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LA CANCIÓN CRIOLLA Y LAS VISITAS A LA LITERATURA

Por Fernando Carrasco Núñez




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Entre guitarra y cajón, a veces, también allí florece la poesía.

Ya sea por su carácter popular o vitalista, desde sus orígenes a fines del siglo XIX, la música criolla, especialmente el vals, ha estado vinculada a nuestros escritores, amantes de la jarana y de la vida bohemia. Esta relación ha sido de ida y vuelta. En algunos casos de cantautores hacia los poetas. Por ejemplo, Chabuca Granda (1920-1983), impactada por la trágica muerte del joven poeta Javier Heraud (1942-1963), le dedicó todo un ciclo de canciones al autor de El río (1960): “La flores buenas de Javier”, “El fusil del poeta es una rosa”, “Un cuento silencioso”, “Un bosque armado”, “Desde el techo vecino”, “En la margen opuesta” y “Silencio para ser cantado”. De estas canciones, las dos primeras son las más populares. Veamos el inicio del vals “Las flores buenas de Javier”:

Óyeme, hermano,
contesta hasta mi sombra 
qué piensas de la muerte que te dimos y el frío.
La sangre que entregaste nos ahoga
desde el fondo del tiempo y tu canoa.


Julio Ramón Ribeyro y Chabuca Granda

Pero esta relación fraterna entre música criolla y literatura también ha ido de un autor hacia una cantante de vals. Nuestro Premio Nobel Mario Vargas Llosa (1936) en su novela El héroe discreto (2013) -aunque también la cita en Travesuras de la niña mala (2006)-, rinde homenaje casi en tres páginas a Cecilia Barraza (1952) ya que entreteje entre su ficción, la figura, la voz y los valses que canta la reconocida artista limeña, intérprete de canciones populares como “La picaronera”, “Jamás impedirás” o “Nunca me faltes”.

Pero veamos algunos casos más específicos.

El famoso vals “Ódiame”, musicalizado por el maestro Rafael Otero López y popularizado por Los Embajadores Criollos es una adaptación del poema “Último ruego”, del poeta tacneño Federico Barreto (1868-1929), perteneciente a su libro Algo mío (1912). El poema, de corte modernista, es de los tiempos de la Guardia Vieja, la primera etapa del vals criollo, que abarca desde finales del siglo XIX hasta la década del 20. Por estos años enseñoreaban Montes y Manrique, los padres del criollismo. En su estructura, el poema de Federico Barreto presenta dos cuartetos endecasílabos:

Ódiame por piedad, yo te lo pido…
¡Ódiame sin medida ni clemencia!
Más vale el odio que la indiferencia.
El rencor hiere menos que el olvido.

Yo quedaré, si me odias, convencido,
de que otra vez fue mía tu existencia.
Más vale el odio a la indiferencia.
¡Nadie aborrece sin haber querido!

El destacado escritor César Miró (1907-1999) es autor del célebre vals “Todos vuelven”. Se sabe que la canción iba a formar parte de un proyecto cinematográfico que, lamentablemente, no llegó a cristalizarse. Con la música de Alcides Carreño, el año 1941, fue estrenado por la voz inconfundible de Jesús Vázquez (1920-2010), la Reina y Señora de la Canción Criolla.

El poema de Miró está conformado de cuatro estrofas, donde se aprecia un exquisito cuidado por el manejo del ritmo y la métrica. Transcribo la primera estrofa:

Todos vuelven a la tierra en que nacieron,
al influjo incomparable de su sol,
todos vuelven al rincón donde nacieron
donde acaso floreció más de un amor.

Este vals pertenece al segundo periodo o “periodo crítico” de la música criolla, según Jorge Basadre. En esta etapa, el vals criollo entra en pugna con expresiones musicales extranjeras que también habían llegado a nuestro país y que, desde mediados de la década de 1920, se difundían a través de los medios de comunicación masivos. Nos referimos al tango, la ranchera, el one-step, el fox-trot, el charleston.


Juan Gonzalo Rose


El poeta Juan Gonzalo Rose (1928-1983), gran amigo de compositores y coleccionista madrugador de bares limeños, compuso también valses criollos como “Si un rosal se muere”, “Por tu ventana dormida” y otros. No obstante, el que permanece bien grabado en el imaginario nacional es el vals “Tu voz”, popularizado por intérpretes como Tania Libertad y Lucha Reyes. Veamos el inicio:

Está mi corazón
llorando su pasión,
su pena
y la antigua condena
escrita por los dos.
Afuera creo ver
tu sombra renacer
serena
bajo del mismo sol
que un día se llevó tu voz.

Por la década del cincuenta, la música criolla había iniciado una nueva etapa. Dejó de ser exclusiva de las clases obreras y se convirtió en patrimonio de toda la población limeña. En este periodo aparecen nuevos compositores como Manuel Acosta Ojeda, Luis Abelardo Núñez y Chabuca Granda, a quien ya mencionamos líneas arriba.

Chabuca fue gran amiga del poeta César Calvo (1940-2000), quien también estaba muy ligado a la música popular. Cuenta el poeta y periodista Pedro Escribano (1957), en su libro de anécdotas Rostros de memoria (2009) que el poeta Calvo, bastante joven, había querido convencer a sus amistades de que algunos versos del vals “Puente de los suspiros”, habían sido dedicados a él. Nadie le creyó. Un día en que el autor del poemario Ausencias y retardos (1963), iba a encontrarse con sus colegas en Barranco, tropezó con la misma Chabuca Granda y armándose de valor se acercó para presentarse y solicitarle un favor, y así sorprender a sus amigos poetas: “Chabuca, al escucharlo, sonrió. Generosa, le hizo un mohín y no le negó el pedido. Cuando el poeta se apareció con la señora y reina del valse limeño, todo el mundo se quedó perplejo, y más todavía cuando Chabuca Granda les dijo que sí, efectivamente, los versos de ¨El puente de los suspiros¨ eran para César Calvo”.


Antonio Cisneros

El recordado poeta Antonio Cisneros (1942-2012) coloca como epígrafe de su celebrado poema “Crónica de Lima”, perteneciente a su libro Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968), un fragmento del vals “Hermelinda”:

Para calmar la duda
que tormentosa crece,
acuérdate, Hermelinda,
acuérdate de mí.

Estas letras las adoptó al vals criollo Alberto Condemarín Vásquez (1898-1975) tomando como referencia el poema “Acuérdate de mí” del español Enrique Príncipe y Satorres (1846-1906). El vals criollo fue interpretado con gran éxito por Los Morochucos. A lo largo del poema de Antonio Cisneros, que es un canto a nuestra ciudad capital, aparece a manera de estribillo el verso “Acuérdate, Hermelinda, acuérdate de mí”.


Marco Martos Carrera

El poeta piurano Marco Martos Carrera (1942) tiene todo un libro dedicado a la música y a los grandes compositores que titula Sílabas de la música (2002). Y, por supuesto, en este libro existe un poema dedicado al compositor de los Barrios Altos, Felipe Pinglo Alva, autor de valses memorables como “El plebeyo”, “De vuelta al barrio”, “Pobre obrerita” o “Jacobo, el Leñador”. El poema “Felipe Pinglo” de Marco Martos es un soneto endecasílabo muy bien estructurado como un homenaje también al estilo modernista que tanto influjo tuvo en los compositores de valses criollos como Pinglo. Veamos sus primeras estrofas:

Felipe Pinglo atrae como imán
al infortunio. Principia la noche,
la guitarra inicia su quejido,
se desgarran oscuridad y beso.

Amores de otro tiempo traen su aire,
se hacen más claros en ese silencio,
otra vez viven su tiempo terrible,
de amor se muere, de negros barrotes.

Algunos poetas como el horazeriano Tulio Mora (1948-2019) y Róger Santiváñez (1956), miembro del Movimiento Kloaka, le han rendido homenaje a través de su poesía a Lucila Sarcines Reyes, más conocida como Lucha Reyes, la Morena de Oro del Perú, quien hizo populares, con su inequívoca voz, canciones como “Regresa”, “Una carta al cielo” o “Mi última canción”. El poema de Tulio Mora “Luisa Reyes 1933-1973” cierra de esta espléndida manera:

Pero en un micrófono presiento
al ojo monstruoso de un insecto
y antes que me digan
que aún joven me encontró la muerte
me arranco la voz y al cielo se la arrojo
para vergüenza de todos los gorriones.

En el caso de Santiváñez, en su poemario Antes de la muerte (1979), que escribió en el criollísimo barrio del Rímac, en la urbanización Villacampa -donde entonces vivía cuando publicó su libro-, incluye “Poema para Lucha Reyes”, donde se lee, fans y cómplice:

Negra, puedes pasar por aquí, puedes hacerlo
y encontrarme escondido entre las sombras
deslizándome hacia lo más profundo de la butaca (…)


Miguel Ildefonso

El poeta Miguel Ildefonso (1970) en su premiado libro El hombre elefante y otros poemas (2016) incluye el poema “Noviembre”, texto que reflexiona sobre la condición del hombre en el universo y la relación de amor-odio del yo poético con su ciudad. A la vez, el poema es un canto de amor a la actriz Scarlette Johansson (1984), un canto de amor a la manera de los valses criollos, por eso el poema cierra con parte de la letra del vals “Nuestro secreto” del maestro Félix Pasache (1940-1999).

Nunca diré que hubo noches
que te adoré con locura,
nadie sabrá que en tus brazos
borracho de amor 
me quedé dormido.

Y quién no ha terminado borracho de amor alguna vez luego de escuchar un vals criollo en una peña, bar o taberna o en un santuario como La Catedral del Criollismo, la vivienda de don Wendor Salgado Bedoya (1941), donde, cada semana, reverberan las expresiones chispeantes, las botellas de buen pisco y las notas de los valses, en los que -en algunos-, entre guitarra y cajón, florece también la más alta poesía. ¡Salud!

 



 

 

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