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Bolero Matancero, de Fernando Carrasco Nuñez.
Lima, Ediciones Altazor, 2014

Por Edmundo de la Sota Díaz




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I. CONTEXTO

A Fernando Carrasco Núñez (Lima, 1976) lo conocí en una academia preuniversitaria filo socialista. En esta institución limeña de gran arraigo popular, coincidimos como profesores de Literatura. Él estaba concluyendo sus estudios en la universidad y yo ya había terminado mis estudios universitarios. Entonces, por la buena suerte del azar laboral nos convertimos en integrantes de una misma asignatura: la mítica plana de lengua y literatura. Al poco tiempo se integró a esta plana Édgar Saavedra, un jovencísimo poeta sanmarquino. Así, con el devenir de los días como colegas descubrimos que nos unía el interés por los libros, la lectura y la escritura. Además, nos unía el poderoso afán de darle la contra a todo. Y motivados por una ley natural invisible fuimos constituyendo una cofradía de tres integrantes que nos hermanó durante mucho tiempo.

Ahora, quiero recordar a modo de breves flash back algunos momentos que compartí con Fernando mientras militamos en la cofradía. Un primer momento. En todo el tiempo que pertenecimos a la famosa academia siempre la cofradía se hallaba en estado de observación, lo que significaba que no nos alineábamos con los postulados de la empresa, que a ojos de la jerarquía de la academia constituíamos la escoria de la institución. Entonces, teníamos que asistir a una reunión semanal, los viernes, de 6 a 12 p.m., donde éramos sometidos, en la primera parte, a un intenso enfrentamiento de crítica y autocrítica entre todo el grupo; en la segunda parte, se desarrollaba una especie de seminario sobre ideología, donde exponíamos y debatíamos. Entonces, en estas intervenciones académicas, Fernando desenmascaraba la falta de lectura de nuestros maestros-guías. Les enrostraba libro en mano, cual pastor evangélico, a nuestro tutor de turno de cómo era posible que, por ejemplo, nos quería enseñar las tesis potentes de JCM y no habían leído el bendito libro del Amauta.

Un segundo momento. En un campeonato deportivo de fulbito interplanas, organizada por la famosa academia, nuestro equipo de Literatura llegó a la semifinal: teníamos que definir el pase a la final contra el equipo de Economía. Entonces, nuestro equipo se jugó un partidazo. Fernando brilló en la cancha. Así, marcó un golazo donde previamente le hizo un señor sombrero a su rudo marcador, un tipo que le doblaba en tamaño. En todo momento del partido nuestro precursor de Messi (en esos años nadie sabía de la existencia del argentino) quebró cinturas y columnas de los zagueros rivales, quienes eran corpulentos y recios. Al final los goleamos y bailamos marinera y festejo y pasamos a la final. Un tercer momento. Una madrugada de vinos y piscos en el Queirolo de Quilca, Fernando se agarró en un contrapunto de canto a capela con Miguel Bances (un joven narrador sanmarquino). Todos los presentes nos deleitamos, por casi una hora, de un sabroso contrapunto de tangos, pasillos y valses. Fernando empezaba con un tango, en seguida, Miguel con otro tango y así sucesivamente. Fue, pues, un magnífico concierto donde en buena lid musical se enfrentaron dos promesas de la narrativa peruana.

Un cuarto momento. El profesor Fernando era contemporáneo de muchos de sus alumnos de la academia o en todo caso, apenas era mayor por dos o tres años. Entonces, a pesar de su juventud era uno de los mejores profesores de la plana. En los famosos seminarios de literatura que se desarrollaban los domingos, Fernando dictaba cátedra en un aula de 100 alumnos. Ya no cabía un alfiler más en el aula, pero una masa de estudiantes en la puerta pugnaba por un espacio en los pasadizos. Así como ha habido el caso de grandes escritores que eran un desastre como profesores (un caso conocido es el de Antonio Cisneros en San Marcos); Fernando pertenece a la casta de escritores que como profesores son maravillosamente didácticos (el paradigma en el Perú es Raúl Porras Barrenechea). 

Un quinto momento. Un día la cofradía fuimos a visitar al famoso cómico Miguel Barraza. Este regenta una mítica cebichería de su propiedad en Lince. En esta posada nos servimos una retahíla de platos de cebiche, chicharrones y jaleas. En minutos, una curiosa empatía nos unió con Miguel Barraza. Era una comunión de amistad y poesía, pues Miguel, aparte de famoso humorista es un notable declamador y escribe poesía al “itálico modo”, es decir, sonetos perfectos que hablan del amor, de dios y de la vida. Entonces, empezó un contrapunto de declamaciones. A las 6 p.m., Miguel cerró las puertas de su restaurante con nosotros en el interior como los únicos invitados. En seguida, en medio de un infinito jolgorio nos agarramos en una maratón de cervezas hasta que cantó el primer gallo linceño de la medianoche. Al final, la maratón la ganaron Fernando y Miguel, quienes se llevaron las medallas de oro en forma de chapitas, compartieron el primer puesto por ser unos grandísimos bebedores.

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Fernando Carrasco Núñez es autor de una zaga cuentística constituida por tres libros de cuentos: Cantar de Helena y otras muertes (2006), La muerte y otras traiciones (2009) y Bolero matancero (2014). Esta zaga revela el trabajo de orfebrería que desarrolla en cada texto el autor. Como lo sostiene Oswaldo Reynoso “no es un florilegio de relatos, es decir, un ramillete de textos inconexos. Al contrario, [son libros] cuyos cuentos tienen unidad de estilo y de temática producto de la búsqueda constante de un estilo propio”. Así, no solo resalta la historia bien contada, sino, también sobresale la preocupación por colocar el adjetivo justo, la melodía precisa del lenguaje. Asimismo, libro tras libro, nuestro autor ha dado muestras luminosas de su conocimiento y manejo de todas las técnicas narrativas que cualquier eximio narrador utiliza. Esta sagacidad en el manejo del armazón narrativo prueba su lectura apasionada y provechosa de los grandes narradores del mundo. Así, hallamos huellas, ecos o coincidencias con las obras de Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, José Lezama Lima, Ernest Hemingway, James Joyce, José Saramago, Mario Vargas Llosa, entre otros. 

Ahora, es bueno resaltar que en Fernando Carrasco se revela la hechura de un proyecto narrativo. Esto es, el escritor como buen orfebre primero ha planificado su zaga narrativa, ha armado un esbozo de tópicos sobre la muerte. Luego, los ha escrito con suma dedicación y suficiencia. Como decíamos, el gran tema de esta zaga es la muerte que se revela en sus múltiples facetas. Los seres humanos experimentamos a lo largo de nuestras vidas algunas terribles experiencias de la muerte, pero no llegamos a conocerlos en toda su minuciosidad enciclopédica. Entonces, Fernando nos facilita la experiencia de la muerte a través de un fresco de casos en sus diferentes situaciones, posturas o maneras.

II. TEXTO

Bolero matancero (2014) está dividido en dos lados: A y B; al modo de los discos de vinilo. Donde cada lado contiene cinco cuentos. Ahora, el título del texto como marca paratextual no es solo un nombre que identifica una obra; sino, también contiene un semántica. En este caso, el paratexto es una frase nominal que nos remite a la siguiente interpretación. Bolero: género musical de gran arraigo popular en Latinoamérica. Uno de cuyos tópicos es el desamor. Matancero: neologismo derivado del verbo matar que alude a una muerte festiva. Aunque se evidencia como un oxímoron, es posible asociar a la muerte con la música. 

En resumen, en este libro las diferentes situaciones de la muerte acontecen acompañadas con una diversidad de melodías. Por ejemplo, en “La chicha, el amor y la muerte” la venganza se consuma con el acompañamiento de las canciones de Chacalón; en “La encomienda” el hombre que va a cometer un crimen pasional viaja acompañado por las canciones de Picaflor de los Andes o en el cuento que presta su título al libro: “Bolero matancero”, el protagonista realiza un repaso enciclopédico de la historia de la mítica orquesta cubana, Sonora Matancera. Y consecuente con su gusto musical, prepara su suicidio al ritmo de los sones de su orquesta predilecta. En consecuencia, cada experiencia de la muerte está asociada a algún género musical, orquesta favorita o cantante que lo marcó en algún pasaje de la vida al protagonista.

En esta ocasión me voy a ocupar con cierta amplitud de un cuento de este libro. Lo elegí porque para mi gusto personal este cuento es un relato perfecto. Es una pequeña obra maestra donde corren en paralelo el lenguaje y la historia. La dicción y la ficción (en palabras de Todorov) se amalgaman en un nudo luminoso. “José Gregorio Congo, cimarrón” se titula esta sinfonía de palabras que recrea la venganza de un esclavo negro en tiempos de la colonia peruana. “Noche de luna. Taciturna. Cálida. Sin viento. El dolor y la rabia queman intensamente el pecho del cimarrón José Gregorio Congo como si le acabaran de marcar la carimba en el corazón. Su cuerpo tiembla y sus ojos vidriosos, saltones, azabaches, parecen a punto de salirse de sus órbitas. En su mente destella el recuerdo de su mujer: una mulata doméstica de dieciocho años: cabellera negra y ensortijada, senos menudos y anchas caderas, ojos enormes y cuerpo abrasador” (p. 41). Este es el párrafo que da inicio al relato. Se percibe, primero, la música de cada palabra, frase u oración; es decir, las melodías del bolero. En seguida, el estado del ambiente, tiempo y espacio. En medio del bolero se describe la furia y el recuerdo del cimarrón; esto es, instantes del matancero. 

Ricardo Piglia (Formas breves. Bs. As.: Anagrama; 1986) sostiene que en todo cuento perfecto se relata dos historias. Una puede ser principal y la otra secundaria. Una explícita y la otra elíptica. Entre otras posibilidades. Cita como ejemplos a Borges (“La muerte y la brújula”, Poe, Kafka, Chéjov, Joyce. En este cuento, la historia principal la protagoniza el cimarrón esclavo, José Gregorio y la historia secundaria le corresponde al hacendado español, Bartolomé de la Flor. Desde el inicio nos identificamos con las acciones de venganza que acomete el cimarrón, por ejemplo, cuando envenena al ganado del hacendado. Lo acompañamos en su camino para ultimar al tirano. Gozamos cuando descuartiza al blanco explotador: “Las botas del cimarrón le habían hinchado la cara, habían quebrado la nariz, abierto ambos pómulos y reventado el ojo derecho” (p. 47). En todo el recorrido diegético descubrimos que todas las acciones que ejecuta el esclavo en contra de su amo y verdugo están justificadas. Entonces, detalladamente nos enteramos de los nobles propósitos que guían al cimarrón y a sus compañeros. 

Sin embargo, casi paralelo a los detalles que conocemos de nuestro protagonista principal, también, llegamos a conocer al antagonista, “[…] blanco asqueroso, […] godo miserable […] (p. 47). Esto es, de manera elíptica, o con lo pocos datos que llegamos a saber del hacendado es que descubrimos que es un tirano con sus esclavos, abusivo con las esclavas. Con esos pocos datos o referencias de Bartolomé de la Flor lo llegamos a identificar y llegamos a odiarlo como si fuéramos un cimarrón más. Se nos hace agua la boca cuando acompañamos a José Gregorio quien se apresta a incendiar la hacienda y de paso va a ajusticiar a la esposa e hijas del español. Siguiendo, entonces, la tesis de Piglia. La historia del hacendado es una suma de abusos, explotaciones e injusticas. Esta historia secundaria es la que permite armar en todos sus detalles el accionar y ejecución de nuestro protagonista. Que se convierte en el líder que libera a su gente, a su raza. En ese sentido, la historia del cimarrón halla su sentido solo si está ligado a la historia del tirano. Uno necesita del otro. Para el esclavo el godo es su némesis. Significa, pues, que la historia principal necesita de la secundaria o viceversa. En definitiva, en todo gran relato, como este que comentamos, siempre se presentan dos historias que se intercalan, se ensimisman o se unifican hasta hacernos creer que es una sola historia. Y su logro en manos de un diestro narrador como en este caso, es un bocado para nosotros los lectores.



 



 

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Bolero Matancero, de Fernando Carrasco Nuñez.
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