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Presentación de "negro", de Felipe Poblete
Por Sergio Muñoz Arriagada
10 de mayo de 2013
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Enrique Lihn, en el poema "Para ningún destinatario", del libro Estación de los desamparados, hace una afirmación radical. Dice Lihn:
sin la esperanza ni el propósito de influir sobre el curso de las cosas
el poema es un rito solitario
relacionado en lo esencial con la muerte
El tema es quizás el más complejo, impenetrable, insondable, inefable e indecible que podamos abordar. Y como casi siempre, Lihn tiene razón.
Si las palabras son materias complejas desde su esencia, o más bien, si las palabras son siempre algo distinto de aquello sobre lo cual quieren dar cuenta, y la muerte es también otro espacio relevante de lo indecible, lo inefable y lo incomunicable, entonces el tema del libro "negro" de Felipe Poblete Rivera, se complejiza cada vez más. Pero por más complejo que sea, nunca dejará de ser un rito solitario, y siempre estará relacionado, en lo esencial, con la muerte.
Anna Ajmátova, incluyó en el libro Requiem, poemas escritos entre 1935 y 1940. Sin embargo, el poema no pudo ser publicado en Rusia, sino hasta 1989. En 1957, 9 años antes del fallecimiento de Ajmátova, ella misma agregó un texto inicial al libro, con el título En vez de prólogo. El texto, dice lo siguiente:
Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer –los labios morados de frío- que nunca había oído mi nombre, salió de la mudez en que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba sólo en susurros):
- ¿Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo le dije:
- Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro.
Por lo general, la poesía es la explicitación de una realidad. Realidad explicitada por medio de palabras, con mayor o menor densidad de tensión y transgresión respecto del tronco germinal del lenguaje. Aunque parezca una contradicción, pocas veces la poesía trata de algo que no es.
Este libro, "negro", traza su tensión y su transgresión, desde la cercanía de la muerte. Y lo hace desde una muerte que tiene nombre y apellido, que tiene circunstancias complejas, y que dentro de su complejidad, tiene un algo que no es. Generalmente las elegías están escritas desde la fractura emocional de una pérdida cercana y sentida. Este libro, está escrito desde un lugar de fractura distinto. Por supuesto la fractura corporal de un ser humano, y lo digo, con el más amplio respeto, pero con la significación dolorosa que esa fractura tiene, la fractura de un espacio irreal, que no alcanzó a ocurrir, y que en el caso de este libro, se nos presenta casi como el detonante mayor de su escritura:
no, no se puede, no se puede hablar
no supe tejer lazos
te esperaba con soles
tú turbabas mi voz
El libro, "negro" de Felipe Poblete Rivera, incluye 6 citas de poetas extranjeros, que han escrito su obra en otras lenguas. Porque Valentina García Moggia, la destinataria de la elegía, estudiaba traducción. De ahí el énfasis en su relación con idiomas extranjeros, que Felipe connota como un pilar relevante en la construcción del libro. Los 6 poetas citados en el libro, fueron además, poetas suicidas. Las citas son:
El sol quiere salir negro, de Georg Trakl.
Leche negra del alba, de Paul Celan.
Bajé a bañarme en un sitio mortal, de César Pavese.
La vida que compartimos aquí, de Safo.
Respuestas silenciosas se arrastran, de Hart Crane.
De cosa bella pero que aniquila, de Sylvia Plath.
El libro es breve. Está compuesto de 21 pequeños poemas, que dan cuenta de los 21 años de Valentina. El libro comienza a ser escrito el 2009, de manera tangencial, tras la muerte de Valentina. Y es concluido hace poco, el 2013. El libro está construido mayoritariamente por versos de 5, 7 y 11 sílabas.
galopa mi tortura
este esperarte viva:
esperarte fantasma
sombra entera y rota, llena de niebla
galopa mi tortura, se acelera
al mencionar tu nombre:
las respuestas silenciosas se arrastran
desde los caminos de mi memoria
escenas inconclusas
retazos de imágenes, ruidos sordos
callados tus callados ojos negros
callada tú completa
¿Cuál es la pulsión de este libro, que nace de una muerte no cercana, de una órbita, más bien incidental? No es una muerte de una proximidad afectiva relevante. Más bien, la proximidad se da en el ámbito del lenguaje, con la escritura y con la edición de este libro.
¿Es esto algo realmente importante? No lo sé. ¿Es relevante, por ejemplo, que la persona que se acerca a Anna Ajmátova y le pregunta si puede dar cuenta de todo esto, sea una desconocida? La pregunta realmente, no es relevante, a mi parecer. La proximidad del deceso, no asegura la escritura de una buena elegía. De igual manera, la lejanía afectiva, no impide que la factura de la elegía pueda ser ejemplar. No en vano, Gonzalo Rojas nos dice, que todos los elegíacos, son unos canallas.
Hans-Georg Gadamer, en el ensayo titulado ¿Qué debe saber el lector?, dice una frase bellísima, que creo, nos puede ayudar a develar, al menos, algo de estas interrogantes llenas de misterio. Dice Gadamer: El poema quiere que se sepa, experimente y aprenda todo lo que él sabe, y que no se vuelva a olvidar jamás.
Lo realmente importante, me parece, más que la cercanía física o afectiva de las personas involucradas, es esta potencialidad del poema, de hacer inolvidable, a través del lenguaje, una porción de la complejidad de la vida y de la muerte que nos toca.
Según el Diccionario de los Símbolos de Jean Chevalier, los colores de La Muerte, el arcano XIII del tarot, son significativos. Dice Chevalier: Esta muerte iniciática, preludio de un verdadero nacimiento, siega el paisaje de la realidad aparente –paisaje de ilusiones perecederas- con una guadaña roja, mientras que el paisaje está pintado totalmente de negro. El arcano XIII prepara el acceso a la vida real.
En 1915, Kazimir Maliévich, presentó su obra Cuadrado Negro, ubicándola en una esquina en la entrada de la exposición, en el lugar donde generalmente se ubicaban los íconos ortodoxos. Robert Rauschenberg realizará luego, en la década del 50, sus cuadros completamente blancos y completamente negros, que empujarán a John Cage a realizar su obra 4’ 33’’.
Los pintores del color field paintig, Mark Rothko, Barnett Newmann, Clyfford Still y Adolph Gottlieb, van a deambular en estas extensas áreas de color, casi sin modular, sin puntos focales potentes o contrastes tonales marcados. Llegando casi inevitablemente al color negro. El cuadro abstracto de Ad Reinhardt, parecía nada más que un cuadrado negro, pero estaba compuesto de diversos cuadrados con modulaciones extremadamente sutiles de tono y textura.
Todas estas obras, nos sitúan en un límite. Por una parte, un estado limítrofe de lo que es posible pintar, y por otra, el límite de lo que es posible observar en la obra de arte. Pero además, todos llegan a la plasmación en negro, por razones de otra índole. Hay una búsqueda estética, pero también hay una búsqueda espiritual, que encuentra en el negro, en su plasmación y en su negación, el contorno de una búsqueda arraigada ya no sólo en un problema de raíces pictóricas, sino más bien, en la condición humana, que nos plantea cada cierto tiempo, un registro sin respuesta, de extremada dureza.
El tema que a mí me obsesiona, en la órbita que este libro congrega a su alrededor, es el relacionado con el primer libro de un autor.
Felipe Poblete Rivera, propone como primer libro, un viaje material hacia la muerte. Complicado y complejo. La poesía hispanoamericana plantea múltiples respuestas a esta búsqueda del sentido de la muerte.
Pensemos en respuestas tan distintas como la de Gorostiza: Muerte sin Fin; o la de Rojas: Contra la Muerte.
Si me hubiese preguntado, le habría sugerido esperar un tiempo. Sin embargo, Felipe publicó el libro, un libro arduo. Espinoso. Que pone en tensión diversas aristas del tema elegíaco. Y donde no se oculta, por cierto, una velada fascinación por el suicidio.
mientras remabas inútiles aguas
muy lejos: detrás de la lejanía
ibas en busca de tu propia sombra
por caminos violetas
que también he querido recorrer
Neruda, en el prólogo del primer libro de Miguel Budnik, publicado en Santiago en 1961, dice lo siguiente:
En la confusión de la primera luz y la última tiniebla siempre la nueva voz de los nuevos poetas. Tienen el rocío sombrío de la primera hora, la ansiedad y la pureza del desamparado nacimiento.
Seguirá riendo, oyendo, cantando? Conquistará y ganará la luz de cada día? Robará el fuego? Se decidirá entre noche madura y alba agónica?
Cada joven poeta merece ser oído entre las hojas del Bosque…
Por supuesto, más allá de la primera luz y la última tiniebla, Felipe se ha ganado un espacio en base a dedicación, a esfuerzo, a una constancia difícil de llevar, y que él lleva admirablemente, en el difícil arte de la bitacorización de la vida, a través de uno o varios diarios. Dice Martín Cerda al respecto:
Cada diario inscribe siempre un yo que anota, observa, reflexiona o inquiere. Ese yo no es, sin embargo, el mismo yo que habla diariamente: es un yo que escribe, un sujeto literario, como el narrador novelesco, el relator memorioso, el Ego ensayístico. Es un sujeto, en suma, que escoge, tacha, desatiende, se autocensura y avanza mediante un movimiento único de escritura… El diario, de este modo, no expresa a un sujeto previamente constituido, “lleno”, seguro, sino, más bien, es el camino que recorre alguien para llegar a constituirse como sujeto, como actor de una “historia” personal, en medio de la opacidad y la indiferencia del tiempo que pasa cada día por la calle que transita, el cuarto que ocupa y el cuerpo que anima.
No sé hoy día, no puedo saberlo, si Felipe será o no un gran poeta. Es difícil apostar por una palabra tan reciente y tan acotada, me refiero, a un tema tan complejo y difícil de tratar.
Sin embargo, tengo la absoluta certeza de que Felipe Poblete Rivera es una gran persona. Un ser humano de una generosidad, de un entusiasmo y una motivación enormes. Un personaje que es un gran articulador de amistades, de objetos, de trueques infinitos. Yo lo he visto, en más de un contexto, quiero decir, con grupos diversos de personas, con una muñeca muy hábil, en términos de fijar una trama virtuosa de amistad, donde la amarra de la buena conversación y el diálogo fecundo, son las principales herramientas.
Envidio, sin vergüenza ninguna, dos de sus múltiples cualidades: primero, su capacidad de bitacorizar el mundo, de pasar por la vida tomando instantáneas notables de la realidad. Y segundo, su habilidad infinita de realizar unas piruetas y saltos mortales, realmente notables. Yo he intentado practicar ambas, pero ninguna me ha dado resultado.
Mis diarios quedan inevitablemente suspendidos a la primera o segunda semana. Y de mis piruetas y saltos, mejor ni hablar.
El poeta Armando Rubio, falleció en 1980. Nunca se aclaró fehacientemente, si su muerte fue accidental o no. Cayó de un sexto piso, en medio de una fiesta aprisionada por el toque de queda.
Dice Armando Rubio, en el poema “Biografía Anónima”:
Soy una ola entre todas las olas,
una ola que se levanta
a las seis de la mañana
porque ya no puede
oler el polvo de su casa,
una ola que se alza, alborozaba
hacia las playas
para un retorno interminable al centro de las cosas
donde las olas todas
se empujan mutuamente
estériles y solas.
Y dice Rafael Rubio, hijo de Armando, en el poema “Arte Poética”:
Señor, aquí me tienes
pontificando sobre algo que no conozco
con qué solemnidad, con qué descaro.
(la muerte no perdona a los que viven de ella)
A mí que no me puedo con el peso
de una palabra que supera mi dominio del oficio.
Nací para dar cuenta de la muerte.
Nada he producido todavía
que merezca el prestigio de la muerte.
Pero sé que morir es oír el estruendo producido
por la separación definitiva
entre el hueso y la carne.
Sin embargo, pocos libros, en nuestra tradición poética, tratan el tema de la muerte, con tanta vehemencia y de manera tan dolorosamente bella, como Diario de Muerte, de Enrique Lihn, y Veneno de Escorpión Azul, de Gonzalo Millán. Ambos poetas, vivieron la literatura desde un espacio muy lúcido y murieron relativamente jóvenes, a los 59 años, producto del cáncer.
Y perdona, Felipe, que realice una comparación odiosa. Porque estoy comparando tu libro con dos obras mayores, de dos poetas mayores de nuestra tradición. De hecho son ambos, sus últimos libros, escritos hasta donde les fue posible, con la muerte propia, acechando de manera próxima, sus propios lechos de muerte.
Pero no va a ser posible, que valores de manera cabal, el problema en que te metiste, si no te pones a la altura de estos enormes testimonios que giran en torno a la muerte.
Dice Lihn, en el Diario de Muerte:
Entre el blanco y el negro
que cesan en el negro y funden en el blanco
el blanco es el no color, lleno de todos ellos
el nacimiento y el negro
la muerte que borra el arcoíris
y libera a los que toca de armonizar y mezclar
Y, dice Millán, en el Veneno de Escorpión Azul:
Verás todos los papeles negros, intentos
como papeleos de calco, libros, volúmenes
enteros con papel carbónico. La sombra
multiplicadora del papel en blanco, los ecos
de una cadena difusora, la misteriosa ancianidad
de donde provienen las fotocopias.
En el comienzo de La Tumba Inquieta, el crítico inglés, Cyril Connolly dice lo siguiente:
Cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia. Pese a esta evidencia, ¡Cuán pocos escritores lo admitirán, o, habiéndolo admitido, estarán dispuestos a abandonar la pieza de iridiscente mediocridad que han comenzado.
El libro de Felipe, es un gran libro, porque su tema es arduo y difícil. Porque además, él ha elegido condiciones complejas para su escritura. Y creo, que será interesante ahondar cada vez más en su registro. Ir multiplicando las impresiones de lectura, y los guiños hacia otras obras, en la medida que el tiempo nos permita ahondar en el libro.
Sin embargo, me interesa el espacio que Felipe comenzará a tejer, desde hoy, en cuanto a realizar en su segundo libro, esa obra maestra que Cyril Connolly nos llama a escribir. Pues Felipe tiene la materia prima para hacerlo, y ninguna otra tarea tiene la menor importancia.