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La lectura literaria
Franz Kafka
Publicado en Revista Hueso Húmero N°45, diciembre de 2004
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Entre la muy numerosa correspondencia epistolar de Franz Kafka, se encuentra una carta dirigida a su amigo Oskar Pollak fechada el 27 de enero de 1904. Kafka, entonces de veinte años (había nacido el 2 de julio de 1883), responde a una carta —que no ha sido conservada— de su amigo y aprovecha para desarrollar un tema central, la lectura literaria. He aquí el texto de Kafka. (E.B.A.)
Querido Oskar:
.. . . . . . . . . Me has escrito una carta encantadora que pide o una respuesta rápida o, al contrario, ninguna. Han pasado quince días desde entonces sin escribirte y ello sería imperdonable si no tuviese algunas razones para hacerlo. En un principio quería escribirte cosas bien ponderadas porque mi respuesta a esa carta me parecía más importante que todas las otras (desgraciadamente no lo hice); luego leí de un tirón el Diario de Hebbel ( cerca de 1800 páginas) a diferencia de otras veces en que sólo leía aquí y allá pequeños trozos que no llegaban a gustarme. Sin embargo comencé a leerlo de modo seguido, al principio por divertirme para sentirme finalmente como un hombre de las cavernas que, por juego y aburrimiento, habiendo rodado una gran piedra delante de la entrada de su cueva, es asaltado de improviso por un pavor sordo al ver que la piedra lo deja sin aire y lo hunde en la oscuridad. Trata entonces, con extraño ímpetu, de sacarla, pero ahora es diez veces más pesada y para encontrar el aire y la luz, el hombre angustiado debe emplear todas sus fuerzas. De la misma manera no he podido tocar una pluma todo este tiempo, ya que abarcar con una mirada semejante vida —que se eleva continuamente sin falla, tan alto que apenas puede seguirse con un catalejo—, no deja la conciencia en paz. Pero es bueno que la conciencia ostente grandes llagas, no dejando de ser por ello menos sensible a las mordidas. Me parece, por lo demás, que sólo debería leerse aquellos libros que nos muerden o nos pican. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leer? ¿para que nos haga felices, como tú me escribes? Vaya, nosotros seríamos igualmente felices si no tuviéramos libros y los libros que nos hacen felices podríamos, de ser necesario, escribirlos nosotros mismos. Tenemos, al contrario, necesidad de libros que obren sobre nosotros como una desgracia con la cual sufriéramos mucho, como la muerte de alguien a quien amáramos más que a nosotros mismos, como si estuviéramos proscritos, condenados a vivir en las selvas lejos de todos los hombres, como un suicidio —un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado en nosotros. He ahí lo que yo creo.
Sin embargo tú eres feliz, tu carta esplende positivamente, creo que sólo eras desgraciado a causa de relaciones que no valían la pena; eso era natural, pues no es posible tomar baños de sol a la sombra. Pero que yo sea responsable de tu felicidad, no lo creas. En el mejor de los casos, vería el asunto de esta manera: un hombre sensato, cuya sensatez se le esconde a él mismo, encontró un loco y conversó un momento con él de cosas aparentemente inocuas, muy alejadas. Una vez terminada la conversación, como el loco quiso volver a su morada —él vivía en un palornar—, el otro le salta al cuello, lo abraza y le grita: gracias, gracias, gracias. ¿Por qué? La locura del loco había sido tan grande que había mostrado al sensato su sensatez ...
Tengo la impresión de haberte hecho daño y de tener que pedirte perdón. Pero no reconozco ningún daño.
Tuyo, Franz
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Traducción de la versión francesa por Enrique Bailón Aguirre