EL PREMIO NACIONAL de Literatura de 1964 tuvo caracteres distintos a los de pasados años. Desde luego, la mayoría del Jurado consideró que no era conveniente seguir la línea de conceder la recompensa a un poeta, en una oportunidad, y en otra, a un prosista. O sea, una especie de sistema cerrado, que no se conoce en otros sitios, ni posee precedentes, salvo una mala costumbre. La verdad es que existen menos poetas que prosistas de primera categoría, y los primeros, no eran más de cinco. Los nuevos, destacados en el último decenio, pueden todavía esperar No hubo acuerdo, a pesar de que cuatro nombres aparecieron en primer plano.
Producida una situación sin salida posible, hubo que preferir a un prosista, lo que decidieron tres miembros del Jurado. Se eligió al novelista y cuentista Francisco Coloane.
Es una figura de primera clase que nadie se atreverá a discutir. Hombre más de experiencia vital que de formación disciplinada, su valor consiste en su profundo conocimiento del ambiente evocado por su pluma. Nacido en la región austral del territorio chileno, desde joven tomó contacto con el medio inclemente y dramático donde transcurren sus creaciones. Con sangre yugoslava en las venas, su pupila acostumbrada a escudriñar el mar y la tierra magallánicas, supo reflejar con exactitud las vivencias particulares de un ambiente diverso de nuestro solar patrio.
Magallanes posee una tradición literaria insospechada, desde días en que los primeros cronistas de las grandes peripecias marítimas pasaron por el Estrecho y afrontaron tremendas dificultades. Pigafetta, el relator de la heroica e increíble empresa de Hernando de Magallanes, rompe la interminable lista de testigos que llegan hasta nuestros días, en casi todos los idiomas del mundo. Sarmiento de Gamboa, con el episodio del Puerto del Hambre; el capellán Fletcher, que consignó los diarios avatares de Sir Francis Drake, y muchos más atestiguan la importancia y la universalidad de Magallanes, Tierra del Fuego y la Patagonia. A pesar de que en Chile muchos dejaron testimonio de su paso por esos confines, con vivas muestras de conocimiento histórico, geográfico y científico, el valor literario de sus documentos no se abría paso todavía en la sensibilidad nacional. Juan Marín, Enrique Campos Menéndez y dos o tres más se interesaron por el drama fueguino, por la existencia de los primitivos habitantes magallánicos, pero no alcanzaron a calar, como Coloane, en la esencia vital de esa apartada zona.
El hombre magallánico por mucho tiempo se encontró más vinculado a Europa y a la Argentina que a su país natal. El elemento extranjero, adventicio a veces, aventurero casi siempre, desarraigado y cosmopolita, a menudo, dio su impronta a la psicología de distintos personajes captados por el talento interpretativo de Coloane. Pero lo terrígeno se impone, a la postre, y la chilenidad magallánica se fue afirmando cada vez con más energía después del esfuerzo colonizador de Bulnes y del instinto geográfico y estratégico del Presidente Aguirre Cerda. A pesar de que en el siglo XVI existió el ciclo poético antártico y dominó en la atmósfera literaria de Lima la Academia Antártica. donde se distinguió Pedro de Oña, el término no se popularizó sino a partir de 1940. Coloane publicó su primer libro en ese año, con el título de El último grumete de la Baquedano. Pronto se difundió y tuvo varias ediciones el pequeño volumen Los Conquistadores de la Antártida, de grata lectura y notable fuerza descriptiva, donde se mezclan con habilidad, la fantasía y el realismo de buena ley.
No obstante, la verdadera reputación del narrador se impuso en 1941, a raíz del Premio que se le concedió en el Concurso del Cuarto Centenario de Santiago, can su volumen de cuentos Cabo de Hornos. Me tocó actuar en el Jurado, con Rubén Azocar y Eduardo
Barrios. Coloane tuvo mejor suerte que otros escritores como Nicomedes Guzmán y Reinaldo Lomboy, cuyas novelas La Sangre y la Esperanza y Ranquil, fueron dejadas, atrás por una mediocre y penosa producción. Me siento vinculado a Coloane desde entonces, porque antes no lo conocía y contribuí a que su nombre fuera designado como el que merecía la alta recompensa.
Posteriormente ha proseguido una carrera escasamente espectacular, pero salpicada por el éxito sólido y bien orientado. No es un improvisador, pero tampoco pertenece a la refinada familia de los que revisan hasta el martirio sus manuscritos. En Coloane prevalece su fuerza, su visión directa y diestra de las situaciones que maneja con ayuda del instinto mas que de una elaborada técnica. Aunque el ámbito de lo que destaca en sus novelas y cuentos ha sido penetrado por otras plumas, chilenas y extranjeras, la nota de originalidad le pertenece a Coloane antes que a los imitadores de London, Conrad y Bret Harte. Grandes y notables hombres de letras han fracasado en Magallanes y su hechizo no ha sido perforado por plumas no acostumbradas a su magia, a su primitivismo y a su rústico y sobrecogedor encanto. Porque el encanto magallánico, además, esta construido con una mezcla de violencia, de drama y de ternura escondida en su paisaje y en su mar maravilloso.
Una de las penas de mi vida es no haber tenido tiempo de conocer mas a fondo la región descrita por Coloane. En cambio, he formado una colección imponente de antiguos mapas magallánicos, de libros de viajeros descriptores de la Tierra del Fuego y de novelistas y cuentistas australes. Coloane ha ascendido sorpresivamente al primer plano de la actualidad nacional, sin mover agentes electorales ni maniobrar en las cábalas y conciliábulos de la gente del oficio. Después de Cabo de Hornos (1941), dio a conocer dos volúmenes notables que son Golfo de Penas (1945) y Tierra del Fuego (1956). Su capacidad creadora no se marchitó después de una obra que parecía insuperable, pero muchos siguieron prefiriendo su obra inicial. En otros aspectos, son interesantes su intento teatral La Tierra del Fuego se apaga (1945) y El Camino de la Ballena (1962), su única novela extensa.
El público infantil ha gozado con El Último Grumete de la Baquedano, libro de éxito entre los escolares.
El escritor presenta un aspecto gigantesco, pero bonachón, con su barba y su mirada penetrante. Ha viajado recientemente por la China continental y no conozco las impresiones que trae del enorme país.
La obra que ha merecido el Premio Nacional de Literatura de 1964 no es de una extensión comparable a la de Subercaseaux, Manuel Rojas, Latorre y otros narradores también recompensados con ese estimulo. Pero exhibe la misma solidez que trasunta la personalidad del autor. Compacta sin exceso de matices de estilo, se puede incluir en la línea del moderno realismo, renovado considerablemente a partir de 1940. Coloane es la figura más importante de la generación del año del cuarto centenario de Santiago, cuando se impuso con Cabo de Hornos. Desde ese momento comenzó su avance y ha sido traducido a varios idiomas, entre otros al ruso. No menos de cincuenta mil ejemplares: de sus obras más renombradas Cabo de Hornos, Golfo de Penas y Tierra del Fuego, se han distribuido en el idioma en que escribieron Tolstoi y Gorki.
A 24 años de su primera producción Coloane recibe la máxima de las recompensas literarias de Chile. La noticia pareció haberlo sorprendido, lo mismo a los que hacían circular otros nombres como posibles ganadores Lo concreto es que la calidad se ha impuesto esta vez sobre la cantidad.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Francisco Coloane, Premio Nacional de Literatura 1964.
Por Ricardo Latcham.
Publicado en LA NACIÓN, 6 de septiembre 1964