libro suyo que ha visto la luz de la publicación. En el más reciente, Bolero Matancero (Ediciones Altazor, 2014), podemos apreciar la recurrencia temática que persigue al autor: saltan a la vista los tópicos que lo subyugan en tanto creador, es decir,  la muerte, la venganza como una forma de redención y, sobre todo, la música.

De este modo, Fernando Carrasco ha escrito un libro oral. Sus cuentos, además de ser leídos, se cantan. Y es que por cada una de las páginas de Bolero matancero discurren frases melódicas que remiten ora a un huayno, ora a un tema de la Sonora matancera o alguna canción de Julio Jaramillo, de manera que podemos asistir a un marco musical en el contexto en el que la obra se desarrolla.

Estructurada a la manera de un casete (pues tiene un LADO A y un LADO B), el libro en su totalidad está conformado por diez cuentos. En la primera parte el tema dominante es la venganza. El primer cuento relata la venganza que realiza una mujer para cobrar la muerte de su hermano, quien fuera asesinado a manos del ladrón Malacara. Asistimos a todo un ritual de seducción y de sexo que culmina con la muerte del asesino que representa ya una figura desvalida: su muerte se produce mientras está en la cama, desnudo y es casi una contraposición al acto de nacer. La mujer, finalmente, cumple el viejo adagio: la sangre se lava con sangre. En el segundo relato “La encomienda”, un hombre viaja a la provincia con la intención de cobrar una revancha que su mujer le ha encargado pues su tío, a quien el protagonista de esta historia va a buscar, es quien la violó cuando ella era apenas una niña. De nuevo se repite la escena del cuento anterior: una persona sin poder hallar una salida, temerosa de saber su destino final. El mejor relato de esta parte del libro (y diría yo, de todo el conjunto) es “José Gregorio Congo, Cimarrón”. En este relato asistimos a la rebelión de unos esclavos en épocas coloniales. Aquí el narrador maneja muy bien la elipsis porque jamás menciona que nos encontramos en dicha época de nuestro pasado, sino que a través de algunos elementos (paisajes, apellidos rimbombantes, entre otros) nos va adentrando en la atmósfera de la Lima colonial. José Gregorio ha matado a los animales del terrateniente Bartolomé de la Flor quien, después de ocurrido este suceso, sale en la búsqueda del traidor. Cuando viaja a las regiones de Huarochirí, es interceptado por una hora de esclavos sedientos de sangre y de venganza. Las escenas finales son brutales: el hacendado yace muerto, ensangrentado sobre el terral y José Gregorio lo veja de una manera fulminante y definitiva: orina encima de él. Luego, en las últimas líneas, el narrador deja intuir que pronto irán a la casa de Bartolomé de la Flor para poseer a la esposa del hacendado y a sus dos hijas. ¿Por qué decimos que este es el mejor cuento del texto? Primero porque el manejo de la diégesis es homogéneo, entendida esta palabra en su sentido estricto. No hay digresiones inútiles, no existe en el cuento una sola frase que esté demás. El mecanismo de este cuento (y aun de un alto porcentaje del libro) es un mecanismo de relojería. Esto es lo que Horacio, en su famosa Epístola a los Pisones, llama la ley del decorum, es decir, saber qué es lo apropiado en cada momento. Segundo, porque el relato contiene imágenes poéticas de alto vuelo. Verbigracia: “Observa el cielo abovedado y gris, desde donde se precipita la luz vaporosa de la luna confiriéndole a las cosas un aspecto adulterado y fantasmal” (41). En “Corona de espinas” asistimos a una doble venganza: una que se desarrolla durante todo el relato y otra, que el lector intuye e imagina una vez terminado el cuento. Un hombre ha sido engañado por su mujer, con su mejor amigo, y al salir de la cárcel, busca venganza. Vemos el asesinato del primero, pero el narrador nos deja con la imaginación en ciernes pues intuimos lo que ha de pasarle a la desdichada infiel. En “La gaviota del norte” cuatro amigos escritores acuden a un prostíbulo ecuatoriano para despedir al amigo extranjero que debe partir pronto. La música aquí también tiene un fuerte componente erótico – pasional (se oye a Julio Jaramillo y su tema El alma en los labios o el dúo Benitez – Valencia y su canción Mis flores negras). Gaviota, quien es la prostituta que atiende al escritor peruano, le va contando su vida. Pero toda esa amabilidad acaba cuando él le dice que es de nuestro país; entonces Gaviota se enerva y lanza una sentencia de muerte contra los escritores, pues su hermano había sido muerto durante la guerra: “¡Allí se va un peruano de mierda! ¡Maten a esa gallina!”.

En el lado B encontramos al cuento que da título al libro, “Bolero matancero”. En este cuento la venganza (que es, como habrán notado, un tema recurrente en el LADO A del texto) toma ribetes de reconciliación, aunque suene paradójico. El suicidio es siempre una forma de protesta, de quitarle a la muerte la posibilidad de darnos su toque fatal. Así, el personaje principal, decidido a matarse, cambia su resolución y decide finalmente vengarse de la vida misma y seguir instalado en ella. Es, junto con el cuento de José Gregorio, lo mejor del volumen. “El refugio” es la historia de un hombre asediado por la locura, un pintor que antes de matarse decide escribir un diario para narrar su proceso degenerativo a la par que da cuenta de lo que sucede durante la época del terrorismo, pero de manera casi tangencial, accesoria. Quizá con un poco más de naturalidad entre ambos procesos le hubiera conferido mayor eficacia al relato. Además, el suicidio en este cuento puede ser entendido también como una venganza contra el mundo hostil: un pintor de talento deja sin su presencia a este mundo que será un poco menos bello sin su trabajo artístico. En el cuento “El observador” un hombre es testigo de cómo entierran a los nueve estudiantes y al profesor que fueron sacados una madrugada de julio de 1992, de la Universidad Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta, y cuyos cuerpos luego fueron hallados enterrados y carbonizados en un lugar cerca de Lima. El tema de la venganza se hace presenta de nuevo en “Con la misma moneda”, relato que nos cuenta la historia de Marina, una joven de ojos almendrados que cuida a su padre que yace enfermo en una cama. Para poder ser feliz necesita matar al viejo, y no duda un momento en aplicar una inyección al pobre hombre pues en su calidad de enfermera sabe administrar muy bien la dosis de los medicamentos. En este relato existe la presencia de un moscardón, anunciador de la muerte como la mosca azul de la tradición andina. Cierra el libro un relato titulado “Un cuento simiesco”, que es la historia de un mono que se siente desplazado cuando nace la hija de María del Rosario, quien hasta entonces le había prodigado todo su cariño al animal. En este relato la venganza es también una inmolación: el mono, al parecer, deprimido por el desplazamiento de la atención que ha padecido, se cuelga. Vemos cómo el mono es configurado en este relato como un ser humano. Es la perfecta metáfora del hijo mayor afectado de celos por la inminente llegada de un nuevo miembro a la familia.

Como vemos, los cuentos de nuestro autor abordan temáticas hilvanadas y a eso se le suma el buen manejo de la prosa en tanto ajusta los mecanismos del cuento hasta conseguir lanzar un anzuelo a los lectores que asistimos, bailando, cantando y leyendo, a estos Boleros que ha escrito Fernando Carrasco, cuyo último libro, Bolero matancero, lo consolida como una de las voces más sólidas y elegantes de la narrativa peruana contemporánea.



 



 

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Bolero matancero (Ediciones Altazor, 2014).
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