Felipe Cussen Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago de Chile felipecussen@gmail.com Publicado en ACÁPITE, Revista de literatura, teoría y crítica. N°1, julio-diciembre 2022
En este ensayo describo una serie de producciones en distintos formatos en las que utilizo mi nombre e imagen como parodia de la figura de un poeta. Posteriormente, contextualizo este proyecto a la luz de otros escritores, artistas y músicos, así como algunas tendencias literarias contemporáneas atravesadas por las redes sociales y las tecnologías digitales.
In this essay I describe a series of productions in different formats in which I use my name and image as a parody of the figure of a poet. Later, I contextualize this project in the light of other writers, artists and musicians, as well as some contemporary literary trends crossed by social media and digital technologies.
Keywords: Poet, Contemporary Poetry, Social Media, Memes, Instagram.
“Comprendí que mi vida era una ficción”
Dawson Leery
¿Quién soy yo?
Yo soy el santo inocente
que hoy se presenta ante ustedes
a cara descubierta,
armado sólo con la fe del carbonero
y la ilusión de darles a conocer la batalla
que libro día a día
para conseguir una victoria pírrica
contra las limitaciones propias de todo ser humano.
Hoy quiero compartir con ustedes
una lección de vida.
Yo soy el que cree que en la vida
hay que ir siempre lanza en ristre
porque para triunfar
hay que dejar de lado la comodidad
y los malos hábitos:
no se puede pretender ser siempre un vividor
que anda por la vida yéndose de picos pardos,
disfrutando comidas pantagruélicas
y tirando la casa por la ventana,
para luego caer en los brazos de Morfeo,
y quedarse dormido en los laureles.
No no, no, París bien vale una misa
y se debe tener paciencia:
pongamos los puntos sobre las íes
y recordemos que no se ganó Zamora en una hora.
Para evitar quedarse en la luna de Valencia
es preciso recoger el guante,
hacer de tripas corazón
y sacar fuerzas de flaqueza,
que el movimiento se demuestra andando.
Así es como obran
quienes llegan a poner una pica en Flandes
y obtienen éxitos más sonados
que la campana de Huesca.
Sí, porque yo soy el convidado de piedra
al que nadie ha dado vela en ningún entierro,
el que aparece de la nada
hablando por boca de ganso,
prometiendo el oro y el moro,
dando palos de ciego,
yéndose por las ramas
e intentando pasar gato por liebre.
Soy el supuesto sieteciencias
que pretende saber más que Lepe
y al final no sabe ni jota,
y que con sus ridículos galimatías
plagados de perogrulladas
disparadas a troche y moche,
en vez de dar la nota,
sólo consigue dar el motete.
Soy el que se mete en camisa de once varas
buscando al tuntún un gato encerrado,
y se enreda solo en sus propias discusiones bizantinas,
pletóricas de historias tan rocambolescas
como mis propias excusas.
Yo soy el que fui…
… y no volví.
Escribí este poema en 2002, cuando llevaba algún tiempo viviendo en Barcelona. Todo el material lo tomé de un diccionario de frases hechas castizas. Luego lo incorporé a un falso documental que grabé en 2003, Felipe Cussen, el compromiso de un poeta. La filmación de este video marcó un punto de inflexión importante para mí. Había sido invitado por Martín Bakero a una lectura en París, pero no podía viajar en esas fechas y decidí enviar una grabación en la que leyera algunos de mis poemas. Antes de hacerlo, sin embargo, pensé que se trataba de una situación muy ridícula, y fue entonces que opté por armar un marco ficticio en el que se contaban las vicisitudes de un poeta con mi mismo nombre, a través del cual parodiaba a los poetas en general. Todos los textos que utilicé, por cierto, también habían sido construidos a partir de textos ajenos.
Hubo un antecedente previo que también incorporé. Un par de años antes, mientras caminaba por la Plaza de Armas, en el centro de Santiago de Chile, quise tomarme una típica foto turística junto a un caballo de madera. Poco después, al viajar junto a mi familia a Macchu Picchu, me tomaron otra foto aún más turística. Al revisarla, me di cuenta de que aparecía con el mismo pantalón café y la misma camisa verde que en la foto anterior. Lo consideré una señal. Entonces, quise ampliar esta serie y comencé a tomarme fotos, siempre con la misma ropa, en circunstancias muy estereotipadas, en las que yo solo posaba y no tomaba ninguna decisión estética: junto al Viejo Pascuero (como llamamos en Chile a Papá Noel), en un estudio fotográfico (en el que me preguntaron si estaba preparando mi portafolio como modelo), o en algunas máquinas automáticas en las que mi imagen podía fundirse con la de algunos de mis ídolos como James Bond. Estas fotos aparecen en el video mientras leo “¿Quién soy yo?”. Más adelante, volví a utilizar esta misma ropa en un par de apariciones puntuales en prensa y televisión, así como en algunas lecturas de poesía: se convirtió en mi ‘uniforme de poeta’. Quise reunir todas estas imágenes y materiales relacionados en un libro titulado Miscelánea, que no supe concluir.[1] Pensaba abrirlo con un epígrafe de Dawson Leery, el personaje radicalmente metaficcional que protagonizaba la serie Dawson’s Creek. Uno de mis principales modelos era aquel magnífico libro de Augusto Monterroso, Lo demás es silencio, una recopilación de textos de y sobre el autor ficticio Eduardo Torres. Pero a diferencia de este caso y de otros proyectos con heterónimos como los de Fernando Pessoa, o del recurso habitual de los seudónimos en otros poetas, me interesaba mantener mi propio nombre (¿debería llamarlo homónimo?, ¿ortónimo?), quizás porque operaba como un recordatorio de lo absurdo que resultaba ir por la vida como poeta, como ‘el poeta Felipe Cussen’:
Fig. 1. Sin título. Fotografía Polaroid. Autor desconocido.
En 2014, tras haberme resistido durante años a siquiera tener un smartphone, sobrevino mi vertiginoso desembarco en las redes sociales, particularmente en Facebook e Instagram.[2] Comencé entonces otra serie protagonizada por este mismo personaje, aunque con diversas vestimentas, en situaciones en las que podía burlarme de las poses típicas de otros poetas u otros especímenes curiosos. La mayoría de ellas eran selfies, aunque también otras fueron tomadas por Marcela Labraña y algunos amigos. Generalmente surgían de manera espontánea, aunque a veces trataba de vincularme a algunas discusiones contingentes, ya fuera con posturas que yo mismo podría haber suscrito o, por el contrario, opuestas a lo que yo efectivamente pensaba, y que podía actuar de manera ingenua, cínica o provocativa. Trataba de que fuera un personaje escurridizo, del que no se supiera, a ciencia cierta, qué pretendía. En 2018 realicé una primera selección de estas fotos y las publiqué como un set de 20 postales, Las instantáneas del poeta Felipe Cussen, que dejé en algunas librerías para que cualquiera pudiera tomarlas. He persistido hasta hoy con este proyecto y, si bien me he divertido mucho, también he padecido la ansiedad de un influencer y la esclavitud por los likes. Aunque a algunos cercanos les agota este exhibicionismo desenfrenado, a otras personas les ha provocado simpatía e incluso ternura.
Fig. 2. Sin título. Composición fotográfica. Autor desconocido
Fig.3. Sin título. Fotografía análoga. Autor desconocido.
Fig. 4. Sin título. Fotografía análoga. Autor descoonocido.
Fig, 5. Sin título. Montaje fotográfico. Fotografía automática.
También he recurrido a otros formatos: me apropié de titulares sobre peleas entre poetas, falsifiqué algunos flyers para hacer creer que participaría en diálogos con líderes de opinión e inventé una recopilación de mi poesía en una prestigiosa editorial universitaria. Igualmente utilicé fotos mías para hacer un captcha, y, como era predecible, también probé los memes. E incluso conseguí que un perfil anónimo de Instagram (@lectordenoche) hiciera lo propio con mi duplicada personalidad.
Fig, 6. Sin título. Pantallazo de fotografía en Instagram. Felipe Cussen y Marcela Labraña.
Fig. 7. Sin título. Pantallazo de fotografía en Instagram. Felipe Cussen.
Fig. 8. Sin título. Pantallazo de fotografía en Instagram. Felipe Cussen y Marcela Labraña.
Fig. 9. Sin título. Pantallazo de fotografía en Instagram. Felipe Cussen y Marcela Labrana.
Fig. 10. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig. 11. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig. 12. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig. 13. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig.14. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig. 15. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig. 16. Sin título. Montaje fotográfico. Felipe Cussen.
Fig. 17. Sin título. Pantallazo de fotografía en Instagram.
@lectordenoche.
Mis perfiles en Instagram y Facebook son públicos, y en ellos combino estas imágenes como poeta con la difusión de actividades culturales o académicas en las que participo, cartas que publico en periódicos y a veces, como es más común, fotos con amigos o de viajes. Lo que emerge, entonces, es una mezcla de esta figura ficticia con la de mis otras dimensiones públicas, siempre bajo el mismo nombre, como profesor universitario, escritor, músico u opinólogo. En ese sentido, he profundizado el afán por no establecer diferencias entre mis distintos intereses por la literatura experimental, la música pop o el fútbol, por ejemplo,[3] ni tampoco entre mi labor como investigador y como creador, que me ha llevado también a interesarme en la metodología de la investigación basada en la práctica artística.[4] Es más, esta dualidad ha sido incluso reconocida a nivel institucional, ya que en la puerta de mi oficina en la Universidad de Santiago de Chile luce un letrero que indica: “Dr. FELIPE CUSSEN Académico y Poeta”.
La mayoría de las veces me parece atractiva esta contaminación. En algunas ocasiones, además, se produce un efecto de ambigüedad, que me parece interesante porque obliga al receptor a involucrarse más para dilucidar si lo que estoy haciendo es en broma o en serio, falso o verdadero. Pero también se ha producido un impacto opuesto al que buscaba con mi falso documental. Pretendía utilizar el personaje de un poeta precisamente para desmarcarme de ese rol, para convertirlo en un disfraz que luego me podía quitar. Ya desde entonces rechazaba la idea de que escribir poesía me convirtiera en un poeta las 24 horas del día, y que eso definiera por completo quién soy. Me avergonzaba, incluso, cuando alguien me presentaba ante otros como poeta; prefiero el término ‘escritor’ porque es más amplio y no refiere una condición sino una acción. Es más, aunque dudo que alguien más lo considere así, creo que gran parte de lo que he producido está más cerca de la narrativa, la música y el arte conceptual, y no tanto de la poesía. De hecho, todo este work-in-progress del poeta Felipe Cussen no es sino una extensa ficción, e incluso este falso poeta ni siquiera muestra su obra, pues parece que está más preocupado de tomarse selfies que de escribir versos. Como señalaba, sin embargo, lo que ha ocurrido en la práctica es que hoy en día muchas personas que ni siquiera me conocen personalmente me llaman poeta, y hasta un par de veces en la calle algún desconocido también me ha gritado “¡Poeta!”. Peor aún: no solo no he logrado quitarme ese apelativo, sino que también creo que todo este ajetreo en torno a las venturas y desventuras de un poeta que no escribe ha desviado la atención respecto a aquellas obras que efectivamente he publicado, y que casi ninguno de mis supuestos fans ha leído. Si tuviera que valorarla como una campaña de marketing, no sabría decir si ha sido un éxito o un rotundo fracaso.
Quisiera, a continuación, ofrecer un contexto un poco más amplio para poder desarrollar una reflexión crítica a partir de estas peripecias. Cuando comencé a escribir poesía en los noventa, me parecía que la mayoría de mis compañeros de generación, a quienes aún no conocía en persona, correspondía al modelo de “poeta-poeta”,[5] es decir, personas con una mirada melancólica e introspectiva, pero también complicada, que reivindicaban una combinación de la lírica con los cuestionamientos metapoéticos de Enrique Lihn en el panorama marcado por el reciente fin de la dictadura. Por mi parte, aunque compartía algo de ese espíritu atormentado, había comenzado a escribir no tanto por una necesidad de expresión personal, sino más bien por una intención liviana de jugar y experimentar con el lenguaje. Casi ninguno de mis amigos era poeta y solo a comienzos de la década siguiente entré en contacto con quienes formaron la denominada generación de los noventa. Para entonces, además, el modelo de Nicanor Parra y su antipoesía me habían influido bastante, en la medida en que para mí implicaba que era imposible tomarse en serio si uno era poeta.
Recientemente escuché la grabación de una conversación de Parra y Enrique Lihn,[6] donde se refieren a sus respectivos personajes o alter ego: El Cristo de Elqui y Gerardo de Pompier, a través de los cuales produjeron libros, pero también performances y otras actividades. Lihn recalca que, a partir de Poemas y antipoemas de Parra, surge una tendencia a la poesía dramática, que tiende a borrar la figura del yo detrás del poema. Parra le responde: “Parece que resulta cada vez más difícil firmar un poema; escribirlo no es tan difícil pero firmarlo resulta poco menos que imposible”. La creación de una máscara sería una oportunidad, añade, para lavarse las manos. Luego la califica, también, como “una poesía de ventrílocuos, o de títeres”. Podemos establecer una comparación con el análisis que Matías Ayala realiza respecto a Lihn:
Pompier encarna varias de las críticas que la izquierda le hizo a la escritura de Lihn: burgués, afrancesado, incapaz de enfrentar los temas políticos directamente, etc. En una estrategia brillante, Lihn incorpora estas críticas a su obra por medio de la teatralidad y la exageración, pero las expulsa del sujeto lírico y las conduce al personaje Pompier, el que las encarna como conflictos culturales. (261)
Estos poetas no son los únicos que, en esos años tan complejos para Chile, desarrollaron este tipo de estrategias: Juan Luis Martínez tachó su propio nombre y compuso a través del recorte de textos ajenos, Paulo de Jolly escribió como si fuera parte de la corte de Luis XIV, Bruno Vidal hizo hablar a través suyo a los torturadores, y Rodrigo Lira jugó (y padeció) el papel del loco. Y es fácil, por cierto, pensar en una constelación mucho más amplia en otras tradiciones poéticas, como el caso ya citado de Pessoa, cuyo verso “El poeta es un fingidor” (175) puede rastrearse mucho más atrás, como observamos en el Tesoro de la lengua castellana o española de Covarrubias, quien refiere el “Arte poética” de Horacio y señala que “es propio de los poetas fingir” (1368).
Lo más evidente sería considerar que detrás de estas maniobras solo existe un afán evasivo, pero también me tienta pensar que estas formas de desdoblamiento podrían significar una forma distinta de autoconocimiento. Eso fue lo que me sugirió, de hecho, una declaración de la compositora Javiera Mena a propósito de su disco Espejo:
La elección del título tiene varias fundamentaciones. Por un lado, responde a la situación de discoteca, un espacio en el que mi música puede completarse y que tiene a la bola de espejos como objeto central. También refiere a una cosa más espiritual de intentar ver quién eres. De hecho, a Espejo (la canción) me la inspiró un poema de Rumi, un poeta indio muy antiguo, que habla de lo difícil que es pulir un espejo y lograr mirar tu corazón para descubrir quién eres realmente y qué tan relevante es lo que estás haciendo. Espejo alude a un poco de todo, sin dejar de lado a la cuestión más superficial (“Entrevista a Javiera Mena: soy una artista pop, no me caso con nada”).
En una de las imágenes promocionales aparece su rostro reflejado como si se estuviera besando a sí misma, lo que remite al mito de Narciso y también a su signo zodiacal: Géminis. La textura de la cubierta del CD también produce un reflejo y allí su rostro pareciera emerger desde el agua, o quizás de un sueño, pero además sugiere un estado de éxtasis.[7] Tanto estas fotografías como la reflexión de Javiera Mena me parecen muy atractivas, pues permiten desmontar y relativizar la oposición entre profundidad y superficie, entre verdadero y falso, a la que tantos se aferran. De algún modo, también, su propuesta artística en general asume el marco artificioso del pop, pero también parece decirnos que allí es posible que emerjan una intimidad e incluso una espiritualidad que muchos artistas ‘serios’ y ‘auténticos’ impostan u ocultan. Uno de sus músicos favoritos, Neil Tennant de los Pet Shop Boys, lo define con claridad: “I think it’s quite funny that pop, by not claiming to be authentic, is so much more authentic”, e incluso lo sintetiza en una fórmula que bien podría aplicarse a Espejo: “[Pop is a] revealing surface”.
Fig. 18. “Espejo” de Javiera Mena. Fotografía digital. Rodrigo Pérez.
Fig. 19. “Espejo” de Javiera Mena. Fotografía digital. Rodrigo Pérez.
Son muchos los músicos que se han valido de este tipo de estrategias como parte central de su proyecto artístico, ya sea como ocultamiento (Daft Punk con los cascos que cubren sus rostros), desdoblamiento (Kraftwerk a través de los robots que los reemplazan en el escenario) y, por supuesto, los disfraces y múltiples personalidades (David Bowie es el mejor ejemplo). También son numerosos los casos dentro de las artes visuales que podrían relacionarse: pienso en Andy Warhol, Jeff Koons, Ghislain Mollet-Viéville y Gilbert & George, quienes se convierten a sí mismos en personajes caricaturescos, o en Cindy Sherman, cuya identidad se divide hasta el infinito en todos aquellos autorretratos en que se maquilla, viste y posa de distintas maneras. Recuerdo, al respecto, un comentario que me hizo Marjorie Perloff a propósito de esta artista: muchos podrían pensar que su obra no es ‘personal’, pero deberíamos considerar que las opciones artísticas que toma igualmente dicen mucho de ella y de su sensibilidad.
También me interesan mucho las fotografías de la serie “Study for ‘The artist as consumer of extreme comfort’” de Bas Jan Ader, en las que posa sentado en un sillón junto a la chimenea, con un libro y una copa, acompañado por un perro, una plácida escena de quien parecería ser un artista tranquilo y satisfecho. En esta misma línea se encuentra la serie de fotografías de Klaus Scherübel, “VOL. 5 Untitled (The Artist at Work)”, en la que el artista aparece en circunstancias muy diversas (en el cine, en un videoclub, en un café leyendo el diario, de viaje, etc.) siempre con una expresión de seriedad e introspección como las que uno esperaría de cualquier artista. Considero que este proyecto, que solo conocí hace un par de años, está muy cerca de mis propias postales y que, junto a todos estos referentes que he mencionado, determina algunas de las coordenadas dentro de las que estoy jugando.
El otro marco en el que me sitúo es el panorama abierto tras la masificación de las redes sociales, que ha implicado importantes cambios respecto a los modos de exposición de la vida privada y que también ha influenciado los modos de socialización y difusión de la práctica artística en general. Hace un tiempo, el galerista chileno Pedro Montes se quejaba: “La disciplina de un artista es estar todo el día trabajando y no subiendo fotos a Instagram”. Lamentablemente para él, todo pareciera indicar que hoy en día es inconcebible que un artista joven prescinda de este tipo de estrategias; es más, incluso existen manuales que enseñan a resaltar dentro de este panorama tan sobrecargado, y le dan una importancia crucial al perfil que el artista sea capaz de construir:
Si partimos de la premisa básica de que la condición de existencia de un artista es su inserción en el nicho, una parte fundamental de la estrategia es la validación de los pares y agentes. La reputacióndigital se ha vuelto una forma específica de capital social individual que, además de lograr visibilidad y mensurabilidad, es un gran apoyo para transitar de lo digital a lo real y lograr con ello los objetivos propuestos. (Mateos 137)
Martín Rodríguez Gaona ha sido especialmente crítico respecto al uso de estas tácticas por parte de una camada de poetas españoles más cercanos al modelo del influencer, cuyo “deseo de convertirse en un autor se confunde a menudo con el de autorrepresentarse y consolidar una imagen corporativa de sí mismo (lo que en mercadotecnia se denomina branding)” (48). El valor de su escritura cede ante la importancia de otras características: “el carisma, la fotogenia o cierto exhibicionismo narcisista son favorecidas por el circuito comercial” (49). Probablemente ésta sea la versión más básica de esta tendencia, pero es innegable que para una gran cantidad de escritores, músicos y artistas actuales su perfil en redes sociales ha pasado a convertirse en una herramienta esencial para desenvolverse en el campo cultural, en la que se interrelacionan aspectos privados con sus reflexiones y la difusión de su obra, y que también provoca algunas fricciones. En 2020, por ejemplo, se produjo una discusión muy intensa[8] en torno a las escritoras chilenas actuales a partir de una columna de la académica Lorena Amaro, “Cómo se construye una autora: algunas ideas para una discusión incómoda”, quien reclamaba: “¿por qué no anteponemos la escritura a la ‘promoción’ de la imagen autorial? Intuyo que ganaríamos mucho si lográramos zafarnos de las imágenes tantas veces narcisistas, las poses vacías con que nos tientan las redes sociales y de las cuales todxs solemos participar”. Un elemento que habría que sumar, además, es la marcada predominancia de la modalidad de la autoficción (tanto en narradoras como narradores, por cierto), que tanto atrae a los periodistas culturales siempre ávidos por descubrir el contenido biográfico de los libros, y que acentúa esta confusión de planos. Todavía, menos mal, hay algunos dispuestos a desmarcarse de esa moda, como Macarena Araya: “contar mi biografía por contarla, ¡qué paja! Ni a mí me interesa”.
Hay también, sin embargo, otros grupos de autores para quienes las redes sociales e internet en general no son únicamente un espacio de difusión, sino que se integra con fuerza al contenido y estructura de sus obras. Esto podría aplicarse, por ejemplo, a la Alt Lit nacida a inicios del siglo XXI en Estados Unidos, cuyos “topics . . . se ven tamizados por la experiencia de vivir en/con Internet” (16-17), como explica la antologadora de varios de ellos, Berta García Faet. En efecto, esta generación correspondería a quienes “empezamos a enamorarnos y a ligar con/ en el Messenger, con/ en los chats de Yahoo y Terra, con/ en Facebok (y en los centros comerciales, claro)” (22), y cuyo ethos estaría englobado bajo lo que Jonathan D. Fitzgerald denomina The New Sincerity, que bascula “entre (A) la ironía y (B) la más acerba anti-ironía; entre (A) la sinceridad), y (B) la auto-ironía sobre esa sinceridad” (García Faet 28) y así hasta el infinito. Una tensión similar se vislumbra también en la escritura postconceptual que, a diferencia del movimiento previo recopilado por Kenneth Goldsmith y Craig Dworkin en una antología titulada precisamente Against Expression, incorporan “affect, queerness, ego, lyric, and self-conscious narcissism within the inherited procedural structures of the ‘network’ and the ‘concept’” (Bernstein). En Perú también surgieron los ‘sentimentalitos’, que recogen tanto la influencia de la Alt Lit y los post-conceptuales como del pop, y los gifs y memes que pululan por la red. Ellos constituyen “una respuesta emocional, sentimental y sincera a la poesía de la inteligencia, a los ‘nuevos formalistas’ y a los artistas conceptuales o del lenguaje que han dominado gran parte de la escena peruana durante los últimos quince años” (Valdivia). A riesgo de una generalización excesiva, me parece que una característica común en todos estos grupos es una reivindicación de la capacidad de la literatura para proyectar una emotividad, pero no de un modo falsamente inocente como en aquella “poesía pop tardoadolescente” (17) que enjuicia Rodríguez Gaona, sino con una conciencia más crítica de las reglas y modalidades del ciberespacio, en el que se mueven con bastante naturalidad y astucia.[9]
Menciono este punto porque es precisamente allí donde, al menos generacionalmente, me siento bastante lejos: soy de aquellos que ingresamos por primera vez a internet cuando ya habíamos egresado de la licenciatura, que escribimos los e-mails como si fueran cartas, y que aún nos impresionamos ante algunos avances tecnológicos con la misma cara de admiración con que veíamos las películas de Spielberg en los ochenta. Ya escucho lo que me responderán: “OK, boomer”.
No es solo un problema de edad, por cierto, sino también de actitud. Como ya contaba, también, mi ingreso a las redes sociales fue tardío y desconfiado, y nunca me resultó cómodo ni necesario exponer directamente mis reflexiones íntimas o problemas personales.[10] Aunque dedico a la pantalla del teléfono la misma cantidad de horas que un millenial, no consigo moverme con la misma rapidez y soltura. Pero ante la posibilidad más sensata de utilizar las redes puntualmente o retirarme, me he mantenido presa del síndrome FOMO (“fear of missing out”), aquella continua ansiedad por no perderse de nada. Lo que ha resultado de esta compleja ecuación, entonces, ha sido esta desesperada y aparatosa huida hacia adelante: mi ridículo doble, el poeta Felipe Cussen, se convirtió en mi manera de ser pero no ser, de estar pero no estar.
Rodríguez Gaona define el fenómeno de la celebridad “como una autoexigencia obsesiva por producir comunicación y entretenimiento y, en gran medida, ofrece un espacio vacío en el que se proyecta la fascinación de lo superficial o lo frívolo” (49). A pesar de mis denodados esfuerzos, aún no me he podido convertir en una celebridad. Me interesan estos conceptos de vacío y superficialidad, pero considerados desde la ironía y la ambigüedad. Creo que todas las poses con las que juego han sido una manera de desprenderme de todo aquello que reniego en cuanto ‘poeta’ y a la vez, en sintonía con las reflexiones de Javiera Mena y Neil Tennant, de revelarme oblicuamente, a través de cáscaras que no ocultan más que un vacío en su interior. En ese sentido, y aunque quizás parecería que no tienen nada que ver, este proyecto se liga a otras publicaciones (como Blanco o Pages, por ejemplo) en las que de manera explícita busco una expresión negativa.
Quisiera reforzar esa dimensión a través de otra obra que podría ser su complemento, o su reverso, y que respondió la pregunta que guía este ensayo antes de que fuera formulada: This is me. La idea surgió cuando leí acerca de algunos influencers que pagaban por likes y comentarios a sus publicaciones, lo que les permitía inflar artificialmente su impacto y, de ese modo, rentabilizar su figura. Me pareció absurdo y a la vez divertido, y quise probarlo.[11] Para eso, tomé la misma imagen en blanco que he colocado en todos mis perfiles, y la publiqué en Instagram con un breve texto: “This is me”. De inmediato compré “1,000 Random Comments” a la empresa BuySocialMediaMarketing, y rápidamente fueron apareciendo los comentarios. La mayoría estaban en un inglés muy coloquial, con muchos emojis, y reproducían las reacciones habituales ante cualquier foto de alguien posando en una playa, por ejemplo, o haciendo una broma. Fue literalmente una proliferación de exclamaciones y colores a partir de un espacio vacío. Pero el efecto acumulado de todos estos textos redundantes ante un vacío me pareció más bien perturbador, en especial cuando me di cuenta de que la cantidad de mensajes igualmente aleatorios que recibí duplicó la cantidad que había adquirido y que, durante los días siguientes, me comenzaron a seguir varias cuentas de bots. De cualquier modo, y tal como lo había planificado, copié todos los comentarios en un PDF, y ese mismo día armé un libro cuya portada fue la imagen vacía de mi Instagram y cuya contraportada fue el comprobante de pago.[12]
Fig. 20. This is me. Pantallazo de imagen en Instagram. Felipe Cussen.
Figura 21. This is me. Pantallazo de fotografía en Instagram. Felipe Cussen.
Fig. 22. This is me. Comprobante de pago. Felipe Cussen
No se me ocurre otra manera de seguir que ceder el espacio a un comentario que, a diferencia de los de This is me, no fue pagado. El poeta y académico Fernando Pérez Villalón dedicó generosamente parte de una conferencia magistral para analizar y vincular ambos proyectos:
Aunque fácilmente legibles como una parodia de las poses literarias de los demás (y también de las propias), una sátira de ciertas formas de sociabilidad literaria y autopromoción en redes sociales, y una incómoda y descarada exploración de las marcas de clase social del homónimo del autor, dejan abierta la duda de si están proponiendo algo como una postura crítica frente a esos fenómenos o una exploración cínica y hedonista, en clave pop, de su espacio. Al mismo tiempo que se burlan de la construcción de personalidades literarias a través de la imagen, estos posteos son también indiscutiblemente un modo de autoexaltación, no por humorístico menos efectivo. Creo que la ambigüedad y la incomodidad de este trabajo tiene que ver con su utilización de una ironía que no puede despejarse fácilmente, reduciéndose a una legibilidad unívoca, ya sea crítica o complaciente, apocalíptica o integrada. “El poeta Felipe Cussen” no es Felipe Cussen, pero se le parece, es su doble inquietante. El poeta Felipe Cussen somos también todos quienes hemos incurrido en ese tipo de poses.
La obra posterior de Cussen va más allá en esta misma dirección: This is me consiste en la adquisición de comentarios laudatorios de usuarios ficticios de redes sociales como las que utilizan las campañas políticas o publicitarias (si es que la distinción tiene sentido). Me parece interesante cómo en el caso de Cussen se producen agudos comentarios sociopolíticos a partir de una intención que parece ser más cómica que crítica (aunque habría que recordar que la comedia clásica era tal vez menos complaciente con el poder que su contraparte trágica), por la exploración consecuente de las dimensiones diversas de las interfaces tecnológicas con las que interactuamos cotidianamente.[13]
Salta a la vista que Fernando sabe mucho mejor que yo qué es lo que intenté hacer. Por lo mismo, también me apresuro a cerrar este sobreexpuesto ensayo con una imagen mía que no es mía, sino que corresponde a un retrato que encargué a la renombrada artista mexicana Taquito Jocoque. Ella sabe mucho mejor, a fin de cuentas, quién soy yo:
Fig.23. Poeta Felipe Cussen.
Lápiz sobre papel. Taquito Jocoque.
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Notas
[*] Este ensayo forma parte del proyecto Fondecyt Regular #1191593 “Ejercicios de estilo: procedimientos y potencialidades en la literatura contemporánea”, y está basado en la conferencia homónima presentada en el VI Encuentro Internacional de Poesía Contemporánea de la Universidad Iberoamericana, el 25 de septiembre de 2019. Agradezco a Tania Favela y Juan Alcántara por su invitación, y a Fernando Pérez Villalón y Taquito Jocoque por sus aportes.
[1] Algunos de estos textos fueron publicados en el dossier “Un paso adelante” y la recopilación “Autorretrato”.
[2] Los links a mis redes sociales están disponibles en mi página web: https://www.felipecussen.net, desde la que se puede acceder también a todas mis publicaciones.
[3] Ver las recopilaciones Opinología y La cultura entretenida.
[4] Ver los ensayos “Poeta y académico. Una breve autobiografía crítica” y “Correcciones: práctica artística como investigación como quien no quiere la cosa”.
[5] En Chile, para referirnos al café de grano, en oposición al predominante café instantáneo, decimos “café-café”. La repetición parece necesaria cuando no estamos seguros de algo.
[6] No se indica la fecha exacta de esta grabación, pero debería haberse producido durante o después de 1979, pues se menciona el cincuentenario de Enrique Lihn.
[7] Ambas imágenes pertenecen al fotógrafo Rodrigo Pérez, quien ha colaborado con la artista durante gran parte de su carrera. El diseño de portada corresponde a Alejandro Ros.
[8] La mayoría de las respuestas fueron publicadas en la misma revista donde apareció su columna, Palabra pública.
[9] Es posible establecer también una correspondencia con lo que ocurre específicamente en el campo de la literatura electrónica. Leonardo Flores ha definido una tercera generación que surge en 2005, y que “uses established platforms with massive user bases, such as social media networks, apps, mobile and touchscreen devices, and Web API services”.
[10] En un momento abrí una cuenta privada en Instagram, solo para compartir con mis familiares y amigos más cercanos. El problema fue que me resultó extremadamente difícil establecer una distinción entre mis amigos reales y virtuales, y finalmente opté por cerrarla.
[11] Otra publicación que juega con estos elementos es Foto de perfil de Michael Prado, pero en ella solo se transcriben algunas expresiones típicas como “awwwww” o “jijiji”.
[12] This is me puede descargarse gratuitamente en formato PDF desde mi página web, y además está disponible en la plataforma print-on-demand Lulu.com. También fue incluido en la Library of Artistic Print on Demand, un repositorio a cargo de Annette Gilbert y Andreas Bülhoff, quienes lo describen en los siguientes términos: “On September 18, 2018 the author posted a completely blank i.e. white square image on his Instagram account with the caption ‘This is me’. He then bought 1000 random comments from the social media marketing company buysocialmediamarketing.com, that were added briefly after the post. The book documents these comments, making it a reverse engineering attempt to determine whether the comments were written by actual people or bots as well as misusing them to produce a work that can be sold again and thereby lessening their costs”.
[13] En el marco del seminario “Poesía en expansión” dictado a comienzos de enero de 2022, Fernando Pérez Villalón volvió a comentar estas propuestas y las de otros poetas experimentales chilenos y señaló que muchas de ellas eran “difíciles de sostener después del estallido social” ocurrido en Chile en octubre de 2019 (apenas unas semanas después de su conferencia magistral y de mi charla en la Universidad Iberoamericana). Estoy de acuerdo.
-Amaro, Lorena. “Cómo se construye una autora: algunas ideas para una discusión incómoda”. Palabra pública, 24 de agosto de 2020, https://palabrapublica.uchile.cl/2020/08/24/como-se-construyeuna-autora-algunas-ideas-para-una-discusion-incomoda/
-Covarrubias Horozco, Sebastián de. Tesoro de la lengua castellana o española. Ed. Ignacio Arellano y Rafael Zafra. Madrid: Iberoamericana / Vervuert, 2020.
-García Faet, Berta (ed.). Todos los ruiditos: antología de la poesía Alt Lit. Lima: Pesopluma, 2017. Library of Artistic Print on Demand, https://www.apod.li
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Felipe Cussen
Publicado en ACÁPITE, Revista de literatura, teoría y crítica. N°1, julio-diciembre 2022