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Instrucciones para leer «Cortina de humo» de Francisco Leal

Por Fernando Valerio-Holguin
En Revista Media Isla. Puente de palabras vivas
http://mediaisla.net/revista/

 

 

 

 

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Para leer Cortina de humo de Francisco Leal se necesita una coraza, un chaleco antibalas, una armadura porque las esquirlas de sus sílabas pueden zaherirnos, un traje de buzo para no perecer ahogado en las aguas de lejía, en las aguas clorhídricas de sus versos, una máscara antigas ya que el humo de sueños podría dañarnos seriamente los pulmones, y un traje NBQ contra la radioactividad de ciertas imágenes.

Vayamos por parte: lléguese al Starbucks más cercano, ordene un doppioespresso y una vez instalado cómodamente en un sofá, sostenga el libro firmemente en sus manos. Prepárese para lo mejor, porque la poesía de Francisco Letal es leal, hiriente, mordaz, perturbadora… Y es que Francisco no le da tregua al lector desprevenido; el lector de Francisco debe estar armado para convertirse en lo que Harold Bloom denomina un lector “fuerte”.[1]

Se puede ser un gran poeta a los 20 años (piénsese en Baudelaire), pero no un gran novelista. Por suerte, Francisco no escribe novelas. Pero a sus apenas 34 años de edad, nos entrega su quinto poemario, Cortina de humo. Dividido en secciones tituladas, que contienen entre cuatro y ocho poemas agrupados temáticamente, el poemario nos plantea una relación problemática, abyecta si se quiere, entre el yo-hablante y el cuerpo del poeta. Al interactuar con el mundo referencial que le rodea, este cuerpo tiene el peligro de perecer; es un cuerpo narcisista, violentado, escindido, fragmentado en múltiples partes: lengua, ojos, brazos, encías, dientes, testículos, etc. Veamos en el poema “Agua de Cuba”, donde el simple acto de tomar un baño se convierte en una experiencia amenazadora:

desnudos
desnudos
los pies
las venas sus sombras azules rojas las uñas los pelos
erizados
los párpados sus ojos los orificios articulaciones con
gotas en la espina dorsal.
(19)

En otro poema, “Enjuague bucal”, la boca, donde reside el aparato de fonación que produce la palabra, la poesía, es amenazada por ese “líquido radioactivo” que es el enjuague:

Líquido radioactivo
Hecatombe química explosión en el paladar ardiendo
Exterminio bacterias
Y así hasta el final:
Se acaba el aliento

Y podría decir que es el “aliento poético” el que es amenazado por el enjuague bucal.

La violencia emigra del cuerpo a la poesía, dislocando versos, sílabas, proponiendo líneas con espacios en blanco, paréntesis vacíos y espacios estereográficos entre las estrofas para que el lector acorazado responda al silencio de la agresión. Así en el poema “Sin título, con sonido”, leemos:

tumultuosas
sorpresas tibetanas
u
n rayo
R
E
L
A
M
P
A
G
O

Sonido
Jjjjjjjj _______________________________ una descarga

El poema pide ser hablado por el lector, porque Leal tiene conciencia “del poema que no se puede escribir pero cuya imposibilidad de escritura es, paradójicamente, la condición misma de las posibilidades y capacidades de significación del lenguaje poético” (Mansilla Torres 71). Leal sabe que el lenguaje es artificio y es por ello que quiere transferirle al lector la posibilidad de reescribir su propia experiencia en el poema, compartir su responsabilidad semántica con el desacorazado/descorazonado lector. ¿Acaso será esto un acto de transferencia sicoanalítica para que el lector/paciente reviva, a través del texto poético, sus afectos, reelabore sus experiencias, o desee el deseo del poeta?

En Cortina de humo, el yo poético percibe una amenaza por parte de la naturaleza. Si en “Oda al tomate” de Pablo Neruda, el cuchillo “asesina” al tomate (“Debemos, por desgracia,/ asesinarlo/”), en “El desollado” de Leal, el acto de partir una palta (aguacate), “testículo náhuatl” (7), se convierte en una castración. Y en el poema “Ablandar los locos”, las “ostras de la pradera” se quiebran y fríen en la sartén ¿De dónde proviene esta amenaza de castración? ¿Del padre severo? ¿Del lenguaje? ¿Del miedo a la destrucción de la imagen del poeta? ¿De la primacía del falo y la herida narcisista? (Laplanche 57)

El hablante poético exhorta a “los poetas del establo”, de los cuales formamos parte Francisco y yo, a refugiarse en el establo frente a la amenaza del tornado. Los “telquehues” (alcaravanes) y los poetas quedan igualados frente a la fuerza del viento. Para sorpresa del lector, al final, se devela el misterio: al dirigirse a la no-persona, al pronombre tú, a su partenaire, el hablante poético es un conejo: “Tengo también los ojos rojos, coneja”.

Amigo lector, haga una pausa allí donde el paréntesis se llena de silencio y el yo poético se niega a nombrar el referente: en el poema “Picotazos”; salga a la calzada a fumarse un purito de las islas de azúcar bajo la mirada de odio del transeúnte; regrese al sofá de su lectura y, esta vez, prepárese para las aguas furiosas del poemario. De los cuatro elementos materiales, es el agua el que más produce imágenes en la poesía de Leal. Como en el río de Heráclito ese gran materialista, en la poesía de Francisco, el agua señala la transitoriedad. Al respecto, Gastón Bachelard, en su libro El agua y los sueños, expresa lo siguiente:

El agua es realmente el elemento transitorio.
Es la metamorfosis ontológica esencial entre el
fuego y la tierra. El serconsagrado al aguaesun

ser en el vértigo. Muere a cada minuto, sin cesar algo de su sustancia se derrumba. La muerte cotidiana no es la muerte exuberante del fuego que atraviesa el cielo con sus flechas; la muerte cotidiana es la muerte del agua. (15)

Además de la imposibilidad de la escritura, Francisco también está consciente de la transitoriedad de la vida, de esa “muerte cotidiana” que nos acecha desde la vidriera de Starbucks.

Hielo, nieve, vapor, sangre, río, mar, todas imágenes del agua, se diseminan por el poemario. Si en el poema “Materiales”, hay “personajes de hielo transparente, agrietados” (22), en “Agua de Cuba”, el agua amenaza el cuerpo: “Se hunden las piernas, el tobillo/las pantorrillas… los genitales/cuelgan/maduros” (29).

Y muy a propósito, asegura Bachelard que

[E]l agua es también un tipo de destino, ya no
solamente el vano destino de las imágenes
huidizas, el vano destino de un sueño que
no se consuma, sino un destino esencial que sin
cesar transforma la sustancia del ser.
(14-15)

Francisco sabe que el ser es un ser para la muerte; ese es el destino que prefiguran las aguas, el destino de las imágenes, de los sueños en su poemario.

Así como el yo poético, en su relación con el cuerpo y la naturaleza, transforma el mundo referencial que nos rodea, así mismo, el lector es transformado por la poesía de Francisco Leal. Si no, pregúntese si es usted el mismo después de haber leído Cortina de humo.

 [1] fvh, fort collins, co Fernando.Valerio-Holguin@ColoState.EDU



 

 

 

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