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Fernando Carrasco Nuñez | Autores |


 









Lima chichera, achorada, marginal [1]
"Historias al ritmo de Chacalón", de Fernando Carrasco Nuñez
Sinco Editores, 2020. 174 págs.

Por Arturo Quispe Lázaro
arturoql2004@yahoo.com




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Peter Elmore en la presentación de la segunda edición de su libro Los muros invisibles: Lima y la modernidad en la novela del siglo XX (2015), dijo que esa sería la última y no habría más ediciones en el futuro. El argumento fue que después de los años 70 del siglo pasado, Lima ya no se entendería solo a través de la novela, sino por el conjunto de producciones culturales y artísticas que se practicaban en la ciudad. Lima se había convertido en una ciudad compleja, y la novela sería un insumo más, no la única para su comprensión. Están ahí, la música, el cine, las expresiones artísticas, además de otras disciplinas. Efectivamente, Lima se había complejizado. Desde los años 50 se había venido produciendo una suerte de refundación de la ciudad, una nueva Lima se configuraba, había surgido nuevos actores, parajes citadinos distintos, y una multiplicidad de expresiones artísticas empezaron a manifestarse con cierta notoriedad desde mediados de los 60, que fueron consolidándose en la década siguiente. Lima empezó a ser vista y ser llamada como un Perú en pequeño, debido a la presencia de todas sus culturas en distintos espacios, pueblos jóvenes, nuevos barrios, que ulteriormente se fueron convirtiendo en nuevos distritos. De Lima la horrible, se la empezó a llamar desde los 70 hacia adelante, de distintas maneras, Lima chola, Lima folclórica, La andinización de Lima, en diferentes momentos, después también Lima chichera,por la presencia indiscutible de la música chicha y por las distintas connotaciones que se elaboraron a partir de ella (ver Quispe Lázaro 2004) [2]. Toda esa riqueza y la expansión de otras pequeñas ciudades, sus distritos, unos más florecientes o pobres que otros, según el caso, no pasaba ya solo por la literatura. 

En ese punto Elmore coincidía con Howard Becker, sociólogo, quien casi una década antes sostenía desde el título de su libro Para hablar de la sociedad la sociología no basta (2007), que la disciplina sociológica no era suficiente para entender la sociedad. Ella proveía de una mirada, pero no era la única, había otras disciplinas y prácticas que también surtían distintas miradas, como el arte y la cultura que en sus diversas manifestaciones proporcionaban evidencias para entender al hombre y la mujer en sus complejidades y circunstancias.

Es en este marco de procesos dinámicos, que Fernando Carrasco con su libro Historias al ritmo de Chacalón (Sinco Editores, 2020) emprende sus pasos hacia el mundo de la vida, como diría Huserl, a través de dos medios que se entrecruzan, uno de ellos, traspasando espacios y fronteras: la música; el otro, la narrativa breve o el cuento. Ambos entretejen sus lenguajes para hablarnos de una realidad compleja, difícil. La música, presente a veces como un coro de fondo, como un eco que enrostra el presente de la vida de sus personajes, y otras, como voz que susurra anunciando lo que vendrá, anticipando caminos ineludibles. Carrasco, en ese marco de nuevas formas para entender la realidad social, en pocas páginas nos presenta/introduce a un mundo que nos interpela y nos confronta, a un sector de la ciudad de Lima altamente complejo por sus condiciones de vida, lleno de carencias y de limitaciones, de callejones sin salidas, y alejado del centro hegemónico, colocando en sus cuentos el foco de su atención en el barrio, en sus personajes y sus circunstancias.

Enrique Congrains en los 50 abordaba a los desvalidos, cuando las migraciones andinas de esos años empezaban a labrar un destino, por ese entonces, incierto. Carrasco, varias décadas después, transita por una Lima construida a pulso, a fuerza de cada integrante, y sobre todo centra su mirada en personajes de los lugares más marginados de la ciudad, los sin futuro, o de aquellos cuyas vidas son una pendiente difícil de remontar. En el proceso de su aprendizaje transita por esa Lima de barrios, de Chosica a Lima, de la universidad La Cantuta a la de San Marcos, de los colegios, como docente, a otras aulas que consolidan su quehacer de relatar historias cortas. En ese trayecto orienta su  faceta de narrador, desde la segunda década del presente siglo, mirando la ciudad desde una ribera distinta: los barrios populosos de Lima, y sus escondrijos –que a la literatura le falta contar–, no desde la residencia del sector adinerado de la ciudad, sino desde el lado de las casas construidas con su propio esfuerzo, no desde la carroza aristocrática de un Julius que recordaba a su abuelo presidente, sino desde autos “siete vidas” que son el sostén diario de personajes que se enfrentan a la vida y viven al filo de la legalidad, como Yarlequé o el Carehuaco, a quien le enrostran su tez cobriza, o de Chavetas sin futuro. Esa es la ciudad también, Lima hoy, y de sus gentes sin futuro, desde los cuales Fernando Carrasco emprende sus pasos de narrador.

En este pequeño texto desglosaré algunas ideas que traslucen los cuentos de Historias al ritmo de Chacalón muy ilustrativos de la Lima actual, la de las primeras décadas del siglo XXI: i) la ciudad de Lima y su escenario barrial; ii) los personajes que transitan por sus calles; iii) las canciones como coro de fondo que direccionan la historia de los personajes, situaciones de la ciudad; y, finalmente, algunas ideas de cierre.

I. Lima y sus pequeñas ciudades alejadas del centro hegemónico: los barrios

¿Realidad o ficción? Esa es la discusión con la que nos enfrentamos cuando la narrativa aborda realidades como la que nos presenta Carrasco, y que solemos ver a diario o experimentamos desde sus interioridades. Julio Ortega en Imaginación crítica (1974), al referirse a Los cachorros de Vargas Llosa habla de una “realidad tratada, y una realidad producida”, es decir, una realidad construida, no como una entelequia, sino desde los insumos que provee su contexto, dice, que su interés básico es observar al individuo en la acción espacial de la aventura. En años recientes, José Güich y Alejandro Susti abordaron la misma discusión al referirse a los narradores de los años 50 del siglo pasado en su texto Ciudades ocultas. Lima en el cuento peruano moderno (2007), de cómo ellos construyeron el espacio ficcional en su narrativa desde una realidad social, la Lima de esos años, en procesos de cambios. Ellos dicen “los cuentistas urbanos de esos años construyeron un espacio imaginario que se erigió como correlato del otro, es decir, del real, determinado por la irrupción de nuevos usos o costumbres en la vida diaria. Sin duda el tratamiento del espacio es el más relevante entre otras marcas ficcionales […] el modo en que la urbe es percibida por los narradores y personajes de estos textos, principalmente pertenecientes a la clase media limeña” (p. 13). Carrasco, en sus cuentos anteriores y, sobretodo, en Historias al ritmo de Chacalón (2020), construye su ficción desde otra ribera y lo demarca desde el título “… al ritmo de Chacalón” para acentuar que es desde ahí, desde lo popular, y desde sus intersticios que saldrán otros/sus personajes, cual “chúcaros sociales”, y confrontarán las normas sociales, legales, y a las otras Lima. Carrasco construye una realidad a partir de las historias registradas de personajes que viven en esa Lima popular, parapetados en la oscuridad, suspendidos dentro de ella, tenebrosa para muchos, y por lo que vemos, sin salida. Sus personajes son una suerte de arquetipo, o “tipo ideal”, que construye y/o sintetiza mundos personales de sujetos sin futuro, al margen de todo.

Fernando Carrasco al internarse en los barrios de Lima, no de todos, sí de algunos, nos devuelve una ciudad de la que la literatura no hablaba desde los años 50, o lo hacía escasamente. Era la época de cambios en Lima, y que el neorrealismo de esos años tuvo como foco de atención los nuevos parajes citadinos que aparecían y mostraban a otras gentes. “los recién llegados”, que vivían en la pobreza. Lima no dejó de interesar a los narradores, pero estuvo presente desde la clase media limeña como dice Güich y Susti. No, desde otras zonas de la ciudad y personajes, no desde aquellos vericuetos de cuyos espacios brotaron los Choros Malacara, los Chaveta, los Robacarros; personajes cuyas vidas no serán expectantes, ni aparecerán en la marca Perú, ni tendrán un porvenir promisorio. Simplemente, son los sin futuro. Esa es también la Lima de ahora, de estos años, ubicada más allá de esa Lima cuadrada de la que todos hablan, de las construcciones coloniales con sus balcones que buscan preservar; o de esa Lima que catalogan de “moderna”, en donde viven encerrados en rejas que los protegen de las gentes de “color modesto” como diría Ribeyro. La Lima que nos enrostra Carrasco nadie la quiere resguardar, por el contrario, algunos supremacistas la quisieran desaparecer, porque ahí vive gente a los que no se les quiere ver. En medio del individualismo extremo del que “eres pobre porque quieres”, o de la ideología del emprendedurismo donde el “futuro está en tus manos”, los problemas sociales se trasladaron a la persona, les hicieron creer que el problema era del individuo y no de las políticas de un sistema o de un gobierno. Es evidente que una situación así va a producir muchos choros Malacaras, Metralletas, y no solo los Robacarros.

Hoy, somos herederos de toda la amalgama de culturas existentes en la ciudad, del “Todas las sangres” arguediano, fragua de la que brotaron también aquellos otros personajes que crecieron en la sombra, de los que Fernando Carrasco se ocupa, de esos que solo aparecen en las páginas policiales, y a quienes nadie quiere ver, pero que están ahí. Son también de Lima, viven ahí, crecieron en barrios que también se formaron de a pocos. “Por esos años, cuenta el Chaveta, el barrio era muy distinto a como lo vemos ahora. La mayoría de las casas eran de adobe y estaban techadas con triplay o con esteras. Y detrás de la posta médica, había una antigua casa-hacienda que hace poco fue demolida para levantar sobre ese terreno una capilla, adonde van a rezar ahora las beatas de estos tiempos. Las calles no estaban asfaltadas. Todo era tierra de palmo a palmo”. El barrio aparece en la literatura contextualizando a un avezado choro, en un ambiente de no laburo, en su espacio cotidiano. ¿Cómo son sus vidas?, ¿por qué hacen lo que hacen?, ¿seguirían en lo mismo si tuvieran otras posibilidades/salidas? El Chaveta en su relato deja entrever que los cambios de su hábitat, de su barrio, no ha sido fácil para nadie, y que muchos no podrán salir de ese hoyo profundo que les deparó no su destino, sino la sociedad, y para seguir la tónica de Carrasco, “Es peligroso ser pobre, amigo, es peligroso…” una canción setentera que provino del país del sur, es peligroso, sí, en primera instancia para ellos mismos, cuya esperanza de vida estará marcada por la actividad que emprenden, y según los relatos de Carrasco, será cortísimo si no se plantan previamente, esos serían los “choros plantados”, que podrán conocer a sus nietos o presenciar los cambios de sus barrios. Una pregunta que pocas veces o casi nunca se plantean, y que solo se juzga sus efectos. ¿Cómo se construye/ se hace/ se convierte un choro (ladrón/delincuente)?

II. Personajes

 Carrasco, a diferencia de sus textos anteriores, en estos cuentos se embarca en una técnica, arriesga y experimenta una estrategia de acercamiento a sus personajes y a su contexto. Cual científico social recurre a historias de vida para entender procesos, comprender interconexiones entre los personajes, sus acciones, y el medio en el que se desenvuelven y desarrollan sus vidas, y lo hace a través de la entrevista. Él no explica, no se encarna en un personaje hablándote en primera persona. Él te cuenta historias, relata en tercera persona, delinea la trayectoria de sus personajes a partir de sus propias voces con el recurso del monólogo dramático que asume la intencionalidad del autor. Carrasco nos dice: “Para evitar la voz del que pregunta me apoyo en el llamado monólogo dramático que es una estrategia narrativa que nos permite conocer la pregunta del entrevistador a través de lo que habla el informante”. Deja clara su intención de mostrar aquel ambiente a partir de historias de sus personajes que son relatadas por ellos mismos, y escudriña sus vidas desde las preguntas que hilan el relato. [3]

Los personajes que construye Carrasco los podemos situar en dos dimensiones frente a la vida: los angustiados/afectados por las relaciones interpersonales (Carehuaco, Carmela, Jacinto, etc.); y los sin futuro (Chaveta, Choro Malacara, Chacalón, Metralleta, etc.), los que por efectos de circunstancias externas se enfrentan a la vida desde la marginalidad, la ilegalidad. Quisiera detenerme brevemente en dos casos de este segundo punto, como una suerte de aperitivo, que son dos formas de abordar la construcción del relato: i) desde el uso del monólogo dramático en varios de sus cuentos, como es el caso de Chaveta; y ii) desde un relato limpio y solvente como es el de Chacalón, joven aficionado que asume para sí el apelativo del artista fallecido. En ambos, los juicios que se elaboran en la ciudad en torno a ellos, o casos similares, se plantean desde los efectos que ocasionan (y se apela a la seguridad ciudadana), y no desde las situaciones que los impelen a tomar ese camino. Son situaciones complejas, nos interpela su presencia, más allá de sus efectos que ocasionan a la ciudad. ¿Pudo haber habido un camino o final distinto para cada personaje? 

i) El caso de Chaveta, delincuente avezado. Carrasco nos introduce en la vida de este personaje, hilvana su historia enraizada en su barrio. El barrio no solo es un “hervidero” arguediano, de entremezclas culturales, sino también de coexistencia obligada de una diversidad compleja de situaciones marcadas por la carencia y necesidades múltiples. Carrasco descoloca al lector de fácil juzgamiento, que ve los actos consecuentes y no los hechos precedentes que los generan. El Robacarros, un choro plantado (abandonó la delincuencia) que vuelve a las andadas, sin aparente motivo, mirado desde fuera. El autor contextualiza sus actos, se ve a un preocupado padre de familia y no una mala persona. El mérito del relato consiste en poner el caso en una linealidad de acontecimientos que no se suele hacer. El Chaveta, en su narración, muestra su dualidad valorativa de no “chocar” con el barrio y sí hacerlo fuera de él, de criticar y llamar choro monse a quien afecta con sus actos a vecinos del barrio, considerarse un “faite”, un choro fino y hacerlo en lugares “pitucos”, de ser respetuosos y respetados en el barrio, y vivir en la ilegalidad fuera de él. Esa complejidad valorativa del Chaveta nos habla también del barrio, en donde en un mismo espacio los pobladores convivían con un faite avezado, choros monses, y por el otro, el actuar en la sombra invisible de Sendero Luminoso. Todos sabían quién era quién, tenían una coexistencia pacífica, conocían también quién alteraba el barrio. Los delincuentes avezados eran vecinos correctos en su barrio. “Los Once Chavetas se mostraban como gente correcta en el barrio. Casi todos tenían mujer y cachorros, menos el Chaveta. No se metían con nadie y nadie se metía con ellos.” Era una convivencia tolerada. Se sabía que Sendero en algunos barrios o comunidades se convirtió/hacían, en sus inicios, profilaxis social, atacaban, “limpiaban” lo que según ellos estaba mal y/o afectaba al barrio y/o a la comunidad. Ellos hicieron correr a los choros monses, que robaban a los vecinos, pero no tocaban a los rankeados y avezados porque no afectaban el lugar, “debía ser por eso que Sendero nunca se metió con ellos”. Carrasco los coloca en esa dimensión conflictiva. Vivir entre el deshonor y el respeto, la ilegalidad y lo correcto. Eran correctos en el barrio, mas no fuera de él. ¿Qué hacía que se viviera esa ambivalencia valorativa? ¿Por qué había esa tolerancia en el barrio? Sabían quiénes eran y al mismo tiempo les prodigaban respeto. La convivencia era pacífica, y/o forzosa.

ii) Chacalón o cómo se construye un transgresor. De exitoso negociante a delincuente avezado, o cómo se construye/convierte/se hace un delincuente. Carrasco con solvencia y maestría nos cuenta ese paso difícil de hilvanar. Hace una disección de lo que se podría llamar cómo se hace un choro. Nos muestra con la vida de Lorenzo que la idea de éxito centrada en el “tú puedes”, o en el “emprendedurismo” simplón chocan con realidades concretas, cuando no hay equidad o igualdad de condiciones en el partidor de la existencia. Lorenzo tenía la partida perdida desde el inicio. Sus grandes expectativas chocaban con su descapitalización personal. No concluyó la primaria, las urgencias económicas en su familia chocaban con su carencia formativa de conseguir un empleo con ingresos decentes. En esas condiciones, no tenía cómo sobresalir. Su perspectiva de conseguir dinero le obligaba a emplearse en lo que fuera, ¿en esas condiciones qué se puede aspirar o esperar?, quizá sea a lo único que pueden acceder. "Ya cuando terminó el año escolar, en los meses de vacaciones, la mancha del barrio se dedicó a chambear en todo lo que se podía para apoyar en algo con los gastos de la casa: ayudante de albañilería, cobrador de combi, pelador de pollos en el mercadito o vendedor ambulante en el Centro de Lima. Chacalón era el hijo mayor en su casa y sabía que su madre necesitaba de su apoyo para mantener a sus tres hermanos". Fernando Carrasco ingresa a un espacio espinoso, conoce el lugar, describe las condiciones poco propicias de aquellos jóvenes deseosos de conseguir lo que la vida les ofrece, pero sin los instrumentos necesarios que la vida de este tiempo exige. O como diría un personaje “Mira, patita, una cosa es lo que uno quiere conseguir en la vida y otra muy diferente lo que te pinta la realidad. ¡Fatal es!”. Lorenzo estaba en desventaja con la vida. Su déficit formativo le impide alcanzar/disfrutar lo que el tiempo le impulsa. Con esas limitaciones lo logra forzando situaciones, por caminos no aceptados socialmente. Lorenzo es uno de los sin futuro. La vida le cobrará con su vida lo que él intenta conseguir por medios que la sociedad no acepta. Son esas desventajas que Carrasco recoge y lo incrusta en el ojo del lector para ver la historia completa y no solo sus consecuencias.

III. La música. “Sin música la vida no es vida, cumpita

 Efectivamente, en los cuentos de Carrasco hay un enfoque interesante, un contrapunto de lenguajes, entre la música y el relato. Desde el título nos dirige la mirada. La música juega un papel importante en los relatos de Fernando, ella muchas veces no solo sirve de coro de la gran escena de la vida de sus personajes, en otras narra la situación de vida de sus personajes. Es decir, en lo fundamental es una historia musicalizada, una música de fondo expectante en cada una de las historias. La música nos dice algo más de la historia que narra. Y como apunta Attali “La música anuncia porque es profética. Espejo de la realidad, la música nos conduce a una evidencia: la sociedad es mucho más de lo que las categorías del economicismo quieren hacernos creer. La música es un medio de percibir el mundo. Un instrumento de conocimiento” (p. 12). [4] Los personajes de Carrasco viven, sienten y disfrutan de la música y de sus letras. En Historias al ritmo de Chacalón no se narra historias cualesquiera, ni canciones cualesquiera que cubren un vacío, sino aquellas que entrelazan sus lenguajes para dar un mejor panorama de cada uno de los personajes en la historia de sus vidas. No cualquiera escucha a Chacalón, quien lo hace tiene su propia historia. Tres elementos centrales del fenómeno Chacalón: i) el ídolo; ii) las letras de las canciones; y, iii) el sentimiento. Todos ellos se corporizan en los personajes de cada una de las historias que Carrasco relata. No es casual que se afirme que Chacalón es el ídolo de los choros. Tampoco lo es que en cada historia de los Chaveta, Metralleta y Chacalón, su ídolo esté presente en los momentos cruciales de sus vidas. Algo dice de ellos, algo sabe de ellos. Algo de ellos Chacalón comparte. Al mismo tiempo, Chacalón los transciende, llega al corazón del barrio, que lo disfruta por igual. En el barrio “Desde un pequeño parlante, amarrado en la punta de un grueso palo, se disparaban como flechazos directos al bobo las canciones de Chacalón”. En el Chaveta “En el hombro derecho se había tatuado el rostro de Sarita Colonia y en el otro, la cara de Papá Chacalón”. A Yarlequé en Carehuaco “… [a mi papá] le gustaba muchísimo cantar las canciones de Chacalón. Ponía su música favorita en el tocadiscos, el tema ‘Soy provinciano’ o ‘La paz y dicha’. Recuerdo de manera especial la canción ‘Llanto de un niño’ otra de sus preferidas”. En el robacarros “…en pocas palabras le conté lo del accidente de mi chibolo, al mismo tiempo que Chacalón cantaba ahora el tema Mi dolor”. En Carmela “…de repente, pocos metros hacia adelante, reconoces la entrada de tu pueblo y oyes la voz de Chacalón que canta: Aunque te encuentres lejos de mí, / pueblo chiquito, yo volveré”. En Pagarás tu traición “… Estos jijunas toman como condenados, toman y cantan las canciones de Chacalón hasta morir, pero no arman broncas con otros grupos”. A Lorenzo “¡Por la Sarita, cuñao! Así transcurrió toda su vida: al ritmo de la guitarra chichera, al ritmo de Chacalón”. Las canciones de Chacalón se convierten en otra forma de narrar la vida, las penas o circunstancias de los personajes.

El domingo aquel, en medio del partido de fútbol de los once Chavetas, Chacalón estaba ahí, con su música y su canto, a todo volumen. El disfrute era del barrio. Porque hay otro elemento, además de la identificación con su ídolo. Nos referimos al sentimiento que está en la voz de Lorenzo Palacios, que se desprende de las letras de cada una de sus canciones. Es como si estuviese cantando la historia de cada uno de ellos. También en la historia del otro Lorenzo, narrado por Carrasco, y quien se autodenomina Chacalón. Las canciones de su ídolo se convierten en el coro de fondo de las escenas de su vida con final previsible. "Algún día yo he de triunfar, / pero antes llevaré esta cruz". Como si llevar esas penurias fuera el paso ineludible hacia algo digno, como una suerte de redención, de no se sabe a qué, ni por qué les tocó a ellos ese destino. El disfraz, la explicación sobrenatural de algo terrenal, de eso que unos viven con comodidad y otros en medio de carencias y hacia la nada o hacia la marginalidad, donde el ser humano muestra su rostro más fiero, y aparecen los Choro Malacara, los Chaveta, que brotan no de la nada sino de eso que llaman "caldo de cultivo". Carrasco cuenta con solvencia ese tránsito hacia la nada, de un Lorenzo, como una "Cruz marcada" donde su futuro estaba escrito, no porque así él lo quiso, ni por fatalidad divina, sino que el peso de las circunstancias lo mantuvo desarmado sin capital de ningún tipo, eso que sin ello estás confinado hacia la nada. Las canciones han sido un buen recurso de Carrasco para contar un mundo de personajes que están ahí, viven ahí, y que aún falta escudriñar.

Finalmente, los cuentos de Fernando Carrasco en Historias al ritmo de Chacalón, contribuyen, conjuntamente con los anteriores, con lucidez y riqueza del lenguaje a un tema polémico que la literatura no ha emprendido aún: los sectores excluidos de la sociedad que habitan los barrios más pobres de Lima, los que viven al margen de la ley. ¿Son así porque ellos quieren? ¿Les encanta ser choros, delincuentes? Son los sin futuro en la sociedad. Su esperanza de vida, en muchos casos es corta, en otros su calidad de vida es pésima. ¿Alguien elige por cuenta propia ser mal visto en la sociedad? La historia de Lorenzo en “Al ritmo de Chacalón” que se auto denomina Chacalón es una excelente pieza que puede titularse cómo surge un delincuente. Carrasco hilvana con maestría ese tránsito. Una de las preguntas planteadas en el texto es ¿seguirían en lo mismo si tuvieran otras salidas/posibilidades? El Chaveta en parte de su reflexión y sabiéndose bueno en el deporte dice: “Si no hubiese estado metido a fondo en el mundo del choreo, yo creo que fácil hubiera hecho carrera como futbolista. Tenía todo el estilo de los delanteros del Sport Boys y del Alianza Lima.” ¿Qué pasó? Todavía falta indagar, contar. La literatura aún tiene deudas que saldar.

Lima, agosto 2020

 

 

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Notas

[1] Publicado como “Colofón” del texto de Fernando Carrasco. Historias al ritmo de Chacalón, (pp. 155-166). Lima, Sinco Editores, agosto 2020.

[2] Arturo Quispe Lázaro. La cultura chicha en el Perú. Lima, Construyendo Nuestra Interculturalidad N°1, 2004.
En https://www.researchgate.net/publication/221940405_La_cultura_chicha_en_el_Peru

[3] La literatura no se ocupa de los barrios de la ciudad. ¿cuántas narraciones literarias se han producido en los últimos años que tengan como tema el barrio? ¿O no interesan los barrios de Lima a la literatura, o los barrios no producen narradores que cuenten sus historias, o para los narradores que habitan en los barrios sus temas de interés no están centrados en ellos? Los cambios en la ciudad, desde los asentamientos humanos, pasando por los barrios luego convertidos en distritos, han sido tratados desde las ciencias sociales, escasamente desde la literatura y muchos menos de personajes como Los chavetas. Es una tarea pendiente, que Fernando Carrasco ha emprendido desde el 2014.

[4] Attali, Jacques. Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música. México, Siglo XXI, 1995



 

 

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Lima chichera, achorada, marginal
"Historias al ritmo de Chacalón", de Fernando Carrasco Nuñez
Sinco Editores, 2020. 174 págs.
Por Arturo Quispe Lázaro