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Desde el espacio, un concierto de física cuántica de Muhler.
La poesía desorbitada de Consumatum Est de César Soto
(Tácitas, 2006).

Por Francisco Leal


 

 

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Hace un par de meses, financiado por una bebida energética, una persona saltó en caída libre desde la estratósfera y rompió la barrera del sonido en su precipitación. Pero antes han existido otros arrojadizos que se ha tirado desde más lejos. El libro de César Soto, Consumatum Est (Tácitas, 2006) testifica esos lanzamiento y pone a la poesía bajo su increíble presión.

Adán Méndez me mandó el libro de Soto a las praderas de Colorado. No sé cual será su existencia actual o la recepción que ha tenido, pero leerlo ha sido un experimento para mí: Consumatum Est es un libro para perderse, por lo tanto no perderlo de vista y ojalá pillarlo. Lo que sigue abajo son reflexiones incompletas sobre la lectura de ese singular y potente experimento.

La portada muestra un mapa con los polos oscuros: Terra incógnita. El libro está diagramado horizontalmente y hay que girarlo para leerlo de costado, como los mapas, las fotos destacadas o una indicación real leída en la plaza. Al adentrase al libro aparece otro mapa, esta vez topográfico: señala la textura del planeta, sus montañas sus vastísimos océanos y relieves. Un solo planeta, horizontal con quebradas y mares de amplitud. En esa inmensidad del mundo, la subjetividad se atomiza, el ego se esconde tras las montañas, arrasado por el viento y las mareas. Más aun cuando se lo que mira y escribe viene desde la noche espacial. El libro de Soto se da una vuelta agitada por el mundo, sus nombres e historias.

El libro es el lanzamiento de una cápsula de enigmática circunvalación terrestre o lunática. La voz del poema se instala en las divagaciones de Sergei Krikaliov, que estuvo un año girando alrededor de la tierra.

En otra misión, ya con los americanos y la NASA,el mismo aventurero ruso, desertado, se lanzó ochocientos y tantos días al espacio: es el humano que más ha estado en órbita.

Los días de Krikaliov en MIR fueron noches también de terremotos, sacudidas y derrumbes. Cuando los trajeron de vuelta de su expedición, la Unión Soviética había estallado a pedazos y sus muros derrumbados. Volvía a Rusia. Al pasado, al futuro.

En el Manifiesto comunista, que cita Soto repetidamente, Marx aclaraba el carácter demoledor de la burguesía: derrumbó con el comercio y sus frías aguas la muralla China —que se ve desde la Luna. El muro alemán, con Sergei orbitando la tierra, se hizo polvo también.

La voz del poema es una voz extraviada y lanzada, como la de los navegantes y cartógrafos. Cuando vuelve del espacio, el mundo es otro.

El poeta imagina salir al espacio, atestigua en la piel del cosmonauta y escribe encerrado sobre el infinito —Soto no usaría esa palabra. La poesía es visionaria desde la frágil cápsula encima de mares y continentes, de la tierra perdida desde el espacio. Desde esa cápsula y su órbita se escriben simultaneidades de tiempos, historia y espacios.

Las paredes que protegen a los discursos se pulverizaran como las partículas que entran en la atmósfera. La superposición de nombres y cosas es uno de los elementos más llamativos del libro, su técnica en llamas, incendiaria. Los poemas son sucesión de elementos disonantes. Todo girando, cayendo o detenido.

La enciclopedia de nombres de Soto es abismante.¿NGC 869?, por ejemplo: es un asteroide. De nombres así está repleto el libro, mostrando una avasallante celebración del nombre propio, sus conjunciones y conjuras. Abundan los nombres de personas, astronautas, profetas, Nietzsche, Pascal, Muhler, Baudelaire, Rimbaud con su yo multiplicado, anclado a partículas infinitas del espacio: yo es otro y nada en las galaxias. O Dante cerca de los volcanes de la antártica: paraíso o infierno, usted decide. Los nombres estallan en nuestras cabezas, las lenguas, las cápsulas. También nombres de especies, fósiles antropoides, clasificación de armamentos, de inventos, de naves y módulos espaciales, expediciones, nombres de nebulosas, y átomos y fusiones o eras o personajes. Los nombres se desparraman en la velocidad o quietud de espacio, sobre la tierra. La historia difuminada se escribe desde esa noche llenas de piedras y gases flotantes.

La tarea de investigar las referencias la paso a otros, aunque me gustaría, por ejemplo leer el Códice sobre el vuelo de los pájaros de Leonardo da Vinci que menciona en medio del vértigo de otras muchas menciones.

En el libro de Soto la lengua apenas es terrícola: tira señales de cultura ya desdibujadas sobre en el manto espacial. Se sabe que han mandado cápsulas que ya han salido del sistema solar con marcas de cultura, algunas fotos y músicas. Esto somos, le dicen a la nada. Soto los trae imaginariamente de vuelta, con la desfiguración o encanto en llamas del periplo.

Sacar el cuaderno de escritura a lugares intensos, exagerados, exponiendo la caligrafía a temperaturas, tránsitos y apuros. Soto apunta al espacio. Desde el extravío en llamas oscuras del espacio, el libro expele un aire de evangelio. Simula un ritual ya sin dios o un dios desaparecido de la faz de la tierra y sus naciones. Un dios oscuro (de los poetas) que está chocando contra sí mismo en la inmensidad del universo. No está en los desiertos ni en los mares, sino enredado en las nebulosas, en las enanas de luz negra, en su desaparición y estallidos. Soto se desencadena desde una cápsula rodeada de noche, a miles de kilómetros de la tierra. ¿Qué se ve desde el espacio, Soto?

El espacio orbitado por el astronauta deja sentir los alientos de la era atómica, la guerra fría, y expele un aire apocalíptico, marcado por título del libro.Tal vez por eso el poema y sus fragmentos toman las formas de plegarias, revisiones, reflexiones sobre el mundo que gira y gira y gira, lejano, disparatado. Y desde el espacio, lo profético es una visión desarreglada, pues desde ahí las cuerdas de cualquier medida se desatan o simplemente se rompen en su sinsentido. Desde esa noche, el hongo radiactivo no es más que cualquier otro de los millones choques de piedras, la pulverización de partículas en la noche de energía oscura.

En ese espacio de choques y energía deambulan entre países y montañas las desintegraciones atómicas. En la mitad el libro se desata el big-bang, un crunch que se estira, una creación de fuego que se deja ver solo tras las llamas de la destrucción.

El discurso del libro es intencionalmente disperso, estallado; es una poesía que circunda el átomo desintegrado, su fusión y desintegración. Los griegos y después otros exploradores se han dado de cabezas en el secreto espacio que hay entre átomo y la nada. Un espacio erótico entre lo continuo y lo discontinuo (Bataille).

En algunos rincones del libro, con otro tono apenas separado, se entromete y suma un discurso más cercano al diario de un recorrido americano: la astrología, y la toponimia de nombres incaicos se incluyen en las fuerzas desorbitadas del libro. En esas letras se ve, maravillosamente, un nido de colibrís.

Consumatum est también deja caer una aparición entre fantasmas, pues incluye a los avasallados, a los que son degollados, sacados de órbita, desaparecidos y quemados por el estado. Y expone: “Proletarios del mundo, uníos”. Es la frase final. Por todas partes se nos dice que ya no hay proletarios, y el poeta consciente de esa suerte de cerca eléctrica que exige a grito pelado mantener la poesía fuera de la desolación de los que no cuentan, se dedica a hacer lo contrario: los presenta.

El libro termina con la llegada del poeta astronauta a la tierra y el anuncio de un discurso de unidad divido, ya fracturado o irreconocible tras las cenizas soviética. El astronauta, su yo visionario se multiplica y no hay más que multiplicaciones y pluralidades y desorbitas. Todo o nada, se repite desde del espacio. Y esa es tal vez la voz prohibida del proletariado. Por eso suena como una voz de otro planeta, pues este planeta, sin murallas en Alemania pero con otras varias, es cada día más y más y más estrecho y cercado.

Termino el libro y pienso en el proyecto Excelsior, donde soltaron al Joseph Kittinger con su paracaídas a 30 mil metros de altura, casi desde el espacio, a capela con su mochila, mundo abajo. De esos saltos tiene las marcas o records de las caídas más rápidas, las más frías y también las más altas. En plena guerra fría, se tira de cabeza este Altazor militarizado y nacionalista. El libro de Soto parece una caída libre hacia la tierra rodeado de polvos espaciales y desintegraciones. En un mundo tan cerrado, congelado por las frías aguas del cálculo, el libro de Soto, sus abismos y estallidos viene a alentar con un soplido estelar.

Francisco Leal
Fort Collins



 

 

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