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Yeguas del Apocalipsis, Las dos Fridas (fotografía), escenificación travestida
del cuadro Las dos Fridas (1939) de Frida Kahlo.
Foto Pedro Marinello, cortesía de D21 Proyectos de Arte

La insoportable levedad de los (las) disidentes sexuales

Por Francisco Casas
Publicado en Revista Errata N°12, enero-junio 2014



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¿Qué podría entender una loca que habita el margen al escuchar hablar de disidencia sexual?, ¿bajo qué criterio submundista explicamos esto a una marica muerta?, liebre muerta o libre muerta, por ejemplo, ¿a una travesti indígena boliviana, peruana, mapuche, o en el reducto de la extrema pobreza latinoamericana, parapetada en su glamur y apaleada por lo mismo, desangrada sobre la acera en el escenario posible y brutal de lo cotidiano del paisaje?

A manera de testimonio, pensándome como individuo colectivo durante los años de dictadura en Chile, y habitando luego el territorio homofóbico de la posdictadura, creo, sin seguridad aparente, que el trabajo realizado a manera de ocupación deseante por el dúo Yeguas del Apocalipsis —integrado por Pedro Lemebel y yo—, jamás se encasilló dentro de esta nueva y rara configuración academizante y carcelaria, desertora y tramposa, como es la disidencia sexual, o más extremo aún, la teoría queer. ¡Nunca tan raro, compañera!, diría Lemebel poniendo su boquita pintarrajeada de rojo en forma de corazón.

Más bien, Pedro y yo tramamos un devenir, una cartografía y su loca posibilidad geo-loca de habitante nómade, sin disidencia, sin dejar de considerar nuestra anormalidad normalista, pagana y proletaria; más bien, pienso, intentamos restablecer una vieja línea en el mapa, trazo arqueológico desaparecido en las mesetas de Sodoma, trazo oculto en el territorio-cuerpo chileno, fatigado por los agenciamientos sociales, habitado por la cristiandad y su resultado inmediato, el fascismo.

 


Yeguas del Apocalipsis, Refundación de la Universidad de Chile, 1988,
acción en el marco de la toma realizada por los estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad
de Chile, en el campus Juan Gómez Millas.
Foto: Ulises Nilo, cortesía de D21 Proyectos de Arte.

 

La entrada triunfal a la Facultad de Arte de la Universidad de Chile, ocupada por los milicos, montados en pelota y a pelo en la yegua de feria, triste, vieja y proletaria Parecía (1990), a la manera de los conquistadores, parodiando al macho usurpador, Diego de Almagro, Pedro de Valdivia, Pizarro, frente a la mirada perpleja de los estudiantes conquistados, seducidos por la cabalgata, podría inaugurar esta línea, este trazo-desplazamiento, paseíto, fragmento de un discurso amoroso, el estar unos momentos sobre los cascos de los caballos y no abajo, acción que solo pretende entrar a la universidad, no para quedarse sino más bien para salir, para dejar su virus de despedida, un recuerdo, un pensamiento frágil que no va a cambiar nada, solo eso, la configuración de una metáfora remota, graficada como leyenda urbana, anudada en el tiempo, recuerdo solidario con los otros destinos, no disidente sino confirmativo. Sin embargo, y a pesar de todo, distinto.

Sabiendo de ante mano que solo lo burgués heteronormativo puede siempre disidir, pasar de una cosa a otra, atropellar sus propias casualidades y sexualidades y, al paso de los otros, dentro de la soberbia establecida, delimitando los márgenes repugnantes de lo mal llamado clase.

Por ejemplo, en la performance Las dos Fridas, volvemos, nos volteamos Pedro y yo sobre el mestizaje y el contagio; la performance originalmente se llamaba Si-Da-Da, (no sé si todavía sigue llamándose así) como el movimiento dadaísta de lo inútil, de lo transformado para cambiar la circulación de la mirada, en este caso de la sangre, la sangre contaminada en relación directa a la pandemia del sida, la sangre como una línea de horizonte conectada a la arteria del otro, no para alimentar un símil, sino para desangrar de manera alevosa al otro, la mezcla de la sangre, el mestizaje insolente e invasor que hizo posible nuestra identidad de retazo, sin disidencia, solo la sangre derramada en el simulacro faldero del territorio de una de las dos Fridas, o frígidas, supuestos parecidos, arrojándose al precipicio del vestido castellano.

El mapa y sus zonas de desplazamiento, sin duda, fue una de nuestras obsesiones, cambiar los sentidos de circulación de la percepción de los cuerpos: zonas de duelo, zonas de tráfico de deseo, zonas de desperdicios y tráficos culturales, zonas de dolor. La performance La Conquista de América, realizada el 12 de octubre de 1991, (día conmemorativo del fatídico arribo de Colón al continente) en la recién inaugurada sede de la Comisión de Derechos Humanos de Santiago de Chile, da cuenta de un territorio desmantelado, colonizado por inversiones, desde los españoles de antaño, pasando por los grandes capitales de hoy y su figura inmediata la trasnacional, como es la Coca-Cola, hasta las dictaduras y su marcha criminal.

 


Yeguas del Apocalipsis, Lo que el sida se llevó, 1981, serie de 30 fotografías tomadas y
seleccionadas por el fotógrafo chileno Mario Vivado y cuya coreografía fue supervisada por la bailarina
Magaly Rivano. Dicha serie fue realizada en el marco del evento «Intervenciones plásticas en el Paisaje Urbano»,
organizado por el Instituto Chileno-Francés de Cultura. Foto: Mario Vivado, cortesía de D21 Proyectos de Arte.

 

En el piso de la Comisión de Derechos Humanos fue grafiteado un mapa de América Latina, a mano alzada, sobre papel blanco, que luego se cubrió de amenazantes restos de botellas quebradas de Coca-Cola. El mapa de América como un tapiz atemorizador frente a lo descalzo de los pueblos originarios, del andar a pata pelá por la pobreza y el desarraigo, caminar en el filo de los mercados neoliberales devastadores, explotadores y miserables.

Sobre este mapa descalzamos nuestros pies, depositamos nuestras plantas y las expusimos al corte, a la línea sangrante bajo las patas, a la soberbia del que no le importa cortarse, descalzadas, insisto. Rememorando a las madres de los detenidos desaparecidos, que dibujaron esta danza bajo las plantas calzadas por el brutal bototo del asesino Augusto Pinochet.

En la coreografía del baile nacional, la cueca, ellas, las madres, bailan solas, bailan para denunciar la desaparición: ¿en qué lugar del territorio estarán?, «vivos los llevaron, vivos los queremos» señalan las pancartas. Falta gente en este mapa lleno de vidrios rotos, ellas bailan solas; sin embargo, esta vez la yeguas se les unen sin apellidajes, con sus nombres en desuso, Pedro y Pancho, maltratados por nombres corrientes, por vocablos de monta peyorativos y animal. Así, travestidas por esta marquesina, nos unimos como pareja de baile en esta danza macabra: las yeguas bailan y se cortan, sin disidencia, sin sexo, compartiendo y comprometiendo el luto.

Es fácil, diría yo, buscarle la quinta pata a la homosexualidad, a la construcción mercantil y exagerada de lo gay, que no es lo mismo que barroca; ahí, a decir del poeta argentino Néstor Perlhonger «¡hay cadáveres!», tal vez en las reivindicaciones más extremas de las sexualidades perversas, como es el caso de Saló, de Pasolini, que anuncia de manera alucinante y perversa cómo opera el fascismo sobre la conciencia de los cuerpos. Aunque la sexualidad siempre sea perversa y nómade, corresponde, creo yo, contorsionar el cuerpo una vez más, recuperar el viejo malabar de la loca para pasar piola por la esquina y articular los discursos desde la pluralidad política del pueblo y su devenir popular, lema encabezado por las Yeguas en la Bienal de Arte de la Habana: El individuo y su memoria, 1991.

Perdónenme los gay que van a morir, pero esta vez nadie las saluda, afuera no hay nadie, dijo la loca.


Lima, Perú, marzo del 2014.



 



 

 

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