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LAS FORMAS DE LA MUERTE EN CANTAR DE HELENA Y OTRAS MUERTES,
DE FERNANDO CARRASCO NÚÑEZ

Por Eric V. Álvarez




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Toda la historia de la Humanidad es también la historia de la Muerte. Ninguna cultura ha dejado de intentar dar explicaciones para aquel viaje que se nos invita a realizar desde que abrimos los ojos al mundo. Y, aunque la muerte sea vista siempre como el cese de la vida, resulta paradójico que la representación que la cultura occidental se hace de ella sea la de una muerte viva, en el sentido estricto del término, pues deambula en oscuridades y nos lleva hacia ese mundo conjeturado pero aún desconocido y, además, tiene ciertas cualidades humanas como una voz que reclama la vida del hombre (recuérdese el relato La muerte en Samarra, que es una adaptación que hace García Márquez de un relato oriental titulado La muerte en Samarcanda). De este modo, el tópico de la muerte ha cautivado a innumerables escritores. Este es el caso de Fernando Carrasco, quien acaba de publicar la tercera edición de su cuentario Cantar de Helena y otras muertes (Altazor, 2014). Desde el título se nos anuncia el hilo temático del texto. La muerte se hace presente en sus distintas formas y los personajes se dejan avasallar por ella o la eligen libremente o, también, se espantan ante la certeza de que su propio ser ha dejado de existir.

El libro es, a su vez, dos libros: en la primera parte asistimos a la sucesión de relatos bien escritos cuya columna vertebral es la muerte. En la segunda parte del libro titulada Tres Cuentos rockoleros el autor nos sumerge en el submundo de los bares, la embriaguez y la nostalgia. En apariencia – y en opinión de algunos escritores que se ocuparon del libro de Carrasco cuando se publicó por primera vez en el 2006 – esta parte del texto no tendría ninguna consonancia con la primera. No pensamos así (ya veremos más adelante por qué). Fernando Carrasco ha logrado hilvanar un texto con inteligencia porque indaga en la poética de la muerte y porque hace un uso preciso de la prosa como herramienta para contar historias. Y en el texto, esa poética que resuena homogénea se torna heterogénea puesto que el autor indaga en las distintas formas en que la muerte se nos presenta. Así, en el cuento que abre el libro se narra la historia de los últimos momentos de un hombre solitario que vive encerrado en una casa, a la espera de su ancestral invitada. Está ahí y sabe que morirá, pero lo asume con total sosiego y se deja llevar por ella como las hojas por el viento: “había aprendido en los últimos días que la muerte era una de las formas más perfectas de la felicidad” (19). En Última sinfonía de otoño, el segundo cuento del volumen, el protagonista no espera a la muerte como en el relato anterior, si no que la elige con soberana libertad. El protagonista recuerda, al inicio, el descubrimiento atroz de la muerte: “Evocó, entre otras cosas, la remota pero imborrable tarde en que su hermano, mientras jugaban escondidos en el gran ropero de la casa, le habló por primera vez sobre la muerte: la trágica historia del ataúd y los abominables gusanos emergiendo de su cuerpo” (21). Entonces se recurre al tópico de Manrique: ¿qué hacer para trascender y escapar de la muerte? La cita, aquí, es pertinente: “[…] se entregó de manera febril a la poesía, pues consideró, por un tiempo, que esta era una forma de evadir al olvido, de trascender la muerte” (22). Sin embargo, sabemos que el protagonista no está satisfecho del todo con esta trascendencia del espíritu, puesto que él espera una trascendencia epicúrea, de los sentidos y la carne. Mientras escucha a Brahms (y el personaje parece signar cada uno de sus movimientos con los de la sinfonía), piensa que es estúpido que la única manera de huir de la muerte sea refugiarse en la muerte misma (23). Entonces considera que la muerte es una de las cosas más íntimas del hombre. Aquí notamos la resonancia del trabajo del escritor. La trascendencia solo se puede lograr con una obra y, aunque no exista nada explícito en el texto que nos indique que el personaje ha dejado una estela literaria, podemos suponer que así es y que su suicidio le permitirá ingresar a esa inmortalidad añorada por tantos.

El tercer cuento narra la historia sombría de una familia. Es, también, una historia de traición, deslealtad, muerte e infidelidad. La oscuridad del texto viene dictada por la presencia evasiva de la madre. Una mujer que ha asesinado a su esposo y cuyo hijo mayor, Absalón, curiosamente, va moldeando su rostro como el de su padre, con el paso de los años y, cuando pretende entablar una relación con una mujer, corre la misma suerte que su progenitor. El narrador, que es el hijo menor, da cuenta con sutileza de estos paralelismos incestuosos que se le escaparían a un lector poco sagaz. El final del cuento es terrible porque nos queda la duda de saber si el narrador seguirá la misma suerte de su padre y de su hermano. En Una cicatriz rencorosa Carrasco traza una historia cuya similitud argumental nos recuerda a El desafío, de Vargas Llosa. Pero las similitudes no terminan ahí: en ambos estamos frente a la historia de una venganza, de la recuperación de una honra mancillada que solo puede ser lavada con sangre. La muerte aquí se presenta de forma deliberada. Los muchachos que han ido a un barrio para asesinar al que afrentó a uno de ellos con una mácula en el rostro, están dispuestos a correr el riesgo tremendo de no salir con vida de ese viaje. Sin embargo, se hace presente un código lumpenesco, el hecho de que muchos de los que los vieron llegar a la fiesta no hicieran nada, a sabiendas de que todo ocurriría en el baño. El relato más logrado del libro es el que le da el título: Cantar de Helena. Con un buen manejo de la oralidad clásica (con resonancias homéricas) Helena nos canta su desgracia pero desde una perspectiva distinta que nos recuerda particularmente a dos textos: La casa de asterión, de Borges, y Los reyes, de su compatriota, Cortázar. Carrasco trabaja con fina cadencia cada frase y logra descubrir una arista nueva del mito: Helena narra su verdad y culpa a Zeus, quien envía a Hermes a sus aposentos para decirle que Hera planea asesinarla “para crear un ser de viento, hecho a mi semejanza y así engañar a Paris” (38). Helena, recluida en la isla de Faros, en Egipto, no sabe que en su tálamo, Paris yace con otra Helena, hecha de ceniza. Helena, como la mayoría de los personajes de estos relatos de buena factura, asume la muerte con fortaleza y sin visos de llanto pero con el temor de que su verdad no sea escuchada. De este modo, Carrasco logra unificar la poética de la muerte, siempre heterogénea, en unos personajes que no experimentan dolor por su cercanía. En Solo el viento que trae tu nombre el autor nos sitúa ante un relato nostálgico y epistolar. Es la historia de un hombre que se sabe cercano a la muerte y que recuerda el mejor momento de su vida al lado de una mujer a quien dedica sus últimas líneas. El uso expresivo del lenguaje aquí alcana su cenit cuando el personaje dice: “sentir sus labios de vino tinto” (46), una maravillosa manera de hablar de la embriaguez que produce un beso de la amada en el enamorado. El protagonista asume su cercana muerte con valentía pero un resto de nostalgia lo impele a escribir esa carta sentimental y patética que nos conmueve porque es algo que quisiéramos hacer en nuestro lecho final. Esta primera parte del libro se cierra con “Un pequeño paseo en bote”, un cuento breve que recrea, como en el cuento que da título al libro, un mito clásico, aunque Caronte no sea el protagonista del mismo. Aquí resalta el descubrimiento de la muerte. El personaje está ya instalado en la muerte (podemos conjeturar que no supo cuándo ni cómo murió) y su reacción ante el descubrimiento de que ese breve paseo en bote lo haya hecho pasar de la vida hacia la muerte y que el barquero no es otro sino el inefable Caronte.

La segunda parte del libro se titula Tres cuentos rockoleros y recoge, evidentemente, tres historias (En el juego de la vida, Nocturno de tangos y tangas y Una sombra de odio) que transcurren en bares, en la noche y siempre entre cervezas y humo. Sin embargo, y a pesar de que por el título parezca un libro encajado dentro del conjunto de cuentos reseñados líneas arriba, Carrasco ha elaborada un hilo invisible y sutil en la estructura de su libro, que une a ambas partes. Así, la muerte también está presente en los cuentos rockoleros, pero es una muerte simbólica, es la muerte del ser que no ha podido superar un desengaño amoroso, el dolor por la ruptura de una ilusión y que por eso mismo avanzan por el mundo sin vida, hundidos en la nostalgia, retraídos en la saudade y en las imágenes de un pasado feliz que, en lugar de cerrar sus heridas, las abren, las aumentan. Así sucede en los tres cuentos de esta sección, aparecen personajes obsedidos por el desengaño amoroso cuyo incentivo para aumentar su nostalgia es siempre el alcohol (es mentira aquello de que se toma para olvidar: se toma para, deliberadamente, recordar). Gracias a él recuerdan; con cada trago de cerveza las imágenes vuelven como látigos sobre la carne y los personajes de Carrasco parecen gustar y padecer de este ritual nocturno de nostalgias y amores perdidos.

En estos tres cuentos la música es esencial puesto que el autor ha logrado que los sentimientos y aquello que los personajes van contando se emparienten con sus propias desgracias, con el desgarramiento y la muerte en vida que representa el haber perdido un gran amor. En el segundo texto (el más logrado de esta triada), por ejemplo, dos amigos están en un bar, charlando. El argentino, Ernesto Barbieri le cuenta a Emilio sus amoríos con una muchacha que luego lo abandona. En la conversación, Ernesto le dice a su amigo que anduvo buscando durante varios días a su amada hasta que finalmente sus amigos “decidieron contarme aquello que solo yo desconocía” (75). Ernesto queda con la curiosidad de saber qué era eso que Ernesto desconocía pero el argentino se niega a decírselo y le pide que sea él mismo quien rellene ese vacío. El final del cuento es de una sutileza formidable porque asistimos a un intercambio intenso de miradas y al develamiento de una verdad. [1]

Como vemos, Fernando Carrasco se ha propuesto explorar las diversas formas en que la muerte se presenta: el dejarse llevar por ella, el suicidio como forma de trascendencia, la negación/aceptación de la muerte a través de la enunciación de la verdad (Cantar de Helena), la muerte simbólica del que ha perdido un amor intenso, etc., y por eso concluimos que estamos ante una reedición necesarísima de un texto con muchas posibilidades interpretativas y con aristas que aún deben ser anotadas y estudiadas, como la presencia de la música clásica (Brahms) y la de la música popular (Chacalón, Roberto Ledesma, Gardel) en la funcionalidad de los cuentos. Asimismo, esperamos quienes conocemos al autor, la reedición de su segundo libro de cuentos La muerte y otras traiciones y una futura publicación, prometida ya hace algún tiempo, en donde deje constancia de su talento y del buen manejo prosístico que posee.

Lima, 26 de abril del 2014

 

[1] Sin embargo, en este cuento hemos notado un error que no sabemos a quién atribuir. En la tercera edición, que es la que aquí se comenta, en la página 75, Ernesto entona un tango titulado “Ausencias”. Sin embargo, la letra que entona el argentino empieza así: “Quiero emborrachar mi corazón/ para apagar un loco amor/que más que amor es un sufrir”, que corresponde al tanto “Nostalgias”. Este error grave no está presente en el texto de la primera edición (Editorial LIMAPOP, 2006. Ver pág. 90). No hemos podido consultar la segunda edición del cuentario.



 



 

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Las formas de la muerte en "Cantar de Helena y Otras Muertes", de Fernando Carrasco
Núñez. Por Eric V. Álvarez