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Viaje al amor
Por Francisco Ide Wolleter
Publicado en La Segunda 8 de Julio de 2017
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Tengo varios amigos y amigas en diversas situaciones de la soltería. Están los que la viven con angustia y que, bordeando los treinta, oyen cómo suenan las campanas del tren a vapor que abandona la estación, dejándolos a ellos abajo, en el bar; con los otros rechazados del diablo. Los que quieren el pack completo de la pareja, el hijo; la casa y el perro, tienen nombres para sus niños de cachetes colorados, que se disuelven como pastillas de bicarbonato y se esfuman en la imaginación. Son los hijos huérfanos que hacemos jugar juntos; en los bares, cafés o departamentos de soltero en que nos juntamos a barajar angustias. Hay los que no quieren pack alguno, y asumen la soltería como un estado de gracia, que les permite ir de una persona a otra, sin quedarse con ninguna.
Todos, sin excepción hemos vivido las grandes catástrofes del amor. Algunos tienen la piel gruesa como un jabalí salvaje y ni las serpientes más letales son capaces de hacerles mella. A puro porrazo y sufrimiento desarrollaron ese traje impenetrable. Otros quedaron en un estado tal de amargura y desilusión; que al más leve aviso de la vita nuova en materias amorosas, salen corriendo o aplican sus técnicas de boicot emocional: Hay de todo, los que afilan una katana imaginaria y se la clavan en el corazón como si fuera un fierro de anticucho, o los que la ocupan como ventilador y van cortando cabezas figuradas por todos lados. Como Mishima dicen "jamás derramaré sangre verdadera, ni heriré más que corazones". Hay que cuidarse de esa gente. Cuidarse de ser uno de esos.
Ahora que salió la poesía reunida de William Carlos Williams, he estado releyendo ese libro exquisito que es "Viaje al amor"; donde en un poema habla del amor maduro, de gente que ya lo pasó pésimo y desarrolló todo tipo de trajes y estrategias, triunfó y fracasó varias veces; y ahora se lo toma con más calma; ahora puede "recibir" al otro. Unos versos fulminantes dicen: "El amor es crueldad / que con voluntad transformamos/ para estar juntos. / Tiene sus temporadas / mejores y peores, / pero al fin el corazón / a tientas en la oscuridad / resiste".
Mi generación no tiene aún esa vivencia del "amor maduro", y tengo serias dudas de que eso llegue a realizarse pronto, suponiendo que ocurra realmente. Sin embargo, resistimos. Nadie pierde la esperanza, y hacemos uso de todo tipo de medidas desesperadas que revisten cierto patetismo enternecedor. Un amigo; por ejemplo; tiene el Tinder más elaborado que he visto nunca, y organiza sus contactos entre los diversos chats que ofrecen las redes: a algunas chicas les habla solo por esa aplicación; a otras por WhatsApp y a otras por Facebook. Otra amiga me confesó que si en la primera cita de Tinder, el tipo no le ofrece pagar su cuenta, ella lo desestima de inmediato, pues lo ve como un gesto irreductible de avaricia y poco compromiso. A eso se han reducido las grandes gestas pasionales.
De las breves relaciones y encuentros que he tenido en el último tiempo, la mayoría ha sido con chicas que no conozco en persona, y con las que por alguna razón termino hablando por Facebook. Te juntas a tomar algo y a veces se arma, por un rato, un vínculo afortunado. Trasladas la realidad virtual; a la realidad. Llevo un mes hablando con una chica que vive en Concepción, y de alguna forma hemos establecido una especie de intimidad (sin ir más lejos, me dio instrucciones muy claras sobre cómo quería ser representada en este texto). Es una situación inédita para mí, sentirme acompañado por alguien que está a kilómetros de distancia, compartir así; de lejos. Hace unos días, por un asunto de trabajo, vino a Santiago, arrendamos una pieza y pasamos tres días juntos: tres versos; un haiku. Vivimos esos días con la urgencia de la brevedad, como enfermos terminales, con la espada de Damocles balanceándose sobre el plazo acotado que teníamos. Visitamos lugares a los que no iría por ningún motivo por mi cuenta, y también le mostré mis rincones predilectos; todo teñido por la novedad y la alegría de descubrir y revelar. Cumplido el plazo, la acompañé a tomar el bus y nos despedimos con la promesa de reunirnos de nuevo en un punto medio entre su ciudad y la mía; un lugar que fuera desconocido para ambos; donde podamos repetir la novedad de mirar las cosas; como si recobraras la visión que habías perdido sin darte cuenta. En ese lugar, por unos días, estableceremos la trinchera de la famosa resistencia. Allí pondremos un cuchillo en la garganta musculosa del nuevo día y le diremos que sea bueno con nosotros. Así el estado de las cosas, me gusta esta época en que los viajes pueden comenzar con la luz del celular alumbrándonos la sonrisa en nuestras caras de solitarios, en nuestras caras de locos de remate.