
          
        
        Iván Quezada 
          Un escritor multifacético
        Por Francisco Véjar 
          
          
         
        
 
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                  Es narrador, escritor, periodista y a  veces editor. El 2002 debuta con la novela breve Elefantes y cisnes (Tiempo Nuevo); tres años más tarde publicó la  colección de cuentos Los Extraños (Tajamar Editores), y el 2010 dio a conocer su obra miscelánea –con poemas,  cuentos, ensayos y crónicas-, titulada Escritos  de ningún lugar (Mago Editores). En la actualidad trabaja en varios  proyectos, entre los cuales, destacamos su novela aún inédita cuyo nombre es La paz de los vencidos. Quezada es  alguien que piensa la literatura, lo político y el acontecer cotidianos de sus  pares en Chile. Sabe que asumir la escritura como tal, lejos de la corrupción  actual y los grupos de poder, es transformarse en un tábano socrático para las  generaciones vigentes hoy. Iván Quezada, tiene ahora la tribuna:
            
              -Tú  empezaste en el periodismo cultural, colaborando en diversos medios de prensa.  ¿De qué manera influenció dicha labor en tu posterior trabajo literario?
          - Desde que me propuse ser escritor, quise  hacerlo con sencillez. En la adolescencia copié bastante, conscientemente o no.  Pero no lo hacía con la suficiente exactitud, porque los textos siempre me  quedaban más complicados que los originales que reproducía con otras palabras.  Particularmente con las historias, en que no hallaba la técnica para enlazar  las situaciones y darle fluidez a los acontecimientos. Creo que hay muchos  prejuicios sobre estas cosas, como la misma división de géneros literarios. Es  una camisa de fuerza que no me quise poner. Y el Periodismo, por su falta de  solemnidad, ayuda a probar sin tener que rendirle tributo a una cofradía de  escritores o críticos, autodenominados "sagrados". La escritura de  crónica es tan urgente, que uno puede equivocarse sin miedo al qué dirán y,  además, aprender de sus errores. Es mejor que un taller literario, en donde  todo el mundo te critica destructivamente, y también porque te permite llegar a  muchos más lectores y la mayoría desconocidos, quienes te leen y juzgan casi  sin darse cuenta, utilizando criterios literarios pero sin saber que los  aplican. Puedo decir, con orgullo, que muchos de los lectores de mis libros  comenzaron a seguirme en los diarios y revistas, y de alguna manera, a pesar de  mis pequeñas ediciones, se las han ingeniado para conseguirse mis textos  posteriores. Con esto me han ayudado a "seguir molestando", que es  probablemente lo único que se consigue siendo escritor.
          
              -¿Ves una evolución en tu narrativa desde la publicación del libro de  cuentos "Los extraños" hasta la actualidad?
          - Contigo hemos estado de acuerdo en que  un libro no puede ser una suma de textos, sin ton ni son. Asimismo, entre dos  libros de un mismo autor deben existir diferencias temáticas, no sólo  estructurales o de forma. Luego de "Los Extraños" publiqué un libro  misceláneo, "Escritos de Ningún Lugar", en que probé con otros  géneros narrativos, como la crónica y el ensayo, de los cuales también me valgo  para escribir cuentos. En esa misma colección hay varios cuentos, en los cuales  la tristeza ya no es el centro como en "Los Extraños". Más bien ahora  me siento predispuesto a la ironía. Al principio, el fracaso de mis ideales me  condujo a la tristeza, especialmente al final de la dictadura de Pinochet.  Mientras para las personas mayores la pena venía de recuerdos horribles de la  tiranía o de la sensación de que habían perdido sus mejores años, para mí se  originaba en que mi generación tenía grandes expectativas con el fin de ese  régimen. Pero, al verlo que se proyectaba y encarnaba en sus antiguos  detractores, no sólo me sentí estafado, sino también un ingenuo. Ante la  contrariedad, los jóvenes se suelen deprimir, pero ahora que han pasado los  años veo todo este lío, y también el futuro, con mucho más sarcasmo. Y sin  amargura, sino con otra expectativa, ya no tan lógica.
          
              - Tú has escrito micro-relatos, cuentos, crónicas, poemas. ¿En qué género  literario te sientes más afín?
          - Para mí, la escritura es lo más  importante. Los géneros literarios son divisiones arbitrarias, aunque las valoro,  porque implican exigencias y desafíos formales y de fondo. Hay gente que habla  de la "libertad absoluta", rehuyendo defender el caos derechamente,  mientras otras personas sí lo hacen desenfadadamente. Quizás esto se debe, en  Chile, a la debilidad de la educación: nuestra sociedad no tiene claro qué  significa la palabra "cultura". Pero ni siquiera el verso libre es  tan libre. Para romper un esquema es necesario conocerlo profundamente, y tener  conciencia de que toda innovación dará lugar, más tarde, a un esquema o a una  interpretación esquemática. El individualismo superficial impuesto en Chile  levanta el dogma del ego: los artistas creen que por tener ego, ya hicieron la  mitad del camino. Y la otra mitad consistiría en que otras personas le rindan  pleitesía a su personalidad. El estudio y el trabajo en serio, en cualquier  disciplina artística, dan igual si no van acompañados del éxito... En serio,  tanta frivolidad arruina los nervios de cualquiera. Pero, para responder la  pregunta, diré que practico uno u otro género, o los mezclo, de acuerdo al  tema. Para algunas cosas el mejor de los géneros es el verso, mientras para  otras el cuento o la novela. Mi estado de ánimo también influye en la elección,  como cuando necesito dar un testimonio en primera persona y para esos efectos  la crónica o la poesía parecen lo más adecuado.
          
              - Recientemente publicaste el libro de poemas, titulado "Playa Las  Dichas". ¿Te sientes de verdad un poeta?
          - Enrique Lafourcade me dijo alguna vez  que él era un poeta que escribía horizontalmente. Yo también lo hago y en mi  último libro, además, lo hice verticalmente. También él me dijo que las  enemistades entre los poetas y los narradores son inventos de los profesores de  literatura. Se echa de menos a Lafourcade, siempre tenía algo inteligente que  decir sobre todos los asuntos. De pronto, se nos mueren o desaparecen todos los  viejos y no tenemos relevos.
                  - En dicho texto, hay poemas memorables como el que le dedicaste a  Aristóteles España. ¿Qué recuerdos tienes de él?
          - Casi no conocí Aristóteles. Sólo dos  veces hablamos largamente. La primera se me pierde en la memoria, creo que fue  en la Sociedad de Escritores, y entonces me regaló dos libros. Más tarde  coincidimos en un jurado literario y tuvimos una larga plática sobre los  orígenes de su nombre; yo pensaba que era un seudónimo, pero él me sacó de mi  error. Eso sí, me gustó que en su respuesta descartara sus raíces españolas a  favor de su identidad chilena. No tengo nada en contra los españoles, salvo los  imperialistas, pero si nacimos aquí debemos defender lo propio. Más tarde me lo  encontré cerca de plaza Italia, acompañado de una bella mujer, y preferí no  interrumpirlo. La última vez fue en Valparaíso, poco antes de morir, cuando su  alcoholismo lo tenía contra las cuerdas. El encuentro fue casual, afuera de una  casa en que vivían varios escritores jóvenes, entre ellos, Gladys González. Se  le veía derrotado, aún con una pequeña oportunidad de vencer a la muerte por el  momento, pero sin querer hacerlo realmente. Cuando me enteré de su fallecimiento  deseé entender mejor su gesto o sacrificio, leí casi todos sus libros,  entrevisté a algunas personas y luego escribí el poema. Le debo aún una crónica  y/o ensayo, que me gustaría utilizar como prólogo en una antología esencial de  sus poemas. Quiero emprender ese desafío cuanto antes.
          
              - Sabemos que aún trabajas en una novela inédita. ¿Nos podrías adelantar  algo de su temática?
          - Quizás su título adelante algo: "La  paz de los vencidos". Es mi intento por comprender el presente: el mundo,  la vida, el país, la época, que nos han tocado. ¿Habría sido preferible una  revolución al término de la dictadura, con sus innumerables asesinatos, a esta  transición colmada de mentiras, que sólo posterga la violencia soterrada? La  literatura y la historia tienen una deuda con los jóvenes, quienes no entienden  nada de la opresión que padecen, y cuando preguntan reciben a cambio embustes y  la invitación a embriagarse todos los fines de semana. Pero mi novela no es un  ensayo ni una crónica, sino una historia sobre un grupo de personajes, con un  punto de partida: el 2001. No se puede escribir de lo que pasa inmediatamente,  es necesario tomar una pequeña distancia, aunque los hechos recientes han  modificado el argumento. Ya terminé la primera parte, casi 150 páginas  corregidas, y me faltan algunos capítulos de la segunda. Pero también ahora  escribo un libro de cuentos y preparo otro de crónicas. No puedo hacer sólo uno  a la vez, porque me aburro y además sería como reprimir mis intereses, o  pasarlos por un colador. 
          
              - Conociste mucho a José Miguel Varas, ¿cuál sería para ti su aporte a la  literatura chilena?
          - José Miguel Varas, como hombre modesto,  revalorizó la crónica y el periodismo como géneros literarios. Lo mismo que  hizo su maestro Joaquín Edwards Bello. Con su ductilidad en el habla chilena,  logró crear un tipo de cuento nacional pero a la vez universal, sin  desnaturalizar a los personajes autóctonos, ni incurriendo en groseros  estereotipos. Fue un gran experimentador: sus innovaciones fueron sutiles,  aunque reales, y nunca se valió del autobombo para hacerlas resaltar. Para mí,  fue un ejemplo: yo también soy un escritor sobrio, frugal y que cree en la  buena salud. Varas era un hombre con un trabajo por hacer, y hasta su vida  familiar se la tomaba con esa responsabilidad. Si hubiese más escritores como  él, tolerantes y sin petulancia, que se proponen desafíos y los realizan,  lúcidos, serios en su oficio, podríamos tener una efectiva vida gremial e  influiríamos más en la política, al menos, en lo concerniente a la cultura. Pero  no es el caso. Casi todos los premios son transados, las camarillas ven el  universo como un botín y persiguen el talento, como un riesgo para sus  intereses "corporativos". Quizás el mundo de los escritores y los  artistas fue el que con menos resistencia se sumó al neoliberalismo, aunque  esto de la egolatría es un signo de los tiempos y atraviesa a todas las  actividades. Sin embargo, ser un escritor de verdad implica un esfuerzo  destinado al fracaso. Las opiniones están divididas, sobre si vale o no la pena.  Yo digo: ¿por qué renunciaría al consuelo de llamar a las cosas por su nombre?,  ¿para qué llorar por la falta de apoyo? Ya se me cruzaron varios Mefistófeles  en el camino, pero aún no cejo.