En mi niñez acostumbraba ir hasta los barrancos del extremo norte de la isla Caucahué. De allí me gustaba mirar el estero de Huite y su larga puntilla de arena, escenario nativo de Francisco Coloane. El cuenta: "La voz de mi madre y el rumor del mar, arrullaron mi infancia. Voces que sigo amando y temiendo pues ella me gritaba siempre de madrugada: ¡Panchito, arriba, está listo el bote! y yo me levantaba a regañadientes para tomar desayuno y embarcarme en un bote color plomo, de cuatro remos que nos llevaba al estero de Tubildad, donde teníamos siembra de trigo, papas, linaza y legumbres; pastoreaban algunos cientos de ovejas y unas decenas de vacunos". Conocí al escritor en el almacén de don Armando y señorita Carmen Rosa, Quemchi, con sus repisas repletas de géneros, azúcar, yerba-mate, frascos de ambrosoli, sacos de harina, de afrechillo, tambores de aceite, de parafinas, y damajuanas de vino, sitio adecuado para comprar pasajes, esperar y despedir los vapores entre las risas y bravatas de los boteros como Chombe, Camarada, Lucho Pelo, Beto Choro, Juañico y Mamela. Su alta y gruesa figura y su voz de resaca nocturna, centra la atención mientras compraba lienza de pescar. Era el tiempo de las sierras y cuando a la "hora de la oración", cientos de botes hacían brillar sus anzuelos y todo parecía una guerra con la luna y los escarceos del mar. Mientras el autor de "El camino de la ballena", hablaba, di vuelta una página de su infancia y decía: "De vuelta de la escuela, pasábamos a jugar con Virginia bajo un bosque de avellanos. Allí sobre la hojarasca, comíamos lo último de nuestro bastimento, tortillas al rescoldo, milcao, carne o huevo duro. En otoño, cuando empezaban las clases, recogíamos avellanas, hacíamos un hoyo en la tierra y las cubríamos para tenerlas en el invierno. La avellana enterrada, se conserva muy fresca y se endulza. Retozábamos inocentemente como niños de siete años, pero a veces, pienso que la serpiente ya andaba escondida en nuestro paraíso terrenal y la veo surgir como una planta de sombra que sube a la copa
enrojecida de los avellanos en primavera. Siempre que ha surgido la flor del amor en mi pecho, lo ha hecho como esa raíz de sombra con olor a avellana enterrada". Cuando lo saludé y le conté de mis travesuras con la poesía, me aconsejó que le escriba al poeta Teillier, y aunque no lo hice, debo agradecer siempre a Coloane por recomendarme a este personaje que luego conocí en un ARCOIRIS DE POESIA en Puerto Montt.
En mi segunda o tercera residencia, Puerto Montt, a fines del 80, recibo en mi casa de la 18 de septiembre, a Francisco Coloane, venía de Magallanes con una carga de huesos de ballenas, eran verdaderas cuadernas, lanchas o barcos. Llevaba estas joyas a Santiago y tuvimos que hacer un gran esfuerzo para acomodarlas en el tren con destino a Santiago. Pero antes de despedirnos, fuimos a visitar la familia Alvarado de isla Tenglo. Allí entre sorbos de una chicha de manzana, me leyó un texto publicado en la revista EN VIAJE y que tiene que ver con su estada en Mechuque. Dice: "Despertar en Mechuque, no es lo mismo que despertar en París. Esta última es una megápolis y Mechuque, una minialdea con un centenar de casas; pero tiene un puente debajo del cual, el mar pasa dos veces al día en cada marea con una transparencia que no tienen las aguas del Sena. Espectaculares medusas que semejan extraños cosmonautas con sus sombras blancas bajo el agua. El musgo de los techos es del mismo verde parisino y de todo el planeta; pero en Mechuque, decora tejuelas de alerce de las que están hechas las casas de uno y dos pisos, con mansardas que caen en líneas de un cubismo "picassiano", las que se encuentran a la orilla del estero por donde entra el mar, están construidas sobre altos y gruesos pilotes de luma y con pleamar, los botes y lanchas a vela, se acoderan al borde de las calles como los automóviles en las ciudades grandes. El pueblito tiene una sonriente belleza cuando sale el sol, el verde musgo sobre el gris plateado del alerce y cuando no sale, las aristas de las casas acuchillan sombríamente el alma. Sin embargo,
cuando llueve, se descarga esta depresión y los techos de alerce, tamborilean, con una soterrada música que gargarea más allá del corazón de la tierra. Entonces se duerme bien, o piensa o sueña en nada porque se integra en cuerpo y alma a esa comunicación musical entre el cielo y la tierra a través del agua".
En febrero del año pasado, nos encontramos nuevamente en Quemchi, por una honrosa y fraternal invitación de la Municipalidad de Quemchi. Coloane tiene 84 años, venía recién de París, no de Mechuque, y lo acompañan una comparsa de camarógrafos franceses y de Santiago. Se informa que sus obras han llevado aire y claridad a las aguas del Sena y me parece sorprendente. Sencillamente le pedí que nos paseáramos en el muelle y luego alcancemos en bote hasta los molinos de Aucar, ceremonia que cumplimos hablando de las líneas de los botes y de los últimos cahueles que todavía saltan entre las balsas salmoneras del Canal Caucahué y también mariscamos sin hablar en la "piedra puntua" de Pirquén. ¡Ah, y las avellanas enterradas desde la infancia, se hallaban más frescas que nunca!.
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Francisco Coloane a toda vela
Por Nelson Navarro Cendoya
Publicado en El Llanquihue, Puerto Montt, 22 de enero de 1996