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Francisco Ide (26), escritor:
El poeta y su deber de destruirse
Por Francisca Montecinos
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El autor de poemarios como Yakuza o Poemas a Michael Jordan, hace uso de su visión más crítica para hablar del actual panorama literario, de la relación de los chilenos con el arte y de su propias ideas, manías y creaciones.
“La escritura para mí es una forma de generar sentido. Siempre hablo de que el poema no existe realmente o que el poema que uno lee, no es el poema que uno lee, sino que son las emociones que te despierta. En ese sentido, uno tiene una historia mental que te va generando las cosas que lees, y ese contenido mental, es el que uno después tiene necesidad de transcribir o de hacer algo con él”, relata Francisco Ide, un joven escritor de 26 años y uno de los nombres que más resuenan en la actual escena poética chilena.
Becario de la Fundación Neruda en 2010, ganador del premio Lamás Médula (2013) y el Roberto Bolaño (2014). Reconoce en sus escritos influencia de E. E. Cummings y Ezra Pound y –de entre los chilenos- de Paulo de Jolly, Alfonso Alcalde, Cecilia Casanova, Pablo de Rokha, Pablo Neruda y, especialmente, de Thomas Harris, a quien considera “su primera lectura importante de poesía” y quien le “abrió la mente”.
Ya ensimismado en la conversación, Francisco deja la taza de café sobre la mesa y habla sobre la literatura actual, donde cree que se está buscando un nuevo lenguaje o una nueva forma de expresarse y “eso es justo lo que hay que hacer”, recalca. “Para mí el arte está ligado al crecimiento personal de todas las personas, tanto del artista como de la gente que lo recepciona”, agrega Ide.
Por eso, en su propia labor, considera fundamental ir rompiendo consigo mismo: “Ser rupturista es ir superándote dentro de tus propios límites. Pensar en formas de decir las cosas, generando cierta dificultad al momento de leerlas. Crear una imagen que te abre un lugar nuevo del cerebro. Esas vías para mí son las vías auténticas de exploración. Las otras son repeticiones aburridas de cánones que están súper instalados”.
“Suponte salió el libro de Jaime Huenún, un libro que se llama Fanon city meu y con un amigo lo leíamos y decíamos ‘pero weón acá está todo dado’. O sea, los poemas son el poema que uno esperaría. Toca los temas políticos, toca la injusticia, todo, de la forma en que lo tiene que tocar. Con las imágenes que uno puede entender. Está dado. Esa lectura se ha hecho mil veces, es repetitiva. No aporta nada”, critica el estudiante de Letras de la Universidad de Chile.
Francisco congeló sus estudios de Literatura a fines de 2012, durante dos años, por plata y por una enfermedad que tuvo su papá. Allí comenzó a trabajar con él, ayudándolo, en su pequeña fábrica de artículos de cuero. Haciendo bolsos y cinturones. A este periodo se refiere como el “más productivo” que tuvo.
“En la universidad estuve tres años de corrido sin escribir nada, absolutamente nada. Luego estuve dos años sin universidad y escribí dos libros”, que son Poemas para Michael Jordan y Yakuza (ambos lanzados en 2014). “Antes tenía la presión de que iba a cumplir 25 años y no tenía nada escrito”, relata. “Me decía ya no puedo decir que soy escritor. Ya no fue”. Sin embargo, ahora asegura estar tranquilo, volvió a clases, y al mismo tiempo, está preparando su primera incursión en la narrativa, con una novela titulada “Los sueños de Kurosawa”, basada en una selección que hizo de sus sueños, los que anota desde los 12 años.
— ¿Cuál es el motor de tu poesía? ¿Qué es lo que hay detrás?
— Trato de situarme en el lugar del pudor. Ocupo otras voces. En el caso del libro Yakuza, ocupe la voz de un inmigrante japonés en Chile o en Sudamérica. En el caso de Poemas para Michael Jordan, usé la voz del propio Jordan. Es ocupar otra voz como vía o medio para hablar desde mí. Eso sería el motor del proceso. Por otro lado, el motor de la escritura, serían las experiencias personales, o las reflexiones sobre las cosas o sobre el lenguaje o sobre el amor o sobre la muerte. Que son los temas típicos de la poesía. De lo que todos hablan en el fondo, pero tratados de distinta manera.
Por ejemplo, para mí el amor, la pérdida del amor, era una especie de pérdida de lenguaje. Cuando tú pierdes un lenguaje o un código tienes que descubrir nuevos códigos o enfrentarte a nuevas formas de comunicación. Eso yo lo conecté con la idea del inmigrante, que pierde un código de lenguaje o de forma de vida y se involucra en otro. Entonces esos son los procedimientos. Encontrar una pulsión y darle a esa pulsión un lenguaje, una vía de escape.
— ¿Y por qué hablar desde otras voces?
—Porque creo que es básico mantener cierta distancia entre la persona y lo escrito. Para mí la escritura es un espacio en que la muerte se suspende. Un lugar en que no hay muerte, hay pura sobrevivencia. Si como persona involucro a la muerte en mi escritura, me va a estar rodeando por todos lados. Escribir es tratar de desplazar la muerte. Y ahí hay que tomar distancia. Hay una poesía que es súper retórica, que habla desde el “yo” y desde las vivencias personales, y esa poesía me parece muy descarnada, no sé, como muy…
— ¿Cómo muy visceral?
— Claro. Yo prefiero algo más contenido, no en cuanto a estilo, sino en cuanto a pulsión. También por una cuestión de privacidad supongo, no sé. Son distintas psicopatías que tiene cada uno. Para mí la privacidad es todo. Es el lugar íntimo de tu mente, el más sagrado.
— ¿Y qué es para ti la escritura?
— Es lo más importante en mi vida. Para mí, de partida, es lo que me tomo como trabajo, lo que quiero hacer para vivir y la escritura para mí también es un lugar de crecimiento psíquico y espiritual. El lugar donde se da el aprendizaje de lo que eres, de lo que es el mundo. Tus formas de relacionarte con las cosas. Es un proceso de revisión personal y de creación. La creación ocupa un lugar muy importante en mi vida.
— ¿Y tú como ves la relación del común de las personas, con el arte en Chile?
— Es doble, por un lado hay un menosprecio desde la gente que genera cultura hacia el público. Menosprecio de distintas maneras, como llevando el arte a lugares inaccesibles o rebajando el nivel de lo que se hace para que la gente lo entienda o qué se yo. Como si la gente no entendiera las cosas. Yo pienso que es todo lo contrario. Cuando he hecho talleres con niños, por ejemplo, o con cualquier persona en realidad, entienden perfectamente lo que digo. Pese a situarse veces en lugares “complejos”. Complejizar no es necesariamente echar mano a teorías, es llevar a alguien a pensar cosas que no había pensado antes o a ponerse en lugares que no se había puesto, y todos somos capaces de hacer eso. Todos somos capaces de ser creativos en ciertas circunstancias.
La cosa es que el arte como institución, es una weá elitista y cerrada. Pero falsamente cerrada, porque eso se puede romper muy rápido. Ocupar un espacio es abrir un espacio. Ahora, en cuanto a la inquietud hacia el arte y la cultura, es normal que haya desinterés. Existe gente como Cristián Warnken, que es casi la única persona que sale hablando en la tele sobre arte y literatura, y que aparece en un formato tremendamente aburrido, burgués, de fondo negro. Eso hace que se tenga una visión de la literatura como algo desagradable y anticuado. Es como un hoyo negro. Un weón allá en el fondo hablando cosas que nadie entiende. Esa no es la vía, claramente. Para que las personas tengan interés en el arte deberían acercarse a las cosas de manera normal, como se acerca a todo… esos espacios son los que habría que generar.
— ¿Y quiénes crees tú que son los que te leen? ¿Cómo es tu lector?
— No sé, es un misterio. Yo creo que mi poesía es accesible. Ahora último, me ha pasado mucho que gente del deporte lee mis poemas y los entienden o los disfrutan, sin ser lectores de poesía.
Esto es parte del ejercicio de ir buscando otras salidas, de romper con los límites propios. Porque el mundo de la literatura es estrecho en un sentido. Nos leemos entre nosotros. Es una suerte que te pueda leer alguien ajeno a la poesía.
— ¿Qué piensas en el caso de los escritores que tienen lectores fieles y “romper” con lo que han hecho, puede significar perder lectores?
— Sí, eso no me interesa. Esa no es mi búsqueda. Mi búsqueda es personal y colectiva, y la manera de responder a lo colectivo, es haciendo la mayor cantidad de cosas posibles. Tabarovsky plantea que la literatura fácil es fascista, en el fondo. Lo que te decía antes, del menosprecio. Guardando las proporciones, el libro de Huenún podría leerse como un libro de derecha, en que está todo dado, como para tontos. Quizás no es algo consciente, pero una literatura cómoda en sí misma se vuelve burguesa. Yo creo que la escritura debe tender hacia afuera de sus parámetros cómodos. Es burgués es estar sentado haciendo lo mismo siempre. Lo revolucionario es romper, moverse, para el lado que puedas, para el lado que sea. Si escribir me asegura un público permanente, en tanto se espera de ti un mismo resultado todo el tiempo, prefiero no tener público.
— ¿En qué tipo de periodo estas ahora, creativamente hablando?
— Ahora estoy en un periodo de experimentación. En el sentido de que yo quiero que cada libro sea muy diferente en estilo el uno del otro. Mi idea es que si yo publicara un libro con un nombre y otro libro con otro, nadie pudiera conectar a los autores. Entonces estoy haciendo eso. Buscando ejercicios de escritura que me saquen a mí mismo de mi propia repetición. Creo que el arte debe dislocar los sentidos para abrir nuevos, la creación debiera ser un proceso en que se generen obras en permanente actualización, obras que no se acaben en su interpretación, que vayan en contra de sí mismas. En el fondo que cada cosa que hagas tenga una especie de enfermedad, pulsión de muerte, bomba de tiempo. Que pueda desactivarse, romperse y rearmarse como algo nuevo. Que sea vital, en el fondo. Un ser vivo.
Fotografía: tomada de http://www.comunicarte.cl/