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Eugenio García Díaz se ha marchado
Por Fernando Jerez
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No voy a caer en la obviedad de afirmar que Eugenio García Díaz no ha muerto, que sus poemas le dan vida y todo eso. No diré nada al respecto.
Lo conocí hace varios años. Desde cuando él trabajaba en el Banco del Estado y yo deambulaba con mi primer librito de cuentos titulado Un bachiller extraño que él me ayudó a publicar. Pronto, me convencí que solo la necesidad de asegurar la subsistencia lo llevó a trabajar en uno de los templos del dinero, por la época en que los cajeros empezaban a desprenderse de las manguillas negras que usaban para evitar que el lustre malograra los brazos de sus prolijas chaquetas. Su verdadera inclinación era la de sumergirse en la cultura y practicar la poesía. Pero no sólo encontró su realización escribiendo poemas, escarbando en su propia intimidad y en el mundo lleno de misterio que nos sorprende cada vez que despunta el día, sino que también se empeñó en que las demás personas compensaran el desequilibrio de sus vidas —acosadas por el pragmatismo—, asomándose a las diferentes manifestaciones del conocimiento y el arte. Más que interesarse en los ascensos de los escalafones bancarios, Eugenio se transformaba día a día en un activista de la poesía y de las expresiones artísticas. Un activista que, aparte de vivir en el mundo gélido de aceptar y negar préstamos, se desplazaba todas las tardes a las dependencias que el Banco del Estado ofrecía a sus empleados con la finalidad de que allí cultivaran y se familiarizaran con la cultura y las artes. Lo hizo con singular entrega hasta el traumático intermedio que empezó el año 1973.
Pero lo que nunca Eugenio García Díaz interrumpió fue su dedicación a la escritura. Aparte de la poesía, a la que ha consagró su vida —una poesía conmovedora, llena de humanidad y naturaleza—, también se empeñó en divulgar, con una generosidad admirable, las creaciones de otros escritores y poetas. La lista de su vastísima producción publicada, se inicia con Una ciudadela bajo la luna (1948), y se prolonga en muchos libros entre los cuales, algunos contienen una variedad de reseñas literarias, hecho que confirma la admirable generosidad que desplegó para divulgar la existencia de textos ajenos, como si ayudara a descubrir frutos que se encuentran al alcance de la mano, pero que, al mismo tiempo, otra mano negra, la de los balances del crecimiento y el per cápita, no dejan ver. Conocí el que tal vez fue su último libro, Miradas en la perspectiva del ensayo (2011), que reúne también artículos publicados en el diario Las Últimas Noticias respecto de la producción poética de algunos de los muchísimos creadores que han dado prestigio a este país.
Eugenio ha dejado una vastísima y generosa huella —inadvertida por muchos— no solo en el papel sino que también en el desarrollo de un Chile no siempre agradecido.