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Seudónimos Millán:
Los Poemas del País de la Hoja y Las Sirenas de La Serena

Por Francisco Leal
Publicado en Trilce, Concepción, Chile. N°29, diciembre de 2010



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Tengo un puñado de ojos en la frente
Cadenas de narices en la cara
Cardúmenes de bocas
Centenares de orejas
Millones de pelos.
Vengo de la unión de dos cuerpos
Procedo de muchos y voy hacia ellos.
Soy grande, pequeño, alto, bajo,
Gordo, flaco, cobrizo, negro, blanco.
Somos uno solo sin nombre y sin rostro
Aquí me llamo Miles

Autorretrato de memoria


El poema del autorretrato "Como Miles" pulveriza la integridad del sujeto, explícita las facetas heterogéneas y contradictorias del poeta, y ejecuta una especialidad de Millán: la escenificación distanciada de lo personal, que no es el encuadre remozado de la individualidad, sino su distorsión y desfiguración. Aunque el libro y el poema del autorretrato estén en singular, la constante en Millán parece ser lo múltiple y la inquietud. Variedad que no tiene que ver con la pluralidad de productos y final consumo, sino con la intransigencia a la estatua del poeta. Los recuerdos tienden a monopolizar a las personas, por lo que en estas páginas intentaré hablar de Millán en movimiento y detenerme un poco en los Seudónimos de la muerte. Se acerca el invierno en Colorado y en ese libro de poemas congelados y punzantes de frío relucen rostros movedizos de Millán en el exilio.

Los diez libros de Millán, con suertes disparejas, partían de una premisa: "no clavar dos veces el mismo clavo". Presentan diferentes exploraciones, aunque las obsesiones y la efectividad de la escritura sometida siempre a algún experimento hacen huella en su trabajo. También es significativo el silencio que se impuso después de Virus, la cuarentena al menos editorial a la que se sometió. El virus en la escritura y luego el cáncer en los pulmones. A los dos le puso el cuerpo, mucha la tinta y papel.

Millán hacia aparecer al poeta en diferentes lugares: en una pepa solitaria de limón al fondo de un vaso o en el brazo extendido hacia la calavera de un santo eremita. Maniquíes, ancianos, niños desdentados, futbolistas, karatecas, arlequines, violinistas, santos, tatuadores, el hombre de arena, tiranos, peces, perros, canarios y otras bestias o personajes pueblan los libros de Millán. Todos rostros desdoblados del poeta y sus némesis, junto la cabeza degollada de Caravaggio o el traductor en la cueva con el león transcribiendo a William Blake o Charles Reznikoff.

Las caras de Millán también se repetían en incesantes fichas dibujadas, frotadas, manchadas, mojadas que forman un catálogo del caos como antídoto (otra palabra Millán) a la captura identitaria de la burocracia. Las agrupaba caóticamente en el llamado "Archivo zonaglo". En Millán rondaba un pensamiento de correlaciones, que perforaba la dimensión lineal de las historias y los objetos. Descolocaba navajas en cajas de fósforos, sin ver en los objetos oráculos adivinatorios surrealistas, pero sí distorsiones de los tiempos, los lugares y sobre todo modificaciones en la identidad. Era cosa de rasparlo en un papel o posado sobre las cenizas para darle otros perfiles. Las fichas sobre las visiones del Sampedro apuntaban a esos vínculos asombrosos. Le interesaban mucho las ruinas y las culturas precolombinas, los Cahokias y sobre todo el chamanismo y sus alucinadas expresiones. La puesta en escena audiovisual de Pinorra y Diego Aguirre es un excelente ejemplo de esas desenfrenadas rayaduras de su trabajo plástico. Los rostros de Millán, como el poema de Relación personal, tienen una cara hundida en las incontables fichas.

También se pierden en sus cuadernos. Con un coraje asombroso, Mané Zaldívar trascribió y editó las cavilaciones mortuorias de Millán en el Veneno de escorpión azul. Sacó a la luz la escalofriante y extraordinaria intensidad de su escritura diaria. De otros cuadernos apenas salieron trozos de "Teclados de Medellín", "Diario huacho", "Lagunas" (poemas sobre el olvido), "Las sirenas de La serena" (que aquí se publican), una novela y me imagino muchísimos proyectos más. "Lo interesante es ver los nichos que dejan los poemas" en el diario, las historias que desgarran, de dónde salen y el légamo que dejan perforado, decía el poeta con un pucho en la boca, tirándose humo al ojo que semicerraba para ver mejor. Escribía incansablemente, como si existiera un deseo evaporado de escribir la vida y sus disquisiciones. O bebía, que era de insondable exclusividad. Los poemas publicados son restos de escenas desaparecidas en cuadernos, ruinas o piedras de una arquitectura de ensaladas, humos, poemas, pesadillas, memorias o lecturas apuntadas en la intimidad, como se puede oler terrible e inusitadamente en el Veneno.

Millán usaba y se multiplicaba seudónimos y anagramas. En el exilio creó a zonagleses, a los llamines, el archivo zonaglo, etc. Mandaba trabajos artísticos y personales en correspondencia a todas partes, desmembrándose un poco en el envío. Inventó sellos de países y el género epistolar, la disociación del viaje y el exilio eran sus temas, como también el diario íntimo, la autobiografía, los apuntes y los rayados, por ser nichos dislocados de poesía. Hay en Millán varios poemas de cartas cerradas, de amigos muertos en sacos epistolares, de viajes a todas las direcciones, de telegramas que se transforman en abismos, correspondencia y dislocación para remarcar la inconsistencia del individuo.

En el exilio, entre idiomas y estados, en doblajes de esperanzas y desesperanzas se movió Millán por años. Multiplicado, alienado, arrancado del "lenguaje de la tribu", se las ingenia para crear nuevas comunidades y cordilleras, como la editorial que publicó Vida. Costa Rica, Canadá, Holanda, fueron paradas del poeta. Seudónimos de la muerte es, a la manera de Millán, un diario del exilio; denuncia la dictadura y sus crueldades junto con impresiones de larguísimos inviernos, los azotes del idioma extranjero y la percepción de un tiempo congelado.

Seudónimos sufrió la política movediza del autor de no bañarse dos veces en el mismo río, y sus poemas pasaron a formar parte de La ciudad, reuniendo en una gran secuencia los "poemarios políticos" de Millán. Eloísa cartonera sacó Seudónimos de la basura editorial y lo volvió a publicar modificado y con fecha: "1973-1983".

Me detengo brevemente en esos poemas casi desaparecidos. La primera sección de Seudónimos, "La visión de los vencidos", mira los cuerpos atacados por la macabra represión del estado. Se denuncia el aparato de terror, sus capturas nocturnas, torturas eléctricas, los campos de concentración, las ejecuciones, las desapariciones y las desoladas apariciones. El efecto de la denuncia es provocado por detalles: en la letanía de la aparición que se repite en "La aparecida"; en un baño turco con cuerpos desnudos donde el masajista es un torturador; en la esperanza y desesperación de los prisioneros que desean salir como helechos de las alcantarillas a la ciudad, en la desarraigada esperanza del árbol, al que pide se mantenga firme. O más siniestramente en las imágenes de moscas alejándose de un cuerpo colgado de los pies, torturadores escuchando música, en lo insostenible del grito primordial que clama por agua, agua, agua, en un interrogatorio de descargas eléctricas. El poema "Mientras" recapitula la visión, pues mientras se captura, interroga con descargas que causan una sed radical, el hablante del poema duerme, se despierta sobresaltado por una pesadilla de sed insoportable: bebe un vaso de agua y vuelve al sueño. Visión y banalidad, conexión y apatía al mismo tiempo. La sección se descalza someramente de su fecha y estado al relacionarse con la visión de los vencidos americanos, solidariza con los arrasados por las voraces conquistas, con los que persiguieron por su piel.

"Visión de los vencidos" se cierra con un poema del verdugo veraneando en una playa. Camina bajo el sol y en la orilla se detiene frente a medusas despedazadas que parecen ojos casi humanos. Una imagen rabiosa, que contrasta los cuerpos mutilados y electrocutados con el verano del dictador y también con los inviernos eternos de Canadá.

Cuerpos torturados por un lado, y cuerpos desplazados hacia otro. La salida a Panamá, el paso por Costa Rica y sus mariposas, y la llegada a las interminables noches de Canadá marcan los poemas de "En el país de la hoja". El exilio de los atalantes que pueden poblar un continente pasa pronto a la severidad del invierno, de los trabajos de limpieza, la burocracia, el choque idiomático que impide encontrar la mantequilla o el nombre de un pájaro azul, a los choques culturales representados en la congelada muerte canadiense sobre hielo con su guadaña a la que el futbolizado poeta intenta esquivar. Y sobre todo, el tiempo congelado, literalmente: la rueda que gira sin avanzar, patinando constantemente en el hielo. Son diez años que sí sabe contar en inglés, como una condena. Es una noche eterna de "Invierno"

Días son cortos.
Largas las noches. Blancas
las inmensas extensiones comunes.
Si salgo encapuchado
como un monje por los corredores
de este monasterio del frío.
Un sol de rayos equis
radiografía los bosques
De ramas desnudas, y mis manos
Esqueléticas, sin guantes.

El tiempo se congela, el exilio se hace largo e invernal. "Llevo aquí diez años, resignado, como una rueda de verano que gira sin avanzar patinando sobre el hielo" (39) El poeta se saca el frío con ginebra incolora, pero permanece el hielo, como si los poemas estuvieran tallados en ellos mismos. Si se buscan poemas de congelación, acá están.

El exilio se representa también en conversaciones destrozadas en casetes o en funciones de películas: una doblada con gestos incomprensibles, algo ridículos, parecida a la desubicación del poeta en la nueva lengua, y otra en que se muestra la permanencia en el cine durante las embestidas de Saló de Pasolini: resignado, persevera a pesar de que la película (el exilio) presenta escenas de violación, de coprofagia, mutilaciones y vejaciones de toda clase. Muchas personas abandonan el cine, pero el poeta continúa aguantando.

La extranjería tiene también sus bestias Los animales son fábulas de identidad o alienación entre los hielos canadienses. Los gansos viajan en forma de "V" de victoria o de vencidos hacia el sur mientras el poeta se queda invernando con las palomas y los estorninos. El Blue Jay es el arrendajo en la lengua del poeta, que además aprende "a silbar en cautiverio algunas breves y simples melodías". Los animales del norte, el oso, el alce mandan saludos a las vizcachas, cóndores y huemules del sur. Y en esa vena naturalista, el torrente del río Saint John de New Brunswick activa una relación telúrica y reconciliadora con el poeta.

Los animales también anticipan que el exilio será largo, muy largo. Lo muestra la predicción del poema "Cena última", donde el poeta y un compañero arúspice abren un ave, le sacan el hígado verde y en los recovecos de sus viseras auguran muchos años de tiranía. Cada uno sigue su camino y su vida. Pero esa noche, con arroz, devoran deliciosamente el pollo asado.

El diario de Seudónimos termina en Holanda con una historia de amor y abandono que parte con el peligro de un beso sobre labios con herpes. Se intenta un regreso imposible y se desfigura nuevamente el poeta en la vuelta. El primer día del regreso será igual al primero del exilio: "hay algo en tu silueta que no calza en el hueco dejado por tu ausencia" (68), dice casi al final del libro. Después el poeta vuelve con Virus a Chile y está en cuarentena hasta que publica su trilogía de arte y clava el Veneno final.

Creo que después de Seudónimos y Virus el poeta vivió en La Serena y de ahí vienen los cantos de las sirenas. Relación personal se extravió al parecer en ese incendio emocional. Millán me dictó los poemas desde sus cuadernos durante una temporada en que fui algo así como su escribano. La productividad no fue el signo de esas reuniones en que abría cuadernos y empezaba proyectos que inoculaba, criaba, engordaba o dejaba secarse y podrirse.

"A ver, anótate esto". Y largaba. Yo transcribía en la computadora. Las sirenas son de esas lecturas. No sé si Millán alguna vez volvió sobre estos poemas. Sospecho que no. Son cantos de sirena que vienen en diferentes registros, tonos, resonancias, oídos y frecuencias. Algunas personales, otras brillantes o nubladas. El poema del faro, con su secreta luminosidad extenuada en el abismo y la niebla, luz que al mismo tiempo es secretamente indisoluble, muestra otra nube de su poética azotadamente múltiple, colmada de historias y rostros tras la niebla, al borde del desierto...

 

 

Poemas inéditos de Gonzalo Millán
Las sirenas de La Serena o
CANTO DE SERENA

 

La Lectura de la gitana

Aquí la vena de la vida parece
Cortarse, pero no se corta
con el pedazo de un plato quebrado
y sigue su camino hacia el mar que es el morir.
Aquí la línea roja de las palabras
se interrumpe y calla
pero después continúa su camino,
aquí en la mano abierta, en la muñeca
la cicatriz del corte bajo la pulsera
de cuero del reloj.
Aquí en la vía del corazón
hay tres mujeres,
una que te abandona en una playa desolada
otra que te acoge cuando naufrago vagas, lejos
a merced de las sirenas y más tarde te expulsa de su palacio,
finalmente aparece un hada zafrán que te salva.

 

El Faro

El faro es una cegada rueda de noria,
el viejo faro, sin luz y sin farero,
sin mar, sin rocas, sin naves, sin marinos, sin noche
el viejo faro diurno, irrisorio
solitario y vacío
al borde del desierto.

 

Santa Águeda

Rompientes rompiéndose todo el tiempo,
noche y día, día y noche. Cruzo la avenida
y me acerco al mar. La frescura del agua
me moja el rostro. Hay una mujer
de espaldas en la orilla. Gira el cuerpo,
desnudo y sin pechos.
Carga una bandeja con rojos hibiscos.

 

Marina con go-karts

La manera de ser de todos, y el carácter único, todo se mezcla y revuelve en la barra del río Elqui, más allá del faro, como una pieza en el ajedrez de la playa, una lejana torre perdida. La desembocadura del río mueve las aguas como una juguera, barro y arena contra las aspas, arremolina los troncos y los animales muertos como ropa sucia en una lavadora. Vórtice de la bahía más allá del circuito de go-karts, la extraña cifra de las ruedas en la arena, la huella de las patas de las gaviotas, todo es aspirado por el choque de las aguas, por la cópula de la corriente y el mar, todo vibra como una cascada en el paisaje, las almenas y las almejas, el vino blanco temblando como cristales mojados por una lluvia de energía incansable. Aquí en este lecho todo fue consumado, este el tálamo del incesto sagrado, en estas sábanas de hotel ocurrió la concepción, aquí fue la luna de miel con postres de papaya. Las mismas palmas de la avenida calesas con caballos dormidos en vez de autos, antes y ahora todo giraba como una rueda de oraciones tibetana por sí misma. Oraba el aire con su rocío al abismo y el vacío bendecía. La luz ardiente y rumorosa cegaba esta es la cama del matrimonio del cielo y el infierno, las páginas de la primera mancha, la primera tela con sangre, el alba de la primera aventura, un lucero brillando en el horizonte.





 



 

 

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