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Frank Kafka v/s Gregorio Samsa

Alberto E. Sthioul O.

 

 

 

 

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“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama, convertido en un insecto gigante.”

Así comienza la novela escrita en 1912 por Frank Kafka, que una vez  transcurrida la primera mitad del siglo veinte se convertiría –quizás de la misma manera repentina e irreversible que la conversión sufrida por el protagonista- en punto de encuentro para quienes les inquieta la condición humana. Hubo tiempos que se recurrió a Dostoievski, no obstante, quizás nadie pueda expresar mejor la sensación que los hombres de hoy experimentan ante el azaroso mundo que los rodea.

Diciendo esto, y con una sola lectura, se puede preguntar: ¿qué se manifiesta de la condición humana en una novela que no sobrepasa las setenta páginas? (dependiendo de la edición) ¿qué tendría que decir la historia de un hombre insecto que transcurre la mayor parte de la narración dentro de su habitación y con la mínima interacción incluso con su familia? ¿Cuál es la paradoja que deja un final tan desilusionador,  tan fatídico?.

La respuesta a las preguntas anteriores se encuentra precisamente en la biografía de Kafka, forjándose entre ésta y la novela la verdadera historia, la real contemplación que se debe efectuar al volver a leer aquella escrita de puño y letra del autor. En una primera lectura la novela La Metamorfosis no se diferencia de otras narraciones  – no se sabe si decir que es un relato largo o una novela corta- cuyos personajes principales son tan excéntricos como Gregorio Samsa, que en una mañana  amanece convertido en una criatura repulsiva. Pero  una lectura posterior, de antemano tomando las precauciones de investigar –incluso superficialmente-  la vida del autor y su contexto histórico, induce la elaboración espontánea de reflexiones que sorprenden por su contemporaneidad.

A pesar que sus dos padres eran judíos Kafka nunca tuvo raíces sólidas en el judaísmo, ni una conciencia que siguiera los parámetros culturales correspondientes a él.  Hijo de un vendedor ambulante, nieto de un carnicero, su infancia transcurrió en un ghetto, sin embargo, su padre fue capaz  de superar la escasez de su nivel económico para situar a su familia en los estratos altos de la sociedad de Praga, aunque ya nunca el hombre podría olvidar su niñez en las calles oscuras y sucias, ni las maneras toscas de los hombres y mujeres de esfuerzo. En esta clase alta Kafka  nunca podría identificarse con sus integrantes, pero tampoco con aquellos  que regían sus vidas con el Yiddisch y menos aún con la desgarrada cultura Checa de entonces. Los años en que vivió incluyen acontecimientos famosos: la primera guerra europea, la invasión de Bélgica, las derrotas y las victorias, el bloqueo de los imperios centrales por la flota británica, los años de hambre, la revolución rusa, el tratado de Brest Litovsk y el tratado de Versalles, que engendraría la segunda guerra.

Por lo tanto no es de sorprenderse que Kafka haya sido descrito como un hombre de personalidad independiente, lo que se entiende como una medida de protección ante lo inestable que le llegaban a ser las personas y el entorno. De tal manera se evita el peligro de la pérdida o el abandono, evitar volver a experimentar el trauma producido por ellos. El joven Kafka muy temprano tendría que asimilar la muerte de sus hermanos Georg (1887) y  Heinrich (1888) lo que, por su puesto, hizo mella en el hombre y en su obra, más aun cuando careció del consuelo de unos padres siempre ausentes o impertérritos. Frank Kafka indudablemente creció en solitario, sin más manifestación amorosa que aquella otorgada por la sirvienta, sin que obviamente pudiera suplir la de sus padres que salían de casa de muy temprano para ir al trabajo. Solo conoció de ellos una autoridad inculta, caprichosa y absolutista. La inseguridad ante el padre se trasmutó a una inseguridad ante el mundo, llegando a establecerse en su inconsciente como un temor angustiante, haciendo de sus pesadillas y escritos imágenes de esos temores.

Por ende, no es de extrañar la configuración de los personajes de la novela; un padre indiferente, de conductas endurecidas y frías por una vida de trabajo, merecedor de todo respeto pero no de acercamiento. Por otra parte la madre, incapaz de rehuir de los instintos maternales fuera de su razón, pero finalmente no muy distinta al padre en su lejanía. La única unión verdaderamente afectiva la conforma la hermana, única entidad capaz de penetrar  en  la habitación de su hermano enrarecida y densa, saturada por un olor a putrefacción y con aquella presencia superficialmente inidentificable e ilegitima.

Buscando la manera de encontrar un arraigo el personaje lo halla constituyéndose a sí mismo en un engranaje dentro de una maquinaria entre afectiva y mecánica. Así, como tal, se hace indispensable, conformando una particularidad  dentro del total, con una identificación e importancia dada completamente por su funcionamiento. Por ello Gregorio ahora se conforma con muy poco, percibiendo a la ternura en un plato con despojos de comida en el suelo depositado por su hermana, el interés hacia él en las conversaciones de su familia en la sala, cuyo tema no es otra “cosa” que su permanencia y destino (no existe dialogo donde se cuestione la causa de tal transformación)… y  hasta él mismo ve a la propia desaparición como una muestra de afabilidad hacia sus seres queridos.  Busca justificación frente al desapego, inducido  tanto por él como por los demás. Oyendo detrás de las puertas las diálogos de sus familiares, Gregorio siente culpabilidad, por tener que obligarlos  –por su puesto involuntariamente- a prescindir de los beneficios económicos que conllevaban sus largas jornadas como vendedor viajero, tener que llevarlos a abandonar la comodidad por el trabajo,  tener que  obligarlos a soportar su repentina dependencia. Llevado por la culpa comprende aquel rechazo, aquel aislamiento, aquella repugnancia que va más allá de su simple aspecto. El insecto no  es más que una metáfora de ese miedo de convertirse en un desvalido. El distanciamiento de sus directos hace referente  al abandono, al extrañamiento que el propio autor sufrió en vida, desunido de todo grupo o afecto, donde la autosuficiencia es la única protección para no convertirse en un insecto que en un principio provoca pena, luego distanciamiento y finalmente repugnancia. 

Y ese miedo encuentra referente hoy en día, donde si bien el ser humano está resignado al sometimiento de los designios de las redes de apoyo que le pueda brindar la sociedad, también se está convencido que ellas están en directa subordinación con el aporte que ellos le otorguen. Es decir, la sociedad actual, cuyas  características son bastante conocidas y expuestas, no conforma más que un ejemplo de esta autosatisfacción. Y la sensación de miedo, de culpa, está presente, producida por el sentimiento de desprotección e individualismo ya parte de las condiciones de subsistencia. Por tanto, se puede entender que las características de la personalidad de Frank Kafka, desarrollada por su desenvolvimiento incierto en diagonales culturales, socioeconómicas, afectivas, sean un referente tan actual. La cultura, la ostentación, la condicionalidad de los afectos, hace de  los sujetos entes aislados dentro una globalización, refugiados en sí mismos, aliviándose en privado, a puertas cerradas para incluso los más cercanos. La autosuficiencia es considerada una cualidad, debido que así se logra una tolerancia en una sociedad que no justifica debilidades y dependencias.  El desarraigo dado por las circunstancias a Kafka hoy en día se vuelve en una constante, incluso valorado frente a ataduras que impidan un desarrollo humano  regido por el acaparamiento y la satisfacción de las necesidades principalmente ajenas y por consecuencia las propias.

Sin embargo,  la propia naturaleza humana  hace irresistible la búsqueda de apegos, pero momentáneos, debido a temores o a incapacidades. Frank Kafka en su vida adulta se volvería un seductor reconocido, encontrando refugio y sentido en las relaciones amorosas. En ellas vencería la sensación de soledad, creyendo hallar una complementación. Y fueron férreos amores, con nombre propio: Felice Bauer, Grete Bloch, Julie Wohryzek, Milena Jesenská y Dora Dyamant. Pero serían amores trágicos, con compromisos matrimoniales que el autor de La Metamorfosis rompería en último momento. Sin duda, esto demuestra una búsqueda que jamás se cumple, por incompetencia o acobardamiento. Le fue una forma de luchar por curarse de ese extrañamiento que padeció, como extranjero, en un mundo extraño sin confiar en nada ni en nadie, marcado por esas marcas profundas que nacen en la infancia. Frank Kaffa dibuja en La Metamorfosis al hombre de hoy,  llevando sobre sí una soledad y una frustración permanente, desenvolviéndose en una sociedad saturada por fuerzas desconocidas,  fuera de la comprensión y más aun de control y, por consiguiente, afrontada con temor y cuestionamientos. De la misma manera que el humano actual  sobrelleva su propio desarraigo en la cotidianidad Kafka lo hizo sobre el papel, enfrentándose a su entorno y finalmente consigo mismo, en una lucha que duró hasta su muerte y que para el hombre actual  continúa sin treguas o términos. Quizás cuántas veces, tal como seguramente lo experimentó Kafka, nos hemos sentido como un insecto, como un monstruo  escuchando y tratando de darle significado a los sonidos del mundo a través de las paredes de una habitación, un mundo obviamente con un sentido pero uno extraño, del cual nos hallamos excluidos.

En una carta escrita en 1919 para su padre el autor expresa su convicción de que éste le consideraba un parásito. Por esto y por los antecedentes antes expuestos,  es evidente que la presencia de ese insecto no es solo un truco literario, sino que venía predeterminada por fuerzas no analíticas, manifestantes de la identidad más profunda y, por lo tanto, más verdadera. La novela fue escrita como una escapatoria, realizada en medio de las sombras con tal de ser lo más secreta posible, pero ejecutada tan impremeditadamente, tan vehemente, tan visceralmente, que es descubierta fácilmente. Su literatura es solo la expresión leal de sí mismo, tanto en su contenido como en su elaboración. Kafka escribió La Metamorfosis inspirado por las imágenes de un sueño. A la mañana siguiente se pondría en campaña para escribir tan excéntrica obra.  Sin embargo, tal labor debería hacerse con esfuerzo, en medio del desvelo y el cansancio de los días trabajando en una compañía de seguros (Kafka se graduó como doctor en Derecho en 1906). Gracias a las cartas que el escritor envió a Felice Bauer, sabemos del angustioso proceso de creación que inició el 5 de Noviembre:

 “Ojalá  tuviera libre toda la noche, para dedicarla a escribir de un solo tirón, sin abandonar la pluma. Sería una noche maravillosa.”

Así le gustaba trabajar;  queriendo  encausar todos sus esfuerzos en plasmar  las imágenes elaboradas por su mente, sin más afán que buscar una liberación siempre dolorosa pero finalmente saludable, dejando en muy segundo lugar la publicación. Durante el proceso de creación, novela y escritor se hicieron uno, indispensables uno del otro para ser comprendidos.

Finalmente, como  convencido  que su obra era  tan enrarecida como él mismo,  que no sería comprendida por ese mundo que le rodeaba, encargó antes de morir en 1924, a su amigo y colega escritor Max Brod, que  destruyera todas sus novelas, cuentos y diarios. Pero finalmente éste no cumplió. Esta sería redescubierta gracias al entusiasmo que experimentaron por ella varios eximios escritores como André Breton o Sartré. Solo después de 1957 se pudo encontrar  en las librerías de Praga, ciudad donde vivió toda su vida, ediciones de La Metamorfosis.  Desde entonces, la fuerza de su obra ha sido tan importante que el término “kafkiano” se aplica a situaciones sociales angustiosas o grotescas. Frank Kafka se enfrentaría a Gregorio Samsa en una reyerta que sucumbiría con la muerte de uno en manos de la tuberculosis, y del otro, bajo la inanición y las heridas, sobre el suelo de una casa abandonada por sus moradores. La imagen final; la propia familia en un vagón de tren rumbo al sosiego otorgado por la esperada muerte del hijo, del hermano, del insecto, revela al lector  ejecutante de la segunda lectura de este relato la condición,  primero de Kafka, luego de Gregorio Samsa, y finalmente del “hombre moderno”.




 

 

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