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Pasó un cometa. ¿Lo vieron?
¡Arre! Halley Arre! de Elvira Hernández
Por Francisco Leal
Mary Crow, profesora y poeta de Colorado, que tradujo a Teillier, se deshizo de dos cajas de libros que llegaron a mi casa. Afuera decía ‘Spanish poetry’. Encontré varios libros que le deben haber llegado a finales de los años 80. Cartas prisionero, de Floridor Pérez, Adiós muchedumbre, de Cuevas, Piedras rodantes, de Malú Urriola, entre otros. Ahí estaba también ¡Arre! Halley ¡Arre! de Elvira Hernández. No lo conocía y lo empecé a leer. La idea de escribir en el fervor del paso de un cometa me parecía una estremecedora revelación, una encantadora idea poética, esporádica y luminosa. Algo que ahora describiría como detonación o roce fue la lectura de ese libro. Las cosas se cruzan o brotan de una imagen o punto minúsculo, una llama en el cielo oscuro de la dictadura, efímero y a veces, como el paso de un cometa, espectacular. Es un libro escrito bajo los fulgores de ese vacío, como diría Bello.
El acontecimiento es el paso del cometa Halley por la bóveda oscura del fin del siglo, en el fin de la tierra, en el sur del mundo. Su cercanía a la atmosfera, su avistamiento, sabemos, fue un estallido. Siempre lo ha sido. Pregunta sin retórica: ¿Qué pasó? Las noches de la dictadura y sus luces televisivas, extraños cruzamientos, el cometa invisible de luces incandescentes, oscuridades, resplandores y extravíos trazan este libro. Pero pasó un cometa también, y volverá a pasar el 2061. En ese momento de luces y oscuridades, Hernández clava su libro.
Hay que verlo, es la locura desatada, dicen por todas partes. Todos están “colgados de la ampolleta del Halley.” La voz, la que habla en el poema no lo ve. Está clavada en trabajo, letras y más letras, agachadas, juntando centavos. El cometa, dicen, parece una cabeza degollada contra la noche.
No lo ve al día siguiente, ni en los que siguen. No es “público estelar” ¿Qué es, entonces, ver el cometa? Simultáneamente en este libro: Ver cómo pasa, ver lo que pasa, ver lo que puede pasar. El cometa no es solo la cola aleonada que sale en la pantalla, es también su oscuridad.
El cometa se ve en los sueños. Mejor dicho, se lo entrevé, que es cómo hay que ver los cuerpos celestes. Sin fijar la vista. O ver en las luces del cometa los resplandores de la dictadura, sus noches oscuras de televisión, pero también “El Halley despeda-zado en miles de hogueras por el asfalto”. El cometa oscuro.
O soñar su caída. La piedra incendiada contra la tierra. El estallido. A 500 kilómetros de mi casa, en El cañón del diablo, cayó un meteoro hace 50 mil años. El cráter en las praderas es inmenso.
Esplendor y oscuridad. Todos van a ver el Halley. La voz del poema se niega a salir anclada a mapas estelares, relojes, lugares que se venden en agencias de turismo. Todo para ver al cometa. Para no ver lo que hay que ver. Ir al Valle del Elqui, de la luna, a Farellones. Ir en su cacería, equipados de binoculares, servilletas, envoltorios. Armados hasta los dientes.
La voz no lo ve así. Lo ve en los que no lo ven: “No se vio el Halley en Plaza Italia.” Porque ahí, “A moco tendido, llorando los merodeantes, los nocturnos, los lunáticos, la ciénaga de la noche vieron rarefaccionarse el éter sin ver la estrella”.
Finalmente la voz se encuentra con el cometa. Lo ve —en sueños, rejuvenecido por las luces de la televisión, en la memoria, contar el cielo. Lo mira y exclama “unas palabas que se las lleva el viento. ¡Arre! Halley ¡Arre!.. mueve la cola espanta la mosca funeraria de mi visión.”
¡Arre! Halley ¡Arre! de Elvira Hernández desarrolla una forma de ver esos cuerpos celestes, sus detonaciones mudas, la oscuridad de su cabellera encendida. Es un libro escrito encima de un evento oscuro. ¿Lo vieron?