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EL ESTILO POÉTICO O LA “VOLUNTAD REVOLUCIONARIA” EN EL UNIVERSO NARRATIVO
DE OSWALDO REYNOSO *

Fernando Carrasco Núñez
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle La Cantuta




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“Cuando un discurso, un movimiento, una conducta o un objeto se desvían un tanto del más directo,
útil e insensible modo de expresarse o de estar en el mundo, podemos considerarlo como
poseedor de un ‘estilo’, y como autónomo y ejemplar a un tiempo”.
                                                        Susan Sontag, “Sobre el estilo”

 

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En el corpus de nuestro canon literario, la figura de Oswaldo Reynoso Díaz (Arequipa, 1931) ocupa, indubitablemente, un lugar de relieve dentro de la denominada Generación del 50 y de manera específica en la línea de la Narrativa urbana, de la cual Reynoso es uno de sus principales fundadores. Esto se debe a que el autor de Los inocentes (1961), como pocos escritores nacionales, ha sabido crear un peculiar universo narrativo plasmado con una prosa poética o un estilo literario inconfundible. Es, precisamente, sobre el trabajo artístico con la materia verbal en la producción narrativa de Oswaldo Reynoso que nos interesa reflexionar en el presente trabajo. Nos proponemos analizar el estilo reynosiano y, a su vez, resaltar que dicho estilo no resulta en ningún caso gratuito, ni es solo una cuestión decorativa, sino que posee una carga semántica importante que va en sintonía con los intereses ideológicos de su autor, quien considera que el Socialismo es el camino que se debe seguir para la solución de los problemas nacionales.

Podemos comenzar resaltando el interés manifiesto del mismo autor por el trabajo estético con el lenguaje en toda su producción narrativa. Como es sabido, la obra creativa de Reynoso se inicia con la publicación del poemario Luzbel. Poemas (1956). Posteriormente ha publicado libros de cuentos y novelas donde —incidimos— el estilo poético aparece como una marca particular de su universo narrativo. Estos libros son Los inocentes (1961), En octubre no hay milagros (1965), El escarabajo y el hombre (1970), En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995), El goce de la piel (2005), Las tres estaciones (2006) y En busca de la sonrisa encontrada (2012). En más de un entrevista, Reynoso ha comentado acerca del rol protagónico que le confiere al uso artístico de la materia verbal en cada una de sus obras, rasgo que, efectivamente, funciona como un hilo que recorre todos sus trabajos de creación. En un diálogo sostenido con el autor (Carrasco 2005), a propósito de este punto nos dice: “Es posible que haya pensado que en mis narraciones estaba efectivamente mi personalidad y no en la poesía, lo que no quiere decir que me haya desprendido de la poesía, porque en todas mis obras de narrativa yo he procurado dar un trabajo poético a la palabra” (4, subrayado nuestro).

Ya en el plano de la creación literaria, notamos que en su novela ambientada en China Los eunucos inmortales (1995) aparece un narrador autodiegético, un escritor —alter ego de Reynoso— que en la diégesis también reflexiona en torno a ciertos aspectos de la creación narrativa. Al hacer referencia a su trabajo como corrector de estilo, con cierta preocupación, sostiene:

“No hay caso, al llegar al Perú, tendré que someterme a una rigurosa cura de estilo para arrancarme de cuajo los estropicios semánticos, las sequedades de estilo, las estulticias sintácticas, los aparatosos adjetivos y las consignas estribilladas hasta la náusea que a lo largo de más de una década de corrector oficial de traducciones al español de noticias, informes y documentos públicos del partido y del gobierno chino se han ido prendiendo como hediondas garrapatas en mi estilo natural” (Reynoso 1999: 18).

LA EMBRIAGUEZ LINGÜÍSTICA

Al comentar acerca de su trabajo estético con las palabras y el interés mostrado siempre por configurar un estilo personal, Reynoso ha reconocido la impronta de libros nacionales como La casa de cartón de Martín Adán y la obra cuentística de Abraham Valdelomar, especialmente del cuento “El caballero Carmelo”.  Reconoce también la influencia de libros españoles como Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, así como de los breves ensayos de Azorín y Gabriel Miró. Llegados a este punto, sería necesario plantearnos la siguiente interrogante: ¿cuáles son esos rasgos distintivos más relevantes que configuran el estilo poético en la prosa de Oswaldo Reynoso?

Desde la aparición de su celebrado volumen de cuentos Los Inocentes (1961) hasta nuestros días, diferentes autores han comentado acerca del uso espléndido de las imágenes al momento de describir la urbe limeña y otras situaciones, por lo general, en espacios cerrados y sórdidos como cantinas, billares y prostíbulos.

“El semáforo es caramelo de menta: exquisitamenta. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire.
El sol, violento y salvaje, se derrama sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo” (Reynoso 1991: 19).
“Solo siente la niebla y el olor podrido del mar. Pero el mar limpio está en mi vaso: oro líquido con espuma” (Reynoso 1999: 11).

Destaquemos también el uso de las adjetivaciones múltiples y las frases adjetivas donde muchas veces se aprecia una inclinación hacia el cromatismo: “Su ropa interior era de nailon: resbaladiza, tibia, sucia, arrecha. Recuerdo que era roja como la camisa de la vitrina” (1991: 20). Reynoso recurre también a estas adjetivaciones múltiples para la tipificación de sus personajes. Cada adjetivo suma un rasgo importante y distinto: “Hace unos días uno de esos me siguió más de veinte cuadras. No decía nada. Iba detrás de mí: incansable, silencioso, avergonzado” (1991: 20).

A nivel lexical, la crítica también ha resaltado que uno de los principales aportes de Oswaldo Reynoso a la narrativa peruana consiste en haber introducido el uso de la jerga juvenil. En realidad, cabe precisar, Reynoso realiza una reelaboración o transcripción estética de la jerga de los jóvenes y la refuerza con variados elementos poéticos. Al respecto, José María Arguedas sostuvo en la reseña de Los inocentes que “Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose”. Este rasgo es más notorio en sus primeros tres trabajos narrativos, así como en un libro publicado varios años después: Las tres estaciones, aparecido en el 2006, pero reparemos en que el mismo autor ha sostenido, en una breve nota del libro, que estos relatos fueron en realidad escritos a fines de la década del sesenta. Cuando se propuso publicarlos, tuvo que hacer una revisión minuciosa de los mismos para conservar el aliento creativo o el estilo de la época en que los había escrito. En el cuento final titulado “El triunfo” leemos:

“…y llenaba el vaso de cerveza y de un solo trago me lo tomaba y una y otra vez, y los huevoncitos de La Católica cantaban a todo pulmón y la voz de Daniel Santos era como una mano llena de espinas que se metía en mi sangre y me pinchaba las venas y las marocas con sus cafichos se fueron y entraron cinco borrachos gritando y pateando mesas y sillas y Gasolina pedía y pedía más cerveza y en el bolsillo la plata que me quemaba las manos y el pecho y todo el cuerpo…” (Reynoso 2006: 78).

Hay un segundo momento en la producción narrativa de Oswaldo Reynoso que comienza veintitrés años después de publicado su tercer libro El escarabajo y el hombre (1970). Esta segunda etapa se inicia con la obra En busca de Aladino (1993). En este libro y en los demás que se fueron publicando de manera posterior se aprecia que el estilo poético de la primera etapa de Oswaldo Reynoso se fue enriqueciendo con otros recursos, principalmente, de orden sintáctico. Son recurrentes las oraciones brevísimas, las descripciones pictóricas de los escenarios y los diálogos narrados. Además, el uso artístico de los signos de puntuación y la aplicación del polisíndeton en las expresiones enumerativas, sin perder nunca el ritmo y la cadencia en la frase, son otros rasgos de gran importancia. Incluso se percibe recreaciones sintácticas ingeniosas. Veamos, por ejemplo, este periodo que abre el primer texto del libro El goce de la piel (2005). Cabe resaltar que en este relato se han suprimido los signos de puntuación: “Y esa tarde de verano calurosa y desierta la Alameda entre el frescor de las palmeras apareció el rostro de ese muchacho” (Reynoso, 2005: 13). Nótese la disposición de los adjetivos “calurosa” y “desierta”. Ubicados de esa manera funcionan, simultáneamente, como modificadores de dos frases nominales. Es decir, se puede leer por un lado: “Y esa tarde de verano calurosa y desierta” y a su vez: “calurosa y desierta la Alameda”.

Hay un elemento constante en esta segunda etapa de la producción narrativa de Oswaldo Reynoso que es más de orden estructural que de estilo. No obstante, nos interesa resaltarlo, puesto que en esos momentos de la diégesis, Reynoso echa mano a distintos recursos estilísticos como las imágenes, las frases enumerativas, las descripciones pictóricas, los diálogos narrados y el polisíndeton que le confiere un ritmo acelerado a la narración y produce una suerte de “embriaguez verbal”. Efectivamente, hay escenas en que el narrador, de pronto, a partir de lo vivido o sentido en su presente inmediato, se proyecta hacia otros escenarios y a veces a tiempos pretéritos, pero no como una simple evocación, sino como una fusión de escenarios y tiempos, ya que como apunta Jéssica Rodríguez “no se narra como un flashback, sino como una invasión, como una dimensión alternativa que reemplaza momentáneamente a la que se venía siguiendo, de un modo parecido a las realidades paralelas”. Veamos un ejemplo. En la novela Los eunucos inmortales (1995), el narrador autodiegético se encuentra al lado de otras personas contemplando la lluvia dorada que cae sobre Beijing cuando de pronto se siente flotando en un crepúsculo de Arequipa del mes de los vientos hasta que otra vez regresa a su condición inicial:

“Los ruidos de la ciudad habían desaparecido y solo escuchábamos los toques graves de una gigantesca campana y me sentí flotando en un crepúsculo de Arequipa del mes de los vientos cuando la ciudad es cubierta por polvo naranja y el galope frenado de una adolescencia en la tortura de la duda y los colores celestiales vistos a través de un vidrio roto empañado con humo de llamas de cirio y la nostalgia de los ritos que embriagaron mi infancia y la destrucción de dios y el bien y el mal y la última luz de la tarde flameando en la línea quebrada y difusa de las cumbres de las montañas del oeste de Beijing y la arena lloviendo en luz naranja sobre nosotros y con las vibraciones ondulantes del tañido grave de la campana y Liang me preguntó: ¿Has palpado lo oculto? Mi adolescencia, le contesté” (Reynoso 1999: 81).

IDEOLOGÍA Y LITERATURA

En el Primer Encuentro de Narradores Peruanos. Arequipa 1965 (Casa de la Cultura del Perú) el autor de En octubre no hay milagros (1965) expuso sus ideas en torno al compromiso del escritor. Para Reynoso, el escritor debe tener una ideología desde la cual pueda entender la realidad que lo circunda, y de esta manera orientar sus acciones. No solo se refería a un compromiso teórico, sino a una militancia política completa. Reynoso fue claro aquella vez al sostener su posición ideológica: “Mi ideología es una ideología marxista-leninista, por lo tanto la concepción que yo tengo del mundo depende de estos principios fundamentales de la teoría marxista-leninista” (134). Como es sabido, esta ideología asume la literatura como una herramienta de adoctrinamiento y propaganda política. A través de la creación literaria, especialmente del cuento y la novela, se cuestiona el sistema hegemónico y se busca crear una conciencia de clase en el proletariado a fin de llevarlo a una acción que transforme radicalmente la sociedad. Poco después, Oswaldo Reynoso y otros jóvenes escritores, coetáneos suyos, conformaron el grupo Narración. Este grupo literario tuvo como medio de difusión a una revista del mismo nombre, la cual alcanzó tres números aparecidos en 1966, 1971 y 1974, respectivamente. En la presentación del primer número de la revista, una suerte de manifiesto, sus integrantes exponen sus ideas en torno a la realidad y la tarea del escritor dentro de la sociedad: “COMPRENDEMOS, como narradores revolucionarios, comprometidos con su pueblo, que nuestra tarea es formar, a través de la acción y de la obra creadora, en la conciencia de las clases explotadas, la necesidad urgente de la Revolución” (Narración Nº 1, p. 3).

Queda claro cuál es la postura irrenunciable de Reynoso en torno a la realidad y la literatura. Por ello sostenemos que el estilo reynosiano, que hemos analizado líneas arriba, va de la mano con la actitud revolucionaria del escritor ante la sociedad. Los recursos estilísticos que usa Reynoso en toda su producción narrativa no solo subvierten la prosa de su tiempo, sino que tienen como fin primordial atrapar y seducir al lector para deslizarle un subtexto que produzca en él una reacción concreta ante la sociedad. Y es ese mismo estilo poético, muy bien logrado, lo que distingue al trabajo artístico de su autor de la simple proclama política y difunde, como hemos dicho, un mensaje soterrado a sus lectores a quienes no solo busca encandilar con la forma. Porque para Reynoso “el mensaje de la obra literaria no es la proclama política, sino el mensaje de dar conciencia a la gente, al lector, de lo que es y a través de determinadas formas hacerle intuir lo que debe ser”. Veamos algunos casos:

Casi a la mitad de la novela En octubre no hay milagros (1965), un personaje, el joven profesor Carlos, reflexiona en torno a su pasado, sobre su situación personal en la urbe limeña y su futuro incierto. Sobre todo se cuestiona por no haberse mantenido consecuente con sus ideales y haberse dejado absorber por el sistema. Mediante el uso del monólogo interior, donde destacan las frases enumerativas, el uso eficiente de los signos de puntuación y algunas imágenes, Reynoso nos muestra estas ideas de su personaje:

“Cuando recién llegué de Arequipa me fue difícil comprender el sentido de esta enorme ciudad de Lima; ahora, ya estoy metido en ella, hormiga. Enseño a sus niños bien, camino por sus calles, bebo en sus cantinas, simulo amar en sus prostíbulos y como dice un poeta amigo ‘lloro en la oscuridad de sus cinemas’. He cumplido veintitrés años y no sé qué hacer. Hace un año me creía un revolucionario porque era dirigente estudiantil, porque estudiaba marxismo, porque escribía cuentos con ‘claro mensaje socialista’, porque visitaba sindicatos; pero ahora ¿qué?: profesor en colegio de curas y borracho sabatino y nada más. Alguna vez pensé dejar todo esto, partir a la sierra con armas, organizar a los campesinos y declarar desde cualquier Sierra Maestra guerra a muerte a la burguesía” (Reynoso 1998: 177-178).

En la parte final de la novela El escarabajo y el hombre (1970), un grupo de amigos bebe y conversa en La Rica, un bar de los suburbios donde pululan meretrices y homosexuales. De pronto se trata sobre la situación de los jóvenes de nuestro país como aquellos que ahora abundan en aquel recinto. Se plantea el problema de aquella juventud empobrecida, la cual vive hundida en el mundo del alcohol y las drogas, dedicados también al proxenetismo. Se propone una transformación radical en la sociedad para cambiar la mentalidad de los muchachos. En esta secuencia de la diégesis destacan algunos recursos retóricos: diálogo narrado, uso del polisíndeton, la jerga juvenil, frases cortas y, nuevamente, el hábil manejo de los signos de puntuación:

“…y luego se ponen a hablar de los cafiocas esquineritos: son el producto de toda esta mierda, dice Oswaldo, y cada vez se hunden más y a nadie le interesa: la libertad, compadre, de hacer lo que a uno le da la gana; y el poeta: ¿libertad?, si están esclavos; y no hay solución, dice la Vieja; y Oswaldo: si pudieran creer en algo, se salvarían, pero están alienados y tienen miedo de pensar en ellos mismos y solo viven en busca de situación; y yo: cuando lleguen a los treinta cambiarán; y la Vieja: imposible, si no saben ganarse la vida en nada, solo putería y trago; y Oswaldo: para hacerlos útiles hay que cambiarlo todo en este país de mierda; están jodidos, dice el Poeta, no tienen bandera; y Oswaldo: la tienen, pero para sobrevivir a su manera: empujando mierda…” (Reynoso 1970: 81-82).

En su última publicación, el libro En busca de la sonrisa encontrada (2012), hay un relato titulado “Lima”. En este breve texto, el narrador homodiegético habla sobre el estilo en los poemas de un joven autor, critica las formas tradicionales impuestas por la Academia y, por lo contrario, exalta la búsqueda de un estilo nuevo, cercano a las clases populares, que además cuestiona las normas de la vida burguesa:

“Había captado estéticamente la entonación y el ritmo del ruido atolondrado del centro de Lima. Nada de la poesía española e inglesa que imperaba en los versos de los poetas estudiantes o catedráticos de las universidades. Las palabras y dichos creados en cantinas, billares, esquinas y bulines adquirían una belleza hiriente y subversiva en la expresión de sentimientos de amor y desamor y también en jugueteos verbales de ironía contra las normas y disciplinas de la vida burguesa impuestas a la fuerza” (Reynoso, 2012, 65).

En suma, como se puede percibir, en la producción narrativa de Oswaldo Reynoso, el estilo no habita solo en lo formal, sino es una interacción constante entre fondo y forma; historia y discurso se entretejen y se funden denotando una visión cuestionadora de la realidad con un manejo original de la materia verbal. Y todo este trabajo incesante en sus libros responde a una actitud del autor. Es la “voluntad del artista” a la que hace referencia la estudiosa Susan Sontag (1996) en su ensayo “Sobre el estilo” cuando afirma que “el estilo es el principio de decisión de una obra de arte, la firma de la voluntad del artista” (62). Y en Reynoso queda claro que se trata de una firme voluntad revolucionaria o como lo dice Eleodoro, personaje de uno de los relatos de El goce de la piel (2005): “El compromiso está en lo que se escribe y lo que se escribe está directamente relacionado con la actitud que uno asume en la vida” (39).

 

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BIBLIOGRAFÍA

ARGUEDAS, José María
1991                       “Prefacio. Un narrador para un mundo nuevo”. Los inocentes.
                               Relatos de collera. Cuarta edición, Lima: Colmillo Blanco: p. 11-15.

CARRASCO, Fernando
2005                      “El goce del escritor”. Letra Muerta. Huánuco. Año II, Nº 6. P. 4-5.

CASA DE LA CULTURA DEL PERÚ
1986                       Primer Encuentro de Narradores Peruanos.  Arequipa 1965. Segunda
                               edición. Lima: Latinoamericana Editores.

REYNOSO, Oswaldo
1970                    El escarabajo y el hombre. Lima: Universidad Nacional de Educación.
1991                    Los inocentes. Cuarta edición, Lima: Colmillo Blanco.
1998                    En octubre no hay milagros. Tercera edición. Lima: San Marcos.
1999                    Los eunucos inmortales. Segunda edición. Lima: San Marcos.
2005                    El goce de la piel. Lima: San Marcos.
2006                    Las tres estaciones. Lima: Instituto Nacional de Cultura.
2012                    En busca de la sonrisa encontrada. Arequipa: Cascahuesos.

RODRÍGUEZ, Jéssica
2012                    “La Lima alucinada de Oswaldo Reynoso en Los Inocentes”. Ínsula
                             Barataria Nº 13. Lima: p. 35-44.   

SONTAG, Susan.
 1996                  Contra la interpretación. (Traducción de Horacio Vásquez Rial.
                           Séptima edición). Madrid: Alfaguara.

 

 

*Este ensayo fue presentado como ponencia en el Congreso Nacional: Los Universos Narrativos de Oswaldo Reynoso, organizado por la Academia Peruana de la Lengua, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Editorial San Marcos. Se llevó a cabo los días 15 y 16 de noviembre del 2013.




 



 

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