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Homenaje a Francisco Coloane

Publicado en Punto Final N°527, 9 de agosto de 2002



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ADIOS, MAESTRO

Por Luis Sepúlveda
Gijón, España

A las 0.30 del pasado lunes 5 de agosto, Francisco Coloane, Capitán de la Mar del Sur, dio un golpe de timón y enfiló la proa de su vida de hombre decente, de enorme escritor, de entrañable amigo, compañero y maestro, hacia el puerto definitivo en un viaje final y sin retorno.

Mientras escribo, tocado por la noticia, lo veo con su recia estampa de marino, de pie frente a las olas y buscando con la mirada los pasos entre las islas del archipiélago chilote, o en las Guaitecas, o en el medio del canal de Moraleda, o esquivando las frenéticas aguas del Baker frente al Golfo de Penas. Sopla con fuerza el viento de la Tierra del Fuego, pero Don Pancho se las ingenia para colocar la nave a sotavento y permitir que aborden todas aquellas personas sencillas, humildes y heroicas que tripularon sus libros de generoso Capitán de los Pobres del Sur.

De Coloane aprendí que los escritores sólo podemos estar a un lado de la barricada, que primero somos hombres, civiles, defensores de los derechos humanos y después, si nos queda tiempo, escritores. De Coloane aprendí el rigor y el respeto con que debo escribir sobre mi gente, sobre los marginales de la tierra, sobre los que crean la riqueza y nunca la disfrutan. De Coloane aprendí la disciplina, el trabajo diario, la satisfacción de la página y el libro escrito sin ninguna concesión. Me enseñó mucho, y ahora que es de noche frente al Cantábrico inquieto por los vientos del norte, lloro con los dientes apretados, como lloramos los hombres del Sur antes de aceptar el naufragio. Esto también me lo enseñó Don Pancho Coloane.

Lo veo aún en Roma, en Madrid, en París, rodeado de cientos de lectoras y lectores de sus obras. De pronto le llega el turno a una muchacha y le entrega un libro para que lo firme. Don Pancho le pregunta por su nombre, ella responde "Rosella", y Coloane le dice que así se llamaba una hermosa goleta que vio atracar en un puerto de China, y que la primera persona en tocar tierra firme fue una bellísima señora portadora de un encargo tan secreto como peligroso. No se vaya, le indica Don Pancho, que apenas acabemos con esto le terminaré de contar la historia.

Caminando por Saint Malo, un muchacho, uno de sus fervorosos lectores franceses, le comenta que se ve muy fuerte. ¿Fuerte, yo?, exclama Don Pancho, fuerte era el Holonés. "¿Ves los palos del rompe olas? El Holonés, como no disponía de mucho tiempo en tierra. hacía tirar un cabo hacia los palos y en el otro extremo daba dos vueltas sobre el cabrestante, así, con los trapos hinchados a barlovento, el mismo regulaba la tensión del cabo y mantenía la nave a punto de atraque y lista para emprender rumbo. Ese sí que era un hombre fuerte".

Cuando tenía quince años empecé a devorar sus libros, y hoy, me emociona comprobar que sus lectores en Francia, Italia, España, Grecia, Portugal, Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Eslovenia, son mayoritariamente jóvenes, enamorados de sus historias, de su prosa impecable, y de su manera inconfundible de narrar.

Lo conocí a mis quince años y lo vi por primera vez cuando superaba los cuarenta, hace unos diez años. Antes de viajar a Santiago, encargué en la mejor tienda de oficiales marinos de Hamburgo una gorra azul reservada sólo a los oficiales de la marina mercante. Al ir a retirarla me preguntaron el nombre del oficial, su grado, y el del barco, para ponerlos en la etiqueta. Respondí: Francisco Coloane. Capitán de la Mar del Sur. A los pocos días llamé a su puerta, y de inmediato supe que el viento cruzado del Beagle enloquece a los marinos, que las corrientes de Corcovado son traicioneras como las barracudas, que tan sólo el lento desplazamiento de los cachalotes permite apreciar los bancos de arena en el Mar de Wedell, y que éramos amigos, grandes amigos, tripulantes de una misma nave.

Cuando los barcos dejan Hamburgo y navegan el Elba rumbo al delta de Cuxhaven, en Weddel, un viejo lobo de mar los saluda con un megáfono. Les dice : "Ahoi, tripulantes del Red Star con rumbo a Valparaíso. Buenos vientos y buena mar. ¡Ahoi! ¡Ahoi! ¡Ahoi!"

Esta noche frente al Cantábrico izo en mi ventana el gallardete de saludo y grito a la mar movida: ¡Ahoi! Francisco Coloane. Buenos vientos y buena mar. ¡Ahoi! ¡Ahoi! ¡Ahoi!

 

 

COLOANE PERIODISTA

Por Luis Alberto Mansilla

Francisco Coloane fue primero periodista y durante muchos años se identificó con este oficio. Se declaraba como tal en su carnet de identidad y era el socio N° 75 del Colegio de Periodistas. Naturalmente no fue a escuela de periodismo alguna. La gran universidad de la vida le enseñó todo. Su debut como cronista fue a los 14 años. Empezó a publicar en Punta Arenas dos hojas impresas que llamó "Semanario teatral". Reseñaba películas y las escasas obras escénicas que era posible ver en la ciudad.

El impresor de las hojas era un trabajador gráfico que se ganaba la vida imprimiendo formularios y tarjetas de visita. Le pareció honroso ser editor de un periódico del que muchos hablaban y que costaba cinco centavos que iban a parar a su bolsillo.

La primera experiencia periodística de Coloane no prosperó como para convertirlo en profesional de la prensa. El joven Coloane fue domador de potros y capador de corderos. Así conoció la vida en extinción de los alacalufes, perseguidos como animales por los dueños de las estancias. De esos trabajos pasó a vestir uniforme como cabo primero de la Armada, encargado del remolcador "El Intrépido" que abastecía de víveres a los tripulantes de navíos en la región de Magallanes.

Sin embargo, tales ocupaciones no lo alejaron de su vocación por el periodismo. Logró convencer al director de "El Magallanes" de que necesitaba a un comentarista de acontecimientos locales e inauguró una sección que firmaba como Hugo del Mar.

Decidió tentar suerte en la capital. Aspiraba a ser reportero pero no conocía a nadie en el mundo de la prensa.

Un día conoció en la calle Bandera, escenario de la bohemia, al reportero de "La Nación" José Boch, personaje noctámbulo, amigo de poetas y escritores. Boch visitó un día a Coloane en la pensión en que vivía, en calle Agustinas; lo encontró en cama agripado y en calamitosa situación económica. No tenía dinero ni siquiera para comprar aspirinas. Le propuso escribir un cuento para "El Mercurio" sobre algún tema magallánico y le prometió conseguirle doscientos cincuenta pesos que era lo que pagaba ese diario por cuentos inéditos. Coloane le hizo caso a Boch y escribió en unas cuantas horas "Lobo de un pelo". El cuento fue publicado con ilustraciones de un talentoso dibujante apodado "Cucaracha" Alvarez. Es el mismo relato que después fue conocido como "Cabo de Hornos" .

El mismo Boch le propuso a Coloane que trabajara como reportero. Francisco Coloane fue acogido con cierta reticencia en "Las Ultimas Noticias" que dirigía Byron Gygoux. Lo pusieron a prueba como ayudante de reportero policial y le enviaron a indagar un crimen en Vitacura que entonces era un campo de extramuros. Tenía que regresar con la foto del cadáver que yacía en la hierba. Pero el muerto ya había sido retirado de la escena. ¿Qué hacer? Hubo que improvisar una representación del crimen. Coloane se tendió en el suelo y al día siguiente la foto que apareció de la "víctima" era la suya. Fue su bautismo en la prensa de Santiago. Relataba con estilo de folletín los crímenes. Los lectores exigían detalles, diálogos, escenas violentas, titulares incitantes, ilustraciones del sitio del suceso.

Coloane trabajó también en "La Nación", "El Mercurio" y en la revista "Zig Zag" Casi nunca lo destinaron a la sección cultural sino de preferencia a policía o deportes. Fue también reportero de La Moneda. En "La Nación" se encontraba a menudo con el cronista y escritor Joaquín Edwards Bello, que tenía fama de caprichoso. No obstante, se entendieron bien. Cuando en 1939 ocurrió el terremoto de Chillán con sus treinta mil muertos y la destrucción de buena parte de la ciudad, el director del diario encargó a Edwards Bello una nota firmada de primera página. Pero éste dijo: "Es mejor que lo haga Coloane. Tendrá más emoción de lo que yo pueda escribir".

"Me impresionó la generosidad de Edwards Bello —recordaba Coloane—. Yo era un periodista principiante. El gesto de abrirme paso me conmovió".

Francisco Coloane no permanecía mucho tiempo en los diarios en que trabajó. "Los diarios, decía, eran para mí como un buque. Me embarcaba y me desembarcaba. Donde me presentaba tenía trabajo. Lo que escribía me salvaba de las deudas y me daba el sustento mínimo que necesitaba".

Aclaró en una entrevista: "Nunca pensé ser periodista o escritor. De pronto me encontré en alta mar remando en esos oficios y no me quedó más remedio que seguir adelante hasta encontrar tierra firme". Fue presidente del Círculo de Periodistas de Santiago en la década del 30.

Es cierto que el escritor dejó en segundo plano al periodista. El éxito de "El último grumete de la Baquedano", "Cabo de Hornos", "Los conquistadores de la Antártica", "El guanaco blanco" y principalmente sus cuentos de la Patagonia, lo convirtieron en gran figura de la generación del 38. Pero ni la literatura ni el periodismo le producían entradas suficientes para sostener a su familia. Por eso se convirtió en educador sanitario, como funcionario del Ministerio de Salud. Pero no abandonó jamás la máquina de escribir de la que salieron grandes ficciones y reportajes que a menudo se confunden con los mismos escenarios del fin del mundo. Publicó muchos artículos en la revista "Hoy" y en los diarios "El Siglo" y "Ultima Hora". Era partidario de las escuelas universitarias de periodismo "que por lo menos entregan un bagaje cultural a sus alumnos y no los lanzan al mundo de las noticias sólo con el alma en el cuerpo". Pero creía sobre todo en la vocación como elemento indispensable: "Sólo la vocación hace que un periodista sea bueno. Nadie escribirá una buena crónica si lo hace a contrapelo de sus facultades para otra cosa. Tanto los monjes como los escritores y los periodistas tienen que tener una vocación a prueba de todo".

El trabajo periodístico de Francisco Coloane merece ser recopilado. En parte lo intentó en 1995 Lom Ediciones con el libro "Velero anclado", pero los artículos de Coloane son millares. "Velero anclado" sólo navegó en un estero, no en el océano en movimiento que fue Coloane en su vida y en su obra.

 

 

LA ÚLTIMA TRAVESÍA DE MI PADRE

Por Juan Francisco Coloane

En paz y tranquilo, diciéndole a Eliana su compañera de una larga vida: "siento que me ahogo", falleció mi padre. Amigo leal, de esos que ni siquiera se eligen, de los que se encuentran en la berma del camino. Ella le tomó una mano y con la otra le tocó la frente que conservaba la tibieza de la sangre en el último momento. El empeño de Betsabé, por reanimarlo no fue suficiente.

A las 2:40 del día lunes 5 de agosto recibo una llamada de mi madre diciéndome "el papá está mal" y partí al momento. Cuando llegué ya había fallecido. Se veía imponente con la hermosura de su rostro y la figura alargada en su cama. Como las buenas personas, me hizo ahorrar la angustia de verlo fallecer. De los tantos viajes que hicimos juntos, en la India, China, África, América Latina y Europa, este era el viaje al cual no lo acompañaría.

Durante los últimos meses hizo todo para hacernos creer que seguiría deleitándonos con historias y proyectos de nuevos cuentos y novelas. No se sentía escritor pero lo era de punta a cabo. Percibía la escritura como si fuera su sangre. El título de sus últimos libros, los que alcanzó a darles la dimensión que deseaba: "Naufragios", "Papeles recortados" y "Travesías y travesuras en las Galápagos" salían de sus labios como pasado, y mencionaba pronto el título de algo nuevo. Tenía una sigilosa fijación por los títulos de sus obras, "porque allí reside la fuerza del primer impacto, es como desenfundar el revólver disparando", decía.

Un matutino francés señaló que Coloane había estado enfermo y postrado plusiers anneés y no es efectivo. En mayo del 2000 viajó a Saint Malo donde fue homenajeado por su cumpleaños 90. En mayo del 2001 recibió la medalla de la Fundación Pablo Neruda y estuvo respondiendo a diversas entrevistas durante ese período. No era el Coloane potente y sólido de siempre, pero el vigor y el vozarrón los conservó hasta el final. Horas antes de su última inhalación había estado con el kinesiólogo J. Galleguillos que lo rehabilitaba día por medio. Lo aceptaba a regañadientes diciéndole "no me maltrates, deja de darme palmotadas, déjate de joder" . Galleguillos le respondía "Don Pancho, aguante un ratito".

Mi hermano Alejandro cuando le visitó en enero último, antes de partir le dejó una frase propia de él: "Papá, ahora usted puede sentirse como si fuera un rey". Mientras observaba sus ojos dormidos y el rostro plácido, pensé que los reyes pudieran haber sido como él.

Todo ha sido muy extraño porque en realidad Francisco Coloane no estaba enfermo de nada específico. Eso sí, su naturaleza estaba muy cansada y nos decía a menudo: "déjenme en paz". Se daba cuenta que la vida era un límite y que la muerte otro. Hablaba de ésta como si fuera un personaje más de sus aventuras. La respetaba pero no la aborrecía. Tenía una relación filosófica con ese estado que parece inasible a la conciencia, porque precisamente es su punto de degradación. "Quiero que me dejen tranquilo", le decía a Eliana con naturalidad y afecto.

El 19 de julio, el día que cumplió sus 92 años, salió a las 16:30 de la clínica donde estuvo tres días para hacerse unos exámenes y comprobar que su cuerpo y los antibióticos habían derrotado en su propia casa una rebelde infección. La batalla la había ganado él, y todos estábamos con el entusiasmo de la vitalidad de su físico prodigioso dispuesto a producir otro milagro.

Coloane nos dejó muchas enseñanzas hasta el día de su último suspiro y esta vez le tocaba a la ciencia médica. Estuvo varias veces al borde de la muerte y quizás la vez en que menos cerca estuvo de ella, fue en el momento en que falleció. ¿Qué pasó? Aún nos preguntamos. Cuando revisamos nuestra experiencia con una incipiente disciplina llamada geriatría, se constata que el cuidado al adulto mayor sufre de una extrema precariedad de recursos y sobre todo, de sabiduría. Curiosamente todos los gastos médicos de Francisco Coloane provenían de sus ahorros como escritor. Pero comprobamos que aún teniendo los fondos para drogas y clínicas y ofreciendo él un vigor generoso, no bastaba. Había una cuestión de manejo que no había funcionado. En parte fue responsabilidad nuestra por no haber identificado a tiempo la ayuda médica que pensamos aún existía en la medicina moderna: "el médico de casa", aquel generalista profundo que se vincula con el paciente. A los 92 años hay una infinidad de detalles, que deben ser sigilosamente monitoreados. En el caso de Francisco Coloane todo se hacía debidamente. Pero había siempre una cuestión de manejo que a él no lo dejaba tranquilo. Aún así, a pesar de su fatiga y deseos de paz, pensaba que su estado era transitorio.

Se me ocurre que percibía claramente que la intervención externa no daba resultados y decidió partir súbitamente, sin aviso, para no fastidiar a nadie. Varios años atrás había dispuesto ante notario: "Derecho al crematorio y ningún discurso". Y así fue.

 

 

RASGOS DE COLOANE

Por Ricardo A. Figueroa


El mira hacia un lado, pero hay algo en ese rostro que a uno lo hace detenerse y leer, no es el pelo blanco, o la barba, que pueden ser de un prohombre británico; es la expresión y esa mirada, que me hacen regresar 36 años para reconocerlo, aunque uno se resista, pues justo sobre la foto dice Obituaries. Pero es él: el título del artículo es "Francisco Coloane, Chilean Melville". No cabe duda, pero ¿en un diario inglés? La prensa británica raramente nos trae algo sobre Latinoamérica o Chile; o sobre nuestros escritores; y ni qué decir tiene, sobre algún comunista. De modo que una necrología sobre un escritor comunista chileno es mucho decir.

James Kirrup —el autor del artículo— no sólo lo compara con Melville y Jack London, sino también con Conrad. Ante esto, uno siente orgullo por tan eminente compatriota; pero también, pena; y eso, a pesar de que sus 92 años indican que la vida no le escatimó tiempo.

Pero ¿cómo es que hasta en Inglaterra lo conocen y lo leen? Y lo conocen bien: leemos que posee "un brillante estilo narrativo y usa un lenguaje que siendo simple, es a la vez incisivo y poético, e inmensamente ameno". Es, pues, un escritor —que se deja leer—. Eso no es todo. El obituario de "The Independent" (10.8.02) se refiere a él como a "uno de los más extraordinarios autores contemporáneos de historias de aventuras marineras".

Junto con hacernos sentir elevados, el tono laudatorio de la nota necrológica nos deja, por contraste, un resabio de desazón al traernos a la memoria hechos que en el pasado significaron oprobio y hasta vergüenza. Contémosle a los jóvenes que nacieron en 1964, el año en que Francisco Coloane fuera galardonado con el Premio Nacional de Literatura; el mismo año en que la "campaña del terror" terminan por dar el triunfo a Eduardo Frei Montalva; año de derrota para el Frap y de victorias para el anticomunismo; pero también, y por eso mismo, año en que ya se gestaba el movimiento social que llevaría por fin al triunfo de Salvador Allende.

En Temuco, nos decidimos a mostrar nuestros valores culturales y, teniendo en cuenta que existía el Centro Universitario de la U. de Chile, nuestra Comisión de Cultura se propuso conseguir que este plantel invitara a nuestros intelectuales, académicos, escritores, artistas, etc. Fue así como creímos que nuestro flamante Premio Nacional de Literatura causaría gran impacto.

Pero resultó ser un proyecto muy difícil para aquellos tiempos. El anticomunismo tenía una fuerza enorme, tanta que los directivos del Centro Universitario no se atrevieron a invitar al Premio Nacional, porque era un comunista. Esa situación nos obligó a recurrir a otros medios para lograr nuestros propósitos. Y lo logramos: Francisco Coloane, Premio Nacional de Literatura, llegó a dialogar con los estudiantes y académicos.

Recuerdo que a una pregunta de un estudiante, reconoció que pese a no ser creyente, a veces, en momentos de peligro, no había podido evitar invocar la divinidad, cuando "las polleras de mi madre flameaban en mi cerebro".

En la modesta sede de nuestro grupo teatral "Antonio Acevedo Hernández", que también tenía una sección de música folclórica, no bien oyó los primeros compases de una cueca cuando ya estuvo pañuelo en alto en medio del escenario. Luego nos dijo, a manera de disculpa: "No sé qué es, compañeros, pero no puedo oír una cueca sin tener que salir a bailarla".

Tampoco pudo dejar de hacer un brindis político alrededor de una mesa. Allí estaba el secretario regional del Partido Socialista. Al señalar que al ser humano lo hacen feliz su familia y sus amistades, Coloane dijo que en ese momento él se sentía feliz de estar "junto a mi familia comunista y a mi amigo socialista". Eran tiempos de la unidad de la Izquierda.

La foto del diario inglés es del año 2000, pero lo veo como hace 36 años: con su pañuelo al aire bailando jubiloso; haciendo un brindis político y poético; dialogando con estudiantes, o inclinándose sobre el papel en blanco para narrar la vida en una aventura, describir héroes, crear humanismo, creer en la grandeza del ser humano y regalarnos placer estético.




 



 

 

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Homenaje a Francisco Coloane.
Luis Sepúlveda, Luis Alberto Mansilla, Juan Francisco Coloane, Ricardo A. Figueroa.
Publicado en Punto Final N°527, 9 de agosto de 2002