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Jersey City de Macarena Urzúa
como la parada de una mosca
sobre una mano antes de espantarla
(Editorial Fuga, 2009)
Por Francisco Leal
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Así te contaría Samir sobre el libro de la Maca Urzúa.
“Desde que soy criatura vagabunda, desterrada voluntaria, parece que no escribo sino en medio de un vaho de fantasma.” Asumía Mistral, y se puede decir lo mismo de Jersey City de Macarena Urzúa: destierro, vagabundeo y fantasmas son erosiones y desgarros en este poemario, y también espectros: voces que aparecen y desaparece, situaciones apenas distinguibles de un fondo nublado.
El título del poemario es extraño. Es un punto preciso en el mapa, las coordenadas de ese aquí o allá que distingue una escritura íntima cercana a las crónicas. Jersey City, a las orillas de Nueva York. Pero el lugar no es pertenencia ni garantía. Es también una forma de desubicación. Trenes, lenguas, historias o rumores, paisajes y su naturaleza íntima parecen ajenos, siniestros. Extraña complicidad sobre un escenario que se esfuma, como en esta fábula llena de ojos.
El niño la mira y se sonríe
al mirar mi cara de desubique
ante ese idioma y ese diálogo esa pelea
que nombra una y otra vez
la palabra ciudad
repitiendo
in this city in this city
La lengua confundida, acentos, nombres colonizados por el padecimiento virulento del exilio, que es también la cláusula de una lengua que parece ignorante (no muda o inútil) frente a los fulgores del vacío y los acontecimientos, sean estos insectos —que felizmente abundan— pájaros, árboles, autos o personas que aparecen y desaparecen, historias que no se terminan de contar o suceder.
Un naipe en la calle, ¿qué dice? Objetos, movimientos, lugares y ruidos apenas separados del silencio y las nieblas a través de una voz íntima, crónica y espectral.
Un fantasma recorre Jersey City, el fantasma de las cosas que apenas suceden cerca del poema. No importa el epicentro (si es que los hay) sino las réplicas, siempre confusas, imprecisas.
La intimidad es tenebrosa. La forma de diario parecen crónicas de un naufragio. Habla “cargada de incendios ya apagados, arreglados.” No hay arreglo. El ojo engaña, la mirada al sesgo y distraída no calca el deseo de la anamorfosis que no aparece: el volumen es desaparición y ausencia. No hay nada. Los ruidos son palabras y acentos; los paisajes se difuminan en los movimientos.
Jersey City es recorrido por trenes, bicicletas, cafés y por supuesto, indiscretas ventanas. La niebla de fondo no apacigua el fulgor. Furia por ejemplo contra la profilaxis capitalista: mesas de picnic que no tocan la hierba, o periódicos que no se mojan con la lluvia o Mr. Softee con su espeluznante melodía intraducible.
El descentramiento de esta poesía no es higiénico. El tono leve y comedido es también de rabiosa angustia.
Ojeadas sin encuadres. (Se dirá que la mirada que objetivista!) El ojo está puesto en la distracción más que la atención. Sacarse/ taparse los ojos para ver. La mirada atenta ve poco, describe. La distraída sabe los colores del cielo.
Escritura de frente con la negación. En el libro las cosas no son: no hay silencio, no se oyen guitarras, no como cuerpos gastados, no hay palabras, no son lágrimas. Poemas que se escriben en negativo, en un sentido casi fotográfico: lo que no está, lo que no se alumbra —sombras blancas. En negativo resalta una ausencia vuelta espectro. Benjamin veía con estupor a la fotografía: si hubiese visto sus negativos, mayor sería su espanto. Cerca de ese no decir o decir en negativo, están las marcas de cercanía: los apenas, a punto. Lo que casi se dice, lo cercano, lo inquietante como un advenimiento que no se constata.
Parecen poemas sobre abismos. Los nombres de los abismos: alcantarillas, cunetas o ventanas. —Un niño pasa por afuera de la ventana llevando globos verdes. El deseo del globo, sus colores relucen en lo ajeno. Es insulso llevar uno los globos. Solo ascienden hacia las nubes van al cielo cuando no están al alcance de la mano.
Otro ejemplo: un pájaro rojo pasa. No se sabe el nombre del ave o de tamaña visión. Simplemente pasa, y su vuelo es un augurio. El pájaro rojo perfora el día con su insignificante misterio: como los insectos que se posan, de suerte. Jersey City está rodeado de esa suerte multiplicada que circula y flota. Es una suerte. Estas palabras, tú sabes Samir, siempre ahuyentan y a la suerte no se la espanta.