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Miocardiopatía de Takotsubo o Síndrome del corazón roto.
Presentación de La Chica María (Cinosargo, 2016) de Alexis Baros

Por Francisco Ide Wolleter

 




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Cuando Alexis me pidió que leyera su texto por primera vez (impreso en hojas tamaño carta y metido en un sobre destinado supongo a ser vehículo de fichas médicas o radiografías) ya era un proyecto avanzado. Me lo entregó en su fase terminal digamos, con un premio encima y el asunto de la publicación zanjado con la editorial. Ese día hablamos largo rato compartiendo unas cervezas, mientras él hacía lo que uno generalmente hace en esas situaciones: explicar el libro, hablar de su origen, de su lenguaje, de sus motivaciones, como si me estuviera presentando a un gringo. Yo aprovechaba de hacerle preguntas escabrosas sobre manipulación de cadáveres, enfermedades terribles, deformaciones grotescas y cosas de ese orden. A todo Alexis me respondía con experticia y sin afectación, pero con el brillo que aparece en los ojos de algunas personas cuando hablan de amor o de comidas exuberantes. Una suerte de evocación. Leí el libro entonces con el cuidado de quien manipula el tesoro de alguien. Mi primera lectura fue absolutamente dispersa, cada poema estaba repleto de palabras hermosas y extrañas, como insectos o frutas caribeñas. Iba del libro a google todo el tiempo: ¿qué es exactamente la cadaverina? ¿qué chucha significa apoptótico? ¿cómo es una mirada midriática? O me quedaba pegado en el goce de pronunciar palabras conocidas pero que no utilizamos lo suficiente: dermis, glotis, bisturí. Esto fue lo primero que me llamó la atención del libro. No el hecho de que este tipo de palabras tuvieran lugar en el poema, sino los momentos en que esas palabras se vuelven naturales al poema y a uno mismo, la sensación de estar en el aprendizaje o reconocimiento de un idioma, algo así. Hago todo este preámbulo para decir que es una alegría ver el libro publicado y leerlo nuevamente, pero ahora en su versión final: es como volver a una casa conocida y ver que algunos objetos variaron su forma o ubicación, pero sin cambiar nada de su esencia.

La chica María abre con una cita extraída del libro “Anatomía humana, sistémica y aplicada”, donde se nos dice: “la anatomía humana no es una ciencia estética”. Quiero pensar que la ética del profesional incrusta esta sentencia pensando en la cantidad degenerada de cirujanos que se hacen millonarios respingando narices o levantando tetas. De otra manera resulta una sobre explicación para argumentar lo que dice luego: que la anatomía humana debe entenderse en tanto especie, que la particularidad de un sujeto es significativa sólo en su dimensión humana general, en la medida en que un solo cuerpo es representativo de una especie. Este es un primer contraste que establece el libro: la visión de mundo que acabo de describir (que es la del especialista que mira en el detalle el funcionamiento de un todo), contra el contenido de la vida cotidiana en el discurso de una adolescente que -como todos los que no sabemos estas cosas- sólo puede mirar lo general desde lejos y distinguirse de ello, sin buscarse en el mundo, sino mirando desde sí. Benjamin hace una distinción atingente entre lo que él llama “el pintor” y el “operador o cirujano”, cito: “el pintor observa una distancia natural con respecto a lo que le es dado /…/ el operador penetra profundamente en el tejido de los datos.”. Tenemos dos voces, dos formas de mirar que se verán imbricadas en el libro. El poema que abre La chica María (“Autopsia”) instala la primera voz, la del especialista. Aquí el forense despliega su fantasía y baraja hipótesis sobre el origen del cadáver que tiene sobre la mesa: una mujer de aprox. 17 años, de la que no sabe nada. La voz que habla se auto-percibe como un dios, dice: “nada es imposible para mi / dios de la morgue/ del código indescifrable / de la ciencia del cuerpo humano”. Un dios para quién los códigos indescifrables del cuerpo son de hecho descifrables. Puede abrirlo, manipular los órganos y “leer” en ellos “la vida”, pero la vida como hecho biológico. Ese es su dominio. Se le escapa, sin embargo, el otro aspecto de la vida, la parte que vendría siendo “la autopsia de la vida cotidiana”, de la semana cualquiera. Es un dios que ignora el misterio de la biografía, de la memoria. Está ante un “cráneo exento de pensamiento” y ante eso le pregunta al cadáver ¿quién quieres ser hoy? ¿qué nombre quieres que talle en tus huesos? ¿qué historia quieres que te invente? El poema termina dando una guía de lectura para lo que sigue: “leer como si se realizara una autopsia”. Ya desde el primer poema de la primera parte surge la pregunta que a mi modo de ver recorre el libro: ¿con qué tipo de conciencia estamos pactando? El poema describe el despertar de una adolescente y entrega detalles de sus carencias y disfunciones familiares, en una imbricación o contrapunto de voces que por momentos son la clara imaginación del especialista -su invención- y en otros parece el contenido de la mente de la chiquilla, su desconocimiento sobre estas materias específicas del cuerpo, su percepción del hogar como una hoguera. Es el contrapunto de la distancia y la cercanía, el personaje dramatizado y el personaje descrito. Quisiera detenerme en los aciertos presentes en cada poema, en ciertas imágenes notables y en la recolección de objetos que se hace, pero no quiero extenderme demasiado o incurrir en un gesto abarcador. Sólo me detendré en un par de guiños que me parecen interesantes. Hablaba antes sobre la visión del cuerpo que tiene el especialista, en que sólo es relevante por su carácter reproductivo como especie. Pensando en eso, y en esta imbricación de conciencias de la que hablo, me parece lúcido un verso de este primer poema que dice: “el espejo la mira pervertido tras la puerta”. Es una imagen extraña y oscura. Los espejos nos devuelven la mirada, si se quiere. Podría decirse que nos miran. Pero es perturbadora la imagen de un espejo que te mira tras la puerta, un espejo en el que no te estás mirando ¿quién o qué es el espejo perverso? Me aparece el padre de la niña, figurado. Inevitable pensar en esa frase de Borges que dice[1]: “los espejos y la cúpula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. Es oscuro este verso porque imbrica los dos tipos de conciencia pero de manera lateral: esa imagen, a mi modo de ver, contiene la visión reproductiva del humano que tiene el especialista, y la posibilidad de la violación, en el mundo de carencia tal como lo plantea el libro. Se sostiene durante todo el poemario este tejido entre conciencias ambivalentes que por momentos se funden en una sola, hasta volverlas indistinguibles. Esta indistinción que se logra del discurso, el préstamo permanente de dominios respectivos de conocimiento, hace que dudemos de la imaginación con la que pactamos ¿de quién es realmente la voz? Valoro mucho que del libro emerja esta duda, donde las voces imbricadas se vuelven una especie de simultaneidad que vuelca la apariencia de un monólogo en una forma de diálogo.

Para terminar, quisiera detenerme un momento en otro poema que me parece importante en relación al conjunto, ya que instala, según yo, otra idea fuerza en el libro y es el poema que hace el quiebre hacia el escabroso final: “Cuarta reacción fisiológica: señalización”. En este poema el lenguaje médico cede casi por completo ante la urgencia de la realidad y el cotidiano. Estamos ante la voz desnuda de la adolescente, mirando con sus ojos, sintiendo con su cuerpo, pensando sus ideas. De alguna manera le dan la voz. Esto lo hace también en otros poemas, pero en este me interesa particularmente, porque el ejercicio de “dar la voz” (que siempre es un gesto de ternura) acá refuerza una idea que me parece central y es que la realidad existe sólo como visión individual. Sólo hay un ver desde sí. El mundo está hecho de visiones y cuando se acaba, por ejemplo, una especie, o alguien muere, el mundo deja de ser mirado de cierta forma, cesa un tipo de percepción. Esta idea cruza todo el libro, pero Alexis agrega un elemento, nos hace fijar la atención en que la percepción del mundo no es sólo el pensamiento articulado, sino que somos objeto de distintas reacciones químicas, movimientos involuntarios, secreciones, etc, y que eso es el lenguaje de la intimidad total, el estar en sí: salivar, por ejemplo. En este sentido no solo hace el gesto amoroso de “dar la voz”  -la vida del lenguaje otorgado, el golem de toda literatura que crea personajes-, sino que además incluye el cuerpo y sus funciones internas, ofrece la maquinaria, los sistemas. Recupera el cuerpo como lenguaje articulado. El cuerpo como una conversación que debe ser inevitablemente abandonada.


Santiago, Marzo 2016.


[1]  De Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.




 



 

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